jueves, julio 28, 2005

Antología mínima

Antonio Machado

Yo estoy en paz con los hombres
y en guerra con mis entrañas


Pedro Salinas
(y un poco nuestro también)

Horizontal, sí, te quiero.
Mírale la cara al cielo,
de la cara. Déjate ya
de fingir un equilibrio
donde lloramos tú y yo.
Ríndete
a la gran verdad final,
a lo que has de ser conmigo,
tendida ya, paralela,
en la muerte o en el beso.
Horizontal es la noche
en el mar, gran masa trémula
sobre la tierra acostada,
vencida sobre la playa.
El estar de pie, mentira:
sólo correr o tenderse.
Y lo que tú y yo queremos
y el día - ya tan cansado
de estar con su luz, derecho -
es que nos llegue, viviendo
y con temblor de morir,
en lo más alto del beso,
ese quedarse rendidos
por el amor más ingrávido,
al peso de ser de tierra,
materia, carne de vida.
En la noche y la trasnoche,
y el amor y el transamor,
ya cambiados
en horizontes finales,tú y yo, de nosotros mismos.

Luis de Góngora

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o viola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

martes, julio 26, 2005

Necrológicas

Una ráfaga.

Me sorprende la rapidez con la que aparecen las necrológicas y demás halagos post-mortem en los periódicos. Se muere un escritor, por ejemplo, y rápidamente surgen decenas de textos en decenas de periódicos glosando la figura. En buena lógica, debe existir un archivo de necrológicas preparadas, para escritores y demás figuras públicas en edad provecta.

Es de suponer que los textos de este archivo imaginado, al tratarse de textos sin urgencia (al menos sin más urgencia que la que imponga la muerte en su baile), han de encargarse a los menos ocupados de los redactores o a los que hagan trabajos de menor responsabilidad. Han de entregarse, sin lugar a dudas, a los becarios.

Y ahora me imagino a un becario consultando la guía de estilo para la escritura de esa necrológica. Consultando directrices del estilo de “trátese el tema de forma delicada, ensálcese lo bueno e ignórese lo malo, evítese caer en la sensiblería y en el adiós lacrimoso y cítense con profusión los halagos de amigos, compinches y colegas” para escribir la necrológica de un maestro de las letras. Y veo sus dudas, sus borradores, el peso de la responsabilidad si es que se ha interesado por los otros usos que se le dan a las palabras.

Y aunque el destinatario siga vivo (ignorando, claro, las palabras que se balancean sobre su cabeza, la muerte inexistente pero ya lamentada), veo la satisfacción, oculta.

Cada palabra, un clavo en el ataúd.

Descripción

Durante un largo viaje en autobús, mientras miro por la ventana, recuerdo un pasaje de una novela, en el que un hombre anciano y ciego siempre pide más detalles cuando su joven asistente (el protagonista) le describe el mundo. Y pienso en la descripción, en la inabarcable amplitud de la descripción.

Pienso en ello al hilo de un atardecer en La Mancha. Y lo pienso mientras contemplo las nubes, el color del cielo, los reflejos del sol que todavía no acaba de ponerse.

Pienso que la minuciosidad puede acabar enredándonos, haciéndonos perder en un mar de palabras. Porque una simple nube no es ni mucho menos simple. Podemos decir: “En la esquina del cielo una nube blanca parecía mirar interrogativamente hacia el horizonte”, aunque todos sepamos que una nube no se agota en el hecho de ser blanca. Y también podemos decir. “En la esquina del cielo, una nube, con un extraño color blanquiazul, se asemejaba a esas paredes de lascas de pizarra que quedan al descubierto al hacer una carretera. A su lado, su hermana mayor era de dos colores: el hinchado vientre de color amarillo anaranjado y la espalda gris, como un recordatorio de que lo luminoso siempre tiene un reverso más oscuro, de que en cualquier momento, lo gris acecha” aunque también sepamos que los colores de las nubes no son más que distintas longitudes de onda de la luz que reflejan.

Lo sabemos y aún así nos atrevemos a describir lo que pasa ante nuestros ojos. Bendita naturaleza humana. Como si sirviera de algo. Como si fuera posible.

miércoles, julio 20, 2005

Destello

Solo reseñar que la tupida trama de la realidad a veces deja escapar un destello. Que se llama casualidad.

Antonio Muñoz Molina recorre las calles neoyorquinas en su último libro (¿o en la realidad?), siempre acompañado de un cuaderno azul en el que registra sus impresiones y en el que va dejando aparecer poco a poco una novela que se llama “Ventanas de Manhattan” y que estaba buscando un autor.

En “La noche del oráculo” de Paul Auster, Sydney Orr, recorre Nueva York (quién sabe si incluso las mismas calles que Antonio Muñoz Molina) después de una enfermedad que le ha mantenido alejado de la escritura y sólo consigue recuperar el deseo de contar historias después de adquirir un bonito cuaderno azul en una misteriosa tienda.

Una mera casualidad.

Constelación

La constelación de las letras: todas las obras literarias de la historia, todo el lenguaje que alguna vez ha sido, compartiendo un espacio imaginario. Un espacio donde el tiempo no existe y un autor vivo puede influir sobre uno muerto, pues después de una obra que explique un escrito anterior, ya no volvemos a leer el original de la misma manera. Francisco Rico influyendo en la manera en que leemos el Quijote. Borges en Dante y Dante en Homero.
Un espacio donde tus amigos pueden, tiempo ha, haberse convertido en polvo y sin embargo ser más próximos que esos que se hacen llamar tus contemporáneos.

Una galaxia formada por libros. Un campo gravitatorio. Los libros con más masa, y por tanto, aquellos que ejercen con mayor ímpetu la fuerza de la gravedad, rodeados por infinidad de pequeños satélites, otros libros creados bajo su influjo: glosas, comentarios, exégesis, etc. Y como en el universo, la relación de fuerzas cambia, y aquellos que fueron centro de grandes sistemas estelares, desaparecen; a veces con una explosión, y a veces con el diminuto olvido, convertidos en pequeñas enanas marrones.

Mi galaxia.

lunes, julio 18, 2005

Ferlosio

Leo en "La Forja de un Plumífero", un opúsculo de Sánchez Ferlosio en el que cuenta, en tono autobiográfico, los inicios de su carrera de escritor (una pequeña venganza mía puesto que siempre huyó conscientemente de esa profesión y ese destino), que este gran lingüista y escritor consumió anfetaminas durante muchísimos años.

Sánchez Ferlosio utilizaba las anfetaminas para sumirse en períodos febriles de creatividad. Según cuenta, trabajaba durante 4 días seguidos con sus noches (sin dormir, por supuesto, de ahí las anfetaminas), dormía durante 24 horas seguidas o más y después pasaba tres días completos con su hija visitando museos o el zoo.

Creo que, actualmente, debido a condicionantes propios de la edad ha abandonado ese hábito ligeramente malsano. Sin embargo, reivindica las anfetaminas como la mejor aportación humana a la química desde hace décadas (incluso menciona en el texto con cariño a quien fue su proveedor durante un largo período).

Lo que realmente me llama la atención es la imagen. La imagen del gran maestro en un ataque de actividad intelectual. Lo puedo imaginar despeinado, con un batín raido, en un propia casa, en su habitación o esquina de trabajo. Los libros, revistas y demás papeles se acumulan sin orden ni concierto, los menos consultados acumulando polvo y los más leídos casi desencuadernados por el uso. Puedo ver al gran Ferlosio escribiendo de forma desenfrenada con su caligrafía deconstruida y desestructurada, su cabeza un verdadero hervidero de ideas. Loco, con los ojos inyectados en sangre, casi cediendo al agotamiento que acabará con él en la cama durante un día completo. Y lo que siento no es extrañeza ante esa estampa ni preocupación ante un hombre tan evidentemente enajenado. No. Lo que siento es mera envidia.

jueves, julio 14, 2005

Contoneo

Ayer fui a una actuación flamenca. Baile, concretamente. Y salí con la impresión de que el misterio (el mismo misterio de siempre, esa línea que nos separa de lo intuido y no conocido) se presentó por allí.

La bailaora estaba taconeando suavemente, provocando un repiqueteo amortiguado con la punta de los zapatos y los tacones. Los tacones cada vez iban más rápidos y ella se desplazaba desde el fondo del escenario hacia el público, aumentando la velocidad, alcanzando por momentos el frenesí controlado que destila el buen flamenco. Y de repente, se paró. En el aire. Hizo dos movimientos, dos contoneos con el pie derecho levantado del suelo y lo vimos. El misterio.

martes, julio 12, 2005

Caer

Lo peor no fue soñar que caía a gran velocidad, pues por lo visto es un sueño que mucha gente ha tenido en alguna ocasión. Lo peor fue no despertar al llegar al suelo.

lunes, julio 11, 2005

Ternura

Dos yonquis muy deteriorados se abrazan bajo un saco de dormir, indiferentes al ruido del centro de la ciudad y esa imagen me provoca una oleada de ternura dificil de explicar.
No puede existir en el mundo un matrimonio con ese grado de compromiso. Se han comprometido a morir juntos, desvaneciéndose progresivamente, ayudándose a dejar la existencia.
Juramentados hasta el final, juntos compartirán ese resplandor blanco que aguarda un día cualquiera al final de una jeringuilla hipodérmica. Juntos.