jueves, julio 25, 2013

Memoranda

He estado en el mar y no he escrito nada. Me he limitado a escuchar el agua, a mirar a la gente, a leer unos cuantos libros y a disfrutar de la compañía. Esta vez no he llevado un cuaderno de notas, a diferencia de otras en las que sí lo hice con la intención de que el viaje permaneciera con más nitidez en la memoria. Esta vez solo quería descansar, que el tiempo pasara sin apenas dejar huella. Recuerdos que desaparecerán tarde o temprano y solo dejarán tras de sí una sensación (leve) de felicidad.

Me doy cuenta, eso sí, de que cuanto mayor me hago, más tentativa se vuelve mi memoria y por eso más extraño me parece el tiempo, más seguro estoy de su cualidad elástica. Ya había estado en ese pueblo gaditano muchas veces cuando era joven. Y me ha resultado imposible recordar el año en el que fui por primera vez, ni sus calles, ni sus negocios, ni lo que hicimos. Recuerdo un camping, unos amigos veinteañeros, alcohol, baños en el mar al amanecer, un par de chicas pero nada muy firme, la verdad. Solo he sido capaz de situar más o menos la época. Mis recuerdos se organizan en torno a varias etapas de mi vida bien delimitadas (ciudades, trabajos, matrimonios, direcciones) pero apenas tienen perfiles claros, apenas tienen bordes. No es que me preocupe, supongo que es algo que le pasa a todo el mundo a medida que los años y las vacaciones y los viajes se acumulan. Simplemente no tengo clara la cronología exacta de las cosas que me han sucedido. Tengo una memoria tentativa, como decía.

Precisamente por eso, últimamente me han fascinado las novelas autobiográficas de dos escritores diferentes: Siete años, de Peter Stamm y La muerte del padre, de Karl Ove Knausgård, uno alemán y el otro noruego. Ambas me han parecido muy buenas pero lo que más me ha gustado es que ambos autores sean capaces de evocar los sentimientos que experimentaron años atrás ante una situación u otra con esa precisión. Yo apenas puedo recordar cómo me sentía hace tres años respecto a las grandes cuestiones que todos nos hemos planteado alguna vez: quiénes somos, si somos o no personas familiares, si queremos hijos, si nos gusta lo que hacemos. Claro, estoy seguro ahora de cómo me siento ante esas cosas pero creo que intentar recrear lo que yo pensaba hace solo tres años estaría, inevitablemente, mediatizado por mi percepción actual. Por eso me fascina la técnica de ambos escritores. Creo que ambas novelas son buenas porque los autores son capaces de afilar sus recuerdos infantiles, de volver a sacarles lo cortante que el tiempo ha limado. A pesar de estar basadas en hechos reales (como los telefilmes de la sobremesa), en realidad escriben de un personaje que, casualmente, resulta ser ellos mismos.

Si yo intentara recordar, por ejemplo, mi primer fracaso amoroso, mi primera ruptura, recordaría caminar con una tremenda presión en el estómago y pensar que toda la vida que había conocido hasta el momento no tenía ningún sentido. Escribo esto y empiezo a recordar un paseo hacia mi casa sin poder fijarme en nada, con un pensamiento obsesivo en mi cabeza rebotando una y otra vez y varios días sin hablar con nadie y… Pero lo que me interesa de esto es: ¿lo recuerdo porque lo estoy escribiendo o lo escribo porque estoy recordándolo?

En fin, no es que tenga demasiada importancia, como otras veces. Lo importante de estas novelas es que están bien escritas y que te crees los personajes que las cuentan. Sean ellos quienes sean.