martes, septiembre 30, 2008

Emoción

Pulso el botón "Siguiente Blog” de Blogger, que selecciona al azar uno de los millones de blogs disponibles. Miro blogs que me resultan incomprensibles, escritos en finés o en coreano, que muestran fotos. Pulso y miro rápidamente para ver si se trata del blog personal de alguien, de alguien que pretende vender algo, o bien de alguien que pretende ser creativo. En estos me detengo un instante. No sé por qué lo hago. Internet está tan lleno de palabras, de mierda, de imágenes, de metafísica y de coños que, a veces, cuando llego a casa debo ducharme dos veces. Una inmensa corriente de información nos está desbordando el mundo. Sería mejor que todos calláramos para siempre, como los muertitos amontonados de cualquier fosa común. No pretender decir algo original, no pretender trascender de nuestro destino, aprender a conformarnos con nuestra inanidad, con nuestra insignificancia. Pero no. La gente no se cansa. Una y otra vez lo intenta, una y otra vez intenta versos originales, cuentos emocionantes, fotografías con encuadres raros. Una y otra vez se arroja contra el muro, como las moscas que no aprecian que el cristal está ahí y que no recuerdan que se han estrellado contra él veintitrés veces ya, con la tozudez propia de los organismos muy simples. Todos somos moscas. Todos somos imbéciles.

Sin embargo, a veces encuentro cosas que me remueven algo por dentro, a veces encuentro páginas que me emocionan. Hoy, por ejemplo, he encontrado una mujer que pesaba más de doscientos kilos y que ha colgado las fotos de su transformación tras una operación de reducción de estómago. En una de las secciones del blog aparece un contador de todas las pastillas de jabón que se habrían podido fabricar con la grasa que ha ido perdiendo progresivamente. La semana en la que batió su propio record en el contador aparecían veinticuatro pastillas de jabón con olor a lavanda. Y ayer vi la ejecución de un apóstata en Irán. Me gustó. Se notaba que el realizador había estudiado en Occidente. Parecía un vídeo musical. Creo que deben de haber ensayado la coreografía muchas veces. Todo ha sido tan estético como en una película de Kim Ki Duk.

viernes, septiembre 26, 2008

Vigilante

Veo en la pantalla cómo el hombre se revuelve inquieto en su cama. La imagen aparece con tonos verdosos. No sé cómo se llama. Lo habitual es que nos asignen a alguien durante largo tiempo y que se conviertan en nuestra responsabilidad. En otra ocasión se revolvió así por una mala digestión, recuerdo que se levantó de la cama, en medio de la madrugada y que vomitó agarrado a la taza del retrete. Después de aquello pareció sentirse mejor y su cara se distendió y cuando volvió a acostarse se durmió rápidamente, algo que suele ocurrirle casi siempre. Según me han dicho, eso no es lo habitual. Hay otros hombres que necesitan emplear mucho tiempo para conseguir conciliar el sueño y dan vueltas en la cama y se les ven los ojos abiertos en la oscuridad, inermes ante el paso del tiempo. Me lo han contado.
Él, sin embargo, suele dormir bastante bien aunque hoy no pueda hacerlo. Se acuesta y, normalmente, antes de diez minutos su respiración se relaja y se hace más profunda y tras un par de horas sus ojos comienzan a moverse rápidamente dentro de los párpados cerrados (es curioso observar esos ojos cubiertos por una fina película de carne moviéndose a toda velocidad) y su boca se curva en una sonrisa. Debe de ser bonito soñar, a él siempre se le pone una sonrisa hermosa cuando sueña.
A veces viene a la casa una mujer, pero eso no suele suceder muy a menudo. En esos casos, el hombre, en lugar de llegar a casa, ponerse el pijama, ver un rato la televisión y masturbarse delante de la pantalla del ordenador antes de acostarse, abre una botella de vino, sirve un par de copas, pone algo de picar y elige música alegre y confiada. Cuando esto ocurre se comporta de forma extraña y sonríe muchísimo más de lo habitual. Normalmente mira a los ojos de la mujer que lo acompaña y siempre llega un momento en el que su mano acaricia la cara de la mujer y que va siempre antes del remolino de ropa, de la saliva y de los besos. Esas noches, cuando observo su cama en la pantalla veo dos bultos diferentes respirando acompasados pero sólo el hombre sonríe siempre. Las mujeres sonríen a veces y a veces no.
En otras ocasiones vienen varios hombres a la casa y juegan a las cartas. Yo sé que van a venir porque el hombre siempre compra licores fuertes, galletas saladas, patatas fritas y otras cosas y pone un tapete verde en la mesa del salón. Cuando pone el tapete, yo ya sé que cuatro personas aparecerán en la puerta de la casa en cualquier momento. Uno alto y gordo, vestido con un traje inmenso, y tres de la misma estatura del hombre, más o menos. Todos parecen mayores de cuarenta años y van bien vestidos, con chaquetas. Dos de ellos suelen llevar corbata, que siempre se quitan cuando llevan jugando y bebiendo un par de horas. A mí me parece que se divierten bastante, al menos, sus carcajadas resuenan bien altas en la sala cuando alguno de ellos hace un comentario divertido. Pero igual es el alcohol. Me caen bien cuando están jugando a las cartas y divirtiéndose.
A la hora del amanecer debo rellenar un informe en el que daré cuenta de cómo ha pasado la noche. Hoy escribiré que ha estado despierto durante más de cuatro horas intentando dormir. Que se ha revuelto inquieto en su cama sin conseguir concilar el sueño. Que se movía hacia un lado y más tarde hacia el otro, como si todo el peso del mundo estuviera presionadole el pecho.

jueves, septiembre 25, 2008

Corredor

El día en que me levanté con una ligera lumbalgia fue el mismo día que descubrí que llevaba más de tres días seguidos durmiendo con la misma mujer. Me sorprendí muchísimo y pensé: “En este momento, si no fuera por la ligera lumbalgia, estaría corriendo desnudo por la carretera. Huyendo”.
Entonces ella me sonrió y me preguntó si había dormido bien. Yo contesté que sí. Me besó e hicimos el amor pero mientras tanto yo no conseguía borrar de mi cabeza la imagen de mí mismo corriendo por la carretera, con el pene flácido moviéndose arriba y abajo, una ensoñación en la que yo pensaba todo el tiempo que lo único importante era mover una pierna y más tarde la otra y a continuación la otra, lejos, lejos, rápido, rápido. No podía dejar de imaginarme corriendo cada vez más veloz, sin dirección ni horizonte, huyendo y refrenando las ganas de gritar con todas mis fuerzas y de desplomarme en ese extraño paisaje después de haber agotado hasta el último soplo de aire de mis pulmones.

El sexo fue fantástico pero los pulmones me molestan un poco.

lunes, septiembre 22, 2008

Liturgia

Parece que, para subir la escalera, esté siguiendo las instrucciones escritas por Cortázar años atrás. De tan minuciosos pasos como da. Cuando termina de hacerlo, consagra una hostia ante la mirada de los fieles, parte del acompañamiento a un pobre viejito muerto y vestido de domingo, maquillado como un presentador de televisión. El cura, con su sotana y su casulla, con sus latines y su mirada apacible encima del estrado, ofrece algún tipo de consuelo a todos los que lloran en aquella iglesia, desconsolados no por ir a echar de menos al viejito, que además de viejito estaba enfermo y que se fue sin hacer ruido y sin sufrimiento, sino por ellos mismos. Por contemplar el cadáver que todos seremos, encofrado entre seda y terciopelo, con maquillaje bajo las bolsas negras de los ojos y bacterias bajo la piel.

El detalle con el que ejecuta el cura todos los movimientos, aprendidos tantos años atrás, pretende dotarlos de un significado profundo, como si la ejecución lenta y correcta de cada gesto tuviera una importancia esencial. Qué representación, qué dominio de la entrada y de la salida del mundo que tienen los curas católicos, qué fuerza tiene el ritual y las lágrimas y el incienso. En ese momento, dejo de ser un adulto que desprecia la carga de culpa que tiene nacer en esta religión y me convierto en alguien que solo observa con atención. Y la verdad es que el efecto está muy conseguido. Durante dos mil años, el ritual se ha ido decantando, depurándose de lo accesorio. La escenografía y la puesta en escena son impresionantes. Largas ventanas cubiertas de vidrieras permiten que el sol de la mañana bañe la nave de esa iglesia tan antigua, escenario privilegiado del simulacro.

Cuando recupero de nuevo la mirada del hombre que soy, Galileo me sonríe y recuerdo aquello de Eppur, si muove. Y muchas otras cosas. Y me voy de la iglesia a tomar un vino en el bar más cercano, que está, como siempre ocurre en estos casos, justo enfrente de la puerta principal. Y entonces veo como el camarero llena el catavinos de líquido, un fino turbio, y levanto mi copa y la giro suavamente agarrándola de la base con dos dedos. Y entonces digo "Salud". Y noto el sabor amargo y seco y más tarde el calor en el esófago y en el estómago. Y recuerdo aquellos versos de Marzal que decían:

"Cuatro gotas de aceite
sobre un trozo eremita de pan blanco

(...)

El hecho de verter las cuatro gotas,
cuatro lágrimas densas de oro humilde,
sobre las migas cándidas, supone
un acto elemental
contra la ruina
una rúbrica más
contra la muerte."

Y pienso entonces que vivir es nuestra obligación. Y que todos nosotros gustamos de alguna clase de liturgia. Y que, gracias a Dios, en la mía no huele a incienso, ni a polvo, ni a muerto.

jueves, septiembre 18, 2008

Matrimonio

A la hora del almuerzo decidió comprar un bocadillo de una de las tiendas de alrededor de la oficina y disfrutar del buen tiempo comiéndoselo en el banco de un jardín. Caminó unos quince minutos para despejarse y se sentó en una pequeña plaza que ya había utilizado otras veces. El bocadillo era de atún y tenía mayonesa, lechuga y tomate, con pan inglés. A su mujer no le gustaba el atún, decía que le parecía un pescado demasiado grasiento, demasiado sabroso. Él opinaba que su mujer decía eso porque no le gustaba realmente el pescado, que lo comía porque sabía que era muy bueno para la salud y nada más. Nunca comía grasas ni tomaba pasteles, ni pan, ni fritos, ni comía entre horas y siempre estaba intentando convencerle de que hiciera deporte, de que fuera con ella al gimnasio.

Sabía que, en este momento, ella estaría saltándose la comida para poder ir a la sesión de aerobic de Pali, su monitor preferido. Lo hacía de forma religiosa todos los miércoles y viernes. El resto de días iba al gimnasio cuando salía de la oficina. Por eso llegaba tarde a casa y solo tenían un rato para charlar después de que ella cenara. Los lunes, martes y jueves solía quedar con las amigas de un trabajo anterior para comer y tomar un café. Los fines de semana se quedaban en casa, excepto aquellos en los que su mujer tenía que ir de viaje a alguna ciudad europea por cuestiones de trabajo. Él se apuntaba a veces aunque los compañeros de trabajo de ella no le cayeran demasiado bien.

Miró durante un rato a un gorrión que se buscaba la vida por allí. El pájaro había levantado una manzana y se estaba comiendo tranquilamente las hormigas que había debajo. Sonrió. Le pareció un signo de inteligencia que el pájaro supiera que debajo de las manzanas siempre hay hormigas que se están alimentando de ella. Dio otro mordisco al bocadillo y bebió un trago de cocacola. Recordó el tiempo en el que a él le molestaba pasar tan poco tiempo con su mujer. Habían discutido algunas veces por eso pero eran cuestiones de trabajo y poco se podía hacer ante ellas. Así eran las cosas. Y la verdad es ahora creía que era mejor no verse demasiado, que las parejas que duran más tiempo, por desesperanzador que suene, suelen ser aquellas que pasan menos tiempo juntas, las que aprenden a dejarse espacio. Así habían conseguido casi trece años de felicidad conyugal.

Volvió a la oficina y se sentó de nuevo ante el ordenador. Después de veinte minutos, el procesador de textos dejó de funcionar. Tras maldecir por no haber guardado el archivo en el que estaba trabajando, comprobó el alcance del desastre y vio que no había sido para tanto. Sus últimos quince minutos de escritura, sin embargo, se habían volatilizado. Solo eran información perdida en la memoria que el ordenador ya no identificaba como texto. Tendría que volver a hacerlo, ahora que el informe sobre un nuevo servicio de la competencia ya estaba casi terminado. Pulsó el botón izquierdo del ratón y lo dejó pulsado, con el cursor apoyado sobre la flechita de abajo de la barra de desplazamiento. Zuuuuuuuum.

Cuando llegó al final, se encontró con cuatro palabras que no estaban ahí antes, cuatro palabras que tal vez fueran restos de un archivo anterior o de un correo. No recordaba haberlas leído últimamente. Seguramente serían parte de alguno de esos correos con chorradas divertidas que todo el mundo recibe. Los ordenadores a veces tienen comportamientos que parecen extraños pero que son solo azarosos. Probablemente, el procesador, al intentar recuperar la mayor cantidad posible de información de la memoria, había acabado por identificarlas como parte del archivo en el que trabajaba. Aunque no fuera así. De todos los símbolos extraños que podía haber encontrado al final del texto, había ido a encontrar precisamente aquellas palabras. Las palabras decían “Tu mujer te engaña”.

Empezó a notar como la rabia le subía por la garganta desde la boca del estómago, algo viscoso y lento que se acumulaba en los ojos en forma de lágrimas. Subía y subía inundando poco a poco su esófago, su tráquea, su boca y su cabeza. Cuando el sabor metálico en su boca le descubrió que se había mordido la lengua hasta provocarse una herida sangrante, agarró el monitor y lo tiró con fuerza contra la ventana. La ventaba se resquebrajó pero no llegó romperse. Entonces, dejó la oficina dando un portazo.

martes, septiembre 16, 2008

Volver

Con la frente marchita, que cantaba Gardel, y decía Joaquín Sabina (aunque en este caso se deba, más que a los problemas sentimentales, al sol y a la playa).

Y dejar constancia aquí de que se ha vuelto. Y bueno, esperar que no me hayan olvidado y que no me hayan borrado de sus enlaces. Y esperar también tener alguna idea (algún día) lo suficientemente ingeniosa como para volverles a hacer desperdiciar su (sin duda) valioso tiempo con las cosas que me da por publicar (aunque publicar sea un eufemismo vanidoso para esto que hacemos).

Ya se me ocurrirá algo (espero).