lunes, enero 15, 2018

Mairal



Leo La uruguaya de Pedro Mairal y me gusta tanto que me dan ganas de escribir, que es lo que siempre me sucede cuando leo una novela que me gusta, un deseo tal vez pretencioso (quién soy yo) pero que me parece natural tras tantas palabras escritas (sin publicar, voy a ser el escritor inédito más grande de la historia). 

Me gusta la novela, porque el escritor consigue armar (argentinismo, inevitable tras la filtración de la voz de Mairal en mi cabeza) un texto que, sin contar apenas nada más que una anécdota consigue quedarse ahí, permanece durante un tiempo. Y eso, a estas alturas, para mí es suficiente, sabiendo cómo sé que la olvidaré como todo lo demás. 

Pero me ha gustado mucho y ahora que he decidido emplear mi tiempo de forma enriquecedora (estoy a punto de fundar un movimiento llamado digital downshifting, ya saben ustedes que los títulos en inglés venden mucho más entre aquellos interesados en aprender a vivir gracias a los consejos de los gurús), me parece un buen comienzo. 

Espero que la próxima (Clavícula, de Marta Sanz) me guste tanto como esta. Si no, siempre puede uno volver a los clásicos. Y así me convierto definitivamente en lo que, llegada cierta edad, todos deberíamos ser: el viejo cascarrabias al que el mundo ha pasado por la derecha que presume de solo leer a los clásicos.

En ello estoy.

miércoles, enero 10, 2018

Bandada


Ayer camino del trabajo, cuando iba en moto por la M30, vi una bandada de pájaros pequeños que parecían inmovilizados alrededor de un árbol. Era muy temprano y hacía mucho frío y yo venía barruntando los asuntos diarios de forma casi inconsciente, como todo el mundo cuando hace algo a lo que no debe prestar demasiada atención, como cuando friega los platos o limpia el cuarto de baño, esa especie de ensoñación que es más bien un ruido de fondo mental, un ruido blanco en el que hay impulsos que no son más que las ideas a medio formar que uno tiene en esas circunstancias, pensamiento de relleno, interferencias eléctricas. 

Si saber exactamente por qué, esa imagen se me quedó grabada y la he recordado varias veces después, como si fuera una evidencia de algo inasible que no acabo de determinar. Más tarde, he pensado que la imagen tenía la cualidad de un grabado japonés. Sé que se trató de una impresión fugaz y que una bandada así debía estar en constante movimiento, pero en mi recuerdo los pájaros están inmóviles en torno al árbol, como si fueran parte de un decorado. 

No sé qué significa esto, no sé si tiene alguna clase de significado. Tal vez haya recuperado la capacidad de advertir la densidad del mundo, la posibilidad de asombrarme ante lo nimio.