miércoles, diciembre 26, 2007

Transformaciones

Huir, correr, hacia delante, sin sosiego ni calma, tan sólo para desembarazarnos de nosotros mismos, de la imagen que todos los demas tienen de ti, marcharse a ser otro. Hacer las maletas, coger el dinero y largarse a inventarse una vida. No tener que jugar el papel que los demás esperan que hagamos, no tener que hablar o contar ese chiste, no tener que hacer el comentario que todos esperan, no tener que ser quien siempre eres, al que todos conocen desde hace tanto tiempo, al que quieren a pesar de sus defectos. Es decir, transformarse en otra cosa.
Y la vez, quedarse, quedarse para siempre, volver, echar raíces, comprar una casa, dejarse invadir por la dulce rutina de lo familiar, venir a envejecer definitivamente en las mismas calles en las que te criaste y jugar para siempre a reconocerse en los demás, a conocerlos a ellos como ellos lo hacen contigo, a sentirse querido, a asistir a las mismas conversaciones, a dejarse arropar por la familia. A convertirse definitivamente en alguien parecido a tus vecinos. Es decir, transformarse en otra cosa.

sábado, diciembre 22, 2007

Naranjas

Como todo el mundo sabe, el invierno es una de las cuatro estaciones de las zonas templadas y se caracteriza por días más cortos, noches más largas y temperaturas más bajas. Aquí en el hemisferio norte, astronómicamente, comienza con el solsticio de invierno alrededor del 21 de diciembre y termina con el equinoccio de primavera, el 21 de marzo. Objetivamente, estamos en invierno.
También sabemos que el invierno ha sido tradicionalmente la encarnación de la muerte. Los árboles pelados en el paisaje nevado han sido la metáfora perfecta del fin del ciclo de la vida, que se renueva en primavera. La nieve en el cabello, la muerte helada, la falta de vida, siempre se han relacionado con las bajas temperaturas. Es difícil morir de calor pero es muy fácil hacerlo cuando la temperatura está a cero grados, la muerte más dulce, dicen.
Pero en realidad, el invierno también es la estación de los naranjos lustrosos y cargados de fruta. Y me alegra que el invierno de mi ciudad tenga dentro la futura primavera. Tan a la vista.

viernes, diciembre 21, 2007

Feliz Navidad

El día de Nochebuena se había levantado cargado de electricidad, como ocurre justo antes de una tormenta tropical, en lugar de frío y nebuloso. Eso no impidió que fuéramos a trabajar exactamente igual que cualquier otro día del año. Cuando llegamos al trabajo, las puertas estaban cerradas y el guardia de seguridad no estaba en su garita. Volví la cabeza para comentar el caso con el compañero que me solía llevar en su coche, pero no pude ver dónde había ido. En lugar de ventisca o de rachas de viento helado, un pequeño tornado preñado de papeles giraba en el aparcamiento. Cuando intenté abrir la puerta del edificio de mi oficina, no lo conseguí. Como mi compañero seguía sin aparecer, me encaminé hacia el metro pensando que ya que la dirección se había decidido a concedernos el 24 de diciembre libre, deberían haber tenido el detalle de comunicarnoslo. El tornado había pasado por la parada de metro y había sembrado la escalera de desperdicios. Al entrar en la estación comprobé que mi pase no funcionaba pero no había nadie en la taquilla que pudiera solucionar el problema así que me colé saltando el torno de entrada. Sigo aquí esperando el tren.



Feliz Navidad a todos.

lunes, diciembre 17, 2007

Don

Durante cuatro años tuve un don. Fui capaz de predecir con absoluta precisión el valor que alcanzarían las acciones y me hice rico, claro. Los colegas de la firma de inversiones pensaban que tenía buena mano con las previsiones pero nunca supieron realmente hasta dónde llegaba mi facultad de anticipación. Yo sí. Durante cuatro años no fallé ni una sola vez.
Después de un año, me establecí por mi cuenta y dos clientes importantes, con activos por valor de cincuenta millones, se vinieron conmigo. Ese fue el principio de todo. Alquilé una oficina con mil metros cuadrados en la zona de negocios más importante de la ciudad, contraté a los mejores de mi anterior empresa y comencé una campaña de publicidad a medida. En fin, lo habitual en estos temas, un poco de suerte, un poco de decisión y el dinero comenzó a entrar en la empresa. Esa siempre es la etapa más divertida de cualquier negocio: cuando el dinero comienza a llegar. Cualquiera que haya creado una empresa lo sabe.
Incluso cuando la ola de atentados en mi ciudad hizo caer las acciones un 30%, yo supe cubrirme con permutas de valores y negociaciones de bonos. Y no perdí ni un euro en los tres meses siguientes de agitación bursátil y de nerviosismo. Ni un euro. Supongo que no está bien alegrarse cuando mueren cientos de personas inocentes y yo no lo hago, pero a partir de ese día los clientes empezaron a hacer cola ante mi puerta. Personas por cuya cartera hubiera sido capaz de todo insistían en verme y en contratarme para mover su dinero. Así que yo sólo me limité a aprovecharme de la situación, no creo que se me pueda reprochar nada. Justo después de aquellos meses, mi empresa comenzó su expansión. Abrí sucursales en tres ciudades más, siempre en las zonas más cotizadas, amplié el tipo de operaciones que realizábamos y comencé a trabajar en fusiones y adquisiciones, donde está el dinero de verdad en este negocio.
Nunca le dije a nadie cómo era capaz de afinar tanto, ese era mi secreto. La verdad es que, por inverosímil que parezca, soñaba con cotizaciones. Se me aparecían en sueños y por la mañana, durante los cinco primeros minutos de vigilia, era capaz de recodarlas. Después de un par de meses, también advertí que si me concentraba en determinadas operaciones a la hora de dormir, por la mañana siempre sabía qué hacer al respecto.
De vez en cuando, sin embargo, no soñaba con valores, ventas y compras. A veces soñaba con otras cosas que iban a suceder que no tenían nada que ver con el dinero. Como cuando soñé con aquellos cientos de personas muertas y los trenes destripados por las bombas dos días antes de que sucediera, pero todas aquellas escenas no me interesaban demasiado. No quería parecerme a Casandra, condenada a ver el futuro y a que nadie la creyera.
Nunca me planteé por qué me ocurría aquello, simplemente le saqué partido. Ahora el don ha cesado pero me da igual. Ya tengo suficiente dinero para vivir tranquilo el resto de mi vida.

viernes, diciembre 14, 2007

Escribe

Escribe, escribe, ahora, rápido, ya. Escribe sobre algo, sobre lo que sea, es igual, pero hazlo porque hay que mantener la disciplina. Escribe sobre los andamios de bambú de cientos de metros de alto en los que se afanan miles de obreros en la construcción de los nuevos rascacielos chinos; escribe una historia en la que alguien se convierta en una hoja mecida por el viento, una hoja que suba hasta la planta vigésima de una de esas nuevas torres de Shangai y que pudiera ver a través de la ventana como el frigorífico de una casa se abre solo, cubriendo la cocina de una luz fantasmagórica y como el inquilino contrata un exorcismo tradicional, con quema de incienso e invocaciones, cuando hubiera sido mucho mejor contratar a un técnico que arreglara la bisagra de ese aparato alemán tan caro; escribe sobre los canales de comunicación que se abren a diario entre nosotros, los reales y los imaginarios y sobre la inutilidad de que el frigorífico díscolo se conecte a Internet para encargar directamente la compra, y que además pretenda hacerla en un supermercado de Berlín; escribe sobre la textura de aquel bambú, de sus astillas que se clavan en los pies desnudos de los obreros, pues es mucho más seguro aferrarse al andamio con los pies que pisarlo con botas de trabajo; escribe sobre el azul del cielo, ese color que depende de la composición química de la atmósfera e imagina aquella hoja bailando absorta sobre las corrientes de aire caliente. Escribe sobre lo que sea.

Y si acaso no eres capaz de imaginar una historia de verdad, escribe sobre el propio acto de escribir. Ese onanismo inane.

martes, diciembre 11, 2007

Huesos

Al señor de Portorosa

Qué momento el de asistir en un cementerio a la retirada de restos de una tumba por parte de un obrero demasiado acostumbrado a hacer eso con una cara falsa de tristeza, pues a fin de cuentas no son más que restos blanquecinos que antes pertenecieron a una persona, pero que en realidad parecen trozos de piedra caliza, la familia que siente entonces un pellizco en el estómago porque reconoce entre los huesos desordenados la hebilla del cinturón que el muerto llevaba en el día de su entierro, los restos rasgados del pañuelo de seda, apenas unas hebras, con el que ella quiso descansar porque aún conservaba un rastro de aroma a rosas secas y le recordaba la gran historia de amor de su vida, o un broche de amatista que hizo el camino de ida a América años antes y que acabó volviendo después de que la vida en Cuba se volviera miserable y la emigrante regresara a su pueblo a construirse una casa humilde con los ahorros de toda una vida, en lugar de la gran casa del indiano en la que pensaba vivir cuando partió un día nublado, como lo son todos en Galicia, hacia Cuba hace ya cincuenta años. Y entonces alguien siempre dice no somos nada y fíjate en lo que quedamos cuando pasa el tiempo y humo y ceniza y el tiempo lo cubre todo con su manto de olvido y el poeta de la familia se pone lírico al decir que siempre que exista una persona que nos recuerde no habremos muerto del todo aunque el poeta sepa que cuando mueres, mueres sin remisión y que eso es precisamente lo que hace posible la poesía, que esos huesos con ese aspecto seco, como si nunca hubieran conocido la humedad de la atmósfera, estaban unidos, fijados y trenzados por los músculos y los tendones a un cuerpo, tenían riego sanguíneo y nervios en su interior y estaban tan vivos como el corazón que bombeaba sangre dentro su armazón de costillas, tan vivos como tú, tan vivos como yo y que todo eso terminará algún día y que lo que nos aproxima al abismo y la nada, lo que nos acerca a la línea de sombra que marca el sentido último de la poesía es justo saber que la vida se acaba y que si no lo hiciera, no seríamos lo que somos, humanos asustados por el vacio del final, que se emocionan ante los buenos versos, pero fíjate como brilla la amatista después de tanto tiempo y algún día te contaré la maravillosa historia de la tata Clara, tu tía caribeña nacida en Muxía.

viernes, diciembre 07, 2007

Paisaje con bar

El vino corre alegre y el jamón ibérico deja su impresión en la garganta. La gente se mueve sin cesar, formando parte de bullicio, creando la impresión de que el bar es una colonia de organismos en la que cada uno cumple con su función. El humo llena el local, la música suena bajita, para no molestar a la conversación, pero como se trata de un bar español todo el mundo grita y se agita y gesticula y bebe y se mira. Los personajes son los habituales, gente con historias interesantes que contar, pero con las mismas heridas y cicatrices detrás de los ojos. Gente sola que utiliza este lugar de reunión como un apoyo, un ansiolítico o un burdel. Porque todos estamos de acuerdo en no fiarnos de la gente que presume de no tener vicios, tan fuertes y poderosos, tan orgullosos de su fuerza de voluntad, tan íntegros y preparados. Todos estamos de acuerdo en que las cicatrices hay que llevarlas con orgullo y que, por el camino, no nos queda otra que entretenernos. Ya lo decía la canción. Y a eso nos aplicamos todas las noches durante un rato. A olvidar y a olvidarnos, a sentirnos parte de algo, aunque ese algo no sea más que un grupo de lisiados que cojean de una pierna o de otra dependiendo del día que tengan.

Hay muchas maneras de vivir en una ciudad: encerrado en casa como el nonato en su útero, con miedo de respirar por primera vez después de nueve meses, protegidos por nuestros libros, nuestra música y nuestra calefacción o bien ganándonos cada día una arruga nueva, un nuevo microsurco, un nuevo recuerdo, dispuestos a vivir a pesar de todo. Los habituales optamos, huelga decirlo, por esto último. Los habituales nos saludamos dándonos dos besos en las mejillas, una costumbre andaluza que, como el aceite de oliva virgen en la tostada, está conquistando terrenos más allá de Despeñaperros, y hablamos de cualquier cosa excepto de política. De vez en cuando, los habituales tenemos expresiones hurañas y, en esas ocasiones, sabemos no molestar. A veces alguno de nosotros se acoda en la barra y se dedica a emborracharse concienzudamente, con oficio, y entonces los demás no decimos nada porque sabemos que poco se puede decir en esas ocasiones. Cierra a las dos de la madrugada. Nosotros solemos irnos antes.

lunes, diciembre 03, 2007

Celo

Puedo frotarme con tu cuerpo o enroscarme a tus pies, puedo maullar y atrapar un pajarillo desvalido que se haya caído del nido sin esfuerzo. No conozco la piedad ni la compasión porque soy un depredador. Me muevo con la elástica belleza de los felinos, siempre dispuestos a saltar y caer con elegancia. Soy un gato, el amigo de los solitarios, la mascota que desprecia a sus dueños, el guía de las almas que erran perdidas entre calles asfaltadas. Soy el amo de la ciudad y cuando los humanos desaparezcan seré la única especie doméstica preparada para sobrevivir en la naturaleza, aunque no tendré necesidad de hacerlo hasta que todas vuestras gallinas hayan desaparecido en nuestros estómagos.

En esta época, sin embargo, me canso de moverme de un sitio a otro, oculto por la oscuridad, marcando mi territorio con orines apestosos, me canso de buscar y se me ocurre que me gustaría ser uno de esos peces que de vez en cuando engullo y que se mueven debajo del agua, veloces y plateados. O bien un rosal, que espera con valor la helada, sin moverse del sitio; o una roca, que contempla cómo pasa la vida año tras año sin apenas cambios. En esta época, arqueo el lomo, bufo, saco las garras, cierro las pupilas, muerdo y salto. Busco a las hembras sin descanso, olfateo y sigo sus rastros. Las busco. Pero preferiría no hacerlo.

No entiendo como soportáis los humanos estar siempre en época de celo.

miércoles, noviembre 28, 2007

Bata

Sí, sí, cariño, así me gusta. Hazlo justo así, corazón -decía por teléfono con voz susurrante la señora en bata. Llevaba seis meses con aquel trabajo, una manera de ganarse la vida como otra cualquiera, con la ventaja de poder hacerlo desde casa. Cuando dejaba a los niños en el colegio a las 8.00, desayunaba, se fumaba un cigarrillo y se ponía cómoda en casa. Se vestía con una bata de algodón a la que tenía mucho cariño, pues era de las pocas cosas que conservaba de su época de soltera, se colocaba el manos libres en la oreja y se conectaba. Nunca pasaban más de cinco minutos hasta que algún hombre empezaba a pedir cosas con la voz ligeramente ronca. Qué llevas puesto, quítate el picardías negro, acaricia tu pezón izquierdo, pellízcalo, te gusta, sigue, yo también me estoy tocando.
Normalmente, las fantasías sexuales de la mayoría de los hombres, desde la generalización del vídeo en los ochenta, eran sorprendentemente parecidas. Enfermeras con uniformes ceñidos y escotados, encuentros lésbicos (el oyente pagaba por escuchar a dos mujeres al tiempo), trío con dos mujeres (ahí el cliente pagaba triple), esas cosas. Algunas fantasías eran más elaboradas, tal vez más repugnantes, pero ella era una profesional y trataba a todos los clientes por igual, por extrañas que fueran sus peticiones. Se sentía orgullosa de que quedaran contentos. Sentía la satisfacción del trabajo bien hecho cuando escuchaba sus orgasmos al otro lado de la línea. Su jefe le había dado hacía poco una paga de productividad porque se había enterado de que había recibido ofertas de la competencia y no estaba dispuesto a perderla, estaba claro. Se le daba bien susurrar y decir obscenidades sincopadas al teléfono, conseguía darle el tono justo de procacidad a sus palabras y tenía la suficiente intuición para saber el trato que necesitaba cada uno. Podía comportarse como una chica inocente, necesitada de magisterio, como una mujer segura de sí misma que pedía lo que le apetecía o bien como toda una experta, como una dómina, como el cliente realmente deseara, aunque no se atreviera a pedírselo a su esposa o ni tan siquiera a reconocérselo a sí mismo. Estaba dotada para ello.

Cariño, tenemos que hablar -dijo su marido después de dejar el abrigo en el perchero de la entrada-. Hace tiempo que necesito hablar contigo y no encuentro nunca el momento -continuó-. ¿No me quieres ya? Hace más de seis meses que no hacemos el amor y no entiendo por qué. ¿Ya no te excito? ¿Sales con otro hombre? ¿Qué nos está pasando?

viernes, noviembre 23, 2007

Familia

Yo nunca he querido demasiadas cosas en la vida. Nunca. Una vida familiar normal con las satisfacciones y trabajos propios de cualquiera. Alguien que me amara, bueno, ya sé que lo hace Eva, pero no es lo mismo, a fin de cuentas, ella es mi secretaria y no sé hasta qué punto me ama o lo que siente por mí se parece más al respeto y la admiración, como si yo fuera su mentor o su hermano mayor, no sé si se puede llamar amor a eso.
De todas maneras, ser querido siempre ha sido muy importante para mí porque tuve la mala suerte de nacer en una familia poco afectiva, sobria incluso para lo habitual en Centroeuropa. Es cierto que, si lo pienso, detesto el besuqueo y la gestualidad mediterránea de esas grandísimas familias de tías que acarician y pellizcan y chillan de satisfacción cuando pueden acunar a un niño nuevo del clan. Si soy sincero, los mediterráneos me parecen un poco grasientos, como si estuvieran siempre poco limpios, y además muchos de ellos huelen permanentemente a ajo. A veces me pregunto cómo es posible que los griegos, que inventaron la filosofía y sin los cuales no hubiera sido posible la cultura occidental sean tan parecidos a los árabes de la orilla contraria, y tan parecidos a los judíos. Pero me estoy yendo por las ramas, estaba diciendo que siempre he echado de menos la vida familiar. Incluso cuando intenté dedicarme a la pintura y me imaginaba a mí mismo triunfando en las galerías de París, en realidad siempre quise creer que habría alguien esperándome en casa: la vida familiar, feliz y anónima de cualquier vienés de cultura alemana. Pero los galeristas nunca confiaron en mi talento, nunca me dieron la oportunidad de ganarme la vida con la pintura. Cuando se tienen diecinueve años y te niegan la posibilidad de dedicarte a lo que consideras tu destino es posible que sufras un golpe irreparable. Yo, mirando las cosas con perspectiva, creo que lo superé bastante bien. Si bien es cierto que durante un tiempo estuve rabioso con la injusticia del mundo y creo que esa rabia, ahora puedo verlo claro, me hizo interesarme por la política. Es posible que, en realidad, yo sólo quisiera obtener mediante la política el público que esperaba haber congregado ante mis obras de arte, no lo sé. En cualquier caso, los alemanes hemos sufrido demasiado a lo largo de la historia y ya era hora de que alguien lo gritara bien alto, ya era hora de protestar por el injusto trato que las potencias occidentales nos habían dado después de la guerra, ya era hora de levantarse con la frente bien alta, dejar de humillar la cerviz, dejar las reverencias ante la industria inglesa. Quizá se trató tan solo de que fui capaz de sintonizar con el sentimiento nacional y los que escuchaban mis charlas se sentían identificados con lo que exigía y predicaba: que Alemania se levantara de nuevo con orgullo, que se convirtiera de nuevo en el gran país que siempre hemos sido.
A la gente le gustaba lo que yo decía, y sobre todo, le gustaba cómo lo decía, me di cuenta rápidamente de eso, de que yo tenía algo que era capaz de enfervorizar a cualquiera, de que yo tenía algo en la voz. Lo demás es historia y todo el mundo la conoce. Pero yo nunca he querido demasiadas cosas en la vida. Nunca. A pesar de todo lo que ha pasado, yo sólo quería una vida familiar normal con las satisfacciones y trabajos propios de cualquiera. Aquí en mi bunker berlinés, mientras ya contemplo la vida con cierta nostalgia, al fin conozco al hombre que habita bajo el uniforme.

lunes, noviembre 19, 2007

Reflejos

Por la mañana mira los amaneceres futuristas de su ciudad desde el edificio en el que tiene su oficina, un bloque de cristal en un barrio de las afueras. Toda la visión tiene algo de ensoñación, con las luces de los edificios iluminando el horizonte y los rascacielos metálicos reflejando de forma oblicua los rayos del sol. Durante un instante llega a pensar que una nave va a aparecer entre los rascacielos pilotada por Deckard, el blade runner. Es bonito, se dice, es bonito el amanecer desde aquí, con los coches empezando a acumularse en la carretera en primer plano y la línea del cielo recortada contra el color del alba.
Entonces se pregunta lo que pensarán en ese momento los millones de personas que están despertándose. En ese mismo instante, se estarán deshilachando los sueños de miles, y en el instante siguiente de otros miles, miles acariciarán a la persona con la que comparten la cama, o se despertarán sonriendo porque uno de sus hijos se ha metido en ella. Muchos otros, por su parte, lamentarán haber despertado porque saben que les espera un día de trabajo y de preocupaciones, porque últimamente el hijo no hace más que vagabundear con esos amigos que se ha echado y que lo van a llevar por mal camino, porque no saben cómo van a conseguir pagar la hipoteca este mes, porque ella o él se fueron y la soledad es lo primero en lo que se piensa cuando uno se despierta sin compañía en la cama. Pero casi nadie se demorará en la cama para un encuentro sexual. Los amaneceres de los días laborables no tienen sexo porque casi nadie está dispuesto a arañar media hora al sueño para empezar el día entre caricias.
Mientras toma el café, leyendo los titulares de la prensa, en esa tregua que se concede a diario antes de sumergirse en el trabajo, piensa en todo eso y más tarde lo olvida al dejarse llevar por las prisas diarias de cualquier oficina.
Al día siguiente insiste: es bonito, se dice, es bonito el amanecer desde aquí.

jueves, noviembre 15, 2007

Empecinamiento

Hace tanto tiempo que no sé lo que falta, pero X (qué más da quien fuera, todos somos variaciones del mismo patrón genético, repeticiones autosemejantes), a principios del siglo XXI, grabó en una base de datos toda la información digital que tenía que ver con su vida. Conozco perfectamente su nombre, por supuesto, pero me gusta llamarlo X. Los correos electrónicos, las páginas web que visitaba, sus conversaciones en el móvil, las películas de vídeo que se entretenía en registrar, todo quedó almacenado. Digital Life o algo así llamaba a su proyecto. X siempre fue concienzudo.

Los aparatos digitales de X fueron los testigos mudos de su empecinamiento contra la desaparición. Algo viejo como el mundo. Houellebecq en su novela "La posibilidad de una isla" ya había imaginado una solución parecida. En ella la humanidad había conseguido perfeccionar la clonación pero no la transferencia de conciencia, con lo que cada uno de los seres clonados que nacían debía aprender quién fue su antecesor a través de una "historia de vida" que novelaba la vida original de aquellos genes. "Yo, como tú, no quiero morir. Eso es todo" decía uno de los personajes. X (aunque fuera de forma inconsciente, aunque no fuera capaz de reconocérselo ni a sí mismo, creo) esperaba algo parecido a lo inventado por Houellebecq: la inmortalidad. Aunque fuera coja.

Y ahora estoy aquí, dondequiera que sea eso. Mis datos se encarnaron . Y así, yo, X, alguien que tiene recuerdos en forma de películas de vídeo, resurgí de toda aquella información almacenada. Ahora soy una conciencia sin cuerpo que se mueve por la red y echo tanto de menos el amor que todos los días me lamento de estar aquí. Pero así son las cosas. Probablemente, en mi otra vida debería haberlo pensado mejor.

Ahora ya es tarde.

miércoles, noviembre 14, 2007

Levantarse

El calor del sol en la piel en un día perfecto de playa; el paseo que damos atentos a lo que vemos; la antigua catedral de Madrid, San Francisco el Grande, iluminada al atardecer; el empedrado antiguo de las calles; el placer del estudio; el viento en la cara, con la intensidad justa para no molestar; el cielo azul metálico de invierno; el cigarrillo después del sexo; el sexo, con toda esa piel y esa saliva; la música; la vuelta a casa de los viajes; la literatura; los museos; los cafés agradables con sillas de madera en los que charlar interminablemente con los amigos; una buena carcajada contagiosa; la textura del jamón ibérico en la boca; los atardeceres en avión; los horizontes verdes; sentir el cuerpo cuando hacemos deporte; una cerveza helada en un día caluroso; un vino tinto de crianza con el toque justo de sabor a fruta; la extraña armonía de las cosas minúsculas; los insectos, esos ejemplos de ingeniería orgánica; una película en la que los diálogos merezcan la pena.

A veces caemos. Pero existen motivos para volver a levantarnos. Quién dijo miedo.

jueves, noviembre 08, 2007

Placa

El traje de corte inglés le quedaba como un guante, los zapatos quizá fueran demasiado puntiagudos, pero la cabeza afeitada y la cultura francófila le hacían parecer elegante. De maneras afectadas, en otras épocas de la historia hubiera tenido que soportar bromas sobre su condición sexual. No en esta, por fortuna. Una barriguita, más llamativa de lo normal en alguien tan delgado, indicaba abandono en su programa de ejercicios de pilates. Pese a todo, estaba en forma para alguien que estaba más próximo a los cuarenta que a los treinta.

No despertaba muchas simpatías, eso era cierto. Llegaba al trabajo, se colocaba los auriculares y no hablaba con nadie. Para él, interesarse por la vida de alguno de sus compañeros era una muestra de debilidad. Sin embargo, sí que le importaba conocer el nombre de los directivos. Por eso había dedicado casi un día a copiar a mano el organigrama de la empresa y así aprenderse de memoria los nombres. Así podía fingir una experiencia en la compañía que no tenía. Podía aparecer como alguien con trayectoria y no como el amigo del jefe, compañero de la facultad. Ahora que había encontrado su oportunidad no iba a dejarla pasar. Él no estaba allí para hacer amigos sino para hacer carrera.

No podía descuidarse ni un momento, en cualquier instante alguien podía clavarle un puñal por la espalda: hacer el comentario adecuado en el momento adecuado, conseguir la mirada aprobatoria de los jefes que, en realidad, se merecía él. Estaba rodeado de hienas. Veía el mundo a través de su ambición y, como el lujurioso que cree que todo el mundo está siempre juzgando qué tal polvo tendrán los demás, no veía nada más que competidores. Gente que estaba allí para arrebatarle lo que le correspondía.

Uno de los días en los se quedó a trabajar para preparar una reunión, un coágulo decidió recorrer los casi 3 metros de arterias que van desde el muslo derecho hasta el corazón y lo mató. Murió agarrándose el pecho y quedó desplomado sobre el teclado del ordenador mientras la impresora escupía la última versión de la presentación en la que estaba trabajando. Eran las diez de la noche y hacía más de una hora que el último compañero se había ido a casa.

Al día siguiente, en la oficina no trabajaron. Todos estaban afectados y se dedicaron a intercambiar comentarios sobre la futilidad de las preocupaciones laborales ante los verdaderos problemas de la vida. En una semana, todos volvieron al ritmo de trabajo habitual. Como recuerdo de su labor en el grupo, compraron una placa conmemorativa que fijaron en la pared del vestíbulo. La descolgaron después de que los cuatro últimos contratados protestaran por el ambiente que aquel recuerdo creaba en la oficina.

viernes, noviembre 02, 2007

Ray

Si prestaba la suficiente atención y cerraba los ojos podía oír el sonido que hacían las lombrices excavando la tierra. No se lo había dicho a nadie, claro. Desde la última vez no hablaba mucho de las secuelas porque, tal y como había notado, la gente empezaba a mirarlo con temor. Como si fuera alguien que hubiera escuchado la palabra divina, como a un iluminado o a un elegido. Y eso a él no le gustaba nada. Hubiera preferido no verse señalado, no verse destacado entre sus vecinos. El hubiera querido seguir siendo un hombre anónimo, un vecino normal de los que saludan por la mañana y procura llevarse bien con sus paisanos. Pero el azar o el destino o lo que quiera que se encargue de elegir las víctimas de las desgracias lo había señalado a él.

En el pueblo había mucha gente como él (Ray Sullivan, encantado señor) con el pelo cano y las manos callosas y duras por el trabajo, con la misma cara de intemperie. Para algo era guarda forestal. Pero no conocía a nadie que hubiera sobrevivido a siete rayos. No creía que hubiera nadie más en el mundo que pudiera decir lo mismo, que hubiera tenido esa suerte. Siete rayos y ni un rasguño, tan sólo esa capacidad auditiva por encima de lo normal.

Claro que cuando oyó a su hija concertar una cita secreta con una chica gay neoyorquina recien llegada al pueblo y a su mejor amigo alardear de haberse acostado con su mujer (Dios la tenga en su gloria) veinte años antes, empezó a preguntarse si haber sobrevivido al último rayo era realmente una suerte.

miércoles, octubre 31, 2007

Madrid

"Si Madrid fuese un cuerpo humano, sus arterias reventarían cada mañana. Desde las siete, un gigantesco coro de bocinas resuena hasta pasadas las nueve."
Frase extraída de El País.

Si Madrid fuese un cuerpo humano y las carreteras las arterias, ¿donde estaría el corazón?, ¿y el estómago con su ácido clorhídrico?, ¿y la corteza cerebral? Si Madrid fuese un cuerpo humano, a mí me gustaría vivir en los ligamentos cruzados de la rodilla. No sé por qué pero me da la impresión de que sería un lugar lleno de glamour, en el que podría tener el mismo coche que cualquier constructor y compatir amante (sin saberlo, claro) con un narcotraficante. O en el sistema nervioso periférico, en alguno de esos tumores que están avanzando poco a poco hacia la médula espinal. En Seseña, por ejemplo, en la urbanización de Francisco Hernando, alias "Paco el Pocero", ese prócer.

lunes, octubre 29, 2007

Olvido

He leído muchas veces que todos somos únicos e irrepetibles. Que ninguno de nosotros es exactamente igual a otro. Que todos tenemos una estrella en nuestro interior que luce de forma solitaria en el cielo. Lo he leído muchas veces y no me convence. Esa necesidad humana de considerarse único sólo tiene que ver que nuestra conciencia de vivir muriendo. Todos sabemos cuál es el final del camino, el mojón a partir del cual ya no habrá más derecha e izquierda, el final. Y aunque no alcanzamos el final hasta que lo hacemos, todos sabemos que está ahí y no conocemos a nadie que haya conseguido evitar lo inevitable (la vieja, la guadaña, la túnica, el miedo y el olvido).

Tal y como dice Savater en su último ensayo, lo que realmente no soportamos no es morir sino que nadie nos tenga en cuenta, que nadie se ocupe de nosotros como personas individuales, no tanto que Dios no exista como que no seamos importantes para él. ¿Qué diferencia existe entre un Dios ajeno, infinitamente lejano e inaccesible y no tener ninguno? ¿por qué existen religiones que se preocupan especialmente de los árboles genealógicos? ¿por qué sectas aparentemente desquiciadas, que hablan de naves extraterrestres que vendrán a rescatarnos, consiguen tantos adeptos? Porque ponen a los fieles en una lista. Una lista de los candidatos a ser salvados, una lista con nombres y apellidos que individualiza a cada uno de sus miembros aunque sea en un porvenir tan lejano que acabe por no suceder. No nos resignamos a fallecer (pass away, mucho más preciso en inglés), a irnos a vivir donde habite el olvido (que decía Cernuda) porque cómo es posible que el mundo vaya a seguir existiendo sin nosotros, que vemos y oímos y pensamos, y somos nosotros y no otros.

Pero el tiempo se va acumulando como los sedimentos en los meandros de los ríos y a medida que lo hace empieza a convencernos de lo contrario. Todos somos repeticiones de historias anteriores, y así la originalidad buscada de los adolescentes, las conversaciones de los jóvenes sobre su futuro profesional y sentimental, las hipotecas y los precios de los pisos, los niños y la falta de sueño, a veces las rupturas sentimentales, los colegios y la vuelta a la casa vacía son temas de conversación y preocupaciones que se repiten de una generación a otra con una precisión sorprendente. El curso del mundo no nos tiene en cuenta.

Cuando se llega a ese convencimiento, empieza a mirarse el final de otra manera. Que otros ocupen nuestro lugar no es un castigo. Es lo justo.

martes, octubre 23, 2007

Veinte minutos

¿Cómo rellenar veinte minutos de tiempo desocupado? Escribiendo un microrrelato, claro. Inventando una historia mínima en la que en el primer párrafo se introduzca el tema con cierta concisión, se retuerza en el segundo y se acabe con un giro que provoque el asombro, la sonrisa o cualquier otra emoción imprevista. Esa es la técnica.

La cuestión, sobre todas las cuestiones, es no ocupar más de veinte minutos de tiempo desocupado en escribirlo y dejar constancia de que apenas nos cuesta trabajo escribir tres breves párrafos que, a ser posible (pero eso ya depende del estilo de cada cual), provoquen cierta sorna, una leve sonrisa de complicidad. Conseguir acabar provocando complicidad es bueno porque conseguir que alguien se sienta cómplice es unirse con él en la hermandad de los listos. Y el que escribe siempre es el listo. Por si no quedaba claro.

Un microrrelato no es el lugar apropiado para grandes alardes, ni para profundidades psicológicas porque no hay espacio y sobre todo, porque no hay tiempo. En mi caso ya he consumido quince minutos en escribir hasta aquí y la presión de tiempo que me queda me impele a acabar de una buena vez. Ya está bien, hombre. Me vienen centenares de ideas a la cabeza, que conste. Centenares. Pero como ya sólo me quedan unos miserables cuatro minutos utilizaré una cita de Oscar Wilde: “El ingenio es la bisutería del talento”.

lunes, octubre 22, 2007

Fotografías

Aquellas fotografías no tenían nada en especial. En ellas varios grupos de personas aparecían retratados haciendo cosas comunes. Sin embargo, algunos detalles llamaban la atención y me hicieron fijarme un poco. En primer lugar, todos los retratados vestían uniforme; en segundo lugar, era el uniforme alemán de la segunda guerra mundial.

El tiempo detenido en esas escenas tan corrientes me hizo sonreir a pesar de que los protagonistas fueran alemanes. Afortunadamente, perdieron la guerra, y aunque setenta años pidiendo perdón no sean suficientes -ni lo serían doscientos ni el perdón pueda arreglar nada-, les honra haber estado dispuestos a cargar con esa culpa. Entonces era entonces y hoy es hoy.
Amables escenas de gente sonriendo confiada a la cámara, con señoritas intercambiando confidencias; grupos escuchando con arrobo la música del acordeón, una fila de tumbonas en las que dormitan hombres y mujeres tapados con mantas a cuadros, un oficial con aspecto marcial, humanizado instantáneamente al ser capturado decorando un árbol de Navidad.

Pero la inscripción del álbum era: Auschwitz, 21-06-1944. Las fotografías, amables hasta un instante antes de conocer ese dato, humanizadoras del ejército perdedor, confirmadoras de que nadie sabe qué podría llegar a hacer en una situación extrema como una guerra son, en realidad, las alegres fotografías privadas del álbum de un verdugo. Un verdugo que estuvo en Auschwitz justo cuando el campo se hallaba en su máximo pico de producción de gases y cenizas.

Ah, esos confiados y alegres muchachos.


Fotografías

viernes, octubre 19, 2007

Cerdos

Miguel Barceló hablaba hace algún tiempo en una entrevista de su costumbre de ayudar en la matanza del cerdo en su pueblo mallorquín, Felanitx. El plato utilizado para desangrar al cerdo (donde las mujeres mueven con las manos la sangre para evitar que se coagule) está en la base, según sus propias palabras, de algunos cerdos que aparecen en sus cerámicas. No me extraña en alguien tan orgánico, por decirlo de alguna manera. La matanza (la matancía, dicen en Aragón) siempre ha sido una ceremonia festiva en una tierra como la nuestra en la que hasta hace muy poco tiempo no era seguro tener suficiente comida para pasar el invierno. Un día en el que se disfrutaba por anticipación del festín, en el que se trabajaba duro, se bebía, se comía y se bromeaba. Y se mataba un cerdo.

Yo estuve en una matanza hace unos años y la imagen de una anciana vestida de negro, limpiando las tripas que más tarde embucharía de carne, sangre, grasa, cebolla y especias para hacer las morcillas, con sus manos nudosas, vestida de negro y llamando amo al dueño de los animales que se sacrificaban no se me olvida. A pesar de que los animales sabían que iban a morir y del corto borboteo de sus estertores aquello no me pareció desagradable ni irrespetuoso. El cuchillo afilado y corto en la yugular, el plato (el de Barceló) que recoge la sangre, el fuego que quema sus cerdas, el raspado de su piel, el matarife y su destreza en el despiece, todo ello me pareció una celebración de la vida. Todos estamos unidos a la tierra más de lo que reconocemos, a pesar de vivir en cubos de cristal y de ver las boqueadas de los castaños de Indias, casi asfixiados por el humo de los coches.

Ayer, sin embargo, mientras caminaba por mi ciudad (por una de ellas), vi algo que me ha inquietado de una manera extraña. Al cruzar la Plaza Mayor, en uno de esos restaurantes en los que ningún madrileño come jamás porque son para turistas, de esos en los que siempre hay dos cochinillos muertos que parecen dormidos y que provocan una mueca de repugnancia en los mismos turistas que luego se relamen al terminar su ración, habían colocado unas gafas de sol a uno de los cerditos y un gorro al otro. Y me pareció una brutal falta de respeto. Y todavía me pregunto por qué.

Me gustaría preguntarle a Barceló.

martes, octubre 16, 2007

Precisión

La belleza geométrica de los carriles de la carretera, la vista de las torres contra el cielo, los cientos de coches circulando a ciento veinte kilómetros por hora a tres metros unos de otros, la inundación de luces a toda velocidad, el cielo azul oscuro encima de la línea de los edificios, los ascensores subiendo y bajando por el exterior de los rascacielos, los aviones ejecutando una danza asombrosa en el cielo, los satélites aún más arriba en órbita geoestacionaria, los miles de millones de canales de comunicación abiertos simultáneamente, el aire que respiramos lleno de información digital, las identidades inventadas, las burbujas personales que nos aíslan del exterior, todos conectados a nuestra música, a nuestros lugares virtuales y a nuestra gente a través de diferentes aparatos.

Si estuviéramos en los años veinte, propondría la firma de un manifiesto a todos los lectores de este blog que estén interesados en la belleza de la tecnología. Neofuturismo podríamos llamar a nuestro movimiento literario. Aunque Vicente Luís Mora tiene otra denominación para la literatura que se ocupa de esas cosas: literatura pangeica.

¿Qué opinan ustedes?

lunes, octubre 15, 2007

Cielo

Es un mendigo, dijeron, perdió a su mujer en un accidente hace algún tiempo y se volvió loco. Se dejo ir. Su cordura acabó por desmoronarse. Se olvidó de luchar por mantener la cabeza centrada y ahora escribe cosas ininteligibles en los papeles que encuentra por la calle. Papeles que hablan de las formaciones de los pájaros en los cielos de la ciudad y de sociedades secretas de hombres muy poderosos que dominan el mundo y el destino de todos nosotros.

Camina sin mirar fijamente a nadie y huele muy mal. De vez en cuando, un asistente social lo lleva a un refugio, donde lo lavan, lo afeitan y le dan un par de comidas pero siempre se escapa. Necesita ver el cielo. El cielo es lo más importante. Nunca ha creído en un dios omnipotente capaz de preocuparse por cada uno de nosotros de forma individual, no se trata de mirar el cielo tratando de ver alguna señal enviada por su mujer muerta. Su mujer está muerta y eso ya no tiene arreglo. Pero tiene que ver el cielo, tiene que dormir bajo él, no puede estar entre cuatro paredes porque en cualquier momento puede ocurrir una desgracia.

Puede reventar una bombona de butano, o bien desprenderse una estantería llena de libros de arte sobre la cabeza del que está debajo, la colilla de un cigarrillo mal apagado puede prender la colcha de algodón cien por cien natural, unos niños de la casa vecina pueden disparar accidentalmente la pistola de su padre policía, la bañera puede hacerte resbalar. Pueden ocurrir muchas cosas dentro de cuatro paredes. Es mucho mejor estar al aire libre.

Tiene que ver el cielo, tiene que dormir bajo él.

jueves, octubre 11, 2007

Ítaca

Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencias, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes,
o al airado Poseidón nunca temas,
no hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones ni a Cíclopes,
ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.

Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer, felizmente
arribes a bahías nunca vistas;
detente en los emporios de Fenicia
y adquiere hermosas mercancías,
madreperla y coral, y ámbar y ébano,
perfumes deliciosos y diversos,
cuanto puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes;
visita muchas ciudades de Egipto
y con avidez aprende de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.

Aunque pobre la encuentres, no te engañará Ítaca.
Rico en saber y en vida, como has vuelto,
comprendes ya qué significan las Ítacas.

Constantino Cavafis sabía que lo que cuenta es el viaje, no el destino. Es mejor no apresurarse. Todos llegaremos al final de nuestro camino algún día y, por lo que a mí respecta, espero sinceramente haber comprendido qué significan las Ítacas cuando sea el momento de regresar.

miércoles, octubre 03, 2007

Divertimento

El hombre con aspecto de mendigo que apretaba un cartón medio vacío de vino barato le miró y le dijo: "prepárate para la destrucción, amigo". Aquello le pareció de mal agüero pero nunca había sido un tipo supersticioso así que no le hizo ningún caso. Sabía que el alcoholismo y las noches pasadas en huecos rodeados de cartones acaban con la salud mental de cualquiera. Un coche dio en ese momento un frenazo a su espalda mientras echaba a andar. Entró en el edificio en el que trabajaba y subió a la segunda planta, donde tenía su despacho, abrió la puerta y se sentó en su butaca. Encendió el ordenador y comprobó su correo electrónico. Esperó.

Ahora se pregunta que pasará a continuación. Hasta ahora sólo ha hecho lo que le han ordenado. Así que se levanta (rápidamente, como si algo le hubiera sobresaltado) pensando que hubiera preferido levantarse con tranquilidad. Sabe que no puede quejarse porque esas son las reglas y él no es nadie (nunca ha sido nadie, en realidad) para oponerse. Camina en círculos, como si estuviera nervioso por algo y entonces recuerda la maldición del mendigo, y aquello (porque así está escrito) no le provoca la más mínima preocupación. Recuerda vagamente (vagamente, por si no quedaba claro) que tiene obligaciones con las que cumplir. Mira por el ventanal de su despacho y ante sus ojos se despliega el centro de una gran ciudad, con sus tejados antiguos que la hacen parecer un pueblo pequeño. No entiende muy bien qué está haciendo aquí.

Nosotros tampoco. Yo sólo pretendo divertirme un poco a su costa. Por eso hago que se retire de la ventana, que agarre la butaca de su despacho, que rompa el cristal después de golpearlo varias veces con mucha fuerza y que se arroje al vacío. Y lo hago porque el mendigo del comienzo me cae mucho mejor y no quiero que su profecía deje de cumplirse. Que se joda.

viernes, septiembre 28, 2007

Triunfo

Según dicen los psicólogos evolutivos, el cerebro humano ha desarrollado una insistencia mucho mayor en los fracasos que en los triunfos como estrategia para asegurar la supervivencia. Por eso los malos recuerdos se fijan con más intensidad que los buenos. Para que la próxima vez que fallemos no sea en una situación en la que nuestra vida dependa de ello. La sensación de triunfo dura poco y no seré yo quien lo niegue.

Pero mientras dura... ¡Ay mientras dura!

lunes, septiembre 17, 2007

Barbate

La madera cruje, acongojada por la fuerza del mar, como tantas otras veces. El barco se hunde y, aunque es pequeño, forma remolinos alrededor que empiezan a arrastrar a algunos marineros y de los que no es posible escapar. Ocho pescadores luchan. Los compañeros gritan e intentan salvarlos. Casi ninguno de los hombres sabe nadar. No lo necesitan. Cuando el mar decide llevarte con él, no sirve de nada oponerse, más vale morir en paz dejando que los pulmones se llenen dulcemente de agua, mirando los extraños efectos que provocan los rayos de luz debajo de la superficie.

El mar sólo devuelve a tres. La tierra los acogerá. El resto sigue en el fondo mirándolo todo con los ojos muy abiertos. Sus familias piden a Dios y a los hombres que se recuperen los cuerpos porque no es allí donde deben estar. Los cuerpos deben descansar al fin en tierra firme. Es lo justo. Es el trato secular. Así debe ser.

Las lágrimas de los familiares son las mismas que aparecen una y otra vez desde el principio de los tiempos en los ojos de los vivos. Las lágrimas de los familiares son tan antiguas que apenas tienen sal, tantas veces como han salido de los ojos que se han quedado en la orilla esperando el regreso.

miércoles, septiembre 12, 2007

Responsabilidad

Quiero rendir un homenaje a todos esos que cargan con una responsabilidad que no han pedido, a todos esos que no pierden la esperanza porque saben que no pueden permitírselo, a todos esos que tienen que luchar con la pena negra todos los días.

Ganen o pierdan. Lo consigan o no. Porque la cuestión es pelearlo y lo demás no depende de ellos y sólo por eso ya son dignos de admiración. Y ellos lo saben. Y si no lo saben, deberían saberlo.

sábado, septiembre 08, 2007

Cosmogonía

Al principio todo era luz blanca y cegadora. Las cosas no se diferenciaban unas de otras en ese magma informe de claridad. Todo era luminoso y todo formaba parte de lo demás. Entonces la Noche apareció y nos permitió distinguir unas cosas de las otras. La sombra nos hizo hombres porque antes éramos tan semejantes a los dioses que no era posible distinguir entre unos y otros. La oscuridad se clavó en nuestros corazones y al fin se pudo oír el primer grito de rabia cuando uno de nosotros asesinó a su hermano.
Desde entonces siempre miramos con precaución a los luminosos, a los que tienen menos sombra, porque sospechamos que son seres engendrados antes del principio de todo.

miércoles, septiembre 05, 2007

Llaga (homenaje)

Soy la llaga de Kafka. Concretamente, la llaga de su oreja derecha. Soy el resultado de años de colocar las gafas con patillas de acero justo en el mismo lugar: sobre mí.
A veces alguna mujer me ha besado. A veces he notado la humedad de una boca próxima. No muchas veces, eso es cierto, pero sí de vez en cuando. Hasta él, con toda esa misantropía que tenía, tuvo a alguien que lo acompañó a la hora de morir. Hasta él tuvo cuatro mujeres en su vida, cuatro mujeres que le tomaron la mano y a quienes no les importó el tamaño de sus orejas ni su cara de infelicidad.
Generalmente, estoy bastante reseca debido a su costumbre de frotarme mientras piensa en el mejor modo de acabar un frase pero no me importa porque esa manía me hace sentirme un poco responsable de su obra. De algún modo, puedo considerarme una ayuda para su inspiración. Me acaricia suavemente en círculos una y otra vez y, a continuación escribe. Creo que, de un forma inconsciente, si no estuviera ahí me echaría de menos.
Me hubiera gustado ser una de las llagas de Cristo o, al menos, la llaga purulenta de algún mártir que hubiera sufrido alguna tortura imaginativa pero me he tenido que conformar con esto. Yo creo que no está mal. A mí El proceso me gusta bastante.

lunes, septiembre 03, 2007

Aldana

¿Cuál es la causa, mi Damón, que estando
en la lucha de amor juntos, trabados,
con lenguas, brazos, pies y encadenados
cual vid que entre el jazmín se va enredando

y que el vital aliento ambos tomando
en nuestros labios, de chupar cansados,
en medio a tanto bien somos forzados
llorar y sospirar de cuando en cuando?

Amor, mi Filis bella, que allá dentro
nuestras almas juntó, quiere en su fragua
los cuerpos ajuntar también, tan fuerte

que no pudiendo, como esponja el agua,
pasar del alma al dulce amado centro,
llora el velo mortal su avara suerte.

Francisco de Aldana, el divino capitán, a mediados del siglo XVI.

viernes, agosto 31, 2007

Examen (homenaje)

Todos los días cuando llega a casa, se sienta en la oscuridad en su sillón preferido, pone música muy bajita e imitando las antiguas enseñanzas de los jesuitas que animaban a realizar un examen de conciencia a diario a la hora de dormir, piensa muy concentrado en si ha conseguido pasar otro día sin ser un traidor, un cabrón, un despreciable hijo de puta, un mentiroso, un arrogante o un mal amigo.

A veces piensa que sí y a veces piensa que no pero lo que más desconcertante le resulta es que ha advertido que últimamente, en muchas ocasiones, no sabe decidirse por una cosa o por otra. Es más, últimamente tampoco se atreve a cuestionar demasiado el comportamiento de los demás porque piensa que quizá él no es mejor que muchos, que quizá en las mismas circunstancias el (¿quién sabe?) hubiera hecho lo mismo que lo que los demás critican, que quizá (que seguramente) él no sea ningún modelo a seguir, que recordar a los demás sus flaquezas se parece bastante al pavoneo, que la vanidad es pecado.

Últimamente pronuncia las palabras mágicas: Ego te absolvo sin sentirse seguro de que sirvan para nada y eso lo tortura. Dios ha desaparecido de su vida en silencio y a menudo duda de que haya llegado a estar ahí en algún momento.

martes, agosto 28, 2007

Concurso

Estimados lectores,

Tal y como decían en un programa infantil de hace décadas: "solo no puedes, con amigos sí".

Os pido ayuda porque estoy buscando una palabra que no encuentro. Una palabra que guarde con el olfato la misma relación que chapoteo con el oído y tibio y húmedo con el tacto. Y que además describa la sensación de asfixia que uno tiene en la selva tropical donde el calor y la humedad apenas dejan respirar.

Gracias.

jueves, agosto 23, 2007

Momento de sol

Ana recordaba perfectamente la tarde en la que una llamada telefónica le había cambiado la vida. En aquel momento pensó que nunca olvidaría aquellos instantes, que nunca olvidaría la sensación que se le anudó en el estómago, el vértigo que siente el que de repente se queda sin suelo bajo los pies y no sabe donde va a acabar por caer.
Recordaba con claridad un solitario rayo de sol entrando oblicuo por un agujero de la ventana, las partículas de polvo flotando ingrávidas en el haz de luz. Recordaba haber mirado hacia su rincón preferido de aquella casa: una esquina con una estantería de madera envejecida cubierta de libros y recuerdos y haber pensado que sería la última vez que miraría su propia casa de ese modo.
A ella los recuerdos le funcionaban de esa manera, como si en un momento trascendental de la vida, no pudiera ocuparse más que de los detalles, los estúpidos detalles. Una y otra vez veía aquel rayo de sol, con las partículas doradas en su interior avanzando desde la ventana en línea recta e iluminado un minúsculo polígono irregular en el suelo.
No era posible lo que estaba pasando, no era posible que su vida se vaporizara con esa facilidad, como si sus esperanzas y su futuro fueran tan poco reales como el dinero de la bolsa, un dinero que desaparecía sin que nadie supiera donde iba cuando todo el mundo se ponía de acuerdo en tener un ataque de pánico y vendía y vendía y vendía hasta que las acciones no valían nada. ¿Adónde iba todo ese dinero? Miles de millones de euros volatilizados en un momento. Nunca lo había entendido, sabía cómo funcionaba la bolsa –por algo se dedicaba a ello– pero si lo pensaba de verdad, no lo comprendía. Suponía que se trataría de algo parecido a las matemáticas o a la física de partículas. Sus estudiosos podrían proponer modelos que explicaran de alguna manera el comportamiento de esos sistemas, pero ¿qué eran? ¿qué eran en sí?
Otra vez el rayo de sol y otra vez el polvo y otra vez esta sensación de que en cualquier momento voy a desaparecer engullida por el suelo y atravesaré todas las plantas de la casa una tras otra hasta destrozar mis huesos con el suelo, pobres huesos fragmentados y astillados, clavados a mi cuerpo, fuera de su sitio.
Y lo imagino moviendo la boca y explicándolo todo, explicándolo como si fuera posible ofrecer una justificación a esta sacudida. ¿Qué dice? ¿de qué habla? No lo sé, no lo entiendo. No sé de qué habla, yo sólo sé que a partir de este momento todo ha cambiado y en que ya estaba organizando las vacaciones de verano y ahora esto. No entiendo nada. No entiendo de qué habla. Unas vacaciones fantásticas con playas de arena blanca y el mar turquesa y palmeras con cocoteros y un hotel para descansar de verdad sin tener que preocuparse lo más mínimo por nada, sólo la pereza de estar en una playa y disfrutar del sol en la piel y del sexo a mediodía. De qué coño está hablando.
Y el rayo de luz sigue entrando por la ventana, sigue su trayectoria recta, sigue bruñendo el suelo de madera gastada. ¿De qué está hablando?

miércoles, agosto 22, 2007

Matemáticas

En un lejano poblado de un antiguo emirato había un barbero llamado As-Samet diestro en afeitar cabezas y barbas, maestro en escamondar sanguijuelas. Un día el emir se dio cuenta de la falta de barberos en el emirato, y ordenó que los barberos sólo afeitaran a aquellas personas que no pudieran hacerlo por sí mismas (todas las personas debían ser afeitadas por el barbero o por ellas mismas). Cierto día el emir llamó a As-Samet para que lo afeitara y él le contó sus angustias:

-- En mi pueblo soy el único barbero. Si me afeito, entonces puedo afeitarme por mí mismo, por lo tanto no debería de afeitarme el barbero de mi pueblo ¡que soy yo! Pero si por el contrario, no me afeito, entonces algún barbero me debe afeitar ¡pero yo soy el único barbero de allí!

El emir pensó que sus pensamientos eran tan profundos, que lo premió con la mano de la más virtuosa de sus hijas. Así, el barbero As-Samet vivió por siempre feliz.

Aunque no lo parezca, esta paradoja extraída de Wikipedia, la paradoja de Russell, fue la primera piedrecita del camino que condujo a los matemáticos del siglo XX (particularmente a Gödel) a dinamitar para siempre la confianza de que un modelo formal como las matemáticas podía explicar el mundo. Gödel, en su teorema de la incompletitud, afirmó que en cualquier sistema formal existen proposiciones cuyo valor de verdad no puede decidirse según las reglas de ese sistema. Proposiciones indecidibles como la del barbero: ¿debe afeitarse el barbero a sí mismo o no?
Lo que viene a afirmar el matemático es que la presunción de que las matemáticas conseguirían demostrarlo todo, tan común en el siglo anterior, es falsa. Es más, lo que viene a decir es que si como humanos inventáramos otro sistema formal mejor que las matemáticas, ese nuevo sistema tampoco lo conseguiría.

Además, las últimas investigaciones sobre el comportamiento del cerebro animal ante los grupos de cosas (el instinto de numerosidad tal y como lo llama Javier Sampedro en uno de sus artículos sobre ciencia de este verano) han comprobado que ese instinto existe en monos, delfines, leones, perros y muchos tipos de pájaros. En todos estos animales existen zonas de la corteza cerebral cuya actividad aumenta de forma proporcional al número de cosas que contemplan. Es decir, todos estos animales cuentan de forma instintiva hasta 30 (el umbral a partir del cual ya no se puede estimar con exactitud el número a simple vista). Los humanos somos animales con un instinto numérico mejorado con la evolución.

La realidad, algo que ya afirmaba Kant y confirmaba Schopenhauer, no es conocible en sí misma; la materia visible del universo es sólo el 4% de todo lo existente; la pregunta ¿qué había antes del Big Bang? no tiene sentido porque el tiempo surge en el mismo momento de la explosión; cuando contemplamos con un telecospio a gran distancia estamos contemplando cosas que sucedieron hace mucho tiempo...

Mamáaaaaa.

lunes, agosto 20, 2007

Comprobaciones

Cuando llega a casa mira su teléfono para ver si aparece la pequeña señal parpadeante que indica que alguien ha llamado. Cuando está ahí y comprueba el número desde el que intentaban hablar con él, siempre se trata de un "Numero desconocido" porque normalmente la llamada es de una empresa encargada de hacer una encuesta.
A continuación se sienta en el ordenador y pulsa repetidamente el botón "Revisar correo" de su correo web pero nunca hay nada salvo cuando encuentra un anuncio de alargamiento de pene o de viagra falsa. A veces también aparecen los correos automáticos que los servidores envían a los que están suscritos a una lista.
Cuando se cansa de que el ordenador parezca reirse de él, mira el móvil esperando que el pequeño icono con un sobrecito que indica que tiene un mensaje se ilumine, pero cuando suena el mensaje y se ilusiona (siempre se ilusiona) resulta ser publicidad de la compañía de móviles con la que tiene contrato.
Entonces abre el messenger y espera un rato que alguno de sus contactos se conecte. No es normal que todos aparezcan siempre desconectados y que no consiga hablar nunca con ninguno de ellos. Con todo el tiempo que pasa en Internet no es normal, no.
Menos mal que es miércoles y esta noche dan su serie favorita en televisión. De todas maneras, casi es mejor no hablar con nadie porque tiene que trabajar. Mañana esperan una de sus famosas hojas de cálculo llena de cifras y gráficos dinámicos. Como analista de datos, es uno de los mejores. Cincuenta compañeros en el departamento y él es el único que ha conseguido la felicitación del coordinador dos veces en un mismo año.

viernes, agosto 17, 2007

Maldición

Leo en un artículo de Carlos Montemayor que los griegos creían que la Vejez era hija de la Noche y que participaba del bien y del mal como el resto de sus hermanos: por un lado, la bondad de una larga vida; por otro, el debilitamiento atroz que consume. Y que esta ambivalencia de la vejez, la paradoja que siempre ha perseguido a los mortales la ejemplificaron los antiguos con dos historias: la de Titonos y la de la Sibila de Cumas.

Según Montemayor, la historia del primero se narra en el Himno a Afrodita, uno de los más bellos poemas del compendio conocido como Himnos Homéricos. Ahí Afrodita ilustra con el amor de la Aurora el terror que por la vejez sienten los inmortales. La Aurora se enamoró perdidamente del apuesto Titonos y por ello le rogó a Zeus que lo hiciera inmortal. El dios accedió a la súplica, pero la diosa olvidó pedir también para él la juventud eterna. Cuando a Titonos le brotaron las primeras canas, la Aurora se alejó para siempre. Titonos fue colocado en una alcoba para que eternamente envejeciera. Con el tiempo, sólo llegó a escucharse su voz, prendida a un abismo inmortal. Un abismo infinito de tiempo en el que incluso la voz acabaría por ser algo leve y mínimo como el roce con el suelo de las hojas caídas.

Ovidio narró la historia de la Sibila de Cumas en sus Metamorfosis. El dios Apolo la cortejó en vano y la doncella no accedio a sus ruegos hasta que el dios estuvo dispuesto a concederle el deseo que ella pidiera; tendida en la playa, la doncella tomó un puñado de arena y le rogó vivir tantos años como granos de arena le mostraba en la mano. Mil años de vida, los granos de arena de su puño, le fueron concedidos. Sin embargo, emocionada por la promesa del dios, olvidó pedirle a Apolo la juventud para esos mil años de vida. Según relata Ovidio, setecientos años después Eneas la encontró y confesó melancólica, dulcemente, que aún le faltaban vivir tres siglos más, que se tornaría cada vez más pequeña, tanto que nadie la reconocería, ni siquiera el dios que llegó a amarla, y que sólo por la voz sería escuchada. El final de su historia la leemos en el Satiricón de Petronio, cuando Trimalción afirma haberla visto ya muy empequeñecida por la vejez; se hallaba dentro de una botellita que colgaba; los niños se acercaban a jugar con ella y le preguntaban "¿Qué quieres?", y ella respondía, "Quiero morir".

La vejez prepara para la muerte. Y ahora piensen en ello la próxima vez que vean a una anciana operada y sin arrugas y con los músculos faciales paralizados por el botox.

jueves, agosto 16, 2007

Tacones

No estaba preparado para ello y probablemente sigo sin estarlo. Estaba acostumbrado a tratar con mujeres que, de alguna manera que siempre me ha resultado incomprensible, aceptaban que fuera yo quien les dijera qué hacer y cómo hacerlo. Me gustaban las mujeres que estaban dispuestas a complacerme aunque eso les doliera. De hecho, mi satisfacción dependía en gran medida de ese dolor. Y juro que a ellas les gustaba. O al menos no me decían lo contrario.
Pero sus tacones resonaron en mi tienda un día y sus caderas se convirtieron en mi única obsesión. Sus caderas, sus piernas, su piel y su cuerpo. Sólo quiero morder su nuca. Sólo quiero bebérmela. Todos los días que me quedan seré suyo y podrá hacer conmigo lo que quiera: utilizarme, despreciarme, traicionarme y abofetearme si le apetece. Yo sólo quiero tener el privilegio de poder ofrendarle mi cuerpo y mi sangre. Desde que la olí, sé cuál es mi destino y mi misión en la vida: ser su esclavo.

martes, agosto 14, 2007

Casualidad

Supón que escribes algo, un cuento muy corto, que te parece realmente bueno, ¿vale?, algo que te gusta de verdad, que lees y relees. Supón que cada día que pasa estás más convencido de que aquello que conseguiste escribir, aquellas palabras que conseguiste poner en fila, una detrás de otra, es bueno; lo mejor que has escrito nunca. Es corto, eso sí, no tiene muchas palabras, pero te gusta precisamente por eso, por su concisión. Has llegado a pensar que realmente puedes considerarte escritor gracias a ese cuento. Quizá no lo publiquen, quizá nunca te publiquen nada, pero a ti te da igual, sabes que ese cuento es bueno, si no te publican es porque a veces el mercado y la buena literatura tienen una relación algo extraña. No pasa nada.

Imagínate que caminas por la calle tranquilamente, esquivando mierdas de perro y coches, sorteando a parejas de ancianos, porque vas a una librería: uno de tus sitios preferidos para dejar pasar el tiempo. Y allí descubres el relato de un autor con un título sorprendentemente parecido al tuyo, como, por ejemplo, no sé... La extraña sonrisa fúnebre y claro, no te queda más remedio que comprobar si, de alguna extraña manera, tiene algo que ver con el cuento que has escrito, el cuento que ha conseguido hacerte sentir como un escritor, aunque seas un escritor que solo acierte una vez. Es irresistible la tentación de leer de qué va el libro en la contraportada, y entonces es cuando descubres que el volumen que tienes entre las manos es una recopilación de cuentos escritos por el autor en diferentes momentos de su vida y que La extraña sonrisa fúnebre es el título de un relato corto, casi un microrrelato, que se publicó en New Yorker y que consiguió que el autor empezara a ser reconocido en los ambientes literarios de la ciudad. Después de eso, no te queda más remedio que leer el relato, no existe la posibilidad de no hacerlo, es algo ajeno a tu voluntad; podrías olvidarlo, podrías pensar que es una casualidad, que la vida está llena de casualidades, que realmente no tienes por qué pararte allí en medio de la librería y leerlo con prisa, pero sabes que la decisión está tomada de antemano. No hay posibilidad de huir de él. Si lo haces, te perseguirá para siempre, sin descanso; será una idea que nunca te dejará tranquilo, se convertirá en una obsesión. No puedes evitarlo.

Y poco a poco, la sorpresa por el descubrimiento de un relato con un título tan parecido al que has escrito da paso a la incredulidad y a la preocupación cuando descubres que el relato que acabas de encontrar, y que pertenece a un escritor norteamericano semidesconocido, musa de malditos y marginales, es tan parecido al tuyo que estás seguro de que un juez siempre dictaría a favor del autor en caso de que un muerto, encontrado en una cuneta con una sobredosis, pudiera denunciarte por plagio. Y piensas que quizá él no pueda hacerlo, pero que los que en ese momento sean sus herederos, siempre que un autor yonki y maldito los hubiera tenido, o la editorial que posea los derechos, sí que lo harán. Sin dudarlo y sin compasión. Con las cosas de comer no se juega.

Y ahora imagínate la cara que se te quedaría intentando convencer a alguien de que tú no conocías al autor, que nunca habías oído hablar de él, que ha sido una puñetera casualidad escribir un relato que en realidad es una necrológica sarcástica, una necrológica preñada de humor negro en la que el supuesto personaje que estaba siendo ensalzado acaba convertido en alguien sin escrúpulos, en alguien sin alma, alguien reflejo de la sociedad materialista y sin conciencia en la que vivimos.

Imaginas todo eso y comprendes, cuando piensas en la cara del juez escuchándote, que tu carrera literaria ha acabado antes de empezar y que nunca serás el escritor que sueñas. La casualidad te ha jodido la vida, qué le vamos a hacer.

lunes, agosto 13, 2007

Películas

Se ha repetido tanto que se ha convertido en un lugar común pero no por eso es menos cierto: es la imaginación la que crea la memoria. Es imposible mantener un recuerdo sin modificaciones a lo largo del tiempo.

Los recuerdos no son películas en technicolor inmutables capaces de deslumbrar en el estreno con sus colores brillantes y su puesta en escena(todos los espectadores con la boca abierta mietras se abren con elegancia las cortinas que cubren la pantalla de ese cine añejo) sino más bien como pequeñas películas de super ocho, rodadas con la cámara al hombro de las que siempre estamos reescribiendo el guión. Siempre. Cassavetes contra Mankiewicz. Revisamos el texto una y otra vez, eliminamos tomas, encuadramos mejor otras, añadimos monólogos interiores, cambiamos el decorado, intentamos fijar las caras que parecen esfumarse (primero el contorno exacto de la cara, después la expresión, lo último nuestros sentimientos frente a los que llevaban aquellas caras) y volvemos a filmar una y otra vez sin descanso utilizando colores fríos o cálidos dependiendo de nuestro estado de ánimo.

Muchas de esas películas están desvaneciéndose dulcemente en la filmoteca de nuestro cerebro hasta que una canción, un olor o un sabor mandan al conserje al almacén y después a la sala de proyección, previo paso por la sala donde los guionistas retocan la historia. Muchas cosas se habrán desvanecido. Otras, detalles más bien, aparecerán por primera vez.
Y a lo largo de nuestra vida, unimos esas pequeñas películas cambiantes (películas que se emiten sin descanso en los multicines de las afueras de nuestro cerebro), las clasificamos, las ordenamos temporalmente, les ponemos un título, las antologamos y las convertimos en parte de un proyecto mucho mayor que los estudios se niegan a financiar por exceso de metraje y falta de interés, un proyecto que siempre se denomina "Yo, una vida cualquiera". Siempre le tenemos un cariño especial a esa película pero a veces no nos queda más remedio que reconocer que sí, que igual tienen razón los estudios cuando se niegan a financiarla.

Por cierto, hoy en día casi nadie ve películas mudas, pero el director clásico que inventó el fundido en negro fue D.W. Griffith.

Por si no sabían quién inventó el final de todas las películas.

jueves, agosto 09, 2007

Espina

La desconfianza es necesaria pero hay que manejarla con cuidado porque lo que a primera vista puede parecer una preocupación lógica puede convertirse en una espina afilada, larga y peligrosa que se nos clava justo donde el esófago se convierte en el estómago.

Y duele.

martes, agosto 07, 2007

Plumas

Nuestros gatos escupen de vez en cuando bolas de plumas que nos hacen mirarlos con ojos nuevos, con miedo, sabiendo que somos nosotros sus miserables invitados y no al revés, sabiendo que disfrutan de una vida secreta que no están dispuestos a compartir con nosotros aunque a veces se dignen a acariciarse contra nuestros cuerpos.

Es posible que un gato se canse de su dueño y que, al abandonarlo, ni siquiera se moleste en volver la vista. El mío me miró con aires de superioridad una buena mañana en la que yo no estaba seguro de querer seguir ocupándome de él y no lo he vuelto a ver. Sin embargo, de vez en cuando, entra en casa por las noches y escupe una bola de plumas y de pelo que me deja a los pies de la cama.

Yo también sigo queriéndolo.

viernes, agosto 03, 2007

Caligrama

En el centro de la ciudad últimamente aparecen extraños grafitis en forma de caligramas latinos. Tienen forma de espiral, como un antiguo disco de vinilo en el que los microsurcos fueran las palabras. Todos los dibujos contienen la palabra nihil en su centro.

Una provocación así no podía quedar sin respuesta, por lo que he recorrido incansable los diez kilómetros cuadrados de la ciudad que se pueden considerar casco histórico y he tomado fotos de alta definición de todas las pintadas. El grafitero sabe que estoy tras sus pasos porque, como en el cuento de Cortázar, siempre dejo una marca característica en la pared, para que sepa que lo estoy vigilando. Todos los miembros del departamento hacemos lo mismo. Es una especie de código entre los infractores y nosotros.

Persigo al grafitero para hacerle entender que las paredes de la ciudad no son un buen lugar para dibujar pensamientos poéticos en una lengua muerta, para hacerle entender que si persevera en sus caligramas, estará excitando la curiosidad de la gente. Y eso no es lo que queremos. En esta ciudad de cinco millones de personas, cualquier muestra de originalidad está penada. La originalidad suele ser un síntoma de algo mucho peor: el pensamiento. Y todos estamos de acuerdo en que ese no es el camino.

El nuestro es un trabajo desagradable pero alguien tiene que hacerlo.

martes, julio 24, 2007

Rayos X

El hombre con rayos X en los ojos nunca había visto nada parecido. Aquella mujer no sólo tenía varios tornillos de titanio uniendo sus dos caderas e inmovilizando tres de sus vértebras lumbares sino que su mandíbula también era de metal. A sus ojos, más que una mujer, era una constelación brillante.

Ante aquel hallazgo todas sus obligaciones dejaron de tener importacia, así que la siguió y al ver como entraba en un minúsculo piso, se decidió a esperar con disimulo al otro lado de la calle. Cuando volvió a salir con una bolsa deportiva en el brazo, tuvo cuidado de que no se diera cuenta de su presencia en la acera de enfrente. Los tornillos se movían de una forma armónica, como si las operaciones no hubieran borrado del todo su elegancia natural, como si incluso el titanio hubiera tenido que acomodarse a la gracia que mostraba al caminar.

Esa fue la primera de las tardes que el hombre con rayos X en los ojos pasó observando emocionado a la mujer de titanio, viendo desde lejos como sus articulaciones artificiales se bamboleaban al caminar, una encantadora inclinación de los tornillos hacia la izquierda y más tarde a la derecha.

Cuando al fin se decidió a hablarle, ella se sorprendió mucho. Desde el accidente no la miraban demasiado, quizá por la cicatriz, pero se había acostumbrado a su vida y había dejado de necesitar las miradas de los demás. Pero ahora aquel hombre con aquellas gafas tan raras no sólo hablaba con ella sino que la traspasaba con los ojos y además, parecía extrañamente azorado. A la media hora de aceptar tomar con él un café, ya había decidido volver a verlo.

El sexo fue fantástico desde el principio. Al hombre con rayos X en los ojos le gustaba que ella se pusiera sus antiguos apoyos ortopédicos para las piernas a la hora de hacerlo. También le gustaba su corselete con refuerzos metálicos. A los seis meses, se casaron. Son felices. El amor no se presenta muy a menudo.

viernes, julio 20, 2007

Plagio

Un escritor británico envía a 15 agentes editoriales ingleses pasajes copiados de Jane Austen para comprobar que sólo uno de ellos es capaz de detectar el plagio. Los demás, simplemente no se mostraron interesados en la publicación. El escritor es experto en esta autora y ha realizado el envío para poner en evidencia a los agentes literarios que se empeñan en rechazar una novela, esta sí, escrita por él.

No sé si me sorprende más el desconocimiento de un clásico por parte de los profesionales (poco, me sorprende poco) o bien la absurda vanidad del especialista, empeñado en demostrar que no es que su novela no tenga calidad sino más bien que la incompetencia de las editoriales la ha condenado al silencio.

En cualquier caso, creo que cada literatura pertenece a su propio tiempo y no creo que escribir como en el siglo XIX le ofrezca a nadie la posibilidad de publicar. Aunque fuera Jane Austen. O Clarín.

lunes, julio 02, 2007

Vacaciones

Ahora sí. Me voy.

Escribiré desde allí (suponiendo que aún tenga algo que decir, claro; suponiendo que no lo haya dicho todo y mejor que yo Fernández Mallo en Nocilla Dream, el maldito)

Un abrazo a todos.

Me consta que aguantarán sin mí.

martes, junio 26, 2007

Contra la literatura

La suya es una búsqueda polvorienta de páginas sucias, entre capas de papel vaporizado y cagadas de mosca. Por eso sus manos tienen un brillo especial. Porque el polvo que las mancha está compuesto de trozos de la Iliada y de versos de Yeats, de antiguas salmodias en letra gótica o de los dibujos aniñados y leves de García Lorca cuando sólo era un homosexual vergonzante que escribía obras surrealistas. Su biblioteca ocupa más de la mitad de todo el volumen de su casa y a veces duerme con un viejo libro de Shopenhauer bajo la cabeza, profundamente, pero con sueños llenos de leve desesperación en la cabeza. Sus ropas están ajadas, no tiene televisión y la música hace tanto tiempo que dejó de interesarle que después de la compra de un lote en la liquidación de una herencia tiró todos sus discos a la basura para ganar espacio. Consulta constantemente catálogos de librerías de viejo con la intención de hacerse con un ejemplar único, dedicado por la mano del autor y, por vacaciones, realiza peregrinaciones laicas para contemplar, arrobado y reverente, el escenario de trabajo de Faulkner o de Juan Ramón Jiménez. Escribe, escribe y escribe, dedicado a ello con la voluntad de un elegido de Dios, sabiéndose llamado a una misión.

Sus amigos hace tiempo que están muertos o nunca estuvieron vivos. Su única preocupación es a quién dejar la biblioteca cuando él también se vaya. Se considera un tipo feliz aunque siga siendo virgen a los veintiocho años.

miércoles, junio 20, 2007

Pasión

No tiene derecho a la pasión
quien tiene piloto automático a la muerte.

Construcción. Vicente Luís Mora.

miércoles, junio 13, 2007

Juan Ramón

“...Yo estaba entre unas ruinas, que un sol de eclipse dramatizaba, absorto en la vida. —Porque las ruinas, decía yo en conceptos fáciles y sublimes, son vida. Hace el hombre un palacio o una catedral y se quedan, terminados, muertos. Luego, el tiempo va agarrándose a la piedra, y el sol, el viento, el agua, el cielo, los pájaros, labran en lo yerto. Entonces, ¡qué atracción del movimiento de la cosas —oxidaciones, vejetaciones, gusaneras, jardines—.”
Juan Ramón Jiménez. “Sueño”. De los manuscritos sin editar del Archivo Histórico Nacional.

“Oxidaciones, vejetaciones, gusaneras, jardines”: la vida abriéndose paso en las ruinas y la oxidación como prueba final de la inutilidad de nuestra arrogancia.

Fantástico mundo este en el que no existe el tiempo y puedes identificarte con las palabras escritas por un poeta muerto a finales de los cincuenta.

domingo, junio 10, 2007

Niño

El niño aquel caminaba con alegría a diario, daba pequeños saltitos evitando las líneas de unión de las baldosas del suelo, o seguía empecinadamente la línea de unión de las baldosas. Todo estaba bien, y el día era eterno y había nuevas cosas que aprender y todavía las mujeres no habían aparecido como adversarias en su vida, sólo eran niños raros que lloraban más. Así que daba un paso y luego otro, más tarde un salto, evitando la rutina estúpida que los adultos siguen al caminar, porque el mero hecho de dar un paso era algo fantástico. Y si no que se lo pregunten a Jaime, que está en silla de ruedas y daría lo que fuera por poder correr con los demás críos, aunque eso sí, a la play era el mejor el cabrón, claro como tenía que estar sentado todo el día, sus padres le dejaban más rato con la play, a ver si esto de saltar no va a estar tan bien como parece, más tiempo en la play, guau, pero bueno, otro salto y ahora a evitar las baldosas rojas porque si piso una, algún desastre acabará con todo el planeta y ni siquiera los americanos podrán mandar una nave o algo que acabe con el meteorito, y sigo caminando y, de repente, ahí está. Y me paro.
Y aquí el niño se detiene inquieto. Porque todo el barrio sabe que en esa casa justo de ahí enfrente vive un señor bastante raro que está siempre en calzoncillos y bata y que no se afeita nunca. Cuando una vez Pedrín (su madre insiste en llamarle así pero todos nosotros nos reímos de él), envió el balón a su cerca, todos los demás nos quedamos paralizados. A nadie le apetecía lo más mínimo que el viejo gruñón le diera un grito y además, había sido Pedrín el que había enviado la pelota a su casa, que se buscara la vida, así que Pedrín fue para aquella casa y el viejo en bata le dio la pelota y le echó una maldición en un idioma muy raro, que sonaba fatal. Pero hoy hay un coche muy grande y negro, que está esperando en su puerta, y parece un coche de esos que salen en las pelis o en los vídeos musicales que son largos y cabe mucha gente dentro y de repente el viejo sale afeitado y llevando uno de esos trajes que lleva la gente importante en los bailes, un esmoquin me parece que se llama, y entonces el hombre que espera en la puerta del coche con un traje oscuro dice: “Pase, por favor, señor Ferlosio”.

viernes, junio 08, 2007

Sobre el tamaño

¿Es el microrrelato a la literatura lo que el micropene al sexo?

¿Es cierto lo que dice Marías de que le parece normal que los relatos cortos hayan florecido porque "claro, cuestan tan poco..."?

domingo, junio 03, 2007

Radio

Estaba en su casa. Escuchando la radio como solía hacer. Le gustaba y le hacía compañía. Y era mucho más amable que la televisión. Menos invasora. No se metía en tu salón un señor con cobarta. Pulsó el botón para avanzar de emisora y, de repente, lo que parecía ser una conversación telefónica comenzó a sonar a través de los altavoces. Sucedía de vez en cuando.

En la radio una mujer preguntaba: “¿Lo has hecho?” y un hombre contestaba: “”; entonces ella decía: “Supongo que sangró como un cerdo” y un hombre diferente respondía: “No, la que va a sangrar como un ternera abierta en canal vas a ser tú. Puta”.

Al principio se alarmó. Pero más tarde pensó que seguramente se trataría de algún serial radiofónico.

Era una pena que la radio se llenara de basura como la tele. Al final iba a tener que apagarla.

martes, mayo 29, 2007

Secreto

Hay personas que tienen una piedra ardiendo en su interior. Les quema, les provoca un dolor sordo, inaudible, que les agota y les consume. A veces tienen una sonrisa resignada y sólo puede verse el dolor en sus ojos, pero en otros casos toda la cara se les ha convertido en la máscara griega de la tragedia; tanta expresión apesadumbrada ha acabado por conferir a sus arrugas la categoría de marco fotográfico. Y lo que se ve en la foto es la pena que tienen.

Hay otras que teniendo la misma piedra (porque todos tenemos una que va creciendo con el tiempo y las pérdidas: es inevitable) tienen una expresión dulce. Entran por la mañana en el trabajo, alegres de verdad y dando los buenos días. Siempre tienen una palabra amable y saben diferenciar lo importante de lo que no lo es. Sufren como todo el mundo, pero consiguen que las arrugas sean en esta ocasión las comillas que enmarcan su sonrisa.

Si alguien supiera decirme el secreto, ruego se dignen dejar algún comentario.

Gracias.

viernes, mayo 25, 2007

Inmenso

Decía el periódico el otro día que un albatros, especie que vive una media de 70 años, lleva 40 años perdido en las Islas Británicas buscando una pareja inexistente, pues los albatros son monógamos y allí sólo hay alcatraces. El albatros ha intentado aparearse con los alcatraces pero estos lo rechazan una y otra vez. El albatros no se da cuenta de que él no es un alcatraz. El albatros siempre ha pensado que lo rechazan por ser demasiado alto.

Tan lejos del Cono Sur... Pobre pájaro inmenso suspendido en el aire.

miércoles, mayo 23, 2007

Funeral

Las encinas empiezan a florecer en marzo. En esa época les brotan flores que son machos y flores que son hembras, que el viento encadena como si fuera una casamentera. Como en el caso de las mujeres, si el embarazo va bien, las flores hembra se transforman hasta convertirse en otra cosa: de su cuerpo surge una bellota que, después del período de gestación, acaba por caer blandamente a los pies del árbol. Las bellotas permanecen cerca hasta que se convierten en arbusto, una costumbre habitual entre las crías. Y un mes de marzo cualquiera el arbusto florecerá y entonces la familia que lo rodea comenzará a tratarlo como un adulto.

Cuando una encina se dispone a morir, toda su descendencia lo presiente y la arropa en su último viaje. Una pequeña vibración recorre todo el encinar, esponjándolo, pasando de un vástago a otro, de generación en generación, hasta que toda la familia agita levemente las hojas en señal de despedida. La encina contempla a sus cientos de hijos, algunos centenarios y otros apenas adolescentes, y piensa que es bueno tener una familia tan numerosa. Y entonces muere satisfecha. Si la encina es muy mayor y tiene mucha familia, el luto (un color verde más oscuro del normal) puede durar casi dos semanas.

El rito funerario está siendo investigado por los biólogos porque no acaban de entender esa última señal de despedida. Yo, sin embargo, no sé qué es lo que no entienden. Como si no estuviera claro.

viernes, mayo 18, 2007

Maternidad

Nunca quiso que sucediera de esa manera. No quiso ser secuestrada y llevada a la selva. No quiso despertarse bajo el cielo con picaduras de insectos en el cuerpo. Ni perder el contacto con su mundo. Ni curar las llagas de su pies después de tantas jornadas de marcha, agotadoras. Ni vivir con miedo a un disparo por la espalda.

Pero así han sucedido las cosas. Su vida entró en un injusto paréntesis y aunque durante meses se levantó maldiciendo su suerte, su vida y su país, un día vio el brillo en los ojos de Juan, quien siempre la había tratado bien. Algunos lo llamarán síndrome de Estocolmo, pero ella cree que fue amor.

Ahora su hijo la mira mientras mama. La selva se refleja en sus ojos.

Qué extraño oficio el de vivir.

miércoles, mayo 16, 2007

Remordimiento

Tómense los siguientes ingredientes:


re-.
(Del lat. re-).
1. pref. Significa 'repetición'. Reconstruir.
2. pref. Significa 'movimiento hacia atrás'. Refluir.
3. pref. Denota 'intensificación'. Recargar.
4. pref. Indica 'oposición' o 'resistencia'. Rechazar. Repugnar. Significa 'negación' o 'inversión del significado simple'. Reprobar. Con adjetivos o adverbios, puede reforzarse el valor de intensificación añadiendo a re- las sílabas -te o -quete. Retebueno. Requetebién.

morder.
(Del lat. mordēre).
1.
tr. Clavar los dientes en algo.
2.
tr. Picar como mordiendo.
3.
tr. Dicho de una cosa: Asir a otra, haciendo presa en ella.
4.
tr. Gastar insensiblemente, o poco a poco, quitando partes muy pequeñas, como hace la lima.
5.
tr. Dicho del agua fuerte: Corroer la parte dibujada de la plancha o lámina que se somete a la acción de ella.
6.
tr. Murmurar o satirizar, hiriendo y ofendiendo en la fama o crédito.
7.
tr. coloq. Dicho de una persona: Manifestar de algún modo su ira o enojo extremos. Juan Está que muerde.
8.
tr. Impr. Impedir con uno o más bordes de la frasqueta que se efectúe la impresión, por cubrir una parte del molde o interponerse entre este y el papel que se ha de imprimir.
9.
tr. coloq. Cuba. estafar (ǁ pedir o sacar dinero con engaños).

-miento.
(Del lat. -mentum).
1.
suf. En los sustantivos verbales, suele significar 'acción y efecto'. Toma las formas -amiento e -imiento. Debilitamiento, levantamiento. Atrevimiento, florecimiento.


Mézclense estrictamente en ese orden a fuego muy lento (de 15 siglos o así) hasta obtener la palabra remordimiento: Re-mord(i)-miento.

Y ahora imaginemos a un gusano que muerde y remuerde nuestro estómago, tal y como imaginaban en la Edad Media a la conciencia y admírese qué hermosa es la lengua en funcionamiento, pues sus engranajes han venido a hacer que esa palabra signifique: Inquietud, pesar interno que queda después de ejecutada una mala acción.

lunes, mayo 14, 2007

Radio

Estaba en su casa. Escuchando la radio como solía hacer. Le gustaba y le hacía compañía. Y era mucho más amable que la televisión. Menos invasora. No se metía en tu salón un señor con corbata. Pulsó el botón para avanzar de emisora y, de repente, comenzó a sonar una conversación a través de los altavoces. Sucedía de vez en cuando.

En la radio una mujer preguntaba: “¿Lo has hecho?” y un hombre contestaba: “”; entonces ella decía: “Supongo que sangró como un cerdo” y un hombre diferente respondía: “No, la que va a sangrar como un ternera abierta en canal vas a ser tú. Puta”.

Pensó que seguramente se trataría de algún serial radiofónico y también pensó que era una pena que la radio se llenara de basura como la tele. Así que decidió cambiar de canal.

domingo, mayo 13, 2007

Bola

Creo que durante la noche, alguno de mis sueños estaba habitado por un animal que ha dejado la cama cubierta de pelos. Pelos como pequeñas lombrices translúcidas que, poco a poco, han ascendido por mi cuerpo hasta alcanzar mi boca.

De ahí al esófago han tardado poco tiempo. Allí se han enredado unas con otras formando una bola que está impidiendo que el olor del sol llegue a mis pulmones.

Así que he decidido abrir una botella de vino tinto y beber un vaso. Porque me consta que la bola es soluble en alcohol.

miércoles, mayo 09, 2007

Aprensión

Aquel cangrejo rojo estaba justo en mitad de su cuarto de baño. Era grande y tenía un aspecto imponente. Recordó que en Centroamérica existe una especie de cangrejos que caminan kilómetros y kilómetros para desovar en el mar, cangrejos que cuando llega la temporada caminan tozudos siguiendo la misma ruta año tras año. Este cangrejo se parecía a esos. Mucho más rojo y con las patas mucho más largas y peludas que los que podemos encontrar en las marisquerías.

Fue a la cocina y cogió la escoba. No le apetecía nada que el bicho le pellizcara con las pinzas. La escoba sería suficiente para acabar con él. Cuando entró de nuevo en el cuarto de baño, el cangrejo ya no estaba, a pesar de que no podía haber tardado más de treinta segundos en ir a la cocina y recoger la escoba. Tampoco se oía nada. Supuso que se habría escondido y empezó a buscarlo.

Después de un rato lo encontró justo debajo del retrete, en ese hueco que deja la forma de la loza cuando se une con el suelo. Lo empujó con el palo de la escoba y el cangrejo salió disparado a una velocidad sorprendente, pasando por debajo de sus piernas y llegando al pasillo en un instante. Lo persiguió y, en mitad del pasillo, le dio alcance. Allí descargó el golpe fatal con la escoba. El cangrejo dejó de moverse.

En el suelo no había quedado ninguna mancha de sangre o de lo que quiera que los cangrejos tengan dentro. Con aprensión, le dio unos toquecitos con la escoba para comprobar que estuviera realmente muerto. Siguió sin moverse.

Un poco asqueado, recogió el cadáver para tirarlo a la basura y entonces reparó en el letrero. Made in Taiwan, decía.

martes, mayo 08, 2007

Contra la seriedad

Haciendo un ejercicio de imaginación, imaginemos. Creamos por un momento que alguien está escribiendo el Quijote hoy en día. Y que lo hace desde la parte del mundo que más se parece a los Siglos de Oro españoles: Latinoamérica.

Y en su historia esto es lo que pasa. En su historia, un loco con el seso seco por los libros de conspiraciones, de esos que hablan de sectas secretas que han gobernado el mundo desde el tiempo de los templarios, decide descubrir los trapos sucios de la Iglesia Católica brasileña. Se echa al monte como el subcomandante Marcos pero, después de unos cuantos episodios cómicos en un meublé de mala muerte guatemalteco, en la selva mexicana acaba trabajando de bufón para un coronel del ejército metido en temas de narcotráfico, que vive como un marqués. Más tarde, y una vez que ha asistido a una nacionalización en Venezuela en la que todo el mundo alzaba el puño y cantaba emocionado el himno nacional, acaba probando la ayahuasca en el Amazonas, algo que contribuye definitivamente a la pérdida absoluta de su sentido de la realidad y a que todo lo relacione con una conspiración que lo persigue para evitar que desvele los grandes misterios que ha aprendido. Por el camino es maltratado por los guerrilleros y los paramilitares colombianos, por los mercenarios recién llegados de Irak de las multinacionales norteamericanas, por los miembros de las maras, sobre todo la SalvaTrucha, y por la DEA estadounidense. De regreso en su casa en la frontera mexicana, recupera su lucidez y muere renegando de esos libros, engendros del demonio. Y para añadir un toque de realidad al relato, el protagonista podría además, ser de rasgos indígenas o mestizo.

Este relato, escrito con el estilo desatado y lleno de términos fronterizos de la literatura de McOndo y el Crack y publicado en una editorial tejana preocupada por las nuevas voces narrativas tex-mex, se convertiría inmediatamente en un éxito de ventas.

Y al cabo del tiempo (sigamos imaginando) cuando hubieran pasado un par de décadas, las universidades norteamericanas crearían cursos semestrales que pretenderían analizar la novela como el epítome de la voz del excluido y del loco, como el producto de las corrientes culturales de la frontera, como un ejemplo de la labor predatoria de las empresas en la selva, como el advenimiento del mestizaje globalizado a la literatura chicana. Un departamento especializado en “gender studies” se encargaría de diseccionar aquellos pasajes de la novela en los que el erotismo y la sexualidad estuvieran más presentes. Y alguien conseguiría un doctorado escribiendo sobre “El palimpsesto posmoderno: técnicas fragmentadas de discurso en la estructura de la novela chicana contemporánea” utilizando el libro en cuestión.

Y el autor, que sólo pretendía divertirse, que sólo pretendía contar una historia lisérgica con narcocorridos y persecuciones por las carreteras latinoamericanas, alguien que, al fin y al cabo, escribía sobre la literatura pop y sobre la influencia de la Tribu de los Brady en la falta de orgullo latino, no podría creer que realmente fuera su cara la que apareciera en televisión cuando, vestido con ropas que hace doscientos años ya eran antiguas, recogiera su título de Doctor Honoris Causa en la Universidad Autónoma de México

Y después de recoger el título, se vería con sus amigos del barrio y se tomaría dos botellas de tequila a la salud de todos los envarados doctores que se creen que la seriedad y la literatura están hechas del mismo material.

Que creo que es lo que hizo Cervantes cuando consiguió acabar su obra con una sola mano. Sólo que en lugar de tequila, se las bebió de vino. Y en lugar de dos, fueron cuatro.

Que se me da un ardite, que diría el nuestro. O no mames, güey, que diría el suyo.