jueves, abril 22, 2010

El Bremen en el Ladrón de Tinta

El viernes 23 de abril celebramos «La noche de los libros». La tripulación del Bremen irá al Ladrón de Tinta a jugar con las palabras. Si te apetece participar en nuestro concurso de microrrelatos solo tienes que pasarte por la calle Noviciado, número 2. Nosotros te daremos el papel, el boli y el tema. Tú pones el resto. Si además te apetece podrás leernos tu cuento. El lunes pondremos todos los textos participantes en nuestro blog para empezar una votación que terminará el siguiente viernes. El ganador recibira un ejemplar de nuestro libro y una invitación para asistir a una de nuestras reuniones quincenales y conocer nuestro barco-gruta. Los dos finalistas podrán llevarse también un ejemplar de «Camarote 503. 16 historias desde el Bremen»
¡Te esperamos!

Ladrón de Tinta
c/Noviciado 2
23 de abril
20.00h

miércoles, abril 14, 2010

Encajar*

El mejor boxeador es el que sabe encajar. Le golpean en el hígado, en la mandíbula, en la nariz y apartándose las lágrimas con los guantes, sigue en pie dispuesto. Y devuelve los golpes.
Después, el médico le sutura la ceja rota, le endereza el puente de la nariz y sigue entrenándose para el siguiente combate. Como Muhammad Alí en el combate del siglo contra Foreman: casi todo el combate encajando, su cerebro retumbando contra su cráneo camino del Parkinson y aguantando hasta conseguir colocar un gancho que derribara a su contrincante.

Tal vez encajar sea algo que a lo que todos deberíamos aprender: a cosernos los puntos mirándonos al espejo, a notar la sangre en la boca, con ese sabor metálico y salobre. A derrumbarnos y ser capaces de apoyar las manos en el suelo, contraer los músculos y volver a levantarnos aunque sea tan sólo para volver a caernos, cegados por la hinchazón de los ojos.

Para que así, cuando suene la campana en el asalto final, poder decirnos que hicimos todo lo que pudimos, que lo intentamos de corazón, que nos cubrimos y tiramos muchos golpes, que mantuvimos el juego de piernas, que nunca perdimos la cara, que fuimos valientes, pero que el contricante era demasiado fuerte y nunca había perdido un combate.

*Este texto se publicó hace casi cuatro años, pero hoy me apetecía rescatarlo.

martes, abril 13, 2010

Y esperanza

La esperanza

Las nubes se bifurcan. Lo oscuro
se abre, surco pálido en el cielo.
Eso que viene desde el fondo
es el sol. El interior de las nubes,
antes absoluto, brilla como un muchacho
cristalizado. Carreteras cubiertas
de ramas, hojas mojadas, huellas.
He permanecido quieto durante el temporal
y ahora la realidad se abre.
El viento arrastra grupos de nubes
en distintas direcciones.
Doy gracias al cielo por haber hecho el amor
con las mujeres que he querido.
Desde lo oscuro, surco pálido, vienen
los días como muchachos caminantes.

Dice Bolaño que vienen los días como muchachos caminantes y yo quiero creerlo, quiero creer en los alegres muchachos por venir. Pero a veces a mi espera le faltan estas tres letras: -nza. Tres letras que parecen un nombre japonés o un adjetivo africano. Tres letras que son los cimientos de la palabra aunque se disfracen de tejado o de porche. Basta borrarlas para que la casa comience a tener manchas de humedad y los ratones continúen royendo incansables los cimientos.

Y el día que se venga abajo, por fin los vagabundos se harán con los trastos viejos que se acumulaban en el desván.

Si encontráis alguno en uno de esos mercadillos callejeros, no paguéis demasiado por él. No merece la pena.

Que conste que os he avisado.

lunes, abril 12, 2010

Amor

Dijo el telediario que la hambruna había matado a veinte mil campesinos en un país sudamericano o asiático, qué más daba. Se veía la desolación de la gente en las imágenes. Algo relacionado con el precio del café o del té. Los precios descendieron a la mitad gracias a un movimiento especulativo y dos meses más tarde veinte mil campesinos agonizaban. Tres semanas después, el responsable de ese movimiento, un agente de bolsa enamorado de su preciosa mujer, anota en una hoja estos versos de Pere Gimferrer para leérselos en voz alta:

(...)

así, como el molino jaspeado
o como la herrería del añil
en el cielo de puesta, van los cuerpos
precipitados a la embocadura,
como si no pudiéramos vivir
más que asidos el uno al otro, un garfio
de batista o de rosa, aquel rasguño
con que la piel al rojo vivo dice
fuegos de artillería del amor


(...)

jueves, abril 08, 2010

Barrio VIII

—Hay que pirarse —nos dice el Rati bajando la voz y metiéndonos prisa.
—¿Qué pasa, coño?
—Que nos han visto.
—¿Qué os han visto haciendo qué? —preguntamos mientras le echamos un vistazo al colega del Rati: el mismo corte de pelo, los mismos tatuajes hechos en la cárcel, las mismas cadenas de oro, la misma cara llena de cicatrices pequeñas.
—Entrando al bar. Joder. Nos han visto los de la tienda de enfrente. Tenemos que pirarnos.
—Pero... ¿entrando al bar a qué?
—Pues... A reventar las tragaperras —dice el hijo de puta mientras no puede evitar la risa—. Estábamos muy puestos y nos dio por ahí.
Apenas hacía tres o cuatro horas que nos habíamos desplomado dentro de nuestra tienda de campaña, casi inconscientes, tras una noche de farra en el camping de la costa donde pasábamos una semana de vacaciones. El Rati siempre hacía cosas parecidas. Por una de ellas había estado en la cárcel, lo que no había contribuido mucho ni a su buen humor ni a su contención. Se ponía de todo lo que encontraba excepto caballo, que pertenecía a una época de su vida que prefería olvidar. En realidad, todos preferíamos olvidar aquella época. Encima, siempre había tenido mucho éxito con las mujeres el muy cabrón. Otro de los amigos, en aquellas ocasiones en las que desaparecía y luego lo encontrábamos metiendo en un servicio, o en el asiento de atrás de un coche, siempre decía con envidia que el Rati tenía el sello de calidad en la frente, que las mujeres lo sabían, que por eso se le daba tan bien. Ninguno de nosotros se preocupaba cuando no lo encontrábamos al salir de alguno de los garitos de la noche. El Rati era de esas personas que suelen poner en peligro a los demás, no al revés. Pensábamos, más bien, que estaría follándose a alguna, el muy hijo de la gran puta.
—Y, ¿cómo os colásteis?
—Por un hueco que había en la parte de atras. Pero ya está bien de charla, coño, que os estoy diciendo que hay que abrirse. ¿Está todo pagado?
—Pues sí. Lo pagamos todo ayer.
—Hala, pues agüita.
—Joder, Rati, me cago en tu puta madre. Siempre igual. A ver si algún día podemos pasar una semanita tranquila, coño.
—Ya.
—Te lo digo en serio, tío. Estoy hasta los huevos.
—Vale. Pero hay que moverse. Ya.
Nos levantamos y desmontamos la tienda rápidamente. Tras meterla de cualquier manera en el maletero, salimos del camping con tranquilidad, sin armar mucho ruido para no despertar a nadie. Solo nos permitimos las carcajadas cuando el coche estaba ya en la carretera nacional y el Rati decía: Nos vamos a poner de gambas hasta arriba. Por estas.