Un buen día, Andrés llegó a la conclusión de que un nuevo candidato había ganado las últimas elecciones en su cabeza y había desalojado al anterior inquilino. Lo notaba en las cosas nuevas que pensaba, en las nuevas sensaciones. Eso sí, a veces, el anterior primer ministro volvía a ver como iba todo y se retiraba con la mirada preocupada moviendo pensativamente de un lado a otro la cabeza.
Andrés no sabía cuál de los dos candidatos le gustaba más. El de ahora le sorprendía y quizá eso fuera suficiente para desear que por ahora se mantuviera en el primer puesto del consejo de ministros (aquella república necesitaba una renovación, llevaba demasiado tiempo paralizada y funcionando por inercia), pero al otro le tenía el cariño propio de los años compartidos.
Toda la prensa especializada comentaba que, por ahora, el nuevo presidente encabezaba las encuestas, pero que el candidato vencido seguía ahí, maniobrando, tejiendo alianzas, levantando rumores, trabajando para volver a disfrutar de los privilegios propios de su antiguo cargo. Las próximas elecciones podían tener un resultado diferente.
A él, sin embargo, lo que le interesaba de verdad era vivir. Y al carajo la política neuronal.
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