jueves, agosto 23, 2012

Levante

Había viento de Levante, que le llenaba el pelo de arena y los párpados y la ropa. Era normal que la gente se volviera loca con el viento, pensaba, las orejas lo recogían y lo amplificaban y lo envíaban de un pliegue a otro (qué cosa más extraña las orejas), y el viento acababa por inundarlo todo y resultaba imposible pensar. Había nubes, de esas grises y llenas de agua, cubriendo el sol. Y había mar.
Caminaba mirando la línea del horizonte, mucho más clara que en otros días más luminosos. El horizonte, tan diáfano, tan distinguible y delimitador. Miraba y pensaba en cómo funciona la vida, en que todo forma parte de un sistema, en que la manera de razonar de los antiguos (el círculo y el eterno retorno, el tiempo que vuelve) es más exacta que esta manía por definirlo todo en función de las ecuaciones, pensaba todo esto en la ciudad más antigua de Europa occidental. Pensaba porque no tenía nadie con hablar. Pero también intentaba convencerse de que no le importaba. Qué más daba. Estaba bien callarse de vez en cuando. Había decidido que no necesitaba a nadie, que lo importante era que nada le afectara.
Últimamente se sentía como si lo que le pasaba le estuviera sucediendo a otro, como si fuera el espectador de su propia vida, sentado en una silla mirándolo todo por la ventana. Era extraño porque esa era una sensación que había creído abandonar hacía ya bastante tiempo, pero ahora volvía de nuevo. El tiempo era algo elástico que iba y venía, que se estiraba y que se retorcía. Trascurría rápido cuando todo estaba en su sitio, pero se agrandaba y se hacía inmenso e inabarcable cuando aparecían los contratiempos (la misma palabra lo decía, contratiempos). El tiempo era como una cinta de Moebius de color gris acerado.
Dos personas entrenaban en la playa, corriendo en contra de los elementos, fieles al mensaje publicitario de Nike. En ese momento le hubiera gustado ser alguna de ellas, sobre todo la chica rubia, alta y de aspecto elástico que corría con tanto estilo. Una zancada y otra y el mar rompiendo contra la playa y el viento soplando e hinchándoles la ropa deportiva. Hacía muchos años había trabajado en una empresa de publicidad y había participado en una campaña publicitaria pequeñita para esa marca. Utilizar su ingenio para vender productos le había divertido durante algún tiempo. Todos somos putas, y los publicitarios los más putas de todos, recordaba haber dicho con orgullo en alguna ocasión. Pero había ganado dinero y se trataba de eso, ¿no?
Había ido a la playa para diagnosticarse y había sido un error. El diagnóstico estaba claro, lo realmente difícil era la solución. El viento seguía ululando y resoplando, el mar seguía rompiendo, azul grisáceo, contra la playa, una y otra vez, sístole y diástole, insistente como el bombeo de su corazón en su armazón de costillas. Armazón de costillas era una buena frase, pensó, algo literaria pero una buena frase, sin duda. También pensó que hay palabras  que se han recubierto de significado a lo largo del tiempo y corazón es una de ellas. Sólo pensarla y ya se sentía cursi. Si todo está en el cerebro y nada más, por favor..., si el corazón es estúpido, un ingenio hidráulico bien constituido, latido, latido y la sangre roja a las arterias y la venosa a los pulmones para recuperarse, el sistema circulatorio en rojo y azul tal y como aprendimos en el colegio. En fin.
 A veces pensaba que su vida se había convertido en algo parecido a un páramo gris, de color del granizo deshaciéndose tras la tormenta, y a veces que era más bien brillante y reluciente como un coche de marca recién comprado en el concesionario. Todo dependía de por dónde soplara el viento de Levante.
Un par de mujeres en su vida, cuarenta y cinco años bien llevados, un piso en el centro, un buen coche y una casa en la montaña bien acondicionada lo convertían en alguien de éxito, ¿no? ¿No era eso a lo que todo el mundo aspiraba?

martes, agosto 21, 2012

Dentro

Andrés a veces piensa que lo único constante en su vida desde que tiene memoria es que, muchas veces, ha preferido estar dentro de un libro que en cualquier otro lugar (excepto, tal vez, y ya adulto, entre las piernas de una mujer).

lunes, agosto 20, 2012

Imperio

“—Te gustan los bolos, ¿verdad, Montag?
—Los bolos, sí.
—¿Y el golf?
—El golf es un juego magnífico.
—¿Baloncesto?
—Un juego magnífico.
—¿Billar? ¿Fútbol?
—Todos son excelentes.
—Más deportes para todos, espíritu de grupo, diversión, y no hay necesidad de pensar, ¿eh? Organiza el superdeporte. Más chistes en los libros. Más ilustraciones. La mente absorbe menos. Y menos. Impaciencia. Autopistas llenas de multitudes que van a algún sitio, a algún sitio, a algún sitio, a ningún sitio. El refugio de la gasolina. Las ciudades se convierten en moteles, la gente siente impulsos nómadas y va de un sitio para otro, siguiendo las mareas, viviendo una noche en la habitación donde otro ha dormido durante el día y el de más allá la noche anterior.”
 Farenheit 451. Ray Bradbury.

Que el fútbol no acabe nunca, que todos los años haya olimpiadas y mundiales, que el snooker y el curling sean deportes de amplitud mundial, que la televisión bombardee constatemente con actividades físicas o bien con blandas homilías sobre la entrega y la esperanza, sobre la capacidad de superación del ser humano. O a Cristiano Ronaldo rematando en posición acrobática. Recuerdo que hace diez años, recién releída esta novela, llegué a EE.UU. y quedé impresionado por la exactitud de la predicción, por lo inequívocamente americana que resultaba (aquellos conductores atropellando a los peatones en las carreteras sin aceras; las pantallas cubriendo las paredes, con imágenes más reales que la propia vida y las personas participando en tiempo real en sus seriales favoritos). Ya no me impresiona. La sustancia de los libros distópicos que nos entusiasmaron de jóvenes se ha ido filtrando poco a poco en todo.

Pero.

La luz de los cuadros de Hopper es la luz del invierno de Madrid aunque es la luz del verano de la costa este de EE.UU. Las personas de sus cuadros no sonríen pero sus cuadros me parecen brillantes y llenos de esperanza. Hopper, el pintor de la melancolía de la vida urbana moderna; Hopper, el retratista de la soledad de medianoche; Hopper, el pintor de la desgraciada modernidad americana. Bah. Lugares comunes. A mí me parece un pintor si no alegre, al menos esperanzado. La exposición me parece muy bien organizada (comisariada es una palabra horrible, me imagino automáticamente un despacho de color gris, con muebles metálicos en los que las fichas sobre los ciudadanos se acumulan poco a poco), se ven sus inicios, sus cambios de técnica, su ojo fotográfico y la luz de las grandes producción de Hollywood a partir de los años cuarenta. El ilustrador del imperio.
Pienso que, como ocurre con otros artistas americanos, sus cuadros parecen reflejar una atmósfera en la que no existe el peso de la tradición, como si hasta la luz fuera más ligera (y los cielos más altos) allí en el Nuevo Mundo, sin el peso de la sangre y de los huesos de la Historia que los cielos europeos parecen soportar y que tanto apabullan a los creadores de aquí, que tanto pesan a la hora de ponerse a escribir o a pintar. Brand new air, Brand new day, dirían ellos tal vez (y una risa, el cloqueo tontorrón de una mujer interrumpe el texto, pobre mujer, tan cerca de los cuarenta, con esa pinta de no haber conocido varón y esa risa tonta, floja; pobre mujer, pienso), algo fresco y nuevo, un nuevo cielo bajo el que todo es posible: Bradbury, Gibson, Eugenides, Delillo, Foster Wallace. Franzen no. Franzen parece europeo. Pienso.

viernes, agosto 17, 2012

De vuelta II

Yo solía escribir sobre las cosas que se me ocurrían mientras montaba en moto camino del trabajo, o cuando esperaba el autobús o el metro, o cuando tomaba notas de los libros que leía, o cuando estudiaba; solía escribir para inventar situaciones, para recordar el barrio en los ochenta, (con sus “pinchaítos”, como dice una amiga mía), para ponerme lírico (“en un amanecer cárdeno y pulido”), para hacer homenajes a personas que la historia ha olvidado (William Murdock).

Me apunté a un taller literario y escribía una vez cada dos semanas un relato y escribía algunos con un tema común esperando que me saliera una novela como por casualidad, (ya ves, por casualidad una novela, qué estupidez) y pensaba que nada había más normal que escribir casi todos los días, imaginar un cuento y estrujarme los sesos para que las tramas fueran creíbles y los personajes también, porque yo, como casi todo el mundo que escribe, pensaba que tenía algo que contar, un punto de vista, cierta mirada sobre las cosas.

Yo solía escribir con la despreocupación del aficionado que se toma en serio lo que hace pero que sabe que no es demasiado importante que siga haciéndolo o no y solía ridiculizar a todos esos petimetres (me encanta esta palabra) que se toman demasiado en serio a sí mismos, que van por la vida con un aire denso de autoconciencia, mirando a los demás por encima del hombro.

Ahora no lo hago (bueno, lo estoy haciendo, eso me gusta, es paradójico decir que no escribes de este modo) y creo que se trata de que no estoy seguro de no hacer el ridículo enseñando las plumas como un pavo real (¿qué sonido harán los pavos reales?) y diciendo a todo el mundo mira lo que hago, mira lo que sé, mira todo lo que ha aprendido, mira lo que hago, coño, míralo, que te lo estoy diciendo…

Yo solía escribir y llegó la realidad y empezó a parecer mucho más interesante que la ficción y luego la realidad se excedió y comenzó a ser asfixiante y a chorrear pringosa desde las primeras páginas de los periódicos. Yo solía escribir y luego dejé de hacerlo y no pasó nada. Hasta encontraron el bosón de Higgs, ya ven.

Y ahora estoy volviendo, poco a poco, como un alcohólico empedernido que regresa de la clínica de desintoxicación, como un anciano, con mucho cuidado, un pasito y luego otro. Como el corredor al que ponen una prótesis en una rodilla e intenta acomodarse a sus nuevas sensaciones y pisa con una zapatilla nueva el asfalto a ver si su cuerpo recuerda cómo se hacía aquello. Poc a poc.

Haciendo dedos. Preparando el terreno para la ficción. El territorio de siempre de este blog.

(Y al final me pregunto: ¿a quién coño le importará?). (Y me respondo: supongo que al menos a mí.).

viernes, agosto 10, 2012

De vuelta

Dice el Sr. Chinarro en una canción: "Mi vida es un flash que atraviesa mi cráneo" y yo pienso que no puedo estar más de acuerdo, que no hay una manera mejor de decirlo. También dice muchas otras cosas pero esa en particular siempre vuelve, una y otra vez, a mi cabeza, como una metáfora perfecta de mis últimos años, como una imagen que condensa todos los cambios, todas las idas y venidas de estos tiempos.

Llevo mucho tiempo sin actualizar este blog, sin escribir (más de cuatro meses). La verdad es que no me ha importado mucho. He estado demasiado ocupado con otras cosas como para echar de menos publicar o recibir comentarios, demasiado ocupado viviendo como para escribir. Tal vez escribir sea poder vivir de forma vicaria, tal vez no. La verdad es que cada vez estoy menos seguro de nada. Ni siquiera de mi propia vida.

Al llevar tanto tiempo sin escribir, las palabras cuestan. Todo parece banal, sin importancia, demasiado común para que merezca la pena hacer el esfuerzo. Sobre todo la ficción.

Pero prometo intentarlo de nuevo.