lunes, agosto 31, 2009

Marrakech II

Una siesta dulce y una ducha y al salir a la calle, advierto que la luz se ha vuelto esponjosa y que no parece quedar mucho para el atardecer. Camino en dirección de la plaza Yemá el Fná prestando atención al camino porque no hay otra manera de volver al riad. Veo un hamman enfrente de un edificio en construcción, una inmobiliaria, varias peluquerías, multitud de tiendas de baratijas. Cada cierto tiempo vuelvo la mirada para retener la imagen para el camino de vuelta, como un niño que teme perderse. Al llegar a la plaza suena la sirena que da término al día de Ramadán y siento una explosión de júbilo, algo hermoso, una felicidad compartida por todos, la felicidad del que sabe que va a disfrutar de la primera comida del día. Por todas partes se ven corrillos de personas que comen y toman sopa, harira. Durante media hora la ciudad se paraliza y los turistas, estupefactos, caminan por las calles de la medina sin que nadie pretenda introducirlos en su negocio, sin saludos falsos. La palabra que me viene a la cabeza cuando suena la sirena es gozo, no se me ocurre otra mejor, o tal vez sí, tal vez sea mejor pure joy, en inglés. Tomo una cocacola en una terraza desde la que se ve la plaza, como un puerto abarrotado, las luces balanceándose por la brisa, los puestos callejeros de zumos y las parrillas, los pequeños tenderetes metálicos, los carros de madera pintados de colores. En ese instante comienzan a sonar las grabaciones de las mezquitas progresivamente; en primer lugar suena la mezquita que tengo más cerca: Allah Agbar. Dios es grande. Y más tarde se une al canto una mezquita situada unos cientos de metros a la derecha, ligeramente desfasada en tiempo y frecuencia, como sirviéndole de eco, de reverberación. Y más tarde comienza otra, y más tarde otra. Y otra más. Y también es hermoso. Solo hay un Dios, no hay más Dios que Dios. Allah Agbar. Allah Agbar.

domingo, agosto 30, 2009

Marrakech I

Camino por la medina y muchas imágenes se quedan adheridas a mi cabeza. Un hombre con una gorra cochambrosa con un montón de pezuñas en la moto, de un animal que no puedo identificar, tal vez camellos o burros. Un niño mugriento pidiendo dinero, hombres lánguidos y perezosos en la puerta de sus negocios, guardando las pocas fuerzas que el desayuno temprano les ha proporcionado, ahora que es Ramadán, muchas mujeres cubiertas. El polvo del desierto flotando en la atmósfera de la plaza. La inquietante sensación de caminar perdido, sabiendo, sin embargo, que podré encontrar el hotel. El estilo de Thomas Bernhard en mi cabeza, obsesivo y repetitivo hablando de Salzburgo, el nazismo, el catolicismo y la 2ª Guerra Mundial. El mismo viento del desierto que respiro, en «Desierto», una novela de 1980 de Le Clézio. Más negocios, más ciclomotores zizzagueando entre la gente. Muros rojos, almenas fractales, calor, olores extraños: a pescado y carne sin refrigerrar, puestos de comida cubiertos de moscas, caras sonrientes. Té con menta, té en una tienda para comprar té. Solo té, gracias, solo té, de verdad, no quiero nada más. Saberse parte de un juego en el que no eres más que una ficha con dinero, la banca móvil de la partida de cartas y entrar y salir y marchar y sonreir y negar constantemente con la cabeza y entrar en la tienda de alguien que te vende algo y aún así participar con gusto en ese juego, dejándote llevar, sin que te importe tardar media hora más en llegar al hotel. Dejar que todo te empape. Dejarse ir, sabiendo que lo que recordaré del viaje me lo habré inventado y tal vez crea rememorar la sensación de estar aquí sentado en la cama de una habitación (también roja) escribiendo estas palabras, que ya serán otras palabras cuando esto que estoy escribiendo (justo ahora, justo entonces) vuelva a ser leído. La extrañeza del tiempo lento, intoxicado, la molicie y el sol abrasando tras la puerta, el tiempo pasando poco a poco, letra tras letra.

jueves, agosto 20, 2009

Intensidad

Sí, el mensaje decía: «Por mí te puedes tomar todo el tiempo del mundo. Literalmente.» Y literalmente, esto es, ateniéndonos al espíritu de la letra, todo el tiempo del mundo es demasiado tiempo para cualquiera, para cualquiera que no sea un dios inmortal, que no era su caso. El caso es que el sentimiento de pérdida que había sentido al leer aquel mensaje había brillado con intensidad por encima de su cabeza, como un bocadillo en un cómic antiguo de superhéroes con una onomatopeya entre líneas quebradas: crac, pow, thumb. Esas cosas.
Llegaba todos los días al trabajo y comprobaba su correo, esperando una catástrofe, o la redención, quién sabe. Se colocaba los auriculares y se ponía música y el iPod seleccionaba aleatoriamente canciones que siempre le recordaban a alguien, otras épocas, otros cuerpos. Se ponía a trabajar en una cosa que no le interesaba mucho pero que, según un extraño sentimiento calvinista de fidelidad al trabajo inculcado por su padre, debía hacer lo mejor que sabía. Agotado, se miraba al espejo y se preguntaba si esto que estaba haciendo tenía algún sentido. Si su vida, al fin y al cabo, lo tenía.
Necesitaba las vacaciones que aún no había organizado, tenía que huir de la ciudad aunque supiera que todo estaría esperándole a su vuelta, igual o peor, quién sabe. Tenía miedo, últimamente tenía miedo del futuro y eso, estaba seguro, marcaba de alguna manera su entrada definitiva en la madurez. En eso consiste ir cumpliendo años, en tener cada vez más miedo. Y en ser cada vez más incapaz de desligarse de los hechos de su pasado, de las personas que formaban parte de él. Sabía que necesitaba un cambio pero no estaba seguro de estar eligiendo las bisagras adecuadas para darle un giro a su vida. Vacaciones, eso es lo que necesita, vacaciones. Seguro que con las vacaciones todo se arreglará, todo se suavizará, el descanso es lo que tiene, que despeja y airea la cabeza, pensaba. Esperaba, más bien.

Menos mal que todo esto son imaginaciones, ficciones, recreaciones. Menos mal que el tipo del que se habla en tercera persona es solo un personaje salido de la cabeza de alguien. Al final, eso lo arregla todo casi siempre. La ficción, quiero decir. La ficción lo arregla todo casi siempre.

martes, agosto 18, 2009

Madrid V

Franco siempre viajaba con una reliquia, el brazo incorrupto de Santa Teresa. Le hacía sentirse seguro, parece. Pero el cuerpo de Franco se pudrió por dentro, Santa Teresa no pudo hacer nada y llegó un momento en el que los periódicos hablaban de sus deposiciones con el término: "heces en melena". Observen la poesía del término y de la agonía del viejo. Acabar desbordándose en forma de melena, como si su culo fuera la cabeza de un hippy, qué cosas.

La Gran Vía en Blanco y negro, Almacenes Arias, putas españolas en Montera, picadura de tabaco, limpiabotas, tranvías, Superman con remiendos y acento de San Blas volando por encima del edificio de la Telefónica, Valderrama y su emigrante, carboneros con la cara llena de hollín esperando la descarga del camión, cererías especializadas en cirios pascuales para la Virgen de la Paloma, caza en el Pardo, curas por todas partes, sexo furtivo en habitaciones sucias por horas, verbenas con olor a fritanga y orquesta, la Castellana con viejos modelos de coches extranjeros, incienso, señoras de negro, el rosario, campanadas llamando a misa, niño no te toques que se te seca la columna vertebral, no quiero que me pongas la mano encima hasta que nos casemos, hable con mi marido, yo no le puedo decir.

Ahora un tipo belga toca el didgeridoo y alemanes con gafas de pasta saludan a viejas amigas en Malasaña. A mí me duele la espalda y noto un dolor sordo en el omóplato izquierdo. El cuerpo, como esta ciudad, es un sistema o, mejor dicho, varios sistemas superpuestos: los nervios, las venas y arterias, los tendones, los nódulos linfáticos. Y, como todos los sistemas, está preparado para funcionar con errores, con falta de información, con lógica difusa. Dolores, inflamaciones, trombos, pequeñas capas de grasa acumulándose en las arterias, dolores articulatorios, rozaduras, heridas abiertas, contracturas. Como Madrid. Siento el metro pasando veloz bajo mis pies, miro hacia arriba y veo el azul del cielo surcado por los sietecuatrosietes, motocicletas, peatones, coches, señales luminosas, neones proscritos del centro, gente de colores. Y pienso que Madrid, con ese color del cielo sin igual gracias a la contaminación, no es más que un lienzo, un decorado, un paspartú. Y que los actores tampoco somos nosotros aunque lo creamos.

viernes, agosto 14, 2009

Madrid IV

Las cintas de colores atraviesan las calles y miles de personas beben cerveza y mojitos y combinados y chinos pequeños y también paquistaníes pequeños llevan bolsas con cerveza fría para vender y una luz estroboscópica parpadea en una de las paredes de ladrillo de la Cava Baja mientras un diyei pone música electrónica y mujeres de altos tacones y vestidos de verano caminan entre el gentío ignorando las miradas ansiosas de los hombres. La locura que se ha apoderado de todo el mundo es algo extraño y divertido y desquiciado y castizo, sobre todo castizo, sea lo que sea lo que esa palabra quiere decir. Y recuerdo que le dije a una amiga: en este momento estoy eufórico, el mejor momento de la borrachera y todos sois mis hermanos y no se puede estar mejor y aunque sé que mañana lo lamentaré, en este momento, me importa un carajo, soy feliz, aunque sea una palabra que haya que utilizar con cuidado, en ese momento yo soy alguien contento de estar haciendo lo que está haciendo, alguien que no desea encontrarse en ningún otro lugar. Pero pido otra copa, sabiendo de antemano que el débil equilibrio de neurotransmisores inducido por el alcohol va a desaparecer y que en realidad todo se convertirá en otra cosa de un momento a otro, en un latigazo, en una imagen, en una secuencia orquestada por el Gran Guionista: tú un poco más allá y tú mira a la cámara y tú no eres más que un puto extra y date por satisfecho con los setenta euros que te vamos a pagar por aparecer en la película, idiota, date por satisfecho por compartir plano con gente que realmente es una estrella, no como tú, que eres un idiota y aquí están tus setenta euros y ya te estás largando. Y cuando esa sensación pasa y recojo mi dinero y me voy a casa a dormir el sueño de los extras, yo no me siento en mí, que es una manera de decir que no me siento como debería, o que no encuentro la manera en la que debo sentirme y estoy cansado y hastiado y hasta un poco aburrido, no quiero, no quiero seguir aquí repitiendo estos gestos, estos rituales manidos, estas sonrisas falsas, estas conversaciones sin objeto, todos nosotros pavos reales que mostramos nuestras plumas, todos nosotros preocupados por causar buena impresión a personas que ni siquiera lo merecen y ahora mismo lucharía a brazo partido con mi propia vida para encontrar una salida, para encontrar una salida pequeña, una pequeña puerta, reluciente y semiescondida con un letrero encima y me deslizaría sin avisar a nadie, sin despedirme de nadie y la abriría con expectación y miraría a su interior y alegremente me marcharía a cualquier otro lugar, a una vida diferente, la del asceta, la del que no necesita nada, la del que es capaz de vivir con muy poco dinero, la del que no tiene que dar explicaciones ni tampoco pedir permiso para seguir por su propio camino con un libro bajo el brazo. Por ejemplo.

miércoles, agosto 12, 2009

Adiós

—Adiós, fuera todo, empaqueta tus mierdas y vete a tomar por el culo, que no quiero verte la cara una sola vez más en esta casa, que es mía, ¿te enteras?, es mía, y vete ya que se hace tarde y estoy harta de tener que decírtelo.
Pero no, no te fuiste inmediatamente porque en ese momento comprendiste que no tendrías muchas más oportunidades de llevarle la contraria, en ese momento supiste que sería la última vez que podrías dejar de hacer lo que ella te decía porque nunca más iba a decirte nada, te iba a borrar, te iba a quitar de su vida, te iba a tachar en un cuaderno, como si no fueras nada, peor que nada, como si fueras una mierda, y no el hombre que le pidió que se casara con ella, como si estos trece años no hubieran tenido importancia y es cierto que las cosas se jodieron al final pero también es cierto que todo se jode al final y tampoco aquel guantazo fue para tanto, coño, que parece que las mujeres de hoy en día son de cristal y lo había intentado, lo había intentado, joder, y había sido mejor persona pero no había podido cambiar la mirada de miedo que desde entonces le tuvo ella, eso le había helado el corazón, solo había sido una discusión en la que había perdido los nervios y fíjate ahora, dispuesto a salir por la puerta para no volver a cruzarla.
—No, no pienso hacerlo, me quedaré en la casa el tiempo que me salga de los cojones, que para eso sigo pagando la hipoteca, zorra, como si no lo supieras, como si no supieras quién paga tu puta casa, te enteras, me voy a quedar aquí, acabo de decidir que si quieres que nos separemos, que si quieres el divorcio, tal y como llevas diciéndome todos los putos días de estas dos últimas semanas, vas a ser tú la que se largue, porque yo me quedo, esta es mi casa como la tuya y no me da la gana irme, he cambiado de opinión, y me quedo.
—Pues quédate con ella si eso es lo que quieres, ¿sabes?, me la suda, quédatela y ahora que lo pienso, tal vez sea mejor que la que se vaya sea yo porque te juro por Dios que no me vas a volver a ver en tu vida, ¿oyes?, en tu puta vida.
—¿Y adónde vas a ir, eh? ¿Adónde vas a ir tú, que no sabes ni hacer la o con un canuto, tú, que no has trabajado nunca?
—Serás cabrón… o sea, que lo que he hecho no ha sido trabajar, cuidar de la casa y de la familia y preocuparme porque todo funcionara, porque todo marchara, ¿no ha sido currar?, pues que sepas que hoy en día hay un montón de ayudas para la gente que se queda en mi estado, mujeres maltratadas y eso.
—Pero ¿de qué coño de maltrato estás hablando?, ¿te he puesto alguna vez la mano encima, eh? Que no, joder, que ya te pedido perdón mil veces, que perdí los nervios, que yo no soy así, que yo no pego a mi mujer, ¿por qué me miras así, puta?, ¿por qué me miras así?,¿me crees un cobarde, un calzonazos?
—No, es peor, eres un mediocre y un desgraciado que crees que soy de tu propiedad, como si fuera un caballo y estás muy equivocado, yo voy con quién quiero y salgo por donde quiero y nunca más te voy a volver a dar ninguna explicación, ninguna, imbécil.
—¿Cómo que sales con quién quieres?, ¿qué significa eso?, ¿qué coño significa eso?, ¿no estarás viendo a otro hombre?, aún no me he marchado y ya estás revolcándote por ahí con otros, eres una puta, siempre lo he sabido, eres una puta y no se hable más.

jueves, agosto 06, 2009

Madrid III

El otro día, caminando por el centro de mi ciudad, una imagen me vino a la cabeza, la imagen de nosotros mismos en el centro de un ovillo, un ovillo de hilo que representa nuestras relaciones con los demás y que es mayor o menor dependiendo de su número. Caminamos siempre dejando un rastro de hilo, que se enreda en los ovillos de los otros, al igual que hacen los demás. También me dio por pensar, al pasar por un barrio muy antiguo, que si el tiempo no transcurriera (como, según parece, sucede en realidad), yo siempre estaría pasando por lugares que en los últimos quinientos años han estado ocupados en algún momento por otras personas, como si todos fuéramos elementos de algo mayor, partes de una amalgama. Y que si fuéramos capaces de abstraernos de ese tiempo que no existe y representar en una única imagen todos los movimientos a lo largo de su vida de todas las personas que han vivido aquí, cambiando el color para que los movimientos más modernos fueran azules, por ejemplo, y los más antiguos amarillos, tendríamos una gradación de colores preciosa, una estrella sobre el plano de la ciudad que únicamente allí, en ese barrio que recorría, contendría todos los verdes del mundo. Pensé además en que si esa estrella fuera dinámica y cambiara constantemente reflejando los trayectos de los peatones, de los coches, de los trenes y de los aviones, el mundo, en realidad, podría contemplarse como una pulsión o como un espasmo. Y al añadir a ese gráfico, como otra variable, el tamaño de los ovillos de la gente, pude ver que Quevedo conocía a menos gente que yo y que había visitado a menos gente que yo y que no había viajado tanto como yo, y vi su estrella amarilla y su pequeño ovillo cojeando por la Cava baja, camino de la Plaza Mayor. Y más tarde imaginé la ciudad a dos mil metros de altura, como una ciudad de Lego, como una mala copia de un plano de Google Earth, extendiendo sus tentáculos en dirección a la Mancha, a Navacerrada, a Guadalajara, a Toledo y pude sentir su latido, pude sentirla como un gigantesco organismo, tan ajeno a nuestros deseos como lo fue con los de nuestros antepasados, esos que ocuparon en algún momento el exacto espacio por el que yo estaba pasando en ese justo instante.

Y después pensé en el sexo.