martes, febrero 24, 2009

Roturas

(a Portorosa)

Andrea y Bruno rompieron hace dos meses. Durante un año habían sido un ejemplo, se habían conocido, se habían enamorado y, tras solo tres meses se habían ido a vivir juntos. Ambos pasearon durante meses su amor en los distintos actos sociales de la pandilla hasta que un buen día, encontré a Bruno solo en el bar, tomando demasiadas copas, con cara de no querer contar nada a nadie. Durante los siguientes seis meses, tuvieron una relación intermitente. Por eso el resto de amigos nunca preguntaba a uno cómo le iba al otro, porque a nadie le gusta quedarse con cara de idiota mientras oye a alguien querido despotricar de una persona a la que también aprecia. La última vez que los vi juntos me dio la impresión de que iban en buen camino para reconciliarse. Me gustó pensarlo, siempre creí que hacían buena pareja.

Pero no. Lo dejaron definitivamente. Andrea sale ahora con otro miembro del grupo. Un tipo grande que se llama Ángel, escultor, muy comilón. El problema es que la pandilla de amigos ha experimentado una repentina división en facciones casi enemigas. Es ridículo porque todo el mundo sabe que una pareja puede separarse por muchos motivos y que casi siempre ambos llevan su parte de razón. Supongo que madurar consiste en comprender las razones de los demás, en ser capaz de meterse en la piel de casi cualquiera, en no ser categórico a la hora de expresar una postura moral. Hoy en día las decisiones morales están tan llenas de matices, de claroscuros, de pequeñas consideraciones, que no es fácil dar una opinión. Incluso en un caso aparentemente claro como, no sé, una madre o un padre que abandonara completamente a sus hijos por un apasionamiento pasajero, somos capaces de entenderlo haciendo un esfuerzo, de comprender el ansia de sentirse deseado, de exprimir los minutos que quedan, de intentar recuperar (como si eso fuera posible) el tiempo perdido.

De ahí que me parezca pueril la división de la pandilla en dos grupos: los que entienden a Andrea y, en cualquier caso, prefieren no dar su opinión sobre algo que no conocen, entre los que me encuentro y los que la critican por seguir frecuentando los mismos bares, viendo a la misma gente y además haciendo ostentación de su relación con Ángel. Hace una semana me los encontré a ambos. Me pareció que ella buscaba con los ojos mi aprobación. No la mía en concreto, supongo, sino la aprobación en general. No me gustó su mirada, parecía asustada, como si hiciera recuento de la gente con la que podía contar. Vi inquietud en sus ojos y tal vez algo de remordimiento. Quizá recordó al saludarme algunas de las conversaciones que habíamos tenido ella y yo, que el tiempo pasa deprisa, que hay que aprovechar las oportunidades, que no hay que ser desconfiado, que es mejor que te decepcionen a quedarte en casa, con miedo a la vida, que vamos teniendo una edad en la que hay que lanzarse a conseguir lo que crees que te hará feliz, que el amor merece la pena, que ella se había enamorado de Bruno sin dudarlo, que había estado segura de que era el hombre que andaba buscando, que por eso no había dudado en mudarse a su casa.

Supongo que la mirada retrospectiva sobre esas conversaciones debe producirle algo de vergüenza, que pensará que la juzgo, que me preguntaré a dónde han ido las palabras de las que estaba tan segura. Y no lo hago. En absoluto. Si pudiéramos recuperar las palabras que hemos dicho a lo largo de nuestra vida, estoy seguro que la mayoría de ellas nos cubrirían de vergüenza. De ahí que, en contra de lo que piensa casi todo el mundo, yo crea que el olvido es, al menos, tan importante como la memoria porque, en realidad, nosotros no somos sino nuestros recuerdos en una línea temporal, fotos secándose colgadas de una cuerda en un estudio y además nunca sabemos lo que vamos a acabar olvidando, qué fotos formarán parte de nuestro álbum personal. Recuerden, si no, las veces que han jurado no hacer algo que ha acabado gustándoles, las veces que dijeron esto no y acabó siendo que sí, las veces en las que dijimos: no voy a olvidarte nunca, nunca dejaré de acordarme de esta noche, te querré siempre, siempre recordaré este momento. Yo no me veo capaz, la verdad. Y ustedes tampoco. No se engañen.

martes, febrero 17, 2009

Generación

Los retratos generacionales no tienen ninguna gracia, en serio, son todos iguales, cambian muy pocos detalles. Mira el mío: chico de familia trabajadora pero de clase media, estudia en un instituto público en barrio malo, azotado por la heroína en los ochenta y comprende a los catorce años que debe tener cuidado con ciertas cosas, entiende el valor de la amistad, se emborracha, se desvirga, estudia, trabaja, sigue emborrachándose (ahora más), se droga un poco, sale con chicas, lee, estudia, se deja el pelo largo, se hace heavy y después grunge (que es lo mismo pero con más mala leche) y después se va a otra ciudad, conoce a la que será su mujer, se van a vivir juntos, disfrutan de una década de felicidad, se acaba el amor, se sufre, se escribe, se lee, se mejora, se perdona. Hasta hoy. Ya está. Ea.
Ahora un poco de color para las descripciones: un banco de piedra, una litrona en la mano, un cigarrillo en la otra, quince años y conversaciones sobre el amor, la música, el pop británico. Con dieciséis conversaciones nuevas: filosofía. Bloques de apartamentos construidos en los setenta, cristales rotos de cervezas de litro, el sol poniéndose tras la ropa tendida en los balcones diminutos y traspasando las sábanas blancas de algodón, bares donde faltar a clase y tomar café fumando tabaco negro, música y más música, viva el mal, viva el capital, que decía la bruja Avería. Más cosas: rejas verdes, institutos de ladrillo visto, el colegio privado a doscientos metros donde iban los que tenía pretensiones y pretendían estudiar económicas, olor a hachís y orines, perros pulgosos, diversión, libertad, salir a fumar entre clases, profesoras que recomiendan lecturas interesantes y a quienes parecíamos algo más que imbéciles con granos. ¿Quieres más? La universidad, el trabajo duro, la carrera, las fiestas, que tus padres comiencen a tratarte como un adulto, la primera beca, el primer trabajo, el primer dinero y la primera casa, la segunda decepción amorosa. ¿Más? Granada y amigos nuevos y trabajo y pagar las facturas y aprender inglés y una cola en un aeropuerto en mi primer viaje. El rostro de mi ex, mirándome arrobada, esa es la palabra, arrobada. ¿Más? Pantera sonando atronadora mientras estudio Teoría de la complejidad, ¿más? Madrid, trabajo, prisas, trajes, y el blues sonando cansado mientras estudio latín. Leer, leer, leer. El Quijote, varias veces.

¿Y bien?

sábado, febrero 14, 2009

Glosa

Muchos años después, cuando me levante con resaca, en otra casa, después de haber perdido otra noche más un montón de pasta y temiendo una llamada de teléfono que no querré coger, habré de recordar la tarde en la que todo se fue a tomar por el culo y tuve que escapar como un perro con el rabo entre las piernas.

Está escrito.

jueves, febrero 05, 2009

Extraño

Hay un extraño sentado en mi sofá. No lo conozco. Está cómodo, sentado con las piernas abiertas mirando la televisión, tranquilo, como si la casa fuera suya. Le digo hola y me saluda. Me siento a su lado y le comento que mi jefe me anda tocando los huevos y que tengo demasiado trabajo. Me dice que los jefes siempre le tocan los huevos a uno y que el trabajo, independientemente de su cantidad, siempre es demasiado. Me cae bien el tío. Llevas razón, le digo, llevas razón y más tarde le pregunto si quiere una cerveza. Sí. Guay. Me levanto y voy a la cocina y cuando abro el frigorífico compruebo que la compra está hecha. Casi todo me gusta. Ha atinado en las marcas, y en pijadas como la mostaza de Dijon, el chocolate suizo y la cerveza alemana. Joder, qué ojo. Abro dos Franciskaner, y las sirvo en un vaso largo, como hay que hacer. Cuando llego al salón le digo que hay partido y que ya que está allí que si lo vemos juntos. Dice que sí, pero que el va con el Milan y que al Madrid que le vayan dando. Pienso que así es mucho mejor, si los dos fuéramos del mismo equipo, el partido sería mucho menos divertido, que tengo suerte de tener un amigo así. Voy a hacer palomitas, dice, te apetece un sandwich, me pregunta. Vale, de jamón, mismo, digo a ver si pilla la broma tonta. Sonríe y dice yo también me lo voy a hacer de jamon mismo. Nos sentamos a ver el fútbol y lo pasamos bien. En el intermedio hablamos de mujeres, de culos, de política. El tío lee, sí. Nos envalentonamos y empezamos a hablar de literatura, se lía un porro de marihuana. Buena, de las simpáticas que no dan paranoia. De ahí al arte contemporáneo apenas si hay un saltito, un saltito de nada. Cuando advertimos que estamos hablando de instalaciones y de que artista es aquel que mira por primera vez algo común de forma diferente, y de la diferencia entre el arte actual y el renacentista, nos da la risa. Lloramos de risa. El Madrid va ganando uno a cero.