jueves, octubre 28, 2010

Puntería

«Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo, mi madre me lo dijo y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo.»

Y con una sola bala, el señor Rulfo pasó a la historia de los tiradores. O de la Literatura, que viene a ser lo mismo.

viernes, octubre 22, 2010

Escandinava

La búsqueda de la palabra escandinava en el historial de mi correo electrónico no ha ofrecido ningún resultado. No sé qué significa pero esa búsqueda infructuosa se me ha aparecido como una señal. Escandinava no está en la inmensa ristra de palabras almacenadas en algún lugar de la red, una ristra que me guarda los recuerdos, indelebles mientras la humanidad habite la tierra y haya empleados de mantenimiento que puedan ocuparse de mantener las centrales nucleares dentro de unos límites de peligrosidad admisibles.
La humanidad se irá algún día y esas palabras se desvanecerán (aunque siempre quedarán trazas impregnando los restos de alguna máquina cubierta de polvo que esperará paciente la llegada de otra civilización), pero ahora vibran y palpitan en las entrañas de un ordenador desconocido y remoto, alimentadas de electricidad, contentas de ser, de estar todavía en el mundo, tanto tiempo después de haber sido escritas, de haber significado algo.
Los bits eléctricos que guardan toda esa información desaparecerán del mundo alguna mañana pero ahora nos rodean y atraviesan, como tratando de ofrecernos alguna clase de consuelo.
Pero escandinava sigue sin estar.
Y no sé por qué.
Es tan bella esa palabra.

miércoles, octubre 13, 2010

Decoro

Se miró en el espejo y vio que el pelo comenzaba a ralearle, que su barriga colgaba más flácida de lo que recordaba, que los surcos de su cara se habían hecho más profundos. El envejecimiento es algo curioso, tan progresivo que parece no estar sucediendo. Y sin embargo, un buen día te observas con más atención en el espejo y cuando adviertes todas esas señales juntas, parece que el tiempo se comprimiera sobre sí mismo y que cinco años pasaran de golpe.
Y, sin embargo, madurar con conciencia de estar haciéndolo, saber que el deterioro y la vejez son insoslayables y que por eso conviene cultivar la mente, más capaz de aguantar a pie firme hasta el final, había formado parte de su forma de ser durante mucho tiempo. Él no era como esos que se rodeaban de gente menor porque siempre es mucho más fácil impresionar a los que aún no tienen una historia que contar. Basta con decir esta ha sido mi vida, estos han sido mis fracasos, este fue mi gran amor. No. Él siempre había sido consciente de que una vez alcanzado cierto límite, es ridículo pretender escribir una novela generacional. Que nada hay más inútil que la queja, pues solo los que te aman se preocupan de lo que te ocurre. Que la vocación también se oxida, pues el ser humano tiene una capacidad infinita para aburrirse de lo que hace día tras día. Que la posteridad ha dejado de existir. Que todos seremos carne de olvido.

Que vivir con dignidad, y no como un animalillo llorón, es enfrentar el futuro de frente y con los ojos abiertos.

viernes, octubre 08, 2010

Pasado

Hoy he comprendido que es posible sentir nostalgia de una ficción, echar de menos quienes fuimos no hace tanto. Como decía Imre Kertész en Liquidación, nunca debí haber sacado esos papeles. Nunca.

lunes, octubre 04, 2010

Inciso II

Me he visto contemplando la parte de mi vida por la que ya he transitado (un largo tubo, un túnel con cierta fosforencencia interior, iluminado aquí y allá por sucesos recordados, o bien recreados, que muchas veces no responden a ninguna lógica) y me he observado delante de un ordenador, estudiando con entusiasmo el funcionamiento de la máquina, desentrañando manuales, aprendiendo el funcionamiento del mundo y también me he visto en una biblioteca durante muchos días, consultando el facsímil de una carta del siglo XVII, estudiando los textos de más de un poeta casi olvidado y, por un momento (solo un momento, eso es cierto) he advertido cierta lógica, cierta coherencia. Me he visto también (ahora en plano picado) despertando acompañado la mayoría de los días, en varias ciudades diferentes, y he visto el peso y el paso del tiempo hiriendo poco a poco la cubierta de mi cuerpo. He sentido (es lo bueno de los recuerdos, no tienen por qué ser solo una película mal dirigida y con un guión inverosímil) la tranquila placidez de la vida en pareja en domingo (ahora casi olvidada, apenas una esquirla de algo que era consistente y fuerte y sólido como los cimientos de un palacete medieval) y también el sabor amargo de la resaca en la boca y la excitación de un cuerpo nuevo en el lecho. He movido el tubo hacia delante y hacia atrás (son mis recuerdos y puedo hacer con ellos lo que me dé la gana) y me ha gustado verme con la iluminación adecuada, a veces con una fotografía con grano, muy poética y a veces con los colores saturados, como una estampa pop, como un fotograma hiperrealista. Al hacerlo la banda sonora también iba cambiando y, como en las películas cuando los protagonistas oyen la radio en un coche, la música chirriaba durante un momento hasta que comenzaba a sonar nítida y precisa como todo lo digital. He reflexionado sobre qué papel ocupaba lo leído en mis recuerdos (el tubo adelante y atrás, adelante y atrás) y creo las palabras son la trama, el tejido (fabric en inglés, no sé por qué me gusta más esa palabra), el eje que permite el movimiento de ese tubo.
Muevo el tubo iluminado, como un caleidoscopio de juguete, pero no veo nada más allá del momento presente. Según la Wikipedia, ese sería mi horizonte de sucesos, una hipersuperficie frontera del espacio-tiempo, tal que los eventos a un lado de ella no pueden afectar a un observador situado al otro lado. Es una teoría científica, ya saben, una hipótesis contrastada en la realidad. En realidad, a todo el mundo le sucede lo mismo, todo el mundo se estrella contra ese horizonte. La diferencia es que la mayoría de la gente puede imaginarse lo que hay al traspasar esa línea y yo he aprendido a preferir la intriga.

viernes, octubre 01, 2010

Assilah VI

Hoy está siendo la fiesta de «laylat al-qader», el día 26 de Ramadán, que conmemora la primera revelación al profeta por parte del Arcángel Gabriel (la revelación está en la base de todas las religiones monoteístas, la verdad revelada por Dios que impidió durante mucho tiempo el pensamiento científico y la razón, las palabras que hicieron que la escolástica dominara el paisaje intelectual durante casi diez siglos), día santo según Anissa, la mujer de la recepción del riad. Hoy, en previsión de la gran fiesta que celebrará el fin del ayuno, o más bien como adelanto, las mujeres cocinan manjares (tallín y cuscús, lo que los turistas tomamos por comida diaria marroquí) y los niños se visten con un traje blanco, las niñas se decoran las manos con henna (lo que los turistas creemos que hacen siempre) y casi todo el mundo lleva el traje tradicional (largas chilabas de blanco inmaculado y el pequeño fez blanco para los hombres y chilaba y pañuelo para las mujeres, más coloridas), las familias se visitan y se muestran los niños unas a otras para admiración mutua.
Hoy ha sonado la sirena y el júbilo que siempre se apodera de la medina se ha visto aumentado. He visto una mesa llena de hombres en la calle que, después de comer con glotonería los alimentos que habían amontonado en ella, han empezado a cantar. Debían ser cánticos religiosos porque me ha parecido distinguir el «Allah Muagbar». La escena, con los hombres dando palmadas a distintos ritmos, me ha recordado las reuniones navideñas, con toda la familia cantando los mismos villancicos año tras año, cantos que no dejan de ser religiosos pero que son algo más. Me he sentido feliz de estar allí bebiendo zumo de naranja, sentado a suficiente distancia para que no pudieran sentirse observados.
Más tarde he paseado por la medina y he visto enjambres de niños guapos, todos vestidos de forma tradicional, mujeres caminando al lado de otras mujeres, cuidando de los críos, que corrían arriba y abajo por las calles, llenándolo todo de gritos. He comprado comida marroquí en su mercadillo (pagando por primera vez el precio que pagan ellos por la comida) y he vuelto al hotel a ducharme y cenar en la terraza. Dos viejos vestidos de blanco tomaban té y charlaban tranquilamente en la puerta de su negocio. Los niños alborotaban y, poco a poco, las mujeres se han mostrado, yendo de de una casa a otra. Es el día de las visitas, según me han dicho, hay que ponerse guapos para ir a ver a la familia. Imagino las mismas protestas adolescentes para ir a ver a los abuelos que en Madrid en Navidad. Asisto a la bronca de una madre a su hijo y deduzco que debe de tratarse de un chaval que se quiere ir demasiado pronto a la calle en un día tan importante.