lunes, agosto 28, 2006

Zagreb

Zagreb es un sitio donde pueden verse chocar dos tiempos diferentes. Los ochenta del comunismo, justo antes de la guerra, y el ahora.

Es como una oruga que se haya quedado a medias en el cambio: un ala y varias patas fuera pero casi todo el cuerpo dentro del capullo.

Curiosa ciudad.

jueves, agosto 24, 2006

Vacaciones

Ahora sí. Me voy. Ja.

Escribiré desde allí.

Trigo

Mira la carretera sentado a la puerta de un bar, como casi siempre. Fija su vista en el mar de trigo del otro lado. Ahora, a principios de verano, sólo quedan los tallos, que servirán para alimentar al ganado. Balas de paja, regularmente depositadas en la tierra.
Sólo se oye, a lo lejos, el rumor sordo de los camiones que bajan por la carretera principal, a un par de kilómetros.

Todo empieza en otoño con la siembra. Él lo sabe bien. La tierra es roja y las sembradoras la rastrillan depositando los granos. Luego, poco a poco se cubre de verde. Ese es el color del campo en invierno en el pueblo. Aquí no aprieta de verdad el frío. Los tallos crecen y maduran y se vuelven amarillos. Él mira madurar las espigas desde esta silla desde hace ya tiempo. Le gusta hacerlo.

Hace un mes, las cosechadoras amarillas, después de todo el invierno en reposo, delineaban el terreno. Es un bonito espectáculo verlas moviéndose hacia arriba y hacia abajo. El grano tarda meses en estar listo para ese momento pero las máquinas van a lo suyo. Supone que es normal, las máquinas son máquinas.

Desde su silla tiene una buena perspectiva. Le gusta estar ahí sentado y mirar el mar de trigo. Lo hace todos los años desde que volvió al pueblo. Estar sentado y mirar el campo.

Lo echaba mucho de menos en la ciudad.

miércoles, agosto 23, 2006

Alivio

Andrés había estado reflexionando (si es que se le puede llamar reflexionar a dejarse conquistar por las imágenes que siempre inundaban su cabeza en el preludio del sueño) sobre el azar. Concretamente, sobre las manifestaciones del azar.

La nieve en la televisión (la nieve es producto de las interferencias sobre la señal, que a su vez se deben a múltiples factores, como la existencia de tormentas o la aparición de inconstantes campos eléctricos, factores que no se pueden predecir).

El ruido electrónico de los altavoces del ordenador al conectarse a Internet (la información circula en Internet troceada en pequeños paquetes que viajan por caminos diferentes, cada uno de ellos seleccionado en función de información dinámica que cambia al instante, por lo que no se puede predecir el camino exacto que seguirán los paquetes ni, por tanto, el sonido que aparecerá en los altavoces).

El contorno de las manchas de humedad en la pared (las manchas se deben al filtrado del agua a través de diferentes materiales y, al igual que no se puede prever el momento exacto en el que caerá la próxima gota de un grifo, no se puede predecir el camino que seguirá el agua.)

La forma de las ruinas (el deterioro provocado por el tiempo actúa de forma no predecible, aunque la arrogancia del arquitecto de Hitler, Albert Speer, le llevara a dibujar, junto con los planos de un edificio gigantesco que no llegó a construirse, los planos de las ruinas del edificio, mil años después).

La forma de los huracanes y las tormentas. El color exacto del atardecer contaminado de Los Ángeles. El itinerario que un corcho arrojado al mar seguiría para encontrar la costa. Tantas cosas al azar.

Pero lo que más le sorprendía era que, atendiendo al funcionamiento de ese azar, nada hacía imposible que la nieve de la televisión mostrara la cara de un niño, que el ruido electrónico se pareciera a la novena de Beethoven, que las manchas de humedad dibujaran a la virgen o que la forma imaginada de las ruinas coincidiera con las de la zona cero de Nueva York antes de la reconstrucción. Nada. Todo era extremadamente improbable. Pero no imposible.

Y también se preguntó si sería posible, aún sabiendo lo que sabía, evitar el pensamiento mágico si sucediera alguna de esas cosas. Y supo que no. Entonces supo también que el mundo es un lugar incomprensible.

Y la verdad, de alguna extraña manera, se sintió aliviado.

lunes, agosto 21, 2006

Creatividad

Releyendo algunos de los textos y notas que tengo en el ordenador, encuentro la siguiente cita: “Creatividad es la capacidad de perder el tiempo con algo que, una vez acabado, ya no satisface a nadie”. Y la encuentro sin firma.

Algo extraño porque siempre tomo nota del autor de las citas que me interesan. Así que deduzco que, si aparece sin firma, igual se me ha ocurrido a mí. Y como me sigue gustando, y aún sabiendo que hay que ser muy tonto o muy arrogante para pensar haber tenido una idea original (Nihil novum sub sole y esas cosas), me la apropio.

El caso es que, si la cita es cierta, ahora este texto ya no satisfará a nadie. Ni siquiera a mí. Pero aunque la cita no sea cierta, de algo habrá servido. Habrá servido para hacerla mía. Aunque no lo fuera.

jueves, agosto 17, 2006

Flaquezas

Todos somos humanos. Lo sabemos. A todos, en ocasiones, nos puede el miedo y la vergüenza. Todos hemos sido peores personas de lo que nos gusta recordar y por eso, aún inconscientemente, embellecemos nuestros recuerdos y así podemos evocarnos mejores de lo que fuimos. Todos tenemos flaquezas y hábitos malsanos. Todos somos agua y aceite, buenos y malos, ahora y siempre. Todo el rato.

Y si no, que le pregunten a Günter Grass.

Necrológica II. Paraguay

El dictador paraguayo, Alfredo Stroessner, ha muerto. Fue responsable, entre otros, de la operación Cóndor, la siniestra alianza entre dictaduras latinoamericanas que provocó la muerte de 50.000 personas y la desaparición de otras 30.000, por lo que en Paraguay se ha abierto una nueva sima, que conduce directamente al infierno y que está empedrada de cráneos.

No sé si alegrarse de la muerte de un hijo de puta nazi me convierte en alguien sin corazón. Pero me alegro y me da igual. Un hijo de puta menos en el mundo.

Ahora, señora enlutada, a por los demás. No será por falta de trabajo, no.

viernes, agosto 11, 2006

Días

Hay días en los todo parece parte de algo armónico y feliz que vibra como un diapasón que da un tono muy bajo, justo en el umbral que no podemos distinguir, algo que notas en los huesos pero que no consigues oír, en los que un niño que no te conoce te mira con curiosidad y te gusta y aunque te sientes un poco estúpido y sentimental, piensas que no está tan mal sentirse estúpido y sentimental, en los que durante un largo rato no querrías estar en ningún otro sitio más que donde estás en ese justo momento, en los que el centímetro de espuma que cubre la cerveza tiene la densidad justa, en los que la textura metálica de la capa de aire contaminado que cubre la ciudad permite atardeceres tan afilados y azules que quitan el aliento, en los que una mujer con todos los huesos en su sitio exacto te sonríe, en los que por un momento te sientes hasta capaz de perdonar la estupidez de los demás.

Son esos días en los que nada puede haber mejor que observar a una pareja de amantes que se despiden con un beso carnoso a primera hora de la mañana en el andén del metro.

Pero hay otros días en los que te levantas ya intuyendo que sería mejor no apoyar el pie en la tarima a primera hora de la mañana, en los que en el bar te ponen el café aguado, como si no se dieran cuenta de nada, en los que, al final, te humillan públicamente y tienes que tragarte el nudo de rabia que se forma en tu garganta como si se tratara de una pastilla que se queda a medio camino, en los que piensas que el empate que consigues a veces está tan lejos como la pereza de las vacaciones, en los que sabes que te van a ganar cinco a cero y que el último gol lo va a meter la estrella del equipo contrario después de sentar en el suelo al portero, en los que te van a joder, chaval, así que buena cara y gracias señor por ser tan amable, en los que se templa tu aguante, por lo que recuerdas que Marco Aurelio decía que la vida no es para los bailarines que ejecutan gráciles pasos sino para el soldado que es capaz de aguantar las embestidas sin moverse.

Son esos días en los que nada puede haber peor que ver caer las lágrimas de un desconocido que llora en silencio y que se ha sentado justo enfrente de ti en cualquier sitio.

Hay días y hay días.

miércoles, agosto 09, 2006

Lisboa

Cada una de las piedras de las aceras de Lisboa se coloca a mano. Las aceras, como resultado, son irregulares y están llenas de pequeños montículos. Podríamos decir que la piel de la ciudad tiene arrugas. Y eso está bien.

Pero a veces se avergüenza de esas arrugas, cede a la vanidad y se esconde entre la bruma marina. Como una estrella de cine decadente, cuando exige filtros en las cámaras de televisión. Y eso también está bien.

Y las cuestas. Y el paso de los tranvías. Y los relieves manuelinos. Y las caras de los gitanos portugueses. Y el café. Y los pasteles de nata.

Pero lo mejor de todo es ir con un libro bajo el brazo a conversar con Bernardo Soares. Dicen que su conversación está llena de frases rotundas, de efecto retardado. No sé, yo lo he intentado y a pesar de estar siempre en el mismo sitio, delante del café A Brasileira, nunca dice nada. Al ser de bronce, debería hablarnos con voz de cúpula, pero inexplicablemente no lo hace. Quizá se trate de un rasgo propio de los lisboetas. El silencio propio de la saudade.

Sin embargo, yo no pierdo la esperanza. Cada vez que voy, le pregunto: Señor Soares, ¿qué tal el café negro esta mañana?

martes, agosto 08, 2006

Enfermedad I

Casi todo el mundo sabe lo que es un dèja vu. La sensación de vivir un instante ya vivido. Un instante de, digamos, presciencia: por un momento nos sentimos como si fuéramos capaces de adivinar lo que va a suceder.

Para explicar por qué nos sucede se está experimentando con un grupo muy especial, personas con una especie de dejà vu crónico. Viven el presente, teniendo siempre la sensación de haberlo vivido antes. Siempre.

Sabemos que, en realidad, el tiempo no transcurre. Es nuestra percepción la que lo hace fluir. Así que, poniéndonos escolásticos, estas personas viven en el futuro. No hace falta decir que me gustaría conocer a alguien con esa disfunción cerebral.

Más que nada para saber la cara que tuvo el oráculo de Delfos. Y para que me cuente qué ve cuando me mira. Y de qué me conocía antes.

viernes, agosto 04, 2006

Caida

Como en un jardín inclina la amapola su tallo, combándose al peso del fruto o de los aguaceros primaverales, de semejante modo inclinó el guerrero la cabeza que el casco hacía ponderosa.

La Ilíada.

Un guerrero muere. La coraza horadada por una lanza. Y ya descoyuntado, cae al suelo sin vida. Una flor vencida por el peso del agua. Belleza oriental en los alrededores de Troya.

miércoles, agosto 02, 2006

Camelo

La muerte no es nada, apenas un escalofrío aterciopelado y blanco. Lo sé porque a mí me sucedió y no fue para tanto. Lo que pasó después fue que simplemente desperté en mi cama de siempre, en mi apartamento de siempre y seguí haciendo la vida de siempre. Como aún sigo haciendo. Me levanto, desayuno, me afeito, me ducho, maldigo el trabajo que me hace madrugar, sueño con las vacaciones, cojo un metro atestado de gente, llego a la oficina y me pongo a rellenar los informes que pagan mi nómina. No es un trabajo complicado y, además, llevo tanto tiempo haciéndolo que se me da bastante bien.

Ahora soy el único que lleva tanto tiempo aquí como para acordarse de cuando esta oficina era un lugar bullicioso. Recuerdo que lo era. Pero las restricciones de personal han hecho que cada vez quede menos gente trabajando aquí. El silencio me gusta, así que yo la prefiero ahora. El silencio me acompaña y me hace sentir protegido.

El único problema es que con tan poca gente, muchas veces tengo que hacer horas extras y llevo ya bastante tiempo, no recuerdo exactamente cuánto, sin vacaciones ni días libres. Trabajando todos los días en esta oficina casi vacía.

Pero ya digo que la muerte no es nada.

Y el infierno: un camelo.

martes, agosto 01, 2006

Jano

Jano, el dios romano, sin equivalente en la mitología griega, el dios que dio nombre a nuestro mes de enero, el dios de las puertas, de los comienzos y los finales, el dios bifronte, el dios de las dos caras, me habló el otro día y me dijo que no entendía como lo habíamos olvidado.

Me dijo que la humanidad era como él. Principios y finales. Puertas que se abren todo el tiempo hacia caminos que no conocemos. Encrucijadas. Cadenas de azares. El universo desgajándose todo el tiempo en infinitos universos, cada uno de ellos una posibilidad diferente.

Lo noté triste.

Yo le dije que lo sentía, que llevaba razón, que deberíamos haber seguido conservando el culto. Que era triste que los antiguos dioses murieran en silencio. Pero que no había nada que hacer. Que lo sentía, pero que no había nada que hacer.

Las horas que están limando los días. Los días que están royendo los años.