viernes, diciembre 22, 2006

Feliz Navidad

A veces, el tiempo es un cabrón sutil y silencioso que se encaja en los espacios que hay entre las células, en los intersticios del mundo para aligerar el peso de las cosas. Otras, se comporta, sin embargo, como una madre amable que vela nuestros ojos para que las miserias del mundo no nos afecten demasiado.

Va cayendo la lluvia cansada de las horas sobre nuestra cabeza y esa lluvia va lavando con mucha paciencia los restos de piel muerta que impiden respirar a nuestro cuerpo. Llueven los segundos, y los minutos de forma imperceptible sobre nosotros y se deslizan por nuestra piel, dejando marcas imperceptibles que como las escorrentías que el agua prefiere cuando baja de la montaña, cada vez se hacen más profundas. Nuestras arrugas no son sino cauces por los que el tiempo ha corrido.

Por eso nos gustan los momentos en los que parece detenerse un instante para luego seguir con su burbujeo tranquilo. Por eso nos gustan las celebraciones anuales y las cuentas atrás del último día del año.

Feliz Navidad a todos.

jueves, diciembre 21, 2006

Microrrelato navideño

El día de navidad, la ciudad apareció cubierta de nieve y aquello le hizo mucha ilusión. Le hubiera encantado que lo vieran sus abuelos. Lástima que el ruido de la estática en la radio le recordara que no tenía a nadie con quién compartirlo.

Incluso allí, en su ciudad de toda la vida, en Buenos Aires.

miércoles, diciembre 20, 2006

Gorrión

Si recoges un gorrión herido entre las manos y notas su calor, puedes reconciliarte con la vida, con el mundo, o puedes pensar en lo fácil que sería quebrar sus huesecillos y reducir a una masa informe esa materia altamente organizada.

Este que escribe, y que soy yo pero no soy yo, como siempre que se juntan palabras en un papel, normalmente piensa en lo segundo, piensa en la fragilidad despojada de las cosas, en lo extraño que resulta estar aquí, así que escribiría algo como: “Encontré un gorrión. Tenía frío y estaba herido. Parecía hinchado porque había ahuecado las plumas. Podía sentir su calor, un pequeño foco de calor entre mis manos heladas, pero para alguien como yo, ese calor era el símbolo de lo que nunca podría tener. Al aplastarlo crujió entre mis manos como las astillas bajo el martillo.

Pero en realidad, este que escribe, y que sigue siendo yo pero sigue sin serlo, querría más bien contar: “Encontré un gorrión herido y me lo llevé a casa. No sé qué me impulsó a cuidarlo y a alimentarlo con pan y leche. No parecía tener nada roto porque al cabo de una semana sus pequeños chillidos me recibían al llegar. Hasta que uno de aquellos días se fue. Yo siempre le dejaba la ventana abierta para que volara cuando le apeteciera. Y eso hizo. Ahora, siempre que miro al cielo hay un pequeño pájaro que me mira. Tengo la impresión de que se preocupa por mí. Me hace sentir mucho mejor: acompañado. Ya no estoy tan solo, y si hubiera sabido que aquel gesto mínimo era suficiente para notar esta calidez en el pecho, hubiera hecho algo así mucho antes. Es algo mágico, la verdad. No tengo otra manera de describirlo”.

Creo que debería psicoanalizarme.

Cuando consiga averiguar cuál de los dos tiene que ir a la consulta, claro.

jueves, diciembre 14, 2006

Trauma

El médico me dijo que me vendría bien escribir para superar el trauma. Así que me puse (yo, que nunca había hecho esto antes, que no me creía capaz de escribir frases con sentido) y ya llevo dos meses escribiendo un diario que releo a menudo. No es exactamente un diario, eso también es cierto. Me limito a dejar que las ideas surjan casi al azar de mi cabeza. Y las dejo reposar una semana (nunca menos de una semana) para que al releerlas me sorprendan. O me decepcionen. O me alerten.

Creo que el médico llevaba razón y estoy mejorando. Fantasear con algo que nunca pudiste hacer en la vida real es una manera de conjurarlo, una catarsis en su sentido original, tal y como decía Aristóteles.

Por eso la semana pasada maté a mi profesor de catequesis. Apreté su cuello hasta que dejó de respirar, como si no importara tener doce años y las manos pequeñas y frágiles, como si de repente hubieran crecido, se hubieran endurecido y llenado de callos, las manos rasposas de un hombre habituado al trabajo físico anudándose alrededor del cuello blanco y algo flácido de aquel cabrón melifluo y delicado. Me gustaba apretar y notar como la sangre dejaba de latir bajo mi fuerza, notar como aquel hombre dejaba de debatirse contra lo inevitable y ver sus ojos inyectados de sangre horrorizados por una muerte sin confesión (ya inservible el comodín del arrepentimiento católico) ahora que comprendía que no habría una segunda oportunidad, ahora que comprendía que aquello que nos había hecho no iba a quedar sin castigo.

Dejó de debatirse en cinco minutos. Los mejores cinco minutos de mi vida.

Creo que el médico llevaba razón y estoy mejorando.

lunes, diciembre 11, 2006

Citas

Leo En ningún paraíso de Diego Doncel. Un buen libro de versos que, como mucha otra poesía, es triste y deprimente. Algo que no acabo de entender. ¿Aún no se han cansado los poetas de mirar con mejores ojos la depresión que la plenitud?.
Pero, al final, ahí escondida, encuentro una cita que me gusta tanto como para traerla aquí, una cita que parece contradecir el sentido de lo que acabo de leer.

"Yo no tengo personalidad, solo soy un hombre nervioso".
Joseph Brodsky.

El humor me desarma. No puedo evitarlo.

domingo, diciembre 10, 2006

Necrológica III. Chile (por fin)

El dictador chileno, Augusto Pinochet, ha muerto. Fue responsable de la desaparición de 30.000 de sus compatriotas (arrojados al mar vivos y bendecidos, torturados hasta la muerte, fusilados) y también de la operación Cóndor, la siniestra alianza entre dictaduras latinoamericanas, por lo que en Chile se ha abierto una nueva sima, que conduce directamente al infierno y que está empedrada de cráneos.

No sé si alegrarse de la muerte de un hijo de puta me convierte en alguien sin corazón. Pero me alegro y me da igual. Un hijo de puta menos en el mundo.

Ahora, señora enlutada, a por los demás. No será por falta de trabajo, no.

jueves, noviembre 30, 2006

Clara

Y qué tal algo con olor a orines y con el suelo encharcado, con putas que además son yonquis, con tipos que tienen cicatrices en los nudillos y la cara igual que mapas marcados a navaja, con pobres pringados que venían al barrio para poder darse aires entre sus amigos ricos y que acabaron vendiendo el culo en la parte de atrás para poder comprar una miserable dosis y chutársela.

Con un protagonista escondido en un apartamento, justo debajo de la pensión maloliente donde vegetan los adictos más tirados del barrio, que se dedicara a hacer fotos en secreto a los transeúntes. Enganchado, tanto como los heroinómanos a lo suyo, a la suciedad, a lo más oscuro del alma humana y capaz de alquilar aquel sucio lugar sólo para poder mirar por la ventana y fotografiar aquel paisaje de venas y temblores.

Y, por supuesto, con un final digno del relato. Con este amigo revelando una de sus fotografías y quedando para siempre afectado por la imagen de su novia del instituto, tan dulce y tan educada en aquellos años, con la tez del color de la cera, con cercos de color violeta debajo de los ojos y con una jeringuilla todavía en el brazo, muerta, muerta, muerta y, además, muerta, que se pregunta cómo es que no se dio cuenta en la tira de revelado que aquella pobre yonqui muerta era Clara, su primer amor, aquella chica encantadora de tan buena familia.

¿No?

jueves, noviembre 23, 2006

Futuro

Ya el teclado se ha convertido en una extensión natural de nuestros cuerpos, cumpliendo así uno de los preceptos que todos los escritores de ciencia ficción respetan: la fusión de la carne y la máquina. Ya estamos caminando por el futuro y ni siquiera lo advertimos. Cuando queramos darnos cuenta todas las distopías se habrán entrelazado de tal forma en el mundo que nos resultará realmente difícil distinguir dónde acaba el control absoluto del estado (fueron a por los fumadores, ahora van a por los gordos y pronto se encargarán de los feos), dónde la manipulación genética (por ahora no es necesario crear una raza de esclavos, ya empeñan ellos sus ganancias de años para cruzar el mar jugándose la vida y así poder trabajar para nosotros por algo más que la comida y la cama –cama por turnos, compartida de seis en seis horas-) y dónde la estupidez ha empezado a quemar libros (ya estamos dejando de entender los libros sin imágenes).

Y un día miraremos hacia atrás y comprobaremos que no hemos cruzado por el vado adecuado y que la inundación del futuro nos ha arrastrado, pillándonos por sorpresa cuando pensábamos estar a resguardo.

Y lo peor va a ser la cara de gilipollas que se nos va a quedar a todos.

Silencio

John Cage se encierra en una habitación insonorizada para experimentar la nada y llega a la conclusión de que el silencio es imposible. Cuando no hay ruido en el exterior, los ruidos de nuestro cuerpo atronan nuestros oidos: los latidos, la saliva descendiendo viscosa por la glotis, el vello erizándose como en un sueño lisérgico, el roce de nuestro pene con la ropa cuando se llena de sangre.

El silencio es imposible. Salvo en la palabra "silencio".

Encajar

El mejor boxeador es el que sabe encajar. Le golpean en el hígado, en la mandíbula, en la nariz y apartándose las lágrimas con los guantes, sigue en pie dispuesto. Y devuelve los golpes.
Después, el médico le sutura la ceja rota, le endereza el puente de la nariz y sigue entrenándose para el siguiente combate. Como Muhammad Alí en el combate del siglo contra Foreman: casi todo el combate encajando, su cerebro retumbando contra su cráneo camino del Parkinson y aguantando hasta conseguir colocar un gancho que derribara a su contrincante.

Tal vez encajar sea algo que a lo que todos nosotros deberíamos aprender. A cosernos los puntos mirándonos al espejo, a notar la sangre en la boca, con ese sabor metálico y salobre. A derrumbarnos y ser capaces de apoyar las manos en el suelo, contraer los músculos y volver a levantarnos aunque sea tan sólo para volver a caernos, cegados por la hinchazón de los ojos.

Para que así, cuando suene la campana en el asalto final, poder decirnos que hicimos todo lo que pudimos, que lo intentamos de corazón, que nos cubrimos y tiramos muchos golpes, que mantuvimos el juego de piernas, que nunca perdimos la cara, que fuimos valientes, pero que el contricante era, a pesar de ser un hombre delgado y pálido, demasiado fuerte y estaba muy bien entrenado.

Y además nunca jamás había perdido un combate. Ni jamás lo hará.

viernes, noviembre 17, 2006

Caravaggio

Lena, se llamaba Lena, y si no hubiera sido por los caprichos de la historia nadie recordaría a aquella puta romana. En una época en la que el Vaticano era una de las ciudades más viciosas de Europa, no tenía mucha importancia una puta más que menos. Pero Caravaggio se encaprichó de ella y según dicen los documentos de la época, se la llevó a vivir con él y la utilizó como modelo en algunos de sus cuadros más famosos. Así inmortalizó a una prostituta anónima que todavía hoy nos mira desde algunas de sus pinturas.

Apasionado y pendenciero, duelista y frecuentador de los bajos fondos, el pintor no llegó a viejo. Pero, ¿qué más da? Cuatrocientos años después, su rostro nos mira desde el “David vencedor”, desde la cabeza cercenada de Goliat. Un pintor que se retrata como el gigante vencido por el pequeño David (que tampoco es que luchara con limpieza, las cosas como son) es alguien que cuenta con todas mis simpatías. Pero alguien capaz de utilizar a la puta con la que convivía como modelo para el rostro de la Virgen y a los raterillos y chaperos adolescentes con los que se desfogaba para pintar seráficos personajes bíblicos es mucho más. Alguien así es un artista de la subversión.

Y además un pintor maravilloso.

lunes, noviembre 13, 2006

Paisaje con trenes

En el ocaso rojizo, mientras fumo sentado en el banco de una estación de tren de pueblo, me da por contemplar algunos vagones herrumbrosos, viejos trastos varados en tierra.
Me fijo sobre todo en los vagones de reparación, capaces de adosarse a la maquinaria y prestarle atenciones de médico. En su dignidad de máquinas desechadas.

Allí están, impasibles, viendo como sus hermanos, más modernos y mayores, más rápidos y más redondeados, pasan a toda velocidad por las vías. Pero eso no les importa. Están más que acostumbrados a sentir como el sol y los cambios de temperatura van cuarteando lentamente su pintura, cómo el acero reluciente de otros tiempos se transforma en algo quebradizo; a apreciar como el color anaranjado del atardecer va cambiando imperceptiblemente cada día.

Y en ese rato mínimo en el que he estado observando los trenes, me he sentido tan bien allí, calentado por el sol, que no me ha importado estar seguro de que la misma oxidación que recubre el metal de esos vagones acabará conmigo tarde o temprano.

viernes, noviembre 10, 2006

Cambios

En los últimos tiempos, le sucedía que a veces estaba en casa tranquilamente, leyendo y escuchando música y entonces un recuerdo (“la memoria es como un perro estúpido”, había escrito Ray Loriga en una novela, “le tiras un hueso y te trae cualquier otra cosa”) provocaba que su cabeza tirara del hilo y tirara del hilo hasta adquirir una conciencia casi física de su soledad. En aquellos momentos se quedaba quieto, dejaba de leer, dejaba de prestar atención a la música que escuchaba, se quedaba mirando la pared de enfrente o la ventana sin ser consciente de estar viendo lo que sus ojos enfocaban (un punto muy pequeño que se mueve como el rayo, aquí y allí, arriba y abajo, a la manera de un escáner de retina) y sentía como un hueco blanco o negro en la boca del estómago.
¿Cómo es posible que haya llegado a esto?, ¿en qué momento se fue todo a la mierda? Uno se limita a levantarse a diario, a ponerse con cuidado los calcetines y la ropa interior, a sorber (sip en inglés, una palabra que le parecía más exacta) rápidamente un té templado, a salir con la música puesta y a intentar llegar a casa a una hora razonable. Pero llega un día en que mira hacia atrás y ve una línea, una trayectoria que no había advertido cuando transitaba por ella, a la manera de un camino forestal que no se diferencia de cualquier otro camino entre los árboles y en el que aparecieran las señales una vez que se ha pasado por él. Y esa línea estaba ahora entre dos aguas, justo en una cresta entre valles.
Así era su vida ahora. Una vida con una extraña falta de responsabilidad, que se veía asaltada por recuerdos, por imágenes, por sabores y olores de otro tiempo, de un tiempo en el que había alguien ahí para recoger sus pedazos cuando, debido a la fragilidad de su carácter (siempre había sido un tipo apocado) se hacía añicos por alguna minucia.
Y fíjate ahora. Solo. Solo y acorazado. Con una cubierta de acero que encerraba un corazón de cristal, como si su cuerpo fuera un experimento del siglo XVIII.
Ya no era el mismo, había cambiado como producto de la necesidad, había mutado, se había transformado en otro. Alguien preparado para afrontar los sinsabores. Pero, eso sí, alguien que, recordando los versos de Rosales, a menudo se bañaba con la tristeza propia de un suicida, porque todo es igual y tú lo sabes.
Por eso, porque aunque pretendiera no estar afectado por esa tristeza difusa que se había condensando en su habitación, en su comedor y en su estómago, había acabado por decidir cambiar de casa, de país y de idioma. Y, por supuesto, de plano.

Había decidido irse a vivir a la realidad. Estaba harto de vivir en este relato triste de abandono. Estaba seguro de que la realidad ofrecería otras perspectivas. Incluso, de vez en cuando, podría tener algún buen día, de esos con alegría y carcajadas. ¿Quién sabe? De lo que estaba seguro es que no soportaba vivir ni un segundo más en estas 526 palabras.

miércoles, noviembre 08, 2006

Detalles

En la costa escarpada del día, existen momentos que parecen playas desiertas. Son un poco raros pero llaman la atención.

Como cuando vas caminando bajo la superficie entre cientos de personas sin prestar atención, dejando el gobierno de tu cuerpo al cerebelo, y de repente un olor a bollos recien hechos te despierta o cuando, entre tantos olores desagradables, descubres a una mujer a quien le sienta especialmente bien el perfume que se ha puesto ese día.

Oir carcajadas sin venir a cuento, ver que dos personas mantienen una conversación sin hablar, observar como un gorrión levanta un trozo de manzana del suelo para disfrutar de un menú completo: hormigas y postre.

O disfrutar de una tarde sin teléfono dentro de un libro de esos que se olvidan a la vez que se acaban.

Detalles.

martes, noviembre 07, 2006

Tiempo

Había podido leer hacía meses: "el tiempo no existe, el tiempo es". Es nuestro cerebro el que se empeña en poner un segundo después de otro, en agruparlo en estaciones que reflejan los ciclos de la naturaleza y la vida, en trocearlo y en inventar relojes que lo miden tic y ahora tac, pero en realidad, según los físicos, esa manía tan humana es solo una cuestión de percepción, puesto que los resultados experimentales que nos hablan del mundo que habitamos nos dicen que el tiempo no transcurre. Pues vale.

Eso le hacía sentirse un poco decepcionado con su cerebro porque, a fin de cuentas, que un órgano en el que, de alguna manera, había cristalizado el azar después de un par de miles de millones de años (los organismos unicelulares y los pluricelulares y la complejidad de la vida y el sexo y todas esas cosas, así a grandes rasgos), después de tanta vaina y tantos cadáveres y tanta adaptación y tanta lucha por la vida y tal, fuera un estúpido que no se diera cuenta de que el tiempo no transcurre, de que el tiempo es, le parecía un timo. Daban ganas de pedir explicaciones, la verdad. Pero así era la cosa.

La ventaja, eso sí, era que, después de leer aquello, se había conformado inmediatamente. Se había conformado de todas todas, así que los signos de envejecimiento (sus canas tiesas y más largas que los demás pelos de su barba, sus venas marcadas en las manos, sus arrugas en las comisuras de los labios y en los alrededores de los ojos, sus rodillas doloridas, su vista cansada y sus frecuentes lumbalgias) ya no le importaban en absoluto porque ahora sabía que todos aquellos síntomas solo eran una cuestión de percepción. La verdad teórica, el funcionamiento de la realidad era muy otro. Así era la cosa.

Y por supuesto, pasar casi tres horas diarias en el transporte público yendo de un sitio a otro en una ciudad congelada por la indiferencia, tampoco tenía ninguna importancia. Ni la más mínima.

Así que le había dado por pensar, en uno de esos interminables viajes en metro, que definitivamente la física era mucho mejor que la autoayuda.

Dónde va a parar.

viernes, noviembre 03, 2006

Nódulos

Tiempos de lodo y fango. Tiempos oscuros en los que no es posible ver bajo el agua, apreciar la claridad de la corriente, del mainstream (que diría un norteamericano).
Tiempos de duda, de turbiedad, de confusión, de mezcla. Tiempos en los que el tiempo libre y el de trabajo, la amistad y la desatención, la sequía y las inundaciones se enredan como una bola de pelo que se quedara atorada en el desagüe.

Nódulos, cúmulos, embrollos, tumores, mutaciones, conejos modificados genéticamente para ser fluorescentes, vocales y acentos que se van por la alcantarilla al comunicarnos con los demás, avisos sonoros, la lenta e implacable música de las horas (los ordenadores latiendo dos mil millones de veces por segundo), ingenios difusos que nos analizan a través de lentes de aumento, inteligencia distribuida, imágenes, sexo, violencia y la lluvia ácida corroyendo con parsimonia las fachadas oxidadas de los edificios más nuevos.

Pero todavía hay veces en los que el temblor de la carne caliente nos conforta, todavía hay veces en las que el resplandor de una palabra o de una pincelada nos conmueve, todavía hay veces en las que

el curso de esta tarde tan alejada y lenta,
sin afanes y solo,
esta tarde tranquila en la que amar
lo gris, lo no tan brusco ni glorioso:
perderme en mi interior sin ambiciones,
asumir la penumbra y deslizarme.
Reflexiono en mi cuarto
mientras llueve, parece innecesaria
cualquier exaltación.

Las cosas, lo que exigen.

martes, octubre 31, 2006

Vendedores (refutación a Bryce)

Aquel día, después de arrancar su coche japonés, un poco anticuado ya pero aún funcional y barato, y de conducir durante una larga hora a través de los atascos de los suburbios y de las avenidas del centro de la ciudad, había llegado a la conclusión de que el hecho de que existieran vendedores de libros que, literalmente, asaltaban a los conductores en algunos de los semáforos más concurridos, era uno de los encantos de aquella ciudad gris, acerada y fría.

Quizá el término asaltar no fuera el más adecuado para aquel primer párrafo que había quedado ahí arriba justo antes del punto, porque aquellos vendedores no eran más agresivos que los vendedores de seguros que merodean por las urbanizaciones del extrarradio, pero es el que se le había pasado por la cabeza cuando había recordado como se comportaban. Así que ahí se quedaba.

Los vendedores se aproximaban a los coches con decisión pero, como en cualquier otro comercio ilegal, para ofrecer su mercancía tenían que saber las preferencias de los conductores. Los efectos de la heroína y los del éxtasis no tienen nada que ver y un camello que se precie no puede confundir a un habitual de una sustancia con un consumidor de la otra porque los efectos para el negocio pueden ser terribles. Enseguida se convertiría en un dealer poco fiable, en alguien a quien nadie, ni siquiera a las ocho de la mañana del domingo más canalla del año, buscaría para comprarle una dosis. Por eso, porque en el fondo eran personas responsables, los vendedores siempre preguntaban en primer lugar: ¿libro técnico?, ¿literatura?, y a estas preguntas seguían otras, ¿ficción?, ¿no ficción?, y a cada bifurcación otra más, ¿historia?, ¿política?, hasta que por fin, el vendedor que te hubiera tocado en suerte en aquel semáforo decidía que tenía suficiente información para proponerte, en medio de complicados arabescos retóricos, un título. El título. El que estabas buscando desde aquella remota época en la que aprendiste a leer y a disfrutar de un cuento que nadie te contaba, sino que te contabas a ti mismo dentro de tu cabeza.

Y si había acabado pensando que aquel contrabando era en realidad una riqueza, más propia de un país nórdico que del suyo, fue porque en uno de aquellos semáforos, en uno de aquellos puntos de raedura de la realidad, compró una antología norteamericana de cuento y descubrió el que iba para siempre a ser su personaje favorito: Bartleby.

lunes, octubre 30, 2006

Niebla

Aquel día, en la gran ciudad se levantó una niebla fría, parecida a la de las tierras del norte en estas fechas. Un niebla que se levanta de la tierra, cubre un par de metros sobre la superficie y después se disipa con el calor del sol.
Pero ésta, a medida que pasaban las horas, pareció espesarse y hacerse más densa, como si quisiera envolverlo todo de invisibilidad.
Después de una semana en la que las predicciones meteorológicas dejaron de tener sentido, se fue por donde había venido.
Las autoridades, sin embargo, no pudieron ofrecer una explicación satisfactoria a la repentina desaparición de todos los gatos de la ciudad. A pesar de la búsqueda no se pudo encontrar ni un solo cadáver.

La segunda vez que vino la niebla, un año exacto después de la llegada de la primera, se llevó a los perros.

Al siguiente año, todos los habitantes de aquella ciudad se llevaron lejos a sus hijos, por si acaso. Una semana antes del aniversario ya no quedaba un solo niño en la ciudad. El día señalado, la niebla llegó puntual a su cita anual y cubrió la ciudad con una capa blanquecina y espesa. Durante toda la semana, la ciudad esperó colapsada y aguantando el aliento.

Ese año, sin embargo, la niebla se llevó a los mendigos así que la mayoría de los asustados habitantes dio por buena la desaparición de perros y gatos a cambio de tener una ciudad más limpia.

Cosas de la vida urbana.

Einstein

Albert Einstein, después de concebir la teoría de la relatividad, se negó a reconocer los resultados que provenían directamente de ella con su famosa frase: “Dios no juega a los dados”.

Con esta frase trataba de rechazar la realidad cuántica, en la que no se puede conocer el estado de una partícula sino tan sólo la probabilidad de que dicha partícula se encuentre en ese estado. Trataba de rechazar la realidad en la que la observación puede modificar el estado observado. La realidad en la que dos partículas pueden estar entrelazadas y encontrarse siempre en el mismo estado, sin que exista ninguna fuerza que las una, tan sólo porque las cosas son así.

Quizá, señor Alberto, sólo se trate de que los dados son, en realidad, el único Dios que existe.

viernes, octubre 27, 2006

Inédita

Un bedel de uniforme escribe iluminado por un flexo. Paciente, escribe a mano sobre una mesa de oficina anticuada, ajeno al ruido de todo el mundo. Lo conozco bien y sé que está construyendo la que será para siempre la mejor novela inédita de todos los tiempos.
Cuando la termine, la envolverá con cuidado con papel encerado y la dejará en su armario, justo encima de las otras dos.

Porque la gracia, tal y como decía aquel poeta que escribía los versos en papel de fumar e inmediatamente se liaba un cigarrillo con ellos, está en escribir.

Y lo demás no importa.

miércoles, octubre 25, 2006

Bautizos

Me llamo María Gil, nací en 1786 y morí, ya madre, en 1810. Tuve cinco hijos, de los que me vivieron cuatro.
Siempre he sido buena cristiana y el buen Dios me ha recompensado. Pero, aunque la ira es el azote del mundo, no pienso consentir que una secta de advenedizos que se hace llamar de los Santos de los Últimos Días, archive mi nombre para bautizarme y, según ellos, permitirme entrar en alguno de sus tres paraísos. Yo estoy bien en el mío y exijo a quien corresponda que pare esta sangría en el Cielo.

Ya he perdido a tres amigas, y estoy empezando a hartarme de no saber si voy a poder volver a conversar con mis seres más queridos aquí arriba.
Si encima de que cada vez venía menos gente nueva empezamos a perder a los antiguos, esto va a parecer un páramo. Un páramo desolado.

Aunque siga estando Él.

Lluvia

Los suelos brillantes de una plaza del centro reflejan mi sombra mientras camino bajo una lluvia fina. Suena un saxo en la noche y, de repente, todo parece irreal: mi cuerpo abrigado que no advierte las gotas; mis gafas empañadas; mis pies pisando con cuidado las baldosas empapadas. Todo, incluido yo, parece formar parte de la película que acabo de ver en el cine, todo se vuelve imaginario.
Y como todo es imaginario y no está sujeto a las aburridas leyes de la realidad, me elevo sin esfuerzo y contemplo la ciudad a quinientos metros de altura. A esa altura, las calles aparecen limpias y el mundo parece un lugar mejor. Desde ahí, la vista quita el aliento.

Y desde ahí arriba pienso que, de vez en cuando, es necesario dejarse mojar por la lluvia porque sólo ella es capaz de limpiar ciertas impurezas.

lunes, octubre 23, 2006

Miembro fantasma

Cuando el médico le dijo que tenía que amputar la pierna, él no dudó de que aquello era necesario: olía mal, tenía muy mal aspecto y lo peor, era posible que la gangrena acabara por matarlo. Así que entre una pierna y la vida, no lo dudó. Eligió convertirse en un lisiado aunque nunca más volviera a disfrutar de la sensación de correr por la arena de la playa o de saltar con la seguridad que dan dos piernas.

Lo que nadie le explicó es que, años después de perderla, iba a seguir sintiéndola. Nunca había pensado que algo que había desaparecido pudiera doler.

Aunque, ahora que pensaba sobre ello, quizá que te duela algo que ya no está sea tan común como, en un día lluvioso, observar los caminos del agua en el cristal de la ventana.

miércoles, octubre 18, 2006

Eiffel

La repetición de una torre de alta tensión, y otra y otra en la ventanilla del tren es un homenaje continuo a la arquitectura industrial del siglo XIX. Esas torres no son más que un injerto temporal en este siglo XXI.

Además, que la electricidad siga llevándose de un sitio a otro de esa manera ha conseguido que Eiffel se sienta tan orgulloso de sus creaciones metálicas que ya no echa de menos el cielo cristiano. Dios le condenó por positivista, por pensar en el mundo como una gran maquinaria sin alma pero no imaginó que allá donde le mandó iba a estar en la gloria.

Allá en su paraíso de engranajes y tornillos.

Procesión

Las palabras de una frase siempre parecen estar en una procesión de Semana Santa, con el artículo normalmente como cruz de guía. Alto ahí que están cantando una saeta y entonces las palabras se detienen con un crujido de rodillas. Y ahí se quedan, esperando que el cantaor acabe y cuando lo hace, abandonan la aglomeración de gente que está viendo esculturas sangrientas y se van tranquilamente a una taberna. Y allí piden el vino de la casa que ha cogido un olor raro por el incienso que se ha quemado por centenares de kilos durante toda esa semana. Un olor que te hace sentir mejor, piensan todas las palabras que comparten la frase “Ya era hora de un respiro que tengo los pies molidos”.

Así que allí se dedican a la conversación intrascendente y la palabra respiro dice “ya tengo pies” y entonces la palabra de dice “un respiro” (será mejor no esperar grandes revelaciones pues, a fin de cuentas, son sólo palabras y después de todo el día caminando y parando en las tabernas con azulejos a beber el vino de la casa están un poco borrachas y no dan para más).

De todas maneras, la conversación no se extiende mucho pues tienen que volver pronto a un libro de literatura realista de los años cincuenta que, por casualidad, un visitante ha llevado con él y ha dejado abandonado en la mesilla. El muy inconsciente.

lunes, octubre 16, 2006

Jardín

Cuando llegó, no podía creer que aquel reducido jardín fuera el mismo sitio al que su padre lo traía de pequeño los fines de semana, por lo que tuvo que comprobar el mapa más de una vez para convencerse. Él recordaba que iban al campo y le parecía que aquella escasa hectárea era demasiado pequeña. Demasiado pequeña.
Allí había visto su primer zorro, había montado por primera vez una tienda de campaña y había calzado por primera vez unas botas de montaña. Estaba seguro que el territorio tenía kilómetros de extensión. Una mancha virgen muy cerca de la capital de provincia donde se había criado.

Pero ahora descubría la verdad: de aquel mítico rincón sólo quedaba un jardincito de mierda entre urbanizaciones. No podía creelo. Sencillamente, no podía creer que las autoridades dejaran que ocurrieran estas cosas. ¿Para esto pagaba sus impuestos?, ¿para esto siempre había respetado la ley?, ¿para esto? No. Para esto no. Ni mucho menos.

Según escribió Juan Antúnez en el periódico local, el cabo de la Guardia Civil, Ernesto Garaitz, en cumplimiento de su deber, acabó con la vida del ya famoso habitante de la zona conocida como la "dehesa" el 10 de Octubre de 2008. Según el informe oficial, un hombre con la ropa muy deteriorada, con barba de meses y ojos de alucinado le había salido al paso gritando "por mis tierras no pasa nadie", derribándole de la moto con una gran estaca. El cabo se vio obligado a disparar su arma reglamentaria dos veces, alcanzándolo en el pecho. El servicio de emergencias sólo pudo certificar su muerte cuando acudió al lugar de los hechos. El suceso está siendo investigado aunque, debido a que ninguno de los habitantes del pueblo cercano ha podido aportar la más mínima pista, habrá que esperar a las pruebas de ADN para identificar a la víctima.

martes, octubre 10, 2006

Tedio

El tedio, el aburrimiento, la bola de incomodidad en la barriga, el sabor raro en la boca, la inanidad, la falta de voluntad. El tedio sólo pertenece al que lo tiene y nos hace más conscientes de nuestra individualidad, de nuestra otredad con el mundo, nos hace más conscientes de lo que somos y de lo que no somos. El tedio es una gota malaya que cae en el píloro, en el cerebelo, en la rutina y en la costumbre como una gota de ácido que quema un fotograma de cine dejando un círculo perfecto con los bordes chamuscados.

El tedio no está mal como problema pero como síntoma es terrible. Porque quizá lo que el tedio nos hace preguntarnos es algo que no queremos preguntarnos, es algo como si estamos contentos con quienes somos, con la vida que llevamos, con la compañía con la que viajamos o con la falta de compañía. El tedio parece sólo aburrimiento pero en realidad nos engaña con esa capa superficial que no tiene importancia, nos engaña con esa minúscula película que lo recubre y que creemos poder borrar con actividades y nuevas rutinas, con nuevos cursos de enología y nuevas lecturas, con deporte y actividades, con un nuevo baile de salón aprendido, con un nuevo viaje que nos haga durante un tiempo no preguntarnos más allá de lo que vemos, de lo que fotografiamos, de lo que pensamos cuando conseguimos salir de la rutina y creemos engañarlo.

Pero el tedio no se deja engañar y sigue ahí escondido agazapado esperando que la rutina que hemos conseguido crear a nuestro alrededor para hacernos sentir más seguros, para hacernos sentir parte de algo, para hacernos sentir útiles salte por los aires cualquier día de otoño en el que el cielo se ha vuelto blanco y parece que alguien detrás de nosotros nos contemplara con indiferencia. Como si hacer las cosas que ocupan nuestras horas tuviera más sentido que mirar al techo sin pensar en nada mientras acariciamos dulcemente el lomo de un libro sin atrevernos a abrirlo porque sabemos en el fondo que ésa no es la manera de engañarlo. Al muy hijoputa.

Orden

Tap, tap, tap, tap. El blues sincopado de John Lee Hooker suena en mi cabeza: Talk to your daughter for me, mama. I like the way you walk, honey.
El mundo, tal y como repite todos los años uno de mis profesores, se ordena bajo el hechizo de la música. Las cosas más tristes y sórdidas pueden ser destellos dentro de una canción. El cielo gris sobre las cabezas de los mendigos, que arrastran carritos de supermercado llenos de restos inservibles; las pobres prostitutas tiritando con su ropa mínima bajo el abrigo; las volutas de humo de los coches; las carreteras brillantes como si fueran espejos; las luces de los semáforos detrás de la cortina de lluvia. Todo parece tener un significado oculto dentro de una canción.

Todo parece puesto ahí justo para encandilarnos, para asombrarnos.

Si alguien puede conseguir esa sensación sin música es que es poeta.

lunes, octubre 09, 2006

Doble

Ayer, mientras curioseaba en unos grandes almacenes, a Andrés le pareció ver a su abuela entre la multitud.

Aquello no tenía nada de particular, pues su abuela vivía en su ciudad y todavía era una mujer vital que quizá estuviera buscando un regalo para alguno de sus hijos o nietos. Su abuela era joven para ser la abuela de alguien en plena madurez. Él era el mayor de sus nietos y su madre lo había tenido muy joven, a los diecinueve años.
Sin saber exactamente por qué, no la saludó; en su lugar la siguió disimuladamente, con cuidado de que no le descubriera. Tampoco se explicaba aquel impulso repentino y ahora daría lo que fuera por olvidar lo que vio.

Sin embargo ya es demasiado tarde. Lo que vio le ha perseguido desde entonces pero tampoco se ha atrevido a preguntar, le ha hecho perder el sueño en más de una ocasión, pero es difícil hablar de ello. La vio besar a alguien que no era su abuelo. No sabía por qué ese estúpido impulso había permanecido en él. No sabía por qué había insistido en seguirla a pesar de que parecía caminar furtivamente, fijándose con demasiado interés en la gente con la que se cruzaba, volviendo la cabeza de vez en cuando.

Intentaba pensar en la historia de forma amable, intentaba felicitarse por ella, que en la vejez había conseguido a alguien con quien compartir sus últimos años pero no lo conseguía, era demasiado para él. No. La verdad es que no lo aprobaba y eso le resultaba aún más extraño. ¿Quién era él para opinar sobre la vida de su abuela? ¿Acaso no sabía por propia experiencia que algunas veces uno no se comporta de forma racional? ¿Que la atracción se puede presentar de forma inesperada?

Pero no con su abuelo esperándola.

Esperando a la muerte, quiero decir.

jueves, octubre 05, 2006

Hugo (homenaje)

Un niño contempla extasiado una película de la época dorada del cine americano. Está sentado junto a su abuela en un cine veneciano viendo una historia de piratas protagonizada por Errol Flynn, casi seguro que Capitán Blood. Todas las películas protagonizadas por ese actor están entre sus preferidas, por eso los ojos de ese niño están tan abiertos que apenas parpadea. Parece hipnotizado. Le han dicho en su casa que pronto emprenderán un viaje a África, que pronto irán a Abisinia, pero eso ahora no le preocupa en absoluto.

Días antes, su abuela le ha hablado de sus ancestros. Su sangre tiene parte inglesa y francesa, parte sefardí y parte turca. Entre sus antiguos parientes se cuentan miembros de sectas secretas y magos y eso le hace sentirse un poco más cerca del sueño que siempre ha acariciado: haber sido descendiente directo del Corsario Negro o de Sir Francis Drake.

En Abisinia, este niño vivirá durante ocho años y en África se hará adulto. Por eso quizá los libros de Conrad, de Melville o de London serán tan importantes para él. Los barcos a vapor que recorren los ríos sudamericanos infestados de insectos, el honor y la dignidad, los viajes y los indios formarán parte de su vida, y, en gran parte, debido precisamente a las historias de esos libros. Pero él aún no lo sabe.

Un buen día, mirará un ejemplar de Spirit, el tebeo de Will Eisner, donde un héroe con ropa de detective de cine negro y con un antifaz, se dedica a ayudar a los débiles y a hacer que triunfe la justicia y sus ojos brillarán con emoción mientras lee sus aventuras. Ese descubrimiento será definitivo porque marcará el camino que seguirá para ganarse la vida: será dibujante.
Un dibujante que acabará por crear un personaje que llevará gorra y un gran arete de oro en la oreja izquierda, con largas patillas negras, muy pobladas; con una gorra de marinero y que se habrá hecho con una navaja una nueva línea de la fortuna porque la que tenía de nacimiento no le gustaba. Que tendrá amigos que serán antiguos presidiarios, magos, sacerdotes de vudú, anticuarios obsesionados con las viejas leyendas o catedráticos alcohólicos a quienes se limitará a rescatar de la cárcel sin hacerles un solo reproche. Ese personaje será un aventurero que se llamará Corto Maltés.

Pero eso será después de muchos años. Ahora, ese niño mira el parpadeo blanquinegro de la pantalla y disfruta. Él aún no sabe que será el gran Hugo Pratt.

lunes, octubre 02, 2006

Walser

Ya hemos aprendido (trabajosamente, pues aún vivimos desolados por la pérdida) que, al final, de todo queda más o menos lo mismo: cenizas al viento.

Así que comprendo cada vez mejor la obsesión de Robert Walser, tal y como describe Vila-Matas en una de sus novelas (de la que ya no recuerdo el título pues Vila-Matas siempre escribe el mismo libro) por enmudecer, por desaparecer, por difuminarse.

Por eso sus microgramas, su testamento literario (526 hojas ilegibles, todas de diferente formato y cubiertas de una letra minúscula, escritas durante parte de su estancia en un manicomio), tuvieron que ser rescatadas y editadas pacientemente durante quince años. Werner Morlang y Bernhard Echte, según parece, fueron los que se encargaron de esta labor. Y así, editando los microgramas de Walser, acabaron contradiciendo para siempre su espíritu.

Claro que en el momento en el que Robert Walser advirtió desde el más allá (aún con cara de sorpresa por haberlo encontrado al fin) que estaban recuperando su nombre para las historias de la literatura, no pudo evitar convertirse en el fantasma familiar de las casas de sus amables benefactores.

Que, desde entonces, no durmieron nada bien.

sábado, septiembre 30, 2006

Centro

El centro de Madrid es ese sitio donde puedes ver a hombres minúsculos que llevan bicicletas para niños de tres años pero que te miran ceñudos y desafiantes, ese sitio donde hay gente que se gana la vida disfrazándose y quedándose quieta para que les tomen fotos, ese sitio donde los adictos también se quedan quietos pero no consiguen que nadie quiera hacerse fotos con ellos, ese sitio donde decenas de niños de colores juegan al fútbol.

El centro de Madrid es ese sitio donde los coches oficiales aparcan a pocos metros de mendigos con malformaciones que piden dinero a gritos, ese sitio en el que hay riadas de personas andando de un sitio a otro con prisa, ese sitio donde los turistas compran bocadillos de calamares en bares con el suelo cubierto de servilletas, ese sitio lleno de teatros y restaurantes refinados con cartas de vinos inacabables.

El centro de Madrid es un lugar para alquilar un balcón tan sólo para tener un sitio donde sentarse y ver pasar a la gente.

lunes, septiembre 25, 2006

Músculo

Me pregunto si en la costa nuestro ritmo sanguíneo se acompasa al latir del mar contra la arena.

Si el sordo retumbar contra las rocas (sístole) que muere, mínimo al fin, contra la playa (diástole), tiene algo que ver con nuestro corazón: ese músculo quebradizo por tanto cambio de temperatura.

Perspectiva

Una de las fuentes más importantes para los estudiosos de la religión etrusca es un texto escrito sobre el sudario que envuelve el cuerpo de una momia. No me resisto a imaginar que las palabras sagradas acompañaron de esa manera al muerto y tendieron un puente efímero entre la tierra y el cielo. La religión siempre ofrece consuelos poéticos.

No obstante, prefiero imaginar el deslumbramiento y la emoción del científico, tan parecidos a la belleza, cuando consiguió descifrar ese alfabeto porque, aunque la ciencia nos deja solos y nos dice que no somos más que materia altamente organizada, se nos ha convertido en la única religión posible.

Cuestión de perspectiva.

jueves, septiembre 21, 2006

Cadena

No lo he hecho nunca, así que he decidido responder al reto de Portorosa, que aquí me propone que elija el texto que me gusta más de lo que llevo publicado.

Creo que hablar de mejor o peor no tiene sentido, pero sí que tengo algún preferido: Éste y éste.

Me siguen gustando y ha pasado mucho tiempo, lo que supongo que algo querrá decir. O no. O quizá quiera decir exactamente eso. Que me siguen gustando. Y ya.

Ah, la vanidad.

Como es una cadena (se me había pasado, la verdad) les he pasado el encargo a Danae y a Princesa (que ya sabemos todos que si una cadena se rompe se convocan todo tipo de males)

martes, septiembre 19, 2006

Atardecer

Me gusta coger los aviones a media tarde: tener el equipaje preparado e irme al aeropuerto después de comer a hacer cola para todo; que me hagan quitarme los zapatos y deshacerme del gel de baño que llevo siempre en el equipaje de mano; el pitido del arco detector que siempre te deja cara de culpable; las parejas que se besan a la vez que lloran; las tiendas de delicias y las de chocolate; los caballeros atareados con sus blackberrys.
Estar allí es como estar en cualquier otro sitio. En un aeropuerto, la nacionalidad casi no se nota.

Pero sobre todo, me gusta estar en el aeropuerto a esa hora porque es el preludio del vuelo al atardecer.

Un atardecer eterno en la ventanilla. Con todos esos naranjas y azules.

Eterno.

lunes, septiembre 18, 2006

Cubos

Excepto en casos excepcionales, las líneas rectas no existen en la naturaleza. Son sólo construcciones mentales de esta especie de monos a la que pertenecemos.

Los perfectos cubos de cristal en los que se desarrollan nuestras vidas laborales son, por tanto, la muestra perfecta del dominio que hemos conseguido ejercer sobre el medio natural, por eso cuando los contemplamos, nos sentimos extrañamente orgullosos. Somos, sin duda, los reyes de la creación.

Y además tienen preciosas vistas a subestaciones eléctricas de alta tensión.

No creo que se pueda pedir más.

miércoles, septiembre 13, 2006

Opatja

Sé que no voy a conseguir salir de aquí. Lo sé. Anoche no había suficiente luz para notar nada raro, sólo las señales de abandono propias de un hotel venido a menos. Pero hoy lo sé.

Este hotel croata, donde lo más significados miembros de la nomenklatura yugoslava venían con sus mujeres o con sus queridas, se cerró en 1989 con la caída del muro, sólo que los clientes que estaban dentro no lo advirtieron. Todos los clientes pasan la sesentena y parecen funcionarios estatales de vacaciones, su ropa ajada y sus sandalias de cuero hablan de otro tiempo; la recepcionista no ha advertido que su pelo rubio está entreverado de canas y que cada vez es más fino; la música occidental de principios de los ochenta suena en el hilo musical y, lo más triste de todo, parecen disfrutar unas vacaciones eternas.

Ya es mala suerte haber llegado a la ciudad de noche justo en el aniversario de la caída del régimen yugoslavo. La única noche que abren.

Piscina

Al principio, apenas podía pensar en nada que no fuera mi cuerpo, sólo en mis músculos y mis tendones latiendo, estirándose. Al principio sólo podía sentir la máquina desperezándose, calentándose. Después me olvidé, como siempre, y empecé a sentir el deslizamiento cuando las endorfinas comenzaron a recorrer mi cuerpo.
Entonces noté el viento cuando sacaba la cabeza del agua para respirar. Un viento de verano agradable pero intenso. Cada vez mayor. Incluso dentro del agua, podía notar el rumor sordo de los árboles. Como en una fotografía, noté como las hojas caían en la piscina. Una imagen extraña: la piscina convirtiéndose en un estanque y llenándose de restos vegetales. Noté también como el aire se cargaba de electricidad y como, cada vez más, era mucho más placentero estar dentro que fuera, mis brazos tensos y mis piernas duras. Sentí el sabor eléctrico del aire en la boca. Las ramas flotando a medio metro de profundidad me provocaron una ensoñación, flotaba en un lago como una heroína prerrafaelita. Y de repente sucedió. Cayó un rayo a la piscina y sentí la descarga. Un frío intenso que se convirtió en un instante en un calor abrasador que se movía desde mi interior, como si fueran mis órganos los que estuvieran produciendo la electricidad. Después vino el dolor y después la oscuridad blanca. Así sucedió.

Por eso te digo que nunca puedo dejar de venir en verano. Estoy atado al sitio de mi muerte.

viernes, septiembre 01, 2006

Tarde

Prefiero la tarde en la playa. Las cosas ya maduras y el brillo diferente del sol. La sal en los cuerpos y el gusto del licor en la garganta.

Y esa leve nostalgia de otra tarde que pasa. Otra tarde que el sol mira.

Igual que la anterior y diferente.

lunes, agosto 28, 2006

Zagreb

Zagreb es un sitio donde pueden verse chocar dos tiempos diferentes. Los ochenta del comunismo, justo antes de la guerra, y el ahora.

Es como una oruga que se haya quedado a medias en el cambio: un ala y varias patas fuera pero casi todo el cuerpo dentro del capullo.

Curiosa ciudad.

jueves, agosto 24, 2006

Vacaciones

Ahora sí. Me voy. Ja.

Escribiré desde allí.

Trigo

Mira la carretera sentado a la puerta de un bar, como casi siempre. Fija su vista en el mar de trigo del otro lado. Ahora, a principios de verano, sólo quedan los tallos, que servirán para alimentar al ganado. Balas de paja, regularmente depositadas en la tierra.
Sólo se oye, a lo lejos, el rumor sordo de los camiones que bajan por la carretera principal, a un par de kilómetros.

Todo empieza en otoño con la siembra. Él lo sabe bien. La tierra es roja y las sembradoras la rastrillan depositando los granos. Luego, poco a poco se cubre de verde. Ese es el color del campo en invierno en el pueblo. Aquí no aprieta de verdad el frío. Los tallos crecen y maduran y se vuelven amarillos. Él mira madurar las espigas desde esta silla desde hace ya tiempo. Le gusta hacerlo.

Hace un mes, las cosechadoras amarillas, después de todo el invierno en reposo, delineaban el terreno. Es un bonito espectáculo verlas moviéndose hacia arriba y hacia abajo. El grano tarda meses en estar listo para ese momento pero las máquinas van a lo suyo. Supone que es normal, las máquinas son máquinas.

Desde su silla tiene una buena perspectiva. Le gusta estar ahí sentado y mirar el mar de trigo. Lo hace todos los años desde que volvió al pueblo. Estar sentado y mirar el campo.

Lo echaba mucho de menos en la ciudad.

miércoles, agosto 23, 2006

Alivio

Andrés había estado reflexionando (si es que se le puede llamar reflexionar a dejarse conquistar por las imágenes que siempre inundaban su cabeza en el preludio del sueño) sobre el azar. Concretamente, sobre las manifestaciones del azar.

La nieve en la televisión (la nieve es producto de las interferencias sobre la señal, que a su vez se deben a múltiples factores, como la existencia de tormentas o la aparición de inconstantes campos eléctricos, factores que no se pueden predecir).

El ruido electrónico de los altavoces del ordenador al conectarse a Internet (la información circula en Internet troceada en pequeños paquetes que viajan por caminos diferentes, cada uno de ellos seleccionado en función de información dinámica que cambia al instante, por lo que no se puede predecir el camino exacto que seguirán los paquetes ni, por tanto, el sonido que aparecerá en los altavoces).

El contorno de las manchas de humedad en la pared (las manchas se deben al filtrado del agua a través de diferentes materiales y, al igual que no se puede prever el momento exacto en el que caerá la próxima gota de un grifo, no se puede predecir el camino que seguirá el agua.)

La forma de las ruinas (el deterioro provocado por el tiempo actúa de forma no predecible, aunque la arrogancia del arquitecto de Hitler, Albert Speer, le llevara a dibujar, junto con los planos de un edificio gigantesco que no llegó a construirse, los planos de las ruinas del edificio, mil años después).

La forma de los huracanes y las tormentas. El color exacto del atardecer contaminado de Los Ángeles. El itinerario que un corcho arrojado al mar seguiría para encontrar la costa. Tantas cosas al azar.

Pero lo que más le sorprendía era que, atendiendo al funcionamiento de ese azar, nada hacía imposible que la nieve de la televisión mostrara la cara de un niño, que el ruido electrónico se pareciera a la novena de Beethoven, que las manchas de humedad dibujaran a la virgen o que la forma imaginada de las ruinas coincidiera con las de la zona cero de Nueva York antes de la reconstrucción. Nada. Todo era extremadamente improbable. Pero no imposible.

Y también se preguntó si sería posible, aún sabiendo lo que sabía, evitar el pensamiento mágico si sucediera alguna de esas cosas. Y supo que no. Entonces supo también que el mundo es un lugar incomprensible.

Y la verdad, de alguna extraña manera, se sintió aliviado.

lunes, agosto 21, 2006

Creatividad

Releyendo algunos de los textos y notas que tengo en el ordenador, encuentro la siguiente cita: “Creatividad es la capacidad de perder el tiempo con algo que, una vez acabado, ya no satisface a nadie”. Y la encuentro sin firma.

Algo extraño porque siempre tomo nota del autor de las citas que me interesan. Así que deduzco que, si aparece sin firma, igual se me ha ocurrido a mí. Y como me sigue gustando, y aún sabiendo que hay que ser muy tonto o muy arrogante para pensar haber tenido una idea original (Nihil novum sub sole y esas cosas), me la apropio.

El caso es que, si la cita es cierta, ahora este texto ya no satisfará a nadie. Ni siquiera a mí. Pero aunque la cita no sea cierta, de algo habrá servido. Habrá servido para hacerla mía. Aunque no lo fuera.

jueves, agosto 17, 2006

Flaquezas

Todos somos humanos. Lo sabemos. A todos, en ocasiones, nos puede el miedo y la vergüenza. Todos hemos sido peores personas de lo que nos gusta recordar y por eso, aún inconscientemente, embellecemos nuestros recuerdos y así podemos evocarnos mejores de lo que fuimos. Todos tenemos flaquezas y hábitos malsanos. Todos somos agua y aceite, buenos y malos, ahora y siempre. Todo el rato.

Y si no, que le pregunten a Günter Grass.

Necrológica II. Paraguay

El dictador paraguayo, Alfredo Stroessner, ha muerto. Fue responsable, entre otros, de la operación Cóndor, la siniestra alianza entre dictaduras latinoamericanas que provocó la muerte de 50.000 personas y la desaparición de otras 30.000, por lo que en Paraguay se ha abierto una nueva sima, que conduce directamente al infierno y que está empedrada de cráneos.

No sé si alegrarse de la muerte de un hijo de puta nazi me convierte en alguien sin corazón. Pero me alegro y me da igual. Un hijo de puta menos en el mundo.

Ahora, señora enlutada, a por los demás. No será por falta de trabajo, no.

viernes, agosto 11, 2006

Días

Hay días en los todo parece parte de algo armónico y feliz que vibra como un diapasón que da un tono muy bajo, justo en el umbral que no podemos distinguir, algo que notas en los huesos pero que no consigues oír, en los que un niño que no te conoce te mira con curiosidad y te gusta y aunque te sientes un poco estúpido y sentimental, piensas que no está tan mal sentirse estúpido y sentimental, en los que durante un largo rato no querrías estar en ningún otro sitio más que donde estás en ese justo momento, en los que el centímetro de espuma que cubre la cerveza tiene la densidad justa, en los que la textura metálica de la capa de aire contaminado que cubre la ciudad permite atardeceres tan afilados y azules que quitan el aliento, en los que una mujer con todos los huesos en su sitio exacto te sonríe, en los que por un momento te sientes hasta capaz de perdonar la estupidez de los demás.

Son esos días en los que nada puede haber mejor que observar a una pareja de amantes que se despiden con un beso carnoso a primera hora de la mañana en el andén del metro.

Pero hay otros días en los que te levantas ya intuyendo que sería mejor no apoyar el pie en la tarima a primera hora de la mañana, en los que en el bar te ponen el café aguado, como si no se dieran cuenta de nada, en los que, al final, te humillan públicamente y tienes que tragarte el nudo de rabia que se forma en tu garganta como si se tratara de una pastilla que se queda a medio camino, en los que piensas que el empate que consigues a veces está tan lejos como la pereza de las vacaciones, en los que sabes que te van a ganar cinco a cero y que el último gol lo va a meter la estrella del equipo contrario después de sentar en el suelo al portero, en los que te van a joder, chaval, así que buena cara y gracias señor por ser tan amable, en los que se templa tu aguante, por lo que recuerdas que Marco Aurelio decía que la vida no es para los bailarines que ejecutan gráciles pasos sino para el soldado que es capaz de aguantar las embestidas sin moverse.

Son esos días en los que nada puede haber peor que ver caer las lágrimas de un desconocido que llora en silencio y que se ha sentado justo enfrente de ti en cualquier sitio.

Hay días y hay días.

miércoles, agosto 09, 2006

Lisboa

Cada una de las piedras de las aceras de Lisboa se coloca a mano. Las aceras, como resultado, son irregulares y están llenas de pequeños montículos. Podríamos decir que la piel de la ciudad tiene arrugas. Y eso está bien.

Pero a veces se avergüenza de esas arrugas, cede a la vanidad y se esconde entre la bruma marina. Como una estrella de cine decadente, cuando exige filtros en las cámaras de televisión. Y eso también está bien.

Y las cuestas. Y el paso de los tranvías. Y los relieves manuelinos. Y las caras de los gitanos portugueses. Y el café. Y los pasteles de nata.

Pero lo mejor de todo es ir con un libro bajo el brazo a conversar con Bernardo Soares. Dicen que su conversación está llena de frases rotundas, de efecto retardado. No sé, yo lo he intentado y a pesar de estar siempre en el mismo sitio, delante del café A Brasileira, nunca dice nada. Al ser de bronce, debería hablarnos con voz de cúpula, pero inexplicablemente no lo hace. Quizá se trate de un rasgo propio de los lisboetas. El silencio propio de la saudade.

Sin embargo, yo no pierdo la esperanza. Cada vez que voy, le pregunto: Señor Soares, ¿qué tal el café negro esta mañana?

martes, agosto 08, 2006

Enfermedad I

Casi todo el mundo sabe lo que es un dèja vu. La sensación de vivir un instante ya vivido. Un instante de, digamos, presciencia: por un momento nos sentimos como si fuéramos capaces de adivinar lo que va a suceder.

Para explicar por qué nos sucede se está experimentando con un grupo muy especial, personas con una especie de dejà vu crónico. Viven el presente, teniendo siempre la sensación de haberlo vivido antes. Siempre.

Sabemos que, en realidad, el tiempo no transcurre. Es nuestra percepción la que lo hace fluir. Así que, poniéndonos escolásticos, estas personas viven en el futuro. No hace falta decir que me gustaría conocer a alguien con esa disfunción cerebral.

Más que nada para saber la cara que tuvo el oráculo de Delfos. Y para que me cuente qué ve cuando me mira. Y de qué me conocía antes.

viernes, agosto 04, 2006

Caida

Como en un jardín inclina la amapola su tallo, combándose al peso del fruto o de los aguaceros primaverales, de semejante modo inclinó el guerrero la cabeza que el casco hacía ponderosa.

La Ilíada.

Un guerrero muere. La coraza horadada por una lanza. Y ya descoyuntado, cae al suelo sin vida. Una flor vencida por el peso del agua. Belleza oriental en los alrededores de Troya.

miércoles, agosto 02, 2006

Camelo

La muerte no es nada, apenas un escalofrío aterciopelado y blanco. Lo sé porque a mí me sucedió y no fue para tanto. Lo que pasó después fue que simplemente desperté en mi cama de siempre, en mi apartamento de siempre y seguí haciendo la vida de siempre. Como aún sigo haciendo. Me levanto, desayuno, me afeito, me ducho, maldigo el trabajo que me hace madrugar, sueño con las vacaciones, cojo un metro atestado de gente, llego a la oficina y me pongo a rellenar los informes que pagan mi nómina. No es un trabajo complicado y, además, llevo tanto tiempo haciéndolo que se me da bastante bien.

Ahora soy el único que lleva tanto tiempo aquí como para acordarse de cuando esta oficina era un lugar bullicioso. Recuerdo que lo era. Pero las restricciones de personal han hecho que cada vez quede menos gente trabajando aquí. El silencio me gusta, así que yo la prefiero ahora. El silencio me acompaña y me hace sentir protegido.

El único problema es que con tan poca gente, muchas veces tengo que hacer horas extras y llevo ya bastante tiempo, no recuerdo exactamente cuánto, sin vacaciones ni días libres. Trabajando todos los días en esta oficina casi vacía.

Pero ya digo que la muerte no es nada.

Y el infierno: un camelo.

martes, agosto 01, 2006

Jano

Jano, el dios romano, sin equivalente en la mitología griega, el dios que dio nombre a nuestro mes de enero, el dios de las puertas, de los comienzos y los finales, el dios bifronte, el dios de las dos caras, me habló el otro día y me dijo que no entendía como lo habíamos olvidado.

Me dijo que la humanidad era como él. Principios y finales. Puertas que se abren todo el tiempo hacia caminos que no conocemos. Encrucijadas. Cadenas de azares. El universo desgajándose todo el tiempo en infinitos universos, cada uno de ellos una posibilidad diferente.

Lo noté triste.

Yo le dije que lo sentía, que llevaba razón, que deberíamos haber seguido conservando el culto. Que era triste que los antiguos dioses murieran en silencio. Pero que no había nada que hacer. Que lo sentía, pero que no había nada que hacer.

Las horas que están limando los días. Los días que están royendo los años.

viernes, julio 28, 2006

Muñones

Cuando Andrés descubrió que los clásicos de aventuras que había creído leer en su niñez eran versiones especiales, simples adaptaciones para niños, ya era demasiado tarde. Se le había pasado la edad de disfrutar con los libros de aventuras. Todavía ahora se siente traicionado.

Pero qué grande fue leer de un tirón La Isla Misteriosa de Julio Verne.

A pesar de estar leyendo un libro mutilado, no se cansó en toda la tarde de acariciar aquellos muñones.

jueves, julio 27, 2006

Duelo

Una de las escenas de duelo más emocionantes que recuerdo haber visto en una pantalla sucede en "De aquí a la eternidad" de Fred Zinnemann, esa película que narra las vidas de unos soldados en Hawaii justo en los meses anteriores al ataque a Pearl Harbor.

En ella, el personaje que interpreta Frank Sinatra muere debido a las palizas del sargento encargado de su custodia en la cárcel militar y Monty Clift toca silencio con la corneta en memoria del amigo muerto.

A quien no se le erice el vello cuando vea esa escena, debería buscarse el pulso. Igual está muerto y no se ha dado cuenta.

Pasa mucho.

miércoles, julio 26, 2006

Pacto

Hice un pacto con el diablo. Un buen día se me apareció en un sueño y me prometió fama y fortuna si yo le dejaba mi alma en un depósito a largo plazo que pudiera cobrar cuando me muriera. Y acepté.

Ahora estoy enfermo y aunque ya no recuerdo exactamente las condiciones del contrato, seguro que encuentro algún resquicio para evitar cumplir mi parte. No es agradable reconocer que no se es un hombre de palabra, pero mucho peor es condenarse para toda la eternidad.

Para algo soy secretario del colegio de notarios de Soria.

lunes, julio 24, 2006

Baena

¿La belleza está perdiendo su sitio?

R. La belleza es la vida, con toda su complejidad. Hasta los basureros con las gaviotas pueden ser bellos. Esa terrible imagen de las gaviotas... Antes eran unos seres que se identificaban con la belleza del mar y ahora se han desplazado hasta la basura. Puede cambiar el sentido que teníamos de la belleza, pero hay hermosura en cualquier cosa, por humilde que sea.

De una entrevista en El País a Pablo García Baena.


(...)

Pero sí, soy mayor
y amo aun lo que apenas si recuerdo:
la madrugada alta y su ginebra,
la nuca que termina en rizo último
entre mis dientes,
despertar con el alba y con el miedo
de no saber quién duerme entre las sábanas,
la ola blanca y fría dejándome en el cuerpo
la escarcha de los christmas,
su ventura augural del año nuevo.
Y a la mañana al sol, junto a la barca,
leer el mismo libro de mis días.

Edad. Pablo García Baena


Las gaviotas sobre el vertedero. El rizo entre los dientes. Dos imágenes y un homenaje mínimo a un viejo. García Baena. 83 años.

Ya me gustaría, ya.

viernes, julio 21, 2006

Necrológica I. Camboya

El líder del movimiento Jemer Rojo, Ta Mok, ha muerto. Fue responsable de la muerte de casi dos millones de personas durante los años 70, por lo que en Camboya se ha abierto una nueva sima, que conduce directamente al infierno y que está empedrada de cráneos.

No sé si alegrarse de la muerte de un hijo de puta me convierte en alguien sin corazón. Pero me alegro y me da igual. Un hijo de puta menos en el mundo.

Ahora, señora enlutada, a por los demás.

No será por falta de trabajo, no.

jueves, julio 20, 2006

Suicidio II

Hace falta valor para ser contrario a los nazis en la Hungría de la II Guerra Mundial y contrario a los comunistas en esa misma Hungría después de ser liberada por los soldados rusos. Hace falta valor para amar a la misma mujer, Lola, durante sesenta años. Valor para hacer los bártulos con casi cincuenta años e irse a Estados Unidos: un país infantil para alguien que se había criado en la refinada cultura centroeuropea de entreguerras.

Y sobre todo, hace falta mucho valor para pegarse un tiro con 89 años. Mucho valor porque los viejos se aferran a la vida con pasión. Hay que estar hecho de una pasta especial para irse elegantemente cuando se sabe que, después de una vida plena, la enfermedad te confina al hospital y a la dependencia. Parece fácil, pero no lo es. Supongo que muchos de los que estamos lejos de esa edad hemos pensado alguna vez que haríamos algo así si nos enteráramos de que tenemos una enfermedad incurable. Pero una cosa es pensarlo y otra hacerlo. Y con un tiro, además. Nada de barbitúricos. Coger una pistola, cargarla, apoyarla contra la cabeza y despedirse del mundo con estilo.

Pero creo que valor no le faltó nunca a Sándor Márai.

Ni talento literario tampoco.

lunes, julio 17, 2006

Steiner

Hay una especie de ventaja contradarwiniana en la multiplicidad de las lenguas: es la riqueza adaptativa de la humanidad. Asimismo, planteo la hipótesis de que ahí donde la vida material es muy pobre, las lenguas son de una riqueza prodigiosa, como la de los bosquimanos de África del Sur que cuenta con 25 subjuntivos (...)

George Steiner, de una entrevista en "El Cultural"

La pobreza material y la riqueza de la lengua en relación inversamente proporcional: una ventaja contradarwiniana. O sea, según el maestro, la evolución ha respondido en Suráfrica ofreciendo más herramientas para la imaginación que en otros sitios donde la realidad es más amable.

Curioso, ¿no?

sábado, julio 15, 2006

Crisis

Últimamente Andrés anda un poco descolocado con respecto al trabajo. Se preguntaba si tenía sentido lo que hacía. ¿Para qué servían todas estas horas delante de la pantalla del ordenador?. Y eso que siempre había conseguido no centrar su vida en el trabajo, ese lugar donde la envidia es el sano combustible que pone la maquinaria a funcionar.

Casi estaba seguro de estar pasando la crisis de los 30 (o la de los 40, ventajas de estar a medio camino). Así que empezó a darle vueltas a la idea de que quizá los libros de autoayuda fueran la solución. De hecho, tenía un amigo que después de leer la última novela de Paulo Coelho había conseguido una sonrisa beatífica exactamente igual que la de un subnormal que solía mirar mientras jugaban de pequeños.

Eso debía ser la felicidad.

jueves, julio 13, 2006

Digestión

“—Lo poético —dijo— es que las cosas salgan bien. Nuestra digestión, por ejemplo, que camina con una normalidad muda y sagrada: he ahí el fundamento de toda poesía.”

"El hombre que fue jueves". Chesterton

La digestión y la poesía, caminando de la mano con una normalidad muda y sagrada. Tiene gracia. Chesterton nos enseña una vez más que el humor y la literatura no sólo pueden ir juntos, sino que deben hacerlo, incluso a despecho de esos señores tan serios que sólo saben hablar de literatura como si fuera una penitencia. Bah.

martes, julio 11, 2006

Correo

Hace un tiempo recibí un correo electrónico con una foto de una chica rusa preciosa en el que, sin conocerme, se dirigía a mí en términos muy cariñosos. Como a mí este tipo de cosas no suelen sucederme, el correo me hizo mucha ilusión, la verdad, y durante días estuve dándole vueltas a la idea de contestarle. Aunque no soy imbécil y sabía que debía tratarse de una confusión, me resistía a dejar pasar la oportunidad. Al fin y al cabo, si el azar había puesto a mi alcance una preciosidad así, quizá fuera una estupidez dejarlo correr, así que, a pesar de pasar toda aquella semana con dudas, al final me decidí a escribirle un breve correo en el que le contaba un poco quién era yo y en el que me interesaba por ella, haciéndole preguntas sobre su vida. Pensaba que, como la gente tiende a estar más que dispuesta a hablar sobre ella misma, recibiría algún tipo de respuesta, pero durante días estuve esperando para nada.

Me decidí entonces a escribirle una segunda carta. Una segunda carta sin haber recibido respuesta a una primera es una jugada a vida o muerte. Si no consigues una respuesta en el segundo intento, puedes ir eliminando la dirección de correo, por lo que durante una semana completa no tuve otra cosa en la cabeza. El esfuerzo mereció la pena. Al final, todo hay que decirlo, me quedó bastante bien: una carta no demasiado larga, intensa y sincera.

Lo que pasó después fue que a partir del momento en el que pulsé el botón de envío, durante días no hice otra cosa que comprobar mi bandeja de entrada como un obseso. Pero es que aquella chica era realmente guapa. Seguro que al principio lo pasaría mal hasta acostumbrarse al clima y a estos horarios de locos, pero parecía tener una mirada inteligente, por lo que estaba seguro de que no tendría problemas de integración. Además, sabía español y seguro que siendo rusa, era ingeniera o algo así, algo que le permitiría ganarse bien la vida en España. Puede ser que Rusia hubiera sido un gran país en otros tiempos, pero ahora era un país miserable y tenía un clima horrible. España era, sin duda, la mejor opción: cualquiera en la situación de Nadia estaría encantada.

Por fin, un día la bandeja de entrada mostró el mensaje que esperaba: Bandeja de entrada (2), dos correos electrónicos sin leer. Seguro que, al fin, Nadia se había decidido a contestarme.
Pero, ahora, dos meses después, sé la verdad. En realidad, sólo fueron los primeros de los varios cientos que recibí y en los que se me ofrecía un aumento de pene.

Y de Nadia nunca volví a saber.

lunes, julio 10, 2006

Mister T (homenaje)

En las comunidades subterráneas las cosas son de otra manera. La falta de luz solar y los sedimentos de sobras han acabado por cambiar a la gente.
Así que emergen de vez en cuando, pálidos y con las venas azules transparentándoseles a través de la piel y toman una habitación en el hotel Chelsea o se dirigen a tiendas cercanas en las que, en lugar de comprar material de espeleología, tan práctico para mejorar sus condiciones de vida, se limitan a comprar loros por el mero placer de soltarlos y verlos volar, libres y verdes. Otra costumbre que tienen es celebrar sus cumpleaños en la superficie, siempre en el mismo sitio y con el mismo ritual hasta que se cumple la hora de marcharse. Me consta.

Estos habitantes sumergidos son esquivos y desaparecen con facilidad, aunque siempre se queden cuando pueden cazar una buena conversación; son extraños y líricos porque dicen cosas que no tienen sentido para nosotros como “la oscuridad es maternal” o “la esencia está debajo”; son subversivos y subterráneos y cargan sus baterías en las líneas de energía del metro. Son, en definitiva, los conocedores de una ciudad secreta que no podemos ni imaginar.

Pero de todos ellos, de todos los habitantes del subsuelo que conozco, el que más aprecio, al que le tengo más cariño, es, sin lugar a dudas, Mister T.

viernes, julio 07, 2006

Cabo

¿Cómo es posible que el desierto esté lleno de cantos rodados, que, como todos sabemos necesitan del agua (que los rueda) para convertirse en lo que son?
¿O que tenga ese atardecer rojo, que oscurece el ocre de la tierra y los arbustos y los cactos fortificados?. La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo. Arde la playa al sol del poniente (directamente desde mis recuerdos pop).

La pureza de las líneas convierte los paisajes en imágenes en una pantalla de alta definición. Y el mar, paciente y confiado, muriendo en su cama después de recibir los sacramentos, como un hidalgo cristiano y en paz, acabando su vida en la playa sin ruido ni alharacas. Como un señor. Como a mí me gustaría hacerlo.

Escarabajos y arena sembrada de restos de plantas marcianas. Calor. Construcciones blancas de bordes redondeados, casi incrustadas en el paisaje, con jardines de chumberas y pitas. Aljibes para la sequía. Montañas en ropa interior (arbustos y chumbos, pitas y palmitos).

Eso es el cabo.

miércoles, julio 05, 2006

Ansia

De todas las frases que había conseguido escribir ayer, sólo una había permanecido. Como un madero emergiendo en la playa después de un naufragio desastroso.

Cabalgar el ansia. Esa era la frase. Cabalgar el ansia.

Le daba vueltas y no conseguía imaginarse por qué se le había ocurrido ni tampoco por qué no conseguía olvidarla.

Ansia. Asian. Nasia. Sania. In-sania.
Cabalgar. Cab-algar. Rabal-cag.

Quizá, tal y como cree la cábala, el mundo encuentre su sentido en los anagramas y las permutaciones de letras. Quizá todo esto no sea más que la expansión del aliento de Dios, que continúa, aún hoy, diciendo las palabras seminales que crearon este laberinto.

Un sitio donde a veces, sin embargo, damos con una combinación de letras que ilumina temporalmente el paisaje con una intensidad rara. Como la de una subida de tensión de la compañía eléctrica, capaz de fundir los focos halógenos, y reventar las pantallas de los televisores.

lunes, julio 03, 2006

Estampas

En el terrario pudo ver por primera vez a aquellos insectos translúcidos. Se habían vuelto transparentes y ciegos en las cuevas en las que vivían. Habían perdido la capacidad de volar o de nadar y su tamaño había aumentado.
Aquellas escolopendras mutantes lucían un cuerpo en el que, con la luz adecuada, se podían apreciar los fluidos circulando de arriba a abajo. Como cápsulas de neón nocturno. Como en esas imágenes aceleradas de los coches circulando por la noche. Así que pensó que estaría bien que al final fuéramos todos como ellas: translúcidos.

En el vertedero las gaviotas sobrevolaban la montaña de desperdicios buscando algo comestible. Como nosotros, se habían equivocado cambiando de dieta: del pescado fresco a los restos de pizza industrial.
Pero allí, mientras contemplaba la basura, pudo ver como las gaviotas se cortejaban unas a otras aprovechando las corrientes de aire caliente producto de la descomposición. ¿Acaso era aquel menos amor por suceder en el vertedero?.

viernes, junio 30, 2006

Chino

En 1669 John Webb (An histórical essay endeavouring the probability that the language of the empire of China is the primitive language) avanza la idea de que Noé hubiera llegado con el Arca a China y se hubiera establecido allí después del Diluvio, de donde se deduciría la primacía de la lengua china. Los chinos no habrían participado en la construcción de la Torre de Babel, no se habrían visto afectados por la confusión y además habrían vivido durante siglos a salvo de las invasiones extranjeras, conservando de este modo su patrimonio lingüístico original.

La búsqueda de la lengua perfecta. Umberto Eco

Un texto la mar de sugestivo. El larguísimo título, tan propio de la época; la idea del chino como el idioma original de la humanidad, cedido por Dios a los hombres y la imagen del Arca de Noé reposando después del diluvio en una duna del desierto de Gobi no acaban de irse de mi cabeza.

Así que me he dicho: en lugar de en mi cabeza, lo voy a transcribir a mi memoria externa. Este blog, entre otras cosas.

martes, junio 27, 2006

Ámbar

Seguía el rastro químico de las exploradoras de la colonia moviendo coordinadamente las seis patas, una pequeña mota sobre aquellas troncos de helecho, metros y metros de arbustos húmedos. Pero a la vuelta de una hoja, una araña había tendido su trampa y se vio atrapada en ella.
Se dio cuenta de que iba a morir allí y aunque no le importara mucho, se debatió con aquel hilo pegajoso. El cerebro siempre intenta permanecer, por insignificante que sea su tamaño.
Sin embargo, aquel esfuerzo final sólo consiguió enredarla más en el hilo y alertar a la araña, que se puso en camino descolgándose desde un poco más arriba. Ahora sí que había llegado el fin, pero qué más daba: ni todas las arañas de aquel bosque podrían acabar con sus seis millones de hermanas.

Y entonces una gota de resina cayó del árbol en el que se encontraba y las atrapó a ambas, que murieron de asfixia.

A partir de aquel momento, el tiempo hizo lo que sabe hacer como nadie: pasar. El tiempo convirtió esa gota de resina en un fósil, acabó con los helechos y con los grandes árboles de la zona, movió de sitio los continentes, hizo avanzar el hielo, hizo avanzar el desierto, hizo que una especie de monos se pusiera de pie, que más tarde esos monos, ya sin pelo, crearan ciudades e imperios y que descubrieran muchas de aquellas gotas de resina, duras y quebradizas. Una civilización que había surgido a orillas del Mar Egeo le puso el nombre de élektron, otra que nació en los desiertos de Arabia le puso el de ámbar, lo que flota en el mar.

Y ahora, esa gota, con la araña y la hormiga en la misma posición en la que quedaron después de intentar librarse de aquella sustancia pegajosa 100 millones de años atrás, unida a una cadena de plata, está tocando la garganta de una mujer.

Lo que, teniendo en cuenta los apenas 80 o 90 años de paréntesis de la vida humana, no deja de tener su gracia.

viernes, junio 23, 2006

Arriba y abajo

Arriba
Vayamos a contemplar el espectáculo. Nos situaremos justo en el borde, con cuidado de no molestar que ya sabes que a él no le gusta nada que nos inmiscuyamos en sus funciones. Después de tanto tiempo esperando, creo que nos merecemos una entrada en primera fila, aunque eso suponga arriesgarnos a una reprimenda o a algo peor. Algún tipo de reconocimiento por todo el trabajo. Algo de gratitud, al menos, dijo A.

La resurrección de los muertos siempre ha sido lo más importante, estoy de acuerdo, el evento que lo justifica todo, pero la excitación de la función no debería hacernos olvidar lo que le pasó a Luzbel hace apenas algunos miles de millones de años, dijo B.


Abajo
Ya sé que los hombres vigilan a sus hijas para que no pueda conseguir lo que me propongo. Pero no se dan cuenta de que no es culpa mía, es mi naturaleza la que me empuja a hacer estas cosas. Justo para eso estoy en el mundo. En realidad, recuerdo cada hijo concebido con ellas, cada uno de sus rostros se me aparece en sueños. Pero no me creen porque soy un íncubo, aunque yo no tenga la culpa.

Quizá tenía que haber hecho caso a Gabriel, pero desde que aquel doctor Fausto consiguió engañarle, el jefe se ha vuelto muy suspicaz y no es nada fácil salir de aquí abajo.

jueves, junio 22, 2006

Intimidad

Intimidad: del latín intimus, -a, -um. Con significado etimológico “recóndito, que está en el fondo de algo, situado en lo más interno”.

Según parece, la intimidad es algo que está en el fondo de nosotros, tal y como ya sabían los latinos, por lo que para encontrar un yacimiento y explotarlo, los científicos recurren a las habituales técnicas de prospección: sondeos electromagnéticos, estudios sísmicos y mapas. Más tarde obtienen un registro geológico del corazón y después de un estudio minucioso de sus estratos, intentan predecir dónde encontrarla, algo que pueden hacer porque saben que es más probable hallarla en combinación con ciertos tipos específicos de sentimientos. Como cuando los rastros de petróleo indican la existencia de gas natural.

Según las publicaciones científicas del ramo, la intimidad suele presentarse entre la amistad y la comprensión, aunque a veces se puedan encontrar bolsas aisladas en otros lugares, como cuando la encontramos mezclada con el deseo. En cualquier caso es fácil de identificar porque responde a la prueba del silencio. Si dos desconocidos, después de aspirar una muestra, son capaces de estar en silencio durante más de cinco minutos, podemos pasar a la explotación del yacimiento.

Para explotar las reservas habrá que tener en cuenta que el principal problema de este gas es su extremada volatilidad, por lo que la técnica habitual es construir un conducto entre el corazón y las manos para consumirla a medida que se extrae. Las manos podrán acariciar o acompañar, abrazar o apoyar pero es recomendable hacer algo con ellas. En caso contrario, puede ocurrir que la concentración de intimidad acabe alcanzando las condiciones de presión y temperatura necesarias para provocar una implosión del corazón.

Que, como todos sabemos, a pesar de haber pasado las mismas pruebas de resistencia y seguridad que un reactor nuclear, no deja de ser una máquina falible en la que una mínima grieta puede acabar provocando un desastre.

martes, junio 20, 2006

Bukowsky

A veces leemos algo que sale de las tripas de un borracho apoyado en la barra de un bar de alterne, alguien que fuma y fuma y fuma, y bebe y bebe y bebe, y cuando pierde la lucidez necesaria para seguir escribiendo, para seguir poniendo una palabra detrás de otra, va al servicio, saca una papelina, se pone una raya sobre un espejito pequeño que siempre va con él, con cuidado de no tirarla, con la absurda concentración de los drogados, tan sólo para conseguir recuperar el control de sus propias manos y seguir así añadiendo capa de mierda tras capa de mierda sobre un papel en blanco, manchado de ceniza y whisky. Sí señor, con la dignidad de los destrozados y de los malheridos, de los que miran su propia autodestrucción como Nerón miraba Roma en el incendio, gente capaz de arder durante tres días seguidos si decidieran quemarse a lo bonzo. Jodidos pero poéticos en su caída.

Y cuando leemos eso que el borracho ha escrito, nos sentimos como si nos hubieramos estragado el estómago a base de ansiolíticos que se terminaron ayer y que no podemos reponer porque cuando intentamos pedir cita con el psiquiatra, el muy cabrón se ha largado a la playa con su secretaria veinte años más joven.

Así que nos decimos: recuérdate a ti mismo no volver a leer ni a Bukowsky ni a ninguno de esos mamones agazapados detrás de una máquina de escribir que sólo quieren exorcizarse en los tramos de lucidez que les dejan las drogas. Recuérdate que de un estómago así sólo puede surgir ácido clorhídrico.

Y aún así, vamos y los leemos y además nos gusta. Me pregunto si no será que en el fondo a todos nos fascina la contemplación del sufrimiento.

lunes, junio 19, 2006

Humor

—¿Todavía quieres ser escritor?
—Claro. ¿Y tú qué?
—También —contesté—, pero es bastante desesperanzador.
—¿Quieres decir que no eres lo suficientemente bueno?

—No, son ellos los que no son suficientemente buenos.

Bukowsky. En la senda del perdedor.


Todos los intelectuales hemos soñado con marcar un gol, pero no he conocido a ningún futbolista que sueñe con escribir el Ulises de James Joyce

Gonzalo Suárez.


Las citas le parecían divertidas. Claro que en el humor y en las perlas, las capas externas más brillantes tan sólo están ahí para recubrir una partícula muy densa y muy oscura.

Normalmente de mierda, claro.

viernes, junio 16, 2006

Análógico

Andrés llegó a la conclusión de que su cabeza funcionaba como una antigua televisión analógica. Se había decidido por las televisiones analógicas porque le parecían más humanas, con barriga y todo, y no como esos nuevos ingenios fríos que nos miran desde el centro del salón. Unos aparatos que no podían dejar de recordarle a esos ejecutivos, tan bien formados, con tanta educación y buenas maneras, que corrían todos los días 9 kilómetros sin fallar ni uno, delgados y con gafas de montura metálica pero que no movían una sola ceja al provocar una hambruna en Guatemala por un clic que hacía descender en picado el precio del café. Por ejemplo. Esos admirados contribuyentes a la cuenta de resultados.

Ese era uno de los motivos por el que se había decidido por la televisión analógica. Otro era el tubo de rayos catódicos y su haz de electrones a toda velocidad. El haz funcionaba de izquierda a derecha y de arriba abajo iluminando un punto cada vez, pero tan rápido que pensábamos estar viendo, digamos, a Mario Alberto Kempes gambeteando en una cancha argentina de fútbol del mundial 78 aunque en realidad esa imagen la compusiéramos nosotros en el cerebro, igual que hacemos con las de la realidad. Porque al ojo humano le pasa lo mismo: sólo es capaz de enfocar una pequeña ventanita del mundo, pero lo hace tan rápido que luego el cerebro se encarga del resto del trabajo.

Pero quizá el motivo más importante fueran las interferencias. ¿Quién no ha sentido más de una vez que el canal de nuestra memoria está mal sintonizado y que el ruido electrónico llena de nieve aquel momento que pensamos no olvidar nunca?

jueves, junio 15, 2006

Inyección

Hoy Andrés necesitaba una inyección. Cuando había pensado en ello, se había sentido un poco raro: como un diabético o un adicto y a nadie le gustaba sentirse así, pero la verdad es la verdad. Hoy necesitaba una inyección.

Así que ha subido a la cuarta planta del lugar donde se encontraba y se lo ha dicho a la gente que estaba allí con él y al rato estaba mucho mejor. Las nubes negras de su cabeza se habían esfumado. Concretamente, barridas por la alegría inducida que provocan las buenas inyecciones. Se había llenado de calma y de paz.

Pero lo mejor es que aquel género no tenía efectos secundarios, la inyección era sólo de ánimo.

Pero qué calidad, la del animo que había conseguido pillar.

lunes, junio 12, 2006

Frio

Cada noche, cuando llego a mi habitación, me desvisto con cuidado empezando por la parte superior del cuerpo: me despojo de la camisa o de la camiseta, a continuación me quito los zapatos y los calcetines y más tarde los pantalones. Entonces, desnudo, me meto en la cama, y cuando siento que me estoy durmiendo, me duermo.

A veces, sólo a veces, me acuerdo de pedir buenos sueños al señor que gobierna ese reino. A veces me los da y a veces me da algunos de los que no sabría decir si son buenos o malos.

En el de ayer todo estaba inundado de una luz muy clara de color azulado y mi cuerpo ya no estaba ahí. Mis brazos, mis piernas, mi nariz, todo había desaparecido, pero no me encontraba extraño; al revés, de alguna manera sentía que había vuelto al estado del que todos partimos. Me sentía duro, brillante, con aristas. Mineral. Me sentía poderoso. Y frío, también me sentía extrañamente frío.

Cuando había pasado algún tiempo, (o no, ¿quién sabe? el tiempo en los sueños es una cosa bastante extraña), conseguí escuchar:

-Me parece una idea preciosa, María.
-Sí, la verdad es que es mucho mejor que tenerlas metidas en una urna que luego no sabes dónde poner.
-Además es poético pensar que así lo llevas siempre cerca del corazón.
-Y bonito, además, es bonito. Y el joyero lo ha engastado en un collar tan delicado...
-¿Tienes la tarjeta de la empresa que te lo ha hecho?
-Sí, claro, ahora te la busco...
-Es que de verdad que me parece un idea preciosa convertir las cenizas de tu marido en un diamante.

Entonces desperté. Y tuvo que pasar un buen rato antes de volver a escuchar a mi corazón bombeando sangre y volver a tomar conciencia de mi cuerpo.

Creo que me gustó ser un diamante. Pero no lo recuerdo bien.

martes, junio 06, 2006

Trucos

Andrés recordaba bien la vez que había visto a aquel mago manco en televisión. Por su culpa, pasó interminables horas aprendiendo a cortar la baraja con una sola mano, algo que le llevó mucho tiempo porque nunca había sido especialmente hábil con las manos; una de esas cosas que solía envidiar en los demás. También recordaba los trucos de cartas, claro. El mago aquel los hacía con una lentitud exasperante. Decía: "No se puede hacer más lento". Y ponía su única mano a trabajar.

Además, siempre le había gustado la sensación de no estar pisando en firme cuando veía un buen truco, esa capacidad de los magos de hacernos dudar de la realidad.

Así que tenía que haber estado prevenido. Prevenido porque a veces acabamos por descubrir cosas que realmente hubiéramos preferido seguir ignorando. Y ya era tarde, claro.

Le había contado alguien que tenía un amigo mago que los que se dedican a eso se venden los trucos unos a otros.

Y que no descubrir el truco forma parte del contrato.

lunes, junio 05, 2006

Vanidad

Salió indignado de la habitación dando un portazo. Su mujer se había empeñado en arreglarse las tetas en el cirujano plástico y por mucho que intentaba convencerla, no conseguía hacerla cambiar de opinión. Le dijo que a él le gustaban tal y como estaban, le habló de la dictadura de la moda, incluso (siendo cruel, pues sabía lo aprensiva que era su esposa) le recordó el peligro que entrañaba una operación que, aunque menor, había que realizar con anestesia total.
Pero ella estaba empeñada en hacerlo. Para sentirse más atractiva, para escamotear cinco años más al tiempo. Si las reglas lo permitían, por qué no pedir una prórroga en el juego, la primera y la última, decía ella. Y por supuesto que le provocaban mucha aprensión las mujeres mayores sin arrugas, todas tan parecidas, con esas bocas recauchutadas de pescado muerto, faltaría mas. Qué te has creído que pretendo hacerme.

Aunque a él lo que realmente le había molestado, lo que le había hecho salir hecho una furia de casa fue que se atreviera a comparar la operación con su último libro. Cierto es que había tenido que pagar él la edición en una de esas empresas que editan a medida, y también lo era que no habían salido baratos aquellos 2.000 ejemplares que había encargado, pero él no tenía la culpa de que las editoriales hubieran dejado hace tiempo de interesarse por la buena literatura. Simplemente su estilo no era lo suficientemente comercial para el mal gusto generalizado. Pero él sabía que era un buen escritor, aunque las modas y el marketing se empeñaran en negárselo, así que se había gastado parte de los ahorros en editar su novela. ¿Qué había de malo en eso?, y además, ¿qué tenía que ver una cosa con la otra?

Cuando se levantó hecho una furia y dió el portazo, su mujer estaba diciendo no se qué de la vanidad.

Vanidad. Hay que joderse.

jueves, junio 01, 2006

Gamma

La naturaleza parece indicar que los acontecimientos simultáneos son imposibles. Por eso, nadie se acababa de explicar cómo era posible que, gracias al invierno templado y a la lluvia justa, en un atardecer cárdeno y pulido, en el que la propia naturaleza parecía contener la respiración, exactamente 586.023 crisálidas de mariposa gamma eclosionaran a la vez. La eclosión liberó un ejército de polillas que, envalentonado por su propia biomasa, luciendo con orgullo la letra gamma de sus alas, se atrevió a cruzar el estrecho de Gibraltar, sembrar de huevos todo el sur de la Península y colonizar Madrid.

Ahora revolotean en torno a la luz como los adictos revolotean alrededor de los camellos. Nadie entiende muy bien qué quieren o por qué están aquí, pero a mí me hace sentir mejor pensar que quizá la belleza sea un ejército espasmódico y volante de letras griegas.

lunes, mayo 29, 2006

Parásito

Hace tiempo que sé que mi estómago cría un parásito que se alimenta de libros. Cuando era joven y el parásito apenas tenía algún año, gustaba de las encuadernaciones en pasta dura y coloreada propias de los años setenta. Más tarde empezó a devorar novelas policíacas en ediciones baratas, clásicos del terror y el misterio y novelas fugazmente eróticas en las que me obligaba a marcar los pasajes más tórridos doblando la página. No sé por qué me obligaba a hacer aquello, la verdad, si el que acababa masturbándose con aquellas páginas llenas de encuentros mojados era yo. Pero el parásito siempre ha tenido vida propia y nunca me ha consultado las decisiones que ha tomado.

A medida que el tiempo fue pasando, el organismo, al igual que su anfitrión, se fue volviendo cada vez más sibarita. Cuestión de edad, supongo. Y así, de la misma manera que yo aprecio mucho más el foie de oca regado con vino blanco francés que el paté de cerdo, el parásito empezó a encontrar trucos en novelas que antes le habían parecido aceptables; la carne de vacuno argentina tuvo su correlato en la metaliteratura y en los clásicos; el vino de reserva en el ensayo y la crítica literaria; el whisky de malta en la poesía.

Ahora paso tanto tiempo mirando la sección de delicias del supermercado como espigando títulos en catálogos editoriales.

Definitivamente, todo era mucho más fácil antes.

Y más barato.

miércoles, mayo 24, 2006

Vejez de Lope

Una vez más, salió a contemplar el huerto. Aquel rayo había acabado con el manzano, la niña de sus ojos en el pequeño jardín de su casa. Parecía que el destino se estaba cebando en él. Ahora que (ya viejo y sin atractivo, con lo que había sido para las mujeres) su único consuelo era la jardinería y ver crecer las flores, ahora esto.

Recordaba una ristra de margaritas blancas enredadas en el pelo de Elena (Elena, siempre Elena, 50 años después, todavía Elena). ¿Cómo pudiste hacerme aquello?, ¿cómo pudiste abandonarme, dejarme por otro, a mí que sembré el mundo de versos en tu honor?. Maldita arpía sin corazón, bacante desalmada. Puta.

Pero cómo no acordarse de tu piel morena, de la sombra de bozo que oscurecía graciosamente tu labio superior, de tus ojos negros, de tu cuerpo flexible y delgado como un junco, de los huesos de tus caderas que dejaban aquel hueco donde me gustaba posar la lengua. De tus recovecos. De aquellas axilas y corvas que me gustaba besar sin prisa. ¿Cómo no hacerlo?. Ahora que todo ha pasado, ahora que hace tanto tiempo que todo ha pasado, recuerdo mejor tu cara que la de la última mujer que pasó por mi cama. Tu recuerdo permanece, Elena.

Igual tengo suerte y vuelvo a verte en la otra vida. Mi amor.

lunes, mayo 22, 2006

Pellejo

Andrés no sabía por qué hoy tenía encajados en la boca del estómago ciertos presentimientos funestos. Sería la astenia primaveral o el calor inesperado, se dijo. Sería lo que fuera, no lo sabía. Pero la sensación de no encontrarse a gusto en su pellejo le llevaba acompañando desde que se había levantado por la mañana. Le daba la impresión de que hoy le quedaba un poco grande.

Si fuera una serpiente, me daría exactamente lo mismo, reflexionó, se cambia de piel y fuera, pero es que voy a tener que aguantar con el mío y espero, además, aguantar durante mucho tiempo. Así que decidió ir a una clínica de cirugía estética para que le recortaran lo que sobraba.

Siempre sale más a cuenta modificar la cubierta de las cosas que andar trasteando en la maquinaria.

jueves, mayo 18, 2006

Felicidad

Dicen que la clave para pasar por el mundo con algo de conciencia (conciencia de que estamos pasando por él: la felicidad posible) es vivir el momento presente, disfrutarlo y sacarle el jugo como si se tratara de una naranja que te metes en la boca y de la que escupes los restos (la piel blanca y áspera, las pepitas, lo que sobra, lo demás) después de sacarle todo lo que puedes. Advertir esos momentos en los que no nos cambiaríamos por nadie.

Dicen también que la felicidad a la que podemos aspirar debe ser vacía y blanca, desnuda y despojada de apetitos. Serena. Nada pierde quien nada espera.

Qué raro que a ambas cosas se las pueda llamar de la misma manera, ¿no?

miércoles, mayo 17, 2006

Gusano

Según una de esas notas al pie que son la hojarasca de la historia: La imagen de la conciencia como un gusano que roía el interior del hombre era frecuente en los escritos religiosos de la segunda mitad del siglo XVI español.

Lo que no deja de ser curioso porque, según aprendimos (pobres y culpables niños educados en la cultura católica), era nuestra conciencia la que nos impedía ser como los animales. Y por lo visto era un gusano que nos devoraba.

No sé por qué, pero no me sorprende.

viernes, mayo 12, 2006

Flujo de conciencia

Qué bueno ser bueno y mirar con ojos de amor a todo el mundo, aunque los demás sean unos grandísimos hijos de la gran puta y en realidad estemos aquí, todos caminando ciegos sin vernos y todos seamos islas y tienes suerte si perteneces a un archipiélago y no eres una miserable y triste isla aislada, desforestada, sin vegetación y sin caza, en la que los indígenas han sido tan estúpidos como para emplear todas sus fuerzas en esculpir unas gigantescas y extrañas cabezas.

Quién comprende, además, la disociación del mundo, quién no aprecia este torbellino, esta gigantesca estructura, este sistema que llamamos realidad en el que acaban de descubrir una nebulosa que tiene forma de doble hélice de ADN, y qué me estáis contando: una inteligencia creadora capaz de atender a los pequeños detalles, que pensó hasta en la nebulosa con la estructura de la vida, debe ser fantástico ser Dios omnipotente y divertirse.

Y qué me dices de este procedimiento casi surrealista de dejar que fluyan las ideas sin ponerles cortapisas y escribirlas sin pensar en la corrección, ni en el estilo, sin introducir diálogos pretendidamente naturales y frescos, intentando lo único que podemos hacer: pensar que si pudiéramos escribir el relato secreto que lo controla todo realmente encontraríamos un sentido a este absurdo sitio, tan raro, tan lleno de ojos y personas y pendientes y árboles y millones y millones de bicicletas chinas.

Por ejemplo.

jueves, mayo 11, 2006

Gota

Ayer, después de levantarse, pensando en dormir más en el futuro, como hacía siempre, descubrió una mancha de sangre en la cama.
Buscó durante mucho tiempo el origen de la sangre. Sin resultado. Ninguna herida, ni siquiera un rasguño. Al llevar más de dos años sin acostarse con nadie, también descartó el motivo más obvio.
Se fue al trabajo pero no pudo quitarse de la cabeza la maldita mancha durante toda la mañana. Al pensar en su ridícula obsesión doméstica se había sentido inquieto, como cuando olvidamos en algún lugar de la casa algo que llevamos en las manos y que después, cuando realmente lo necesitamos, no conseguimos encontrar.
Más tarde, volvió casa y quitó las sábanas para lavarlas, y, como es lógico, la mancha seguía estando allí. Reseca y con los bordes más oscuros, pero allí.

Hoy son dos manchas. Ya no sabe que pensar.

miércoles, mayo 10, 2006

En construcción

Un buen día, Andrés llegó a la conclusión de que un nuevo candidato había ganado las últimas elecciones en su cabeza y había desalojado al anterior inquilino. Lo notaba en las cosas nuevas que pensaba, en las nuevas sensaciones. Eso sí, a veces, el anterior primer ministro volvía a ver como iba todo y se retiraba con la mirada preocupada moviendo pensativamente de un lado a otro la cabeza.

Andrés no sabía cuál de los dos candidatos le gustaba más. El de ahora le sorprendía y quizá eso fuera suficiente para desear que por ahora se mantuviera en el primer puesto del consejo de ministros (aquella república necesitaba una renovación, llevaba demasiado tiempo paralizada y funcionando por inercia), pero al otro le tenía el cariño propio de los años compartidos.

Toda la prensa especializada comentaba que, por ahora, el nuevo presidente encabezaba las encuestas, pero que el candidato vencido seguía ahí, maniobrando, tejiendo alianzas, levantando rumores, trabajando para volver a disfrutar de los privilegios propios de su antiguo cargo. Las próximas elecciones podían tener un resultado diferente.

A él, sin embargo, lo que le interesaba de verdad era vivir. Y al carajo la política neuronal.

martes, mayo 09, 2006

Antología mínima IV

[...]
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
[...]

Quevedo, "Represéntase la brevedad de lo que se vive y cuán nada parece lo que se vivió"


Con diferencia tal, con gracia tanta
aquel ruiseñor llora, que sospecho
que tiene otros cien mil dentro del pecho
[...]

Góngora. Soneto 21. Mito de Filomena.


Y nada más. El silencio es el mejor recurso a veces.