lunes, septiembre 12, 2011

Tedio

Sucede que cuando más necesitamos el lenguaje más nos rehúye. Por ejemplo, cuando más deseamos reflejar el tedio infinito que nos causa el trabajo de oficina, un estado más sólido que el aburrimiento, más desesperado, ese goteo del tiempo sobre nosotros, más complicado es intentar reflejar este vaivén, ese murmullo inaudible de consunción, ese estar atados a una silla, esa pereza que provocan los lunes, no tanto por el trabajo sino porque el tiempo de la semana hasta la verdadera vida del fin de semana parece interminable. Una compañera de trabajo juega a una variante del tetris con su ordenador, varias personas vienen del extranjero a una reunión, algunos correos electrónicos nos recuerdan gestiones y tareas por realizar, las mesas perfectamente alineadas parecen preguntarnos algo, el camino repetido desde el hogar, con sus curvas y sus zonas verdes, el interminable manto de luces traseras rojas subiendo una cuesta al salir del túnel, la atmósfera desinfectada, las piezas de colores cayendo sin recato en el ordenador profesional de la compañera, blip, blip, blip, las conversaciones inanes, los resultados de la bolsa, las tareas pendientes, y aún quedan cinco días para el fin de semana. Cinco días.
Las palabras casi nunca lo consiguen, la verdad. Supongo que el mérito está en intentarlo. Creo.

jueves, septiembre 08, 2011

Hurtarse

«¿Cuántas veces nos hemos sentado a escribir, y cuántas ha resultado vana esa ansiedad, por más que fuera la nuestra una tentativa diligente y enamorada? Y cuántas otras, sin pretenderlo, resistiéndonos casi, en el momento más inoportuno, nos hemos visto obligados a poner oído y manos a la obra. Entonces todo resulta sencillo y diáfano, entonces todo cuadra gozosamente más allá de nuestro control. No es que no podamos o no debamos sentarnos a propiciar el poema, porque no hay reglas en cuanto al modus operandi, pero el resultado de la búsqueda dependerá siempre de la voluntad soberana de la poesía, no de la calidad de nuestro esfuerzo. El poema puede aterrizar por fragmentos, o de un solo impulso, o puede revelarnos su final antes que el comienzo. El poema, muy a menudo, se complace en jugar al escondite con nosotros, se nos muestra y se esfuma, para volver a sorprendernos con su presencia acuciante en cualquier revuelta del camino.
El poeta, si ha entendido algo de su condición, no puede comprometerse, no acepta encargos y, desde esa perspectiva, resulta un tanto presuntuoso afirmar que es el único responsable de su obra. Un buen artesano será capaz de modelar, uno tras otro, veinte o treinta estupendos platos de cerámica, los que hagan falta; un artista, en cambio, dependerá siempre de la asistencia de ese otro poder —llámesele como se prefiera— para llevar a buen término su cometido. Del mismo modo que ningún hombre puede asegurar que estará vivo al minuto siguiente, un poeta ignora si el poema que acaba de escribir será el último que escriba, por eso, cuando le preguntan acerca de sus intenciones y proyectos, se siente como un potro al que interrogaran sobre la dirección que tomará cuando comience a galopar. Un potro corre y brinca sin importarle a dónde va, disfrutando del trote y de la carrera porque sí, ya que esas actividades forman parte de su misma naturaleza. Vida y poesía nos atañen como un don, se resisten a nuestro deseo de gobernarlas.
A partir del romanticismo, se ha querido ver en el artista a un ser superior, a una persona, digamos, de altura; sin embargo, el autor no es nada en absoluto separado de su obra. ¿Quién fue Shakespeare en realidad, quiénes Velázquez o Mozart? Importa poco; como individuos todos somos la misma siembra de humo, igual cosecha de ceniza.
Pero ahí están Hamlet, Las Meninas, La flauta mágica. Esas criaturas viven su vida inmortal sin saber nada en absoluto de sus autores. Para mí, el apellido Quevedo es poco más que un modo —muy querido— de nombrar algunos de los sonetos más prodigiosos que he leído en castellano; por eso, si pasado mañana se descubriera que esos versos se deben a cualquier otro, nada sustancial se perdería. Un apellido es poca cosa.»



Vicente Gallego. Sobre el arte de hurtarse.

martes, septiembre 06, 2011

Norte

Después de años sin frecuentarlos, los barrios y pueblos ricos del norte de Madrid me han afectado de una forma extraña, profunda. Llevo pensando en ellos desde hace unos días y mientras más reflexiono más me parecen la representación de todo lo que de fake tiene el mundo contemporáneo.
Dentro de la ciudad hay barrios ricos y barrios burgueses con un alto nivel de ingresos. Pienso, por ejemplo, en el barrio de Salamanca, un barrio de clase alta de toda la vida o en Chamberí, un barrio más burqués que pijo, pero también con un alto poder adquisitivo, aparte de islas como Austrias, Pintor Rosales o Ferraz que también son lugares donde el dinero se ha mantenido durante generaciones, esa característica diferencial de las grandes ciudades que llama tanto la atención a los recién llegados: el dinero rancio, las familias que llevan siendo ricas muchas generaciones y que, por tanto, tienen una relación diferente con él, más utilitaria, si quieren, menos reverencial. Gente que frecuenta el Casino de forma habitual y que saluda a los camareros por su nombre, que tiene su propio palo de billar (de caoba, por supuesto) en la sala, que su abuelo grabó poco a poco con una navajita cuando era oficial en Annual, justo antes de escapar a todo correr de aquellos desiertos de salvajes. Algo así. Dinero antiguo, del de toda la vida.
Los barrios del norte, aún estando habitados por muchos de los descendientes de los primeros, también cuentan con la infiltración de lo poco que ha dado de sí el ascensor social español: ingenieros, arquitectos, directivos de multinacionales a solo dos generaciones del campo y de las alpargatas de labriego. Sin embargo, se muestran mucho más impermeables a la vida. Son como gigantescos paisajes cubiertos de media esfera de cristal, pero sin nieve. Nunca se ven mendigos, los jardines están perfectamente cuidados, no hay basura en las calles, no hay pintadas, la vegetación lo abraza todo y casi todo el mundo es sorprendentemente (y al menos para mí, sospechosamente) similar. Los colores oscuros de piel siempre aparecen justo al final de un uniforme en blanco y negro, en las manos de alguien que atiende tras una barra. Por tanto, no se trataría solo de la tendencia natural que tienen los ricos a relacionarse entre ellos (y los pobres también, aunque por razones diferentes), es decir, no se trataría de clasismo sino, creo, de algo más, de algo más inquietante, si quieren. Es como si las fronteras invisibles que delimitan esos barrios mantuvieran fuera todo lo que no se ajusta a cierta idea preconcebida de la vida. Como en aquel cuentecito oriental de un príncipe al que evitaban toda visión desagradable. Los ricos del centro de Madrid, al menos para ir al Casino, pueden haber visto pobres y putas, mendigos y borrachos. Los habitantes del solo habrán visto gente así en sus viajes de búsqueda espiritual a La India.
Viven en un país diferente al mío. En el que apenas compartimos el idioma, la verdad.

lunes, septiembre 05, 2011

Documento 1

El capitalismo está basado en la creación de expectativas, en la gestión del deseo. En realidad se trata de un sistema económico basado en el amor, me digo, y me creo inteligente o ingenioso (que no es lo mismo pero se parece mucho) y pienso entonces en que tanto leer "sobre" libros para no perder el norte, para saber donde apuntar, tratando de afinar el tiro ahora que todo resulta tan complicado y nadie está dispuesto a gastar dinero en algo que no sea alcohol (es la verdad, siempre hablamos de Irlanda y su fama dipsómana pero nadie nos gana a la hora de trasegar un gin-tonic tras otro, solo estamos dispuestos a gastar el dinero en los bares) está acabando con el escritor que yo pensaba que vivía dentro de mí y que algún día afloraría, que algún día vería alguna obra suya publicada; pienso que tantas noticias, tantos textos, tantos artículos glosando la última obra maestra de literatura mundial, la última obra imprescindible, está acabando con mis ganas de contar, con mis ganas de poner una palabra detrás de otra porque ya hay demasiadas, y casi todas manchadas de marketing, o de amor, que como decía al principio viene casi a ser lo mismo.
Escribo y no guardo los archivos.
Cuando Word me pregunta si quiero guardar el Documento 1 mi respuesta siempre es No.
Para qué.

jueves, septiembre 01, 2011

Bip (fragmento)

El sonido repetitivo te devolvía poco a poco la conciencia, ese bip insistente que, en un primer momento, era parte de la ensoñación en la que estabas metido y más tarde algo externo, que atacaba la ensoñación como si se tratara de una navaja afilada entrando en un pastel o rajando de arriba abajo una pelota de playa o algo así, algo ajeno que reclamaba tu atención, que te señalaba de forma repetitiva que existía un nivel de conciencia externo a todo aquello, a la sensación que te había invadido en la última media hora y que no sabías como identificar, aprensión y miedo, mezcladas con un deseo intenso, que relucía en la base de la columna vertebral, como un pez abisal que hubiera ascendido por equivocación y se hubiera desintegrado emitiendo destellos de luz fluorescente en el mar negro.
Aquel ruido venía de una máquina cuya función principal no era la de generar sonidos, aunque hiciera bip, bip, bip cada cierto tiempo, sino indicar que estaba midiendo una función corporal repetitiva, la vida como una constante reproducción de las células, la constante muerte de otras muchas, el levantarse, el respirar, los riñones filtrando la sangre sin parar, el corazón bombeando en su armazón de costillas, incansable, la glucosa descomponiéndose en energía. La vida consiste en esa complejidad y esa repetición y no hay mucho más, a pesar de nuestra permanente conciencia de que alguna vez nos iremos y ya no estaremos aquí ni en ningún sitio, sin este olor a vainilla que ahora se filtra entre el disolvente y el olor de yodo y del alcohol medicinal y el de aquel otro del hombre que pasa y que viene de fumar en la puerta y que desplaza a todos los demás, y ahora, poco a poco, la presión de la cama sobre los talones, sobre los glúteos y la conciencia leve pero firme de estar agujereado, de tener varios cuerpos extraños alojados en la venas, punciones, cánulas, agujas que gotean líquidos reparadores e incoloros sobre tu sangre, dentro de tu sangre, dentro de ti. Y, a medida que la conciencia vuelve recuerdas las tres veces anteriores en las que te has despertado de la misma manera, en la cama de un hospital, en un ambiente blanco y metálico en el que sonaba un bip repetido que llevaba la cuenta de tus latidos, que contaba con una alarma por si acaso tu corazón estallaba o simplemente dejaba de funcionar, sin ni siquiera emitir un inaudible clic, como algo exhausto y acabado.
—Sí, me temo que la palabra que a todos nos aterroriza es la que habría que emplear justo en esta situación —te está diciendo el doctor mientras sonríe con empatía, como alguien acostumbrado a dar estas noticias, como alguien que pretende quitar hierro al asunto, como acostumbrado a ofrecer la verdad sin adornos.
—Pero habrá que estudiar el caso más profundamente para poder seguir hablando de él, ya sabes que hoy en día existen muchos tratamientos, algunos de ellos experimentales y que están dando muy buen resultado, nosotros aquí, por ejemplo, somos la única clínica del país en la que estamos utilizando...
Y qué más da, te dices después en tu casa, no se trata de algo tan grave, la vida es en sí misma algo tan incomprensible, algo tan extraño que esta noticia ni siquiera cambia su cualidad, sino su cantidad, su velocidad. Ahora lo único que sucede que es mueres más rápido de lo que suele ser normal con esta edad, y si lo piensas, ni siquiera sabes dónde han ido todos los años, no tiene mayor importancia dejar el mundo, no duele, pensamos que es imposible, sí, que no puede ser que el mundo siga sin nosotros porque nosotros somos el mundo, porque el mundo está en nuestra cabeza y cuando ella desaparezca, todo lo hará, pero bien sabes que no se trata de eso, sino de a qué dedicas el tiempo que estás aquí y qué haces con él, ni más ni menos que eso.
—Creo, aunque tendría que esperar el resultado de algunas pruebas, que podemos confinar el tumor e impedir la metástasis, la nueva quimio que estamos probando se ha demostrado muy eficaz en estos casos.
Te dijeron no abandones y tú intentaste no hacerlo, no abandonar, no dejarte ir, a pesar de que era lo más sencillo, pero cómo lidiar con la desaparición. Y tu memoria demostrándose tan poco fiable con las imágenes acumulándose de cualquier manera a medida que despiertas, tu cabeza como material de aluvión, recuerdos confusos, sin orden, imágenes que deberían parecerse a fotografías de un álbum anotadas con la fecha y el lugar, con el nombre de todos los que aparecen en ellas en perfectos globos, hechos con cuidado y escritos con letra pulcra justo al lado de sus caras, y que sin embargo son escenas evanescentes e inaprensibles que se te aparecen con una sensación de urgencia que no comprendes, como llamando la atención sobre sí mismas, como si los propios recuerdos fueran conscientes del poco tiempo que les queda, como si estuvieran pidiendo a gritos que alguien los registrara y dejara constancia de la efímera existencia de alguien igual a todo el mundo, de alguien que no hizo grandes cosas, que no fue importante, a pesar de los ruegos de su madre, que se dejo llevar y que nunca apareció en la prensa, del que nunca hablaron más que un grupo de conocidos. Tu existencia. Tu vana, efímera existencia.