Hace tiempo que sé que mi estómago cría un parásito que se alimenta de libros. Cuando era joven y el parásito apenas tenía algún año, gustaba de las encuadernaciones en pasta dura y coloreada propias de los años setenta. Más tarde empezó a devorar novelas policíacas en ediciones baratas, clásicos del terror y el misterio y novelas fugazmente eróticas en las que me obligaba a marcar los pasajes más tórridos doblando la página. No sé por qué me obligaba a hacer aquello, la verdad, si el que acababa masturbándose con aquellas páginas llenas de encuentros mojados era yo. Pero el parásito siempre ha tenido vida propia y nunca me ha consultado las decisiones que ha tomado.
A medida que el tiempo fue pasando, el organismo, al igual que su anfitrión, se fue volviendo cada vez más sibarita. Cuestión de edad, supongo. Y así, de la misma manera que yo aprecio mucho más el foie de oca regado con vino blanco francés que el paté de cerdo, el parásito empezó a encontrar trucos en novelas que antes le habían parecido aceptables; la carne de vacuno argentina tuvo su correlato en la metaliteratura y en los clásicos; el vino de reserva en el ensayo y la crítica literaria; el whisky de malta en la poesía.
Ahora paso tanto tiempo mirando la sección de delicias del supermercado como espigando títulos en catálogos editoriales.
Definitivamente, todo era mucho más fácil antes.
Y más barato.
4 comentarios:
Y sí Xavie, como dicen: hay una vida mejor, pero es más cara ;-)
Muy bueno, un beso.
Gracias,
Sí may, la vida mejor es más cara y no sólo en dinero, también en tiempo...
Un beso, princesa
Coincido contigo, Xavie. Gastronómica y literariamente.
Otro abrazo.
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