Hoy Elia ha pasado una noche terrible. Un herpes le ha
ocupado la boca y se le han hinchado las encías, además de que le han aparecido
pequeñas pústulas alrededor de los labios. Ayer también pasó una noche terrible.
La despertaba el dolor y se rascaba, que es lo que no debe hacer, pero cómo
explicárselo a alguien que solo tiene dos años. No se puede. Supongo que uno
aprende a aguantarse el dolor a medida que crece, como a comer alimentos que no
sean dulces (no todos lo consiguen, hay una verdadera epidemia de adultos que
no saben comer y que parecen niños de cinco años a los que solo gusta el arroz con tomate). Todavía es pequeña. Es muy frustrante no poder hacer nada inmediato (¡inmediato!)
que acabe con el dolor (podemos darle un calmante natural y un
antiinflamatorio, que nos ha recetado el médico), pero supongo que esa
sensación no es nada nueva para cualquiera que haya tenido niños. No se puede
hacer nada, nada más que verlos llorar y quejarse y abrazarlos y acariciarlos.
Y tener paciencia, sabiendo como sabemos que no es nada grave y que se le pasará
en un par de días.
Frustración. Paciencia. Cansancio. Resignación. Disciplina.
Rutina. Algunas de las palabras que orbitan en torno a la crianza no son
precisamente alegres, ni creativas, ni divertidas. Esa es la puta verdad. Y esa
verdad incomoda a muchos. Pero, si reflexionamos, tal vez tenga que ver con la
supuesta facilidad que todo debe de tener ahora en la vida, como si vivir no
fuera aguantar a pie firme (que no significa ni mucho menos tener que vivir
penando, a qué tantas fatigas). Una supuesta ligereza que todo lo impregna con
sus bracitos musculados. Aparatos para aprender inglés mientras dormimos.
Programas de ordenador capaces de incluir párrafos enteros en tu próxima
novela. Dispositivos que contraen los músculos para que no haya que hacer
esfuerzos. Startups que buscan rondas
de financiación para crear batidos alimenticios con todos los nutrientes que
necesitan aquellos que pronto olvidarán cómo masticar.
Y así. Nos guste o no, y digan lo que digan los cuatro
listos que nos quieren convencer de que el universo conspira para hacernos felices,
las cosas que merecen la pena en la vida requieren tiempo, esfuerzo y
dedicación. Y ahora, amiguitos, tras este sermón, solo me falta gritar a los
cuatro vientos que como los clásicos, nada, y que desde Joy Division, ni un solo
grupo que merezca la pena.
Me hago viejo. Lo que no significa que no tenga razón. Piénsenlo.