viernes, agosto 31, 2007

Examen (homenaje)

Todos los días cuando llega a casa, se sienta en la oscuridad en su sillón preferido, pone música muy bajita e imitando las antiguas enseñanzas de los jesuitas que animaban a realizar un examen de conciencia a diario a la hora de dormir, piensa muy concentrado en si ha conseguido pasar otro día sin ser un traidor, un cabrón, un despreciable hijo de puta, un mentiroso, un arrogante o un mal amigo.

A veces piensa que sí y a veces piensa que no pero lo que más desconcertante le resulta es que ha advertido que últimamente, en muchas ocasiones, no sabe decidirse por una cosa o por otra. Es más, últimamente tampoco se atreve a cuestionar demasiado el comportamiento de los demás porque piensa que quizá él no es mejor que muchos, que quizá en las mismas circunstancias el (¿quién sabe?) hubiera hecho lo mismo que lo que los demás critican, que quizá (que seguramente) él no sea ningún modelo a seguir, que recordar a los demás sus flaquezas se parece bastante al pavoneo, que la vanidad es pecado.

Últimamente pronuncia las palabras mágicas: Ego te absolvo sin sentirse seguro de que sirvan para nada y eso lo tortura. Dios ha desaparecido de su vida en silencio y a menudo duda de que haya llegado a estar ahí en algún momento.

martes, agosto 28, 2007

Concurso

Estimados lectores,

Tal y como decían en un programa infantil de hace décadas: "solo no puedes, con amigos sí".

Os pido ayuda porque estoy buscando una palabra que no encuentro. Una palabra que guarde con el olfato la misma relación que chapoteo con el oído y tibio y húmedo con el tacto. Y que además describa la sensación de asfixia que uno tiene en la selva tropical donde el calor y la humedad apenas dejan respirar.

Gracias.

jueves, agosto 23, 2007

Momento de sol

Ana recordaba perfectamente la tarde en la que una llamada telefónica le había cambiado la vida. En aquel momento pensó que nunca olvidaría aquellos instantes, que nunca olvidaría la sensación que se le anudó en el estómago, el vértigo que siente el que de repente se queda sin suelo bajo los pies y no sabe donde va a acabar por caer.
Recordaba con claridad un solitario rayo de sol entrando oblicuo por un agujero de la ventana, las partículas de polvo flotando ingrávidas en el haz de luz. Recordaba haber mirado hacia su rincón preferido de aquella casa: una esquina con una estantería de madera envejecida cubierta de libros y recuerdos y haber pensado que sería la última vez que miraría su propia casa de ese modo.
A ella los recuerdos le funcionaban de esa manera, como si en un momento trascendental de la vida, no pudiera ocuparse más que de los detalles, los estúpidos detalles. Una y otra vez veía aquel rayo de sol, con las partículas doradas en su interior avanzando desde la ventana en línea recta e iluminado un minúsculo polígono irregular en el suelo.
No era posible lo que estaba pasando, no era posible que su vida se vaporizara con esa facilidad, como si sus esperanzas y su futuro fueran tan poco reales como el dinero de la bolsa, un dinero que desaparecía sin que nadie supiera donde iba cuando todo el mundo se ponía de acuerdo en tener un ataque de pánico y vendía y vendía y vendía hasta que las acciones no valían nada. ¿Adónde iba todo ese dinero? Miles de millones de euros volatilizados en un momento. Nunca lo había entendido, sabía cómo funcionaba la bolsa –por algo se dedicaba a ello– pero si lo pensaba de verdad, no lo comprendía. Suponía que se trataría de algo parecido a las matemáticas o a la física de partículas. Sus estudiosos podrían proponer modelos que explicaran de alguna manera el comportamiento de esos sistemas, pero ¿qué eran? ¿qué eran en sí?
Otra vez el rayo de sol y otra vez el polvo y otra vez esta sensación de que en cualquier momento voy a desaparecer engullida por el suelo y atravesaré todas las plantas de la casa una tras otra hasta destrozar mis huesos con el suelo, pobres huesos fragmentados y astillados, clavados a mi cuerpo, fuera de su sitio.
Y lo imagino moviendo la boca y explicándolo todo, explicándolo como si fuera posible ofrecer una justificación a esta sacudida. ¿Qué dice? ¿de qué habla? No lo sé, no lo entiendo. No sé de qué habla, yo sólo sé que a partir de este momento todo ha cambiado y en que ya estaba organizando las vacaciones de verano y ahora esto. No entiendo nada. No entiendo de qué habla. Unas vacaciones fantásticas con playas de arena blanca y el mar turquesa y palmeras con cocoteros y un hotel para descansar de verdad sin tener que preocuparse lo más mínimo por nada, sólo la pereza de estar en una playa y disfrutar del sol en la piel y del sexo a mediodía. De qué coño está hablando.
Y el rayo de luz sigue entrando por la ventana, sigue su trayectoria recta, sigue bruñendo el suelo de madera gastada. ¿De qué está hablando?

miércoles, agosto 22, 2007

Matemáticas

En un lejano poblado de un antiguo emirato había un barbero llamado As-Samet diestro en afeitar cabezas y barbas, maestro en escamondar sanguijuelas. Un día el emir se dio cuenta de la falta de barberos en el emirato, y ordenó que los barberos sólo afeitaran a aquellas personas que no pudieran hacerlo por sí mismas (todas las personas debían ser afeitadas por el barbero o por ellas mismas). Cierto día el emir llamó a As-Samet para que lo afeitara y él le contó sus angustias:

-- En mi pueblo soy el único barbero. Si me afeito, entonces puedo afeitarme por mí mismo, por lo tanto no debería de afeitarme el barbero de mi pueblo ¡que soy yo! Pero si por el contrario, no me afeito, entonces algún barbero me debe afeitar ¡pero yo soy el único barbero de allí!

El emir pensó que sus pensamientos eran tan profundos, que lo premió con la mano de la más virtuosa de sus hijas. Así, el barbero As-Samet vivió por siempre feliz.

Aunque no lo parezca, esta paradoja extraída de Wikipedia, la paradoja de Russell, fue la primera piedrecita del camino que condujo a los matemáticos del siglo XX (particularmente a Gödel) a dinamitar para siempre la confianza de que un modelo formal como las matemáticas podía explicar el mundo. Gödel, en su teorema de la incompletitud, afirmó que en cualquier sistema formal existen proposiciones cuyo valor de verdad no puede decidirse según las reglas de ese sistema. Proposiciones indecidibles como la del barbero: ¿debe afeitarse el barbero a sí mismo o no?
Lo que viene a afirmar el matemático es que la presunción de que las matemáticas conseguirían demostrarlo todo, tan común en el siglo anterior, es falsa. Es más, lo que viene a decir es que si como humanos inventáramos otro sistema formal mejor que las matemáticas, ese nuevo sistema tampoco lo conseguiría.

Además, las últimas investigaciones sobre el comportamiento del cerebro animal ante los grupos de cosas (el instinto de numerosidad tal y como lo llama Javier Sampedro en uno de sus artículos sobre ciencia de este verano) han comprobado que ese instinto existe en monos, delfines, leones, perros y muchos tipos de pájaros. En todos estos animales existen zonas de la corteza cerebral cuya actividad aumenta de forma proporcional al número de cosas que contemplan. Es decir, todos estos animales cuentan de forma instintiva hasta 30 (el umbral a partir del cual ya no se puede estimar con exactitud el número a simple vista). Los humanos somos animales con un instinto numérico mejorado con la evolución.

La realidad, algo que ya afirmaba Kant y confirmaba Schopenhauer, no es conocible en sí misma; la materia visible del universo es sólo el 4% de todo lo existente; la pregunta ¿qué había antes del Big Bang? no tiene sentido porque el tiempo surge en el mismo momento de la explosión; cuando contemplamos con un telecospio a gran distancia estamos contemplando cosas que sucedieron hace mucho tiempo...

Mamáaaaaa.

lunes, agosto 20, 2007

Comprobaciones

Cuando llega a casa mira su teléfono para ver si aparece la pequeña señal parpadeante que indica que alguien ha llamado. Cuando está ahí y comprueba el número desde el que intentaban hablar con él, siempre se trata de un "Numero desconocido" porque normalmente la llamada es de una empresa encargada de hacer una encuesta.
A continuación se sienta en el ordenador y pulsa repetidamente el botón "Revisar correo" de su correo web pero nunca hay nada salvo cuando encuentra un anuncio de alargamiento de pene o de viagra falsa. A veces también aparecen los correos automáticos que los servidores envían a los que están suscritos a una lista.
Cuando se cansa de que el ordenador parezca reirse de él, mira el móvil esperando que el pequeño icono con un sobrecito que indica que tiene un mensaje se ilumine, pero cuando suena el mensaje y se ilusiona (siempre se ilusiona) resulta ser publicidad de la compañía de móviles con la que tiene contrato.
Entonces abre el messenger y espera un rato que alguno de sus contactos se conecte. No es normal que todos aparezcan siempre desconectados y que no consiga hablar nunca con ninguno de ellos. Con todo el tiempo que pasa en Internet no es normal, no.
Menos mal que es miércoles y esta noche dan su serie favorita en televisión. De todas maneras, casi es mejor no hablar con nadie porque tiene que trabajar. Mañana esperan una de sus famosas hojas de cálculo llena de cifras y gráficos dinámicos. Como analista de datos, es uno de los mejores. Cincuenta compañeros en el departamento y él es el único que ha conseguido la felicitación del coordinador dos veces en un mismo año.

viernes, agosto 17, 2007

Maldición

Leo en un artículo de Carlos Montemayor que los griegos creían que la Vejez era hija de la Noche y que participaba del bien y del mal como el resto de sus hermanos: por un lado, la bondad de una larga vida; por otro, el debilitamiento atroz que consume. Y que esta ambivalencia de la vejez, la paradoja que siempre ha perseguido a los mortales la ejemplificaron los antiguos con dos historias: la de Titonos y la de la Sibila de Cumas.

Según Montemayor, la historia del primero se narra en el Himno a Afrodita, uno de los más bellos poemas del compendio conocido como Himnos Homéricos. Ahí Afrodita ilustra con el amor de la Aurora el terror que por la vejez sienten los inmortales. La Aurora se enamoró perdidamente del apuesto Titonos y por ello le rogó a Zeus que lo hiciera inmortal. El dios accedió a la súplica, pero la diosa olvidó pedir también para él la juventud eterna. Cuando a Titonos le brotaron las primeras canas, la Aurora se alejó para siempre. Titonos fue colocado en una alcoba para que eternamente envejeciera. Con el tiempo, sólo llegó a escucharse su voz, prendida a un abismo inmortal. Un abismo infinito de tiempo en el que incluso la voz acabaría por ser algo leve y mínimo como el roce con el suelo de las hojas caídas.

Ovidio narró la historia de la Sibila de Cumas en sus Metamorfosis. El dios Apolo la cortejó en vano y la doncella no accedio a sus ruegos hasta que el dios estuvo dispuesto a concederle el deseo que ella pidiera; tendida en la playa, la doncella tomó un puñado de arena y le rogó vivir tantos años como granos de arena le mostraba en la mano. Mil años de vida, los granos de arena de su puño, le fueron concedidos. Sin embargo, emocionada por la promesa del dios, olvidó pedirle a Apolo la juventud para esos mil años de vida. Según relata Ovidio, setecientos años después Eneas la encontró y confesó melancólica, dulcemente, que aún le faltaban vivir tres siglos más, que se tornaría cada vez más pequeña, tanto que nadie la reconocería, ni siquiera el dios que llegó a amarla, y que sólo por la voz sería escuchada. El final de su historia la leemos en el Satiricón de Petronio, cuando Trimalción afirma haberla visto ya muy empequeñecida por la vejez; se hallaba dentro de una botellita que colgaba; los niños se acercaban a jugar con ella y le preguntaban "¿Qué quieres?", y ella respondía, "Quiero morir".

La vejez prepara para la muerte. Y ahora piensen en ello la próxima vez que vean a una anciana operada y sin arrugas y con los músculos faciales paralizados por el botox.

jueves, agosto 16, 2007

Tacones

No estaba preparado para ello y probablemente sigo sin estarlo. Estaba acostumbrado a tratar con mujeres que, de alguna manera que siempre me ha resultado incomprensible, aceptaban que fuera yo quien les dijera qué hacer y cómo hacerlo. Me gustaban las mujeres que estaban dispuestas a complacerme aunque eso les doliera. De hecho, mi satisfacción dependía en gran medida de ese dolor. Y juro que a ellas les gustaba. O al menos no me decían lo contrario.
Pero sus tacones resonaron en mi tienda un día y sus caderas se convirtieron en mi única obsesión. Sus caderas, sus piernas, su piel y su cuerpo. Sólo quiero morder su nuca. Sólo quiero bebérmela. Todos los días que me quedan seré suyo y podrá hacer conmigo lo que quiera: utilizarme, despreciarme, traicionarme y abofetearme si le apetece. Yo sólo quiero tener el privilegio de poder ofrendarle mi cuerpo y mi sangre. Desde que la olí, sé cuál es mi destino y mi misión en la vida: ser su esclavo.

martes, agosto 14, 2007

Casualidad

Supón que escribes algo, un cuento muy corto, que te parece realmente bueno, ¿vale?, algo que te gusta de verdad, que lees y relees. Supón que cada día que pasa estás más convencido de que aquello que conseguiste escribir, aquellas palabras que conseguiste poner en fila, una detrás de otra, es bueno; lo mejor que has escrito nunca. Es corto, eso sí, no tiene muchas palabras, pero te gusta precisamente por eso, por su concisión. Has llegado a pensar que realmente puedes considerarte escritor gracias a ese cuento. Quizá no lo publiquen, quizá nunca te publiquen nada, pero a ti te da igual, sabes que ese cuento es bueno, si no te publican es porque a veces el mercado y la buena literatura tienen una relación algo extraña. No pasa nada.

Imagínate que caminas por la calle tranquilamente, esquivando mierdas de perro y coches, sorteando a parejas de ancianos, porque vas a una librería: uno de tus sitios preferidos para dejar pasar el tiempo. Y allí descubres el relato de un autor con un título sorprendentemente parecido al tuyo, como, por ejemplo, no sé... La extraña sonrisa fúnebre y claro, no te queda más remedio que comprobar si, de alguna extraña manera, tiene algo que ver con el cuento que has escrito, el cuento que ha conseguido hacerte sentir como un escritor, aunque seas un escritor que solo acierte una vez. Es irresistible la tentación de leer de qué va el libro en la contraportada, y entonces es cuando descubres que el volumen que tienes entre las manos es una recopilación de cuentos escritos por el autor en diferentes momentos de su vida y que La extraña sonrisa fúnebre es el título de un relato corto, casi un microrrelato, que se publicó en New Yorker y que consiguió que el autor empezara a ser reconocido en los ambientes literarios de la ciudad. Después de eso, no te queda más remedio que leer el relato, no existe la posibilidad de no hacerlo, es algo ajeno a tu voluntad; podrías olvidarlo, podrías pensar que es una casualidad, que la vida está llena de casualidades, que realmente no tienes por qué pararte allí en medio de la librería y leerlo con prisa, pero sabes que la decisión está tomada de antemano. No hay posibilidad de huir de él. Si lo haces, te perseguirá para siempre, sin descanso; será una idea que nunca te dejará tranquilo, se convertirá en una obsesión. No puedes evitarlo.

Y poco a poco, la sorpresa por el descubrimiento de un relato con un título tan parecido al que has escrito da paso a la incredulidad y a la preocupación cuando descubres que el relato que acabas de encontrar, y que pertenece a un escritor norteamericano semidesconocido, musa de malditos y marginales, es tan parecido al tuyo que estás seguro de que un juez siempre dictaría a favor del autor en caso de que un muerto, encontrado en una cuneta con una sobredosis, pudiera denunciarte por plagio. Y piensas que quizá él no pueda hacerlo, pero que los que en ese momento sean sus herederos, siempre que un autor yonki y maldito los hubiera tenido, o la editorial que posea los derechos, sí que lo harán. Sin dudarlo y sin compasión. Con las cosas de comer no se juega.

Y ahora imagínate la cara que se te quedaría intentando convencer a alguien de que tú no conocías al autor, que nunca habías oído hablar de él, que ha sido una puñetera casualidad escribir un relato que en realidad es una necrológica sarcástica, una necrológica preñada de humor negro en la que el supuesto personaje que estaba siendo ensalzado acaba convertido en alguien sin escrúpulos, en alguien sin alma, alguien reflejo de la sociedad materialista y sin conciencia en la que vivimos.

Imaginas todo eso y comprendes, cuando piensas en la cara del juez escuchándote, que tu carrera literaria ha acabado antes de empezar y que nunca serás el escritor que sueñas. La casualidad te ha jodido la vida, qué le vamos a hacer.

lunes, agosto 13, 2007

Películas

Se ha repetido tanto que se ha convertido en un lugar común pero no por eso es menos cierto: es la imaginación la que crea la memoria. Es imposible mantener un recuerdo sin modificaciones a lo largo del tiempo.

Los recuerdos no son películas en technicolor inmutables capaces de deslumbrar en el estreno con sus colores brillantes y su puesta en escena(todos los espectadores con la boca abierta mietras se abren con elegancia las cortinas que cubren la pantalla de ese cine añejo) sino más bien como pequeñas películas de super ocho, rodadas con la cámara al hombro de las que siempre estamos reescribiendo el guión. Siempre. Cassavetes contra Mankiewicz. Revisamos el texto una y otra vez, eliminamos tomas, encuadramos mejor otras, añadimos monólogos interiores, cambiamos el decorado, intentamos fijar las caras que parecen esfumarse (primero el contorno exacto de la cara, después la expresión, lo último nuestros sentimientos frente a los que llevaban aquellas caras) y volvemos a filmar una y otra vez sin descanso utilizando colores fríos o cálidos dependiendo de nuestro estado de ánimo.

Muchas de esas películas están desvaneciéndose dulcemente en la filmoteca de nuestro cerebro hasta que una canción, un olor o un sabor mandan al conserje al almacén y después a la sala de proyección, previo paso por la sala donde los guionistas retocan la historia. Muchas cosas se habrán desvanecido. Otras, detalles más bien, aparecerán por primera vez.
Y a lo largo de nuestra vida, unimos esas pequeñas películas cambiantes (películas que se emiten sin descanso en los multicines de las afueras de nuestro cerebro), las clasificamos, las ordenamos temporalmente, les ponemos un título, las antologamos y las convertimos en parte de un proyecto mucho mayor que los estudios se niegan a financiar por exceso de metraje y falta de interés, un proyecto que siempre se denomina "Yo, una vida cualquiera". Siempre le tenemos un cariño especial a esa película pero a veces no nos queda más remedio que reconocer que sí, que igual tienen razón los estudios cuando se niegan a financiarla.

Por cierto, hoy en día casi nadie ve películas mudas, pero el director clásico que inventó el fundido en negro fue D.W. Griffith.

Por si no sabían quién inventó el final de todas las películas.

jueves, agosto 09, 2007

Espina

La desconfianza es necesaria pero hay que manejarla con cuidado porque lo que a primera vista puede parecer una preocupación lógica puede convertirse en una espina afilada, larga y peligrosa que se nos clava justo donde el esófago se convierte en el estómago.

Y duele.

martes, agosto 07, 2007

Plumas

Nuestros gatos escupen de vez en cuando bolas de plumas que nos hacen mirarlos con ojos nuevos, con miedo, sabiendo que somos nosotros sus miserables invitados y no al revés, sabiendo que disfrutan de una vida secreta que no están dispuestos a compartir con nosotros aunque a veces se dignen a acariciarse contra nuestros cuerpos.

Es posible que un gato se canse de su dueño y que, al abandonarlo, ni siquiera se moleste en volver la vista. El mío me miró con aires de superioridad una buena mañana en la que yo no estaba seguro de querer seguir ocupándome de él y no lo he vuelto a ver. Sin embargo, de vez en cuando, entra en casa por las noches y escupe una bola de plumas y de pelo que me deja a los pies de la cama.

Yo también sigo queriéndolo.

viernes, agosto 03, 2007

Caligrama

En el centro de la ciudad últimamente aparecen extraños grafitis en forma de caligramas latinos. Tienen forma de espiral, como un antiguo disco de vinilo en el que los microsurcos fueran las palabras. Todos los dibujos contienen la palabra nihil en su centro.

Una provocación así no podía quedar sin respuesta, por lo que he recorrido incansable los diez kilómetros cuadrados de la ciudad que se pueden considerar casco histórico y he tomado fotos de alta definición de todas las pintadas. El grafitero sabe que estoy tras sus pasos porque, como en el cuento de Cortázar, siempre dejo una marca característica en la pared, para que sepa que lo estoy vigilando. Todos los miembros del departamento hacemos lo mismo. Es una especie de código entre los infractores y nosotros.

Persigo al grafitero para hacerle entender que las paredes de la ciudad no son un buen lugar para dibujar pensamientos poéticos en una lengua muerta, para hacerle entender que si persevera en sus caligramas, estará excitando la curiosidad de la gente. Y eso no es lo que queremos. En esta ciudad de cinco millones de personas, cualquier muestra de originalidad está penada. La originalidad suele ser un síntoma de algo mucho peor: el pensamiento. Y todos estamos de acuerdo en que ese no es el camino.

El nuestro es un trabajo desagradable pero alguien tiene que hacerlo.