jueves, agosto 29, 2013

Razones

Ayer, por error, sobrescribí un archivo con unas diez mil palabras escritas. Podría haber sido el comienzo de algo, una novela, un relato largo, unas memorias inventadas, no sé, ahora que soy mayor y he vivido algunas cosas y tengo cierto estilo para escribir aunque ya esté convencido de no tener gran cosa que aportar. Pero no, esas diez mil palabras ya no serán nada.

Creo recordar que se trataba de impresiones sueltas sobre la vida, ejercicios de estilo, observaciones pretendidamente ingeniosas, alaridos viscerales contra este país, quejas por el (auto)engaño sufrido, quejas por el aburrimiento del trabajo, quejas por los políticos, quejas por la estupidez de la gente. Sí, creo que casi todo eran quejas. Así que doy por bueno el error (fíjense, el archivo se llamaba Inmaterialidad y mercado, ¿se puede ser más gilipollas?).

No me importa que se hayan ido al infierno informático, en serio (si es cierto que el universo conserva la información que existe en su interior, tal y como defienden algunos físicos, en cualquier caso sería mucho mejor escuchar de nuevo los gritos de la curia en el saco de Roma, o a Aristóteles enumerando todas las obras que escribió, o los gritos de placer de Ava Gardner, por ejemplo).

No me importa porque, aunque hace algunos años yo quería publicar un libro sobre todas las cosas y hacer una presentación en una librería a la que vinieran todos los amigos y los familiares y la prensa y los periódicos y representantes de Hollywood, ahora ya no me apetece mucho, la verdad. En general, supone demasiado esfuerzo y demasiado tiempo y, sobre todo, y esto es importante, una seguridad en uno mismo tremenda, un saber que uno ha escrito una novela porque está absolutamente seguro de tener cierta mirada sobre las cosas.

Y además hablar de ella todo el rato, con la vergüenza que da eso la tercera vez que se hace, hablar de lo que uno ha hecho, de lo que le preocupa, de por qué cree que eso que ha hecho es especial (a menos que uno se acabe de divorciar, entonces es normal hablar todo el tiempo de esas cosas). Y poner cara de humildad cuando uno de tus amigos la alaba en público y demás cuestiones. No es que yo no crea que tengo algo que decir, que quede claro (si no, ¿qué hago escribiendo aquí?). Es más bien una cuestión de pereza, ya saben.

La importancia que tienen los libros (la cultura en general) se aproxima a cero. Entendiendo importancia como influencia sobre el mundo real y entendiendo cultura como un revestirse las entrañas de cosas que ayudan a vivir. Como decía no sé qué crítico literario o escritor, o Manuel Vicent, no sé, la cultura es eso que queda después de leer dos mil libros y haberlos olvidado en su mayor parte. Y no sirve para gran cosa. Para vivir, ya digo, pero no para pagar las facturas, que es lo que a todo el mundo le importa.

No parece muy atractivo dedicar años de la vida de uno a escribir una novela, sabiendo que uno tendrá mucha suerte si consigue no tener que pagar para que la editen. Y en el caso hipotético de que lo hagan, soportar las reseñas negativas poniendo cara de que a uno no le importa, de que está por encima de esas cosas, de esas zarandajas. Es mucho trabajo, reconózcanlo.

Y los saraos literarios, y los movimientos grupusculares y las reseñas positivas a los amigos y negativas a los enemigos. Y hacer piña y decidir que alguien te cae mal solo porque a otro de tus amigos también le cae mal, como si tuvieras dieciséis años y fantasearas con un millón de de amigos que te comprenden, como en la canción de Roberto Carlos.

Pero.

Lees la última de Chirbes, un hombre que ha escrito una de las mejores novelas españolas en el siglo XXI (“Crematorio”, por si quieren saberlo) y Esteban, el protagonista, verdugo y víctima de su ambición y de sus circunstancias familiares, como casi todo el mundo, no se te va de la cabeza. Y estás deseando llegar a casa para terminar de una puta vez el libro y poder sacar la espina que se te ha clavado entre las uñas y no te deja estar tranquilo, quitarte de encima a ese personaje que es repulsivo a veces, y tierno otras y penoso la mayoría. Tan humano. Y piensas que, bueno, es cierto que este hombre no tiene en mucha consideración la naturaleza humana. Que sus novelas no son precisamente animosas. Que hay que afrontarlas con el mismo ánimo que el cine de Haneke. Que no siempre estamos de humor para que nos recuerden que somos “mal cosidas bolsas de porquería”. Todo eso es cierto.

Pero si para algo sirve Chirbes es para recordarte el por qué.
Que no es poco.

viernes, agosto 16, 2013

Cuarenta

Ya saben ustedes lo que los americanos gustan de las historias de redención. Yo era un pobre desgraciado de buena familia que bebía mucho y que iba con mujeres hasta que Dios se cruzó en mi camino y me dijo que debía ser presidente de Estados Unidos. O bien, fui adicto a la cocaína durante veinte años y esa adicción acabó con mi matrimonio y mi fortuna, tuve que vender mi casa y acabé en la calle vendiéndome en las esquinas. Aún recuerdo las noches en vela, intentando que no se despertara mi familia, esnifando un gramo tras otro delante del ordenador. Sin embargo, un buen día entré por casualidad en grupo de apoyo y heme aquí, impartiendo charlas a personas con el mismo problema que yo tenía.

Y ganando pasta, eh, ganando pasta. Eso es importante.

Me encantan esas historias, la simplicidad absoluta del mensaje que contienen: todo el mundo puede mejorar, todo el mundo puede convertirse en otra persona, todo el mundo puede cambiar de vida y agarrar la parte correspondiente del sueño americano (otra manera de llamar a la codicia). En realidad, no creo que sea exactamente así: todo el mundo, más bien, sigue siendo quien fue alguna vez y el pobre Bush aún se escapa de vez en cuando al bar de streaptease más próximo a su casa para poder ver esas tetas siliconadas desafiando la gravedad entre vodka tonic y vodka tonic (es una buena imagen, reconózcanlo). Pero. Todo el mundo continúa siendo quien fue alguna vez porque eso es lo que hacemos: seguir siendo (la clave de la frase anterior está en el gerundio, por cierto). Seguimos siendo porque nos seguimos construyendo todos los días. Paro aquí, no quiero que esto parezca todavía más confuso. Creo que se me entiende. O no.

Sin embargo, algo bueno tiene esa concepción simplista de la vida. La edad no es un obstáculo para casi nada. Ni para dedicarse a la escalada (ese pobre viejo medio artrítico infiltrándose y tomando vitaminas para poder seguir yendo al rocódromo) ni tampoco para buscar trabajo. Resulta esclarecedor que en España cesen por completo las oportunidades laborales alcanzada cierta edad. En Estados Unidos, es ilegal que una oferta de trabajo pida candidatos en cierta franja de edad, porque lo consideran discriminatorio. Pero somos un país antiguo, cuna de mitos y de familias de rancio abolengo y aquí si pasas de cuarenta es poco probable que cuenten contigo para una nueva labor. Bueno, a no ser que tengas cuatro apellidos y un patrimonio. Entonces te pueden contratar de asesor en una eléctrica. O si eres un expresidente, en ese caso también.

Bueno, que sepan ya lo he decidido. Me iré al monasterio budista que hay en La Alpujarra a hacer panecillos de coco y amor. Igual también algo de cerámica. Cuando sea número uno en youtube, pediré la ciudadanía norteamericana. Y no creo que esto sea la crisis de los cuarenta.

miércoles, agosto 14, 2013

Paternidad I

Hoy vamos a la tercera ecografía y viniendo hacia el trabajo me he preguntado por qué no había escrito nada sobre mi futura paternidad. Creo que tiene que ver con pertenecer a una cultura supersticiosa. Al igual que, por español, pertenezco a una cultura católica aunque no me considere creyente, por andaluz, pertenezco a una supersticiosa, por mucho que me considere un hombre racional con una formación de ciencias. Mal fario y esas cosas. En mi tierra no se regala nada a la futura madre antes de los tres meses para no atraer la mala suerte. Ni se deja que los niños se tiendan en las mesas. Abortos y niños amortajados en casa si se busca el motivo.

No quiero pensar mucho en ello para no llamar la atención de los dioses, aburridos como están allá arriba, pues sé que se divierten con las desgracias humanas. Cuando el tiempo es infinito, no hay plazo ni objetivos y todo es aburrimiento. Por qué si no han malmetido tanto con los humanos, por qué si no Atenea y Apolo, Zeus y Europa. A mí que me dejen, que no se acuerden, que no miren, que no se fijen. Que sigan con su ambrosía y sus extrañas costumbres sexuales, con su pan y con su vino, con su niño Dios y con sus madres vírgenes al morir. Pero conmigo no, que me ignoren. Como si no existiera.

Hay otra cosa, además. La sensación de que escribir sobre lo que estoy experimentando falsea de algún modo el sentimiento. Si escribo sobre ello, para recordarlo en el futuro, en realidad no hago más que ficcionalizarlo, lo doto de algo que no tiene, lo convierto en algo diferente. Está bien escribir un diario de viaje para recordar mejor (no con más precisión sino mejor, de forma más completa, y más mentirosa también) pero llevar un diario de paternidad, (o un diario de espera, más bien, que acabara con el nacimiento) lo falseará todo en el futuro. Mejor sin pensar demasiado, sin leer sobre ello y sin darle más importancia de la que tiene. Toda la vida los niños han venido al mundo por el mismo agujero, entre mocos y caca, que decía el poeta. También antes de que se inventara la escritura para llevar las cuentas de los rebaños y la literatura para explicar y justificar las instituciones humanas. Mejor en crudo. Sin pensarlo mucho.