sábado, septiembre 30, 2006

Centro

El centro de Madrid es ese sitio donde puedes ver a hombres minúsculos que llevan bicicletas para niños de tres años pero que te miran ceñudos y desafiantes, ese sitio donde hay gente que se gana la vida disfrazándose y quedándose quieta para que les tomen fotos, ese sitio donde los adictos también se quedan quietos pero no consiguen que nadie quiera hacerse fotos con ellos, ese sitio donde decenas de niños de colores juegan al fútbol.

El centro de Madrid es ese sitio donde los coches oficiales aparcan a pocos metros de mendigos con malformaciones que piden dinero a gritos, ese sitio en el que hay riadas de personas andando de un sitio a otro con prisa, ese sitio donde los turistas compran bocadillos de calamares en bares con el suelo cubierto de servilletas, ese sitio lleno de teatros y restaurantes refinados con cartas de vinos inacabables.

El centro de Madrid es un lugar para alquilar un balcón tan sólo para tener un sitio donde sentarse y ver pasar a la gente.

lunes, septiembre 25, 2006

Músculo

Me pregunto si en la costa nuestro ritmo sanguíneo se acompasa al latir del mar contra la arena.

Si el sordo retumbar contra las rocas (sístole) que muere, mínimo al fin, contra la playa (diástole), tiene algo que ver con nuestro corazón: ese músculo quebradizo por tanto cambio de temperatura.

Perspectiva

Una de las fuentes más importantes para los estudiosos de la religión etrusca es un texto escrito sobre el sudario que envuelve el cuerpo de una momia. No me resisto a imaginar que las palabras sagradas acompañaron de esa manera al muerto y tendieron un puente efímero entre la tierra y el cielo. La religión siempre ofrece consuelos poéticos.

No obstante, prefiero imaginar el deslumbramiento y la emoción del científico, tan parecidos a la belleza, cuando consiguió descifrar ese alfabeto porque, aunque la ciencia nos deja solos y nos dice que no somos más que materia altamente organizada, se nos ha convertido en la única religión posible.

Cuestión de perspectiva.

jueves, septiembre 21, 2006

Cadena

No lo he hecho nunca, así que he decidido responder al reto de Portorosa, que aquí me propone que elija el texto que me gusta más de lo que llevo publicado.

Creo que hablar de mejor o peor no tiene sentido, pero sí que tengo algún preferido: Éste y éste.

Me siguen gustando y ha pasado mucho tiempo, lo que supongo que algo querrá decir. O no. O quizá quiera decir exactamente eso. Que me siguen gustando. Y ya.

Ah, la vanidad.

Como es una cadena (se me había pasado, la verdad) les he pasado el encargo a Danae y a Princesa (que ya sabemos todos que si una cadena se rompe se convocan todo tipo de males)

martes, septiembre 19, 2006

Atardecer

Me gusta coger los aviones a media tarde: tener el equipaje preparado e irme al aeropuerto después de comer a hacer cola para todo; que me hagan quitarme los zapatos y deshacerme del gel de baño que llevo siempre en el equipaje de mano; el pitido del arco detector que siempre te deja cara de culpable; las parejas que se besan a la vez que lloran; las tiendas de delicias y las de chocolate; los caballeros atareados con sus blackberrys.
Estar allí es como estar en cualquier otro sitio. En un aeropuerto, la nacionalidad casi no se nota.

Pero sobre todo, me gusta estar en el aeropuerto a esa hora porque es el preludio del vuelo al atardecer.

Un atardecer eterno en la ventanilla. Con todos esos naranjas y azules.

Eterno.

lunes, septiembre 18, 2006

Cubos

Excepto en casos excepcionales, las líneas rectas no existen en la naturaleza. Son sólo construcciones mentales de esta especie de monos a la que pertenecemos.

Los perfectos cubos de cristal en los que se desarrollan nuestras vidas laborales son, por tanto, la muestra perfecta del dominio que hemos conseguido ejercer sobre el medio natural, por eso cuando los contemplamos, nos sentimos extrañamente orgullosos. Somos, sin duda, los reyes de la creación.

Y además tienen preciosas vistas a subestaciones eléctricas de alta tensión.

No creo que se pueda pedir más.

miércoles, septiembre 13, 2006

Opatja

Sé que no voy a conseguir salir de aquí. Lo sé. Anoche no había suficiente luz para notar nada raro, sólo las señales de abandono propias de un hotel venido a menos. Pero hoy lo sé.

Este hotel croata, donde lo más significados miembros de la nomenklatura yugoslava venían con sus mujeres o con sus queridas, se cerró en 1989 con la caída del muro, sólo que los clientes que estaban dentro no lo advirtieron. Todos los clientes pasan la sesentena y parecen funcionarios estatales de vacaciones, su ropa ajada y sus sandalias de cuero hablan de otro tiempo; la recepcionista no ha advertido que su pelo rubio está entreverado de canas y que cada vez es más fino; la música occidental de principios de los ochenta suena en el hilo musical y, lo más triste de todo, parecen disfrutar unas vacaciones eternas.

Ya es mala suerte haber llegado a la ciudad de noche justo en el aniversario de la caída del régimen yugoslavo. La única noche que abren.

Piscina

Al principio, apenas podía pensar en nada que no fuera mi cuerpo, sólo en mis músculos y mis tendones latiendo, estirándose. Al principio sólo podía sentir la máquina desperezándose, calentándose. Después me olvidé, como siempre, y empecé a sentir el deslizamiento cuando las endorfinas comenzaron a recorrer mi cuerpo.
Entonces noté el viento cuando sacaba la cabeza del agua para respirar. Un viento de verano agradable pero intenso. Cada vez mayor. Incluso dentro del agua, podía notar el rumor sordo de los árboles. Como en una fotografía, noté como las hojas caían en la piscina. Una imagen extraña: la piscina convirtiéndose en un estanque y llenándose de restos vegetales. Noté también como el aire se cargaba de electricidad y como, cada vez más, era mucho más placentero estar dentro que fuera, mis brazos tensos y mis piernas duras. Sentí el sabor eléctrico del aire en la boca. Las ramas flotando a medio metro de profundidad me provocaron una ensoñación, flotaba en un lago como una heroína prerrafaelita. Y de repente sucedió. Cayó un rayo a la piscina y sentí la descarga. Un frío intenso que se convirtió en un instante en un calor abrasador que se movía desde mi interior, como si fueran mis órganos los que estuvieran produciendo la electricidad. Después vino el dolor y después la oscuridad blanca. Así sucedió.

Por eso te digo que nunca puedo dejar de venir en verano. Estoy atado al sitio de mi muerte.

viernes, septiembre 01, 2006

Tarde

Prefiero la tarde en la playa. Las cosas ya maduras y el brillo diferente del sol. La sal en los cuerpos y el gusto del licor en la garganta.

Y esa leve nostalgia de otra tarde que pasa. Otra tarde que el sol mira.

Igual que la anterior y diferente.