jueves, marzo 30, 2017

Argumentos



A veces, la misma idea de sentarme un rato a escribir se me antoja de una pesadez insoportable y tanto llevo escrito ya que no encuentro nuevos argumentos que me empujen a hacerlo. Y volvemos a lo de siempre: lo mucho que escribe todo el mundo; la insoportable cacofonía de internet; la información banal; la madurez (no como enfermedad, sino más bien como comprensión de que la búsqueda de la originalidad es, más que nada, una cuestión adolescente). Y que me repito, claro. 

Todos argumentos válidos. 

Heme aquí, no obstante (qué frase esta). 

Creo recordar que decía Borges (por favor, no me recriminen la inexactitud de la cita, que no me apetece ponerme a buscarla) que, después de los cuarenta, leer novelas es una actividad pueril. Así que no quiero saber lo que pensaría de escribirlas. Tal vez ese pensamiento de Borges se ha infiltrado en mí y por eso ahora siempre escribo cosas biográficas o pensamientos a vuelapluma o reflexiones supuestamente profundas. No tengo perspectiva. No lo sé. Pero tampoco tengo demasiados lectores, así que no hay problema. 

Para escribir, para contar algo, al menos en mi caso, tengo que partir de una idea, de una imagen, de algo que no se ajuste exactamente a los patrones del mundo, que permanezca borroso, de contornos pulsantes, bombeando dondequiera que esté, vibrando con nerviosismo. Quiero decir que, por ejemplo, me pongo a escribir porque he pensado que si pudiéramos representar topográficamente con diferentes colores los trayectos a pie de los habitantes de mi barrio desde la Edad Media hasta la actualidad y utilizar diferentes gradaciones de color para los más transitados, los paseos, no sé, de Quevedo, solo serían un ligero aporte al color negro de las Cavas. Sus paseos serían indistinguibles de los demás, no habría diferencia cualitativa entre unos y otros. Lo que me lleva a pensar en el Big Data y en el uso de algoritmos estadísticos para encontrar patrones que no sabíamos que existían, lo que, a su vez, me conduce hasta el profesor italiano que está utilizando estas técnicas para estudiar la evolución de la literatura mundial, Franco Moretti. Reflexiono sobre el tema y, de forma intuitiva, comprendo que ese camino va a empobrecer el mundo en muchos aspectos, aunque también comprendo que lo enriquecerá en otros. Tratar datos sin conceder más importancia a unos que a otros tal vez nos conduzca (nos esté conduciendo ya) a una suerte de uniformidad de criterio. Pienso. No sé. 

O salgo a la calle y descubro el cielo lleno de estelas de vapor que poco a poco se deshacen, pero que mientras están ahí, cuadriculan el azul del día y, claro, pienso en teorías conspirativas que hablan de los chemtrails, lo que a su vez me lleva a pensar en cómo se expanden esas teorías, en la personalidad de aquellos que están dispuestos a aceptar algo falso pero fácil de entender en lugar de algo verdadero pero complejo. Probablemente, las estelas no son más que producto de un azar que ha ido a reunir en el trozo de cielo que podemos ver un montón de aviones en un determinado momento. Los aviones se organizan con un método, pero también hay personas que toman decisiones importantes sobre sus trayectorias, controladores que no son máquinas y a los que, tal vez, haya sentado mal el café de la mañana o las copas de la noche, personas con problemas en sus matrimonios o con sus hijos, personas que, como el resto de nosotros, se miran al espejo y no advierten el inapelable e inadvertido paso del tiempo. No una organización secreta de gobiernos que quieren cambiar la raza humana con compuestos químicos expelidos desde el cielo. Solo azar. Ya está. ¿Qué lleva a los amantes de la paranoia a pensar de esa manera? La simplicidad. Ni más ni menos. Es mucho más fácil de entender lo segundo que atisbar brevemente la estructura que hay detrás de lo primero.  

Todo esto es solo una excusa para recomendarles que lean a China Miéville. 

Otra vez a vueltas con la literatura, sabiendo como sé que el empeño es inútil, el esfuerzo, ímprobo, y la recompensa, el olvido.