jueves, marzo 27, 2008

14:25

Me pregunto por qué, exactamente a las 14.25, todos los días, absolutamente todos los días, experimento esta sensación de hastío y cansancio, este peso que me aplasta, esta insatisfacción. Me pregunto por qué tiene que ser a las 14.25 cuando todo el mundo sabe que el tiempo es una ilusión y un invento bajomedieval que aparece a la vez que los relojes.

Entonces, sin apresurarme, me levanto y, con cuidado, adelanto todos los relojes de mi casa un par de minutos. Pero al día siguiente cuando todos esos mismos relojes indican las 14:27, el desánimo arremete en mi contra y vuelvo a hundirme en mí mismo. Durante toda la semana, a las 14:27, ni un minuto antes ni un minuto después, me siento decaído, a disgusto.

A la siguiente semana, me deshago de todos los relojes, intentando, como si fuera un niño que cuando cierra los ojos piensa que los demás no lo ven, evitar la sensación. Quizá si no existen relojes en la casa, mi cuerpo lo olvide todo, olvide que a esa hora tiene la tarea de ponerse mustio. Pero no lo consigo, claro. A pesar de no tener relojes en casa, todos los días me asalta la dichosa sensación y aunque ya no tengo reloj sé que la maldición de las 14:25 sigue estando dentro de mí.

Tras unos meses estoy tan cansado que al final acudo al médico. Después de tres semanas de análisis, el médico me dice que la culpa es del marcapasos que me implantaron hace cinco años. Un defecto de fabricación: su reloj interno, necesario para marcar la frecuencia de mi corazón, no funciona bien. No es la primera vez que ve un caso así. Probablemente tenga que ver con que Siemens ha trasladado la fabricación de los aparatos a China.

martes, marzo 25, 2008

Tatuaje

De todos los amigos de mi madre el que más nos gustaba a mi hermana Ana y a mí era Juan, que siempre nos besaba y nos hacía reír. Mi hermana, que es cuatro años mayor que yo y entiende mucho de esas cosas dice que, además de guapo, es elegante. Pero yo creo que nos caía bien no sólo porque fuera guapo sino porque nos hacía cosquillas y nos trataba muy bien, siempre riéndose y de buen humor el día que había quedado con mi madre para cenar.

Cuando mi madre salía, nos dejaba con la tía Vane. No nos caía muy bien y siempre nos estaba diciendo que no revolviéramos en los cajones y que no hiciéramos demasiado ruido porque tenía resaca, que es lo que tienen los adultos cuando beben más alcohol de la cuenta, según mi hermana, pero no podíamos elegir. A mí el alcohol no me gusta, de eso estoy segura. Lo probé con Ana un día que la tía Vane se descuidó y me ardió la garganta y se me saltaron las lágrimas y tuve que ir al servicio a vomitar mientras mi hermana se reía de mí, y por eso no entiendo como a los mayores les gusta tanto, pero supongo que pasa como con el tabaco, que también es asqueroso y los mayores, sin embargo, no dejan de echar humo todo el rato. De todas maneras, ya no tenemos que ver a la tía Vane porque ahora mamá ya nos deja solas sin problemas y porque, según mi madre, la tía se ha liado con un indeseable y no es muy seguro que pasemos la noche en su piso. A mí me parece bien porque tampoco me gustaba demasiado pasar la noche allí, la verdad. Aquel piso, el que estaba justo enfrente del nuestro en el pasillo, apestaba a colillas y no estaba muy limpio, con todas esas botellas vacías en la cocina.

Y fíjate, a pesar de lo mal que huele, que no lo soporto, a mi hermana Ana sí que le gusta el tabaco, porque después de aquella noche en la que durmió fuera y en la que mi madre se bebió tres copas (algo que no hace nunca porque dice que el alcohol es la peor de las drogas y que si te agarra no te suelta nunca) dice que se ha ganado el derecho de fumar donde le dé la gana. No sé. A mí me molesta que fume en el cuarto porque a la hora de dormir huele mal pero no se lo digo porque muchas veces veo que se echa a llorar sin hacer ruido y entonces enciende un cigarrillo y parece que la consuela. Yo no sé porque está triste pero cuando le pasa eso me meto en su cama y le doy un abrazo y a ella parece que le gusta porque se queda quieta, sin hablar, sorbiéndose los mocos hasta que se tranquiliza. Y luego se duerme y no tiene pesadillas.

Aquella noche no me extrañó que no estuviera a la hora de cenar porque había empezado a salir a cenar fuera algunos días, como mamá. Pero sí que me sorprendió haberme despertado de madrugada y no verla en la cama de al lado, como el resto de las veces. Ana llegó a casa a las diez de la mañana, en el coche del tío Juan, un coche grandísimo que tiene y del que presume siempre mucho porque es alemán y parece que los coches alemanes son lo mejor, un auténtico prodigio de la ingeniería alemana, como siempre dice él, aunque yo no sepa lo que significa eso demasiado bien. Y mi hermana se bajó del coche del tío muy seria y estuvo un día entero sin salir de su habitación. Y a los dos días fue a donde el Antuán a que le borrara el tatu que se había hecho unos meses antes.

Yo, de verdad, es que a mi hermana no la entiendo, tanto tiempo dando la murga para que mi madre la dejara hacerse un tatu y luego va y se lo borra. No sé, debe ser la adolescencia, como dice a veces mi madre. El caso es que el tío Juan tiene un tatuaje en el cuello, una estrella de cinco puntas pequeñita y siempre nos lo enseñaba muy orgulloso. A mí me gustaba bastante pero a mi hermana le encantaba. Tanto, que estuvo durante cuatro meses pidiéndole a mi madre que la dejara hacerse uno hasta que mi madre dijo: “Haz lo quieras, por Dios, haz lo que quieras, ya no soporto más tener que aguantar la misma cantinela todos los días, déjame en paz”, que es lo que suele decir cuando está harta de nosotras, y que va siempre antes de: “No sé qué habré hecho yo para merecerme este castigo. No os soporto. A veces, de verdad…”, y de echarse a llorar. Pero luego se arrepiente y nos abraza y nos dice que no le hagamos caso y que nos quiere mucho. El caso es que mi hermana aprovechó que mi madre tenía uno de esos días en los que no se le puede hablar mucho, en los que tiene ojeras y, a veces, marcas en el cuello, como si un vampiro le hubiera mordido por la noche. Casi siempre está así después de las noches en las que sale con el tío Juan, que se pone guapísima, con su minifalda y los tacones más altos que tiene, con las tetas bien visibles porque mi madre siempre insiste en que si queremos gustar a los hombres tenemos que estar atractivas y que a los hombres lo que les gusta de verdad son las tetas y los tacones. Yo todavía no tengo tetas pero llegará un día en que las tendré por lo menos tan gordas como las de mi hermana, que, según dice mi madre tiene unas tetas preciosas. En fin, que como era uno de esos días y mi madre le dijo que podía hacer lo que quisiera, mi hermana aprovechó la oportunidad y fue a su cuarto a sacar dinero de un estuche que tiene, que me lo ha enseñado y que yo sé que tiene mucho dinero, billetes verdes y todo, y cogió dos billetes grandes y salió corriendo. Cuando volvió me enseño orgullosa una rosa que se había tatuado en el hombro y que todavía estaba hinchada y roja y cubierta por una gasa para que no se infectara. Y al mes ya no estaba hinchada y la verdad es que le quedó preciosa. Y después de todo aquello, ahora va y se la quita. Le ha quedado un trozo de piel en el hombro bastante feo y aunque ella dice que con el tiempo la cicatriz apenas se notará, yo no acabo de creérmelo.

No sé por qué ha decidido borrarse el tatu con lo bonito que era, pero, bueno, ella sabrá. Mi hermana a veces tiene sus cosas y últimamente tiene días en los que está de muy mal humor y entonces procuro no acercarme demasiado porque no suele ser muy cariñosa esos días e igual me llevo una torta. Pero otros días es la mejor hermana del mundo y sé que me quiere y que se preocupa por mí y me da besos y me hace regalos, como el día que fue conmigo a la tienda y me compró un estuche de maquillaje de los de verdad, de los de mayores y me enseño a ponerme sombra de ojos y a pintarme los labios como una estrella de cine.

De todas maneras, me he dado cuenta que desde aquella noche, mi hermana siempre tiene dinero para sus gastos y que mi madre no se lo da. Además ahora a mi madre no le importa tanto que vuelva tarde. Una vez se preocupó pero fue porque trajo un ojo a la funerala, pero fue sólo aquella vez. Será que cuando llegas a los quince años ya eres mayor de verdad y entonces nadie tiene que decirte lo que tienes que hacer.

El caso es que mientras más lo pienso más ganas tengo de llegar a la edad de mi hermana para poder tener dinero y no tener que dar explicaciones a nadie. Y sobre todo, por las tetas, porque tengo muchas ganas de tener tetas. Pero, de todas maneras, por si acaso, yo no me voy a hacer ningún tatuaje, vaya a ser que cambie de opinión a los dos meses y me lo tenga que borrar. Y estoy segura de que, diga lo que diga mi hermana, la cicatriz que te queda debe ser horrorosa.

lunes, marzo 24, 2008

Escritura

"Como en la pareja del amor en que, por relación feliz o infeliz, nos hacemos cargo de quienes somos a través del contraste, el rencor o el perdón, con la escritura -otra alta forma de intimidad- accedemos a imágenes de nosotros mismo que nunca antes habían sido reveladas. En el amor, como en la escritura, sin proponérnoslo, nos hacemos fotos continuas, de perfil, de frente, de cuerpo entero, en la turbulencia de conocer y reconocer lo dicho y lo no dicho."

De la entrada del blog de Vicente Verdú del 17 de Marzo de 2008 titulada Fotos.

Y sigo sin tener nada que decir.

martes, marzo 18, 2008

Erotismo

"(...) Creo que nuestras figuras bíblicas de Adán y Eva responden a la figura del andrógino en otras culturas. Es decir, Adán y Eva eran dos componentes del andrógino como todo ser que vive en el sonambulismo del paraíso o de la edad de oro. Entre Adán y Eva no hay auténtico erotismo en el paraíso. El erotismo se manifiesta en el momento de la expulsión, en que son capaces de reconocer aquellas contradicciones que antes hemos indicado. No hay erotismo si no hay constancia de escisión, de separación. No hay erotismo si no hay constancia de la muerte y del tiempo, porque el erotismo no deja de ser siempre una especie de convocatoria desesperada frente a esa conciencia de la muerte y del tiempo. Por eso te diría que no hay erotismo si no puede haber lenguaje, el juego del lenguaje, el intercambio. Entonces Adán y Eva estaban en la misma condición del andrógino. De hecho, Adán y Eva forman una unidad andrógina antes de ser expulsados del paraíso. Por tanto, no hay auténtico Eros. Para que haya Eros, y eso Heráclito lo veía muy bien, es necesario que haya eris, discordia: para que haya cosmos que haya caos; en ese sentido, es el reconocimiento del caos, una vez has puesto la patita fuera del paraíso, lo que te lleva al erotismo, al sentimiento de lo sagrado y fundamentalmente al amor, que es una palabra desigual que creo que integra todos estos niveles que hemos hablado. Es la consecuencia del lenguaje, del juego de los cuerpos de su tensión violenta, y el amor es la consecuencia de la confrontación entre muerte e inmortalidad. (...)"

De El caos creador, entrada en blog de Rafael Argullol.

No creo que se pueda decir mejor. Así que ni lo intento.

lunes, marzo 17, 2008

Incomprensión

Mira a Juan con la incomprensión marcada en los ojos. En ese momento no le duele pero cuando retira la mano con la que se ha agarrado el vientre, la retira llena de sangre. Así es como acaba todo, piensa. No siente miedo, la desaparición no le preocupa. Nunca ha pensado demasiado en el final, nunca lo ha considerado necesario. Lo que más le molesta de la escena es que, al final, su odiosa vecina va a acabar llevando razón sobre lo de que cualquier día aquel animal la iba a matar. Ya se la imagina presumiendo de perspicacia ante las cámaras de televisión. Imbécil.

La noche de su primera cita todo había ido sobre ruedas, Juan había llegado a su casa a las 19.00, sin retraso, oliendo muy bien y recién afeitado. Le gustaban los hombres puntuales, los que no la hacían esperar. Demostraban respeto por ella. Hacía tiempo que no salía con nadie, casi un año, y estaba algo nerviosa. El vestido negro de tirantes y los tacones habían sido, como siempre, su elección. Se veía muy guapa. Juan la había llevado a cenar a un restaurante japonés y fue en esa cena cuando decidió acabar con él en la cama en la siguiente cita. Él había apostado por la comida exótica para impresionarla pero ella tuvo que reprimir más de una sonrisa para no incomodarlo. Como cuando Juan se había llevado el wasabi, esa pasta verde que sabe a rayos, directamente a la boca, en lugar de mezclarlo con la salsa de soja. En fin, sus esfuerzos por parecer mundano le parecieron enternecedores. Al final, Juan había reconocido que la comida japonesa no le gustaba mucho (más bien nada) y que era la primera vez que pisaba un restaurante así. Cómo evitar acabar en la cama con un hombre así, que se mostraba tan torpe en su primera cita con una mujer.

Tenía que haberme ido, piensa mientras la sangre se escurre por sus piernas hasta el suelo, tenía que haberme ido o haberlo denunciado alguna de las veces en las que me pegó, haber hecho algo, haber pedido ayuda, haber huido. Mira la sangre y sigue sin creerse que sea suya, que todo esto le esté sucediendo a ella, que vaya a ser portada en los periódicos. Mira la sangre y no comprende qué impulso suicida la animó a quedarse. Mira la sangre y no entiende nada.

jueves, marzo 13, 2008

Monegros

En el desierto de los Monegros, una mancha de aridez en mitad de la península ibérica, unos militares hacen maniobras. En un ejercicio en el que se entrenan para trabajar con minas antipersona (una de nuestras mejores bazas en el mercado internacional de armas), una de ellas queda olvidada debajo de unos matorrales y la dejan allí, oxidándose y volviéndose del color del desierto.
Diez años más tarde y después de haber conseguido los permisos necesarios, en el día de inauguración del primer casino de la Ciudad del Pecado (que parece la Mezquita de Córdoba en versión kitsch, como si el esplendoroso pasado Omeya de la ciudad hubiera sido pasado por un filtro de Disney, despojado de su verdadero significado, simplificado y coloreado para ser entendido por espíritus pueriles) el dueño de la corporación que lo ha financiado está a punto de cortar la cinta de inauguración cuando suena una explosión.
Milagrosamente intacta después de tantas obras, la mina antipersona ha ido a explotar justo bajo los pies del alcalde del pueblo que más ha luchado por la construcción del complejo de casinos (muchísimo trabajo para la zona, tan pobre y deprimida). Como esas minas están diseñadas para herir al enemigo y no para matarlo, el alcalde sólo pierde una pierna, seccionada a la altura de la rodilla. La pierna da unas vueltas en el aire y cae de pie, chorreante de sangre, con el zapato aún puesto.
Gracias a la cantidad de fuerzas de orden público presentes en el acto de inauguración y a las ambulancias traídas para tratar las posibles insolaciones que pudieran producirse a cuarenta y cinco grados al sol, la pierna es rápidamente introducida en hielo, la hemorragia del alcalde contenida y ambos llevados con rapidez al hospital más próximo (a sólo quinientos metros, pues la corporación ha tenido en cuenta los posibles infartos y ataques de ansiedad que el juego puede producir en los adictos). Lamentablemente, el personal sanitario en prácticas no puede hacer nada para salvar la pierna del alcalde.
La corporación, después de emitir una nota de prensa lamentando el suceso y eludiendo su responsabilidad, comunica que se dispone a regalar al alcalde una pierna de plata maciza con su logotipo grabado. Una muestra de desagravio y también una manera de conjurar la mala suerte que parece haberse abatido sobre el complejo (algo importante para gente tan supersticiosa como los jugadores).
Desde entonces, los jugadores habituales que acuden a The Great Mosk, gente capaz de gastar hasta un millón de euros en una semana, tienen como costumbre tocar la pierna de plata del alcalde para intener atraer las buenas rachas. Dan buenas propinas y el alcalde está encantado.

miércoles, marzo 12, 2008

Adamantium

El hombre acorazado estaba cansado de serlo. Cada vez que su cerebro detectaba algún problema, todo su cuerpo se cubría de un metal indestructible, el adamantium. Por eso le llamaban Coloso, porque, aparte de su envegardura (más de dos metros y ciento cuarenta kilos de músculo) era prácticamente indestructible.
Pero su cerebro no funcionaba bien y el adamantium cada vez era más inoportuno. Conocía a una chica, se gustaban y justo cuando empezaban a besarse, aparecía la coraza metálica. O cuando estaba deprimido y algunos programas ridículos de televisión le producían ganas de llorar, otra vez la coraza. Estaba entrenando, recordaba con ternura a su madre y entonces la coraza hacía inútil el entrenamiento. En fin.
Harto de que le sucediera aquello decidió ir al psicólogo para intentar encontrar una solución al problema. El profesor Xavier (bastante mejor que un psicólogo, pues un mentalista puede saber verdaderamente lo que sus pacientes sienten) le dijo que el mecanismo cerebral que hacía que se disparara la coraza era el peligro y que el problema que tenía era que se sentía en peligro cuando notaba que alguien se aproximaba demasiado. También le dijo que era posible convertirlo en alguien normal, sin mutaciones extrañas y sin coraza y que debía elegir entre seguir siendo Coloso o convertirse en una persona corriente.
Y desde entonces lo está pensando. Harto de estar solo, a veces se inclina por convertirse en uno más pero en otras ocasiones cree que la coraza lo ha dotado de un destino. Lo que más le molesta de todo es no poder llorar. La coraza recubre por completo los conductos lacrimales. Un defecto de la mutación, probablemente.

martes, marzo 11, 2008

Escarcha

El cielo está cubierto. Hace frío. La primavera que se insinuaba la semana pasada ha desaparecido. Otra vez el frío y el crudo invierno. Hay 6.655.814.457 personas en el mundo y no todas sufren el invierno. Y aunque lo sufran, no todas lo tienen dentro. Cada una de ellas tiene 100.000 millones de neuronas, con más de 100 billones de conexiones entre ellas. La complejidad del mundo es fascinante y fría como una imagen desplazada hacia el espectro del azul. Nítida, perfecta y falsa. Como un signo de este tiempo de imposturas.

Los carámbanos gotean indiferentes. La escarcha es lo que tiene.

lunes, marzo 03, 2008

Dentadura

(a la Princesa de hojalata)

Había perdido todos los dientes. Ahora llevaba dentadura postiza. Durante mucho tiempo aquello no le había importado en absoluto pero últimamente se había convertido en una especie de obsesión para él. No tenía dientes. Tenía cuarenta años y no tenía dientes. Tenía cuarenta años, aparentaba cincuenta y no tenía dientes. Sí tenía un gigantesco callo en su brazo, pero dientes no tenía. Había conseguido dejarlo, había conseguido pasar de los cuarenta cuando tantos de sus amigos habían muerto con los ojos abiertos, mirando la línea de amanecida del horizonte. Pobres gilipollas. Pobres idiotas sin fuerza de voluntad.

Él, sin embargo, había conseguido salir de aquello y sólo había perdido los dientes. De vez en cuando, todavía soñaba que los dientes se le caían todos a la vez y le llenaban la boca, asfixiándolo. Eso es lo que quedaba de sus dientes. Ese sueño. Sólo eso.

Después de todo lo que había pasado no podía quejarse. Es cierto que su hígado estaba bastante deteriorado y que seis años de su vida se habían desvanecido casi por completo. De esos seis años sólo recordaba la sensación de paz infinita que conseguía cuando se chutaba, una sensación de felicidad cada vez más desvaída, como si fuera una fotografía que poco a poco va perdiendo los colores. Hasta que un buen día, miró a su alrededor y vio un colchón viejo manchado de excrementos y un montón de espectros que se movían como almas condenadas. Ese día decidió que debía dejarlo, que no podía seguir en aquella situación, así que no se le ocurrió otra cosa que pasar por la parroquia y pedir ayuda. Y se la dieron, inició el tratamiento de metadona (menuda mierda, la metadona) y acabó por dejarlo. Acabó por dejarlo casi todo.

A veces se preguntaba qué habría hecho en aquellos seis años, a qué se habría dedicado, cómo habría conseguido el dinero necesario para arrastrarse hasta aquel colchón, apretar cualquier cosa en torno a su brazo y pinchar la aguja. Pero, en realidad, no quería saberlo. Había dejado atrás todo aquello, había renacido, se había convertido en otra persona y descubrirlo le daba miedo.

Una pena lo de sus dientes. La verdad.

domingo, marzo 02, 2008

Tics

El día en que su estribo izquierdo, el pequeño huesecillo del oído interno, dejó de vibrar, todo se le complicó. A partir de ese día, su vida se hizo muy difícil. Como no oía por la oreja izquierda, comenzó a girar bruscamente la cabeza cuando alguien le hablaba por ese lado, algo que solía sobresaltar al interlocutor. Pero eso no fue todo. En unos meses, a la falta de oído se le había añadido una desconcertante falta de equilibrio. Estaba de pie y, cuando cerraba los ojos, se desplomaba. Sólo cerraba los ojos si se encontraba tumbado y podía, de alguna manera, contrarrestar el mareo. Pero como tampoco resultaba agradable dormir siempre con la impresión de estar borracho, se hizo adicto a los estimulantes, que conseguían eliminar en parte esa sensación. El único problema era que se le quedaba la boca tan seca que la costumbre de pasarse los dedos por las comisuras de los labios para eliminar esa saliva blanquecina se añadió a su colección de gestos. Además hablaba tan bajito (para que le escucharan, decía) que había que prestarle mucha atención para saber lo que decía.

Se convirtió en un tipo extraño con la vista extrañamente fija, alguien que apenas parpadeaba y que giraba la cabeza como un poseso cuando cualquiera le decía algo a su oreja equivocada, que hablaba muy bajito y que se limpiaba constantemente la saliva de las comisuras de los labios. Alguien con una conversación demasiado rápida, nervioso, que pasaba constantemente de un tema de conversación a otro, que se aturullaba. Un hombre al que el cerebro le funcionaba (excitado por el río de fármacos) a mucha más velocidad que la boca. Se convirtió en un tipo raro. En la empresa, en su barrio, en los bares que frecuentaba, todo el mundo lo conocía. Aunque no supieran su nombre, bastaba hablar de alguno de sus tics para que cualquiera lo recordara al instante. La gente hablaba con él. Tenía amigos por primera vez.

Cuando el maldito estribo izquierdo volvió a funcionar, no se lo dijo absolutamente a nadie.