martes, febrero 28, 2006

Televisión

Cuando el guionista propuso su idea para un nuevo programa en el consejo de guionistas de la emisora, encontró muchas reticencias. Sin embargo, puso en funcionamiento toda su capacidad de convicción, templada en los grupos de debate de aquella facultad de la Ivy League, para conseguir que su idea pasara el primer filtro. Estaba acostumbrado a hablar entre colegas, y no le resultó difícil conseguir su aprobación, pero ese era sólo el primer paso y ahora debía preparar bien la defensa de su idea ante otro comité, el de dirección, el órgano que realmente daba el visto bueno a los nuevos programas.

No fue fácil, tuvo que emplearse a fondo, no sólo expuso su idea sino que intentó impresionar con citas de autores de nombres impronunciables, autores que él sabía que nunca leerían los responsables de la cadena, y, en honor a la verdad, estuvo a punto de no conseguirlo. Durante aquella presentación, su defensa del nuevo concepto, le colocó en una posición incómoda al enfrentarle directamente al director de programación, que no veía claro el asunto. Por un momento llegó a pensar que su carrera dentro de aquella cadena había acabado, sobre todo cuando las miradas de los demás lo contemplaron como si ya se encontrara ausente, como si aquella sala fuera el consejo de ancianos de alguna tribu antigua y él alguien a quien hubieran repudiado. Afortunadamente, contaba con un argumento que normalmente conseguía que aflorara la parte más pragmática de la gente: el programa sería una máquina de vender anuncios y las protestas de los indignados no bajarían la audiencia sino que les ahorrarían algún dinero en promoción.

Era consciente de que se enfrentaba a algunos problemas legales, y sin embargo, estaba seguro de que podría encontrar un país en el que establecer el plató. Un plató en el que un oficial del ejército conduciría un interrogatorio sobre un prisionero de guerra, siguiendo escrupulosamente las preferencias que la audiencia le enviaría por correo electrónico. Eso sí, siempre respetando las técnicas de interrogatorio permitidas al ejército. No se podían permitir el lujo de que les acusaran de fomento de la tortura. Sería fatal para el precio del minuto publicitario.

jueves, febrero 23, 2006

Cámara sumergida

“(...) El mundo real, unas veces es gozoso y otras es hostil. En la cámara sumergida del libro, uno se encuentra a salvo de todo, transitoriamente.”

El vicio sin castigo”, artículo de Antonio Muñoz Molina

No estoy de acuerdo, Don Antonio, no estoy de acuerdo. Es en la cámara sumergida del libro donde puede sobrevenir el desastre, el Nautilus se puede ir a pique en cualquier momento. Pregunten, si no, al capitán Nemo.

La verdad es que una vez leídas ciertas palabras, ya no hay marcha atrás. Esas palabras pueden desencadenar una reacción en cadena realmente peligrosa. Una idea lleva a otra que lleva a otra, y tu vida puede convertirse en una cárcel o en un paraíso.

Si leer no sirve para interrogarse, no es leer; es ocupar la cabeza con un entretenimiento banal. Divertido, pero banal. Pero si leer es interrogarse, deberíamos tener mucho cuidado con los libros que escogemos. Y también con los amigos que se permiten escoger por nosotros y después van y nos regalan el libro escogido.

Un peligro, ya le digo, Don Antonio, un peligro.

lunes, febrero 20, 2006

Gao

Dijo Barceló hace un par de años que el paisaje de Gao, una ciudad de Mali donde pasó largas temporadas pintando y viviendo, le parece más real que los cuadros que pinta allí; y que en París, en cambio, sus cuadros le parecen la verdadera realidad.
También habla de cuadros dejados en la casa en la que habitaba, corroidos por la humedad, con pequeñas larvas de insecto e infinidad de cagadas de mosca incrustadas en el lienzo. Cuadros a los que contribuye la propia exuberancia de la naturaleza de allá y que, de alguna extraña manera, siguen vivos y evolucionando después de acabados.

Me cae bien a mí este Barceló.

martes, febrero 14, 2006

Clase turista

Estaba sentado en el avión, en clase turista, en esa posición tan incómoda que nos obligan a adoptar a cambio de transportarnos a miles de kilómetros y decidió echar un vistazo a la revista de la compañía aérea. Y allí encontró aquel artículo que le hizo sentirse triste el resto del viaje.

El artículo hablaba de algo que en inglés se llamaba “road warriors”, guerreros de la carretera en traducción literal, un nombre inventado tiempo atrás para los viajantes que se pasaban la vida viviendo en moteles y limpiándose el polvo de los zapatos gastados; yendo de aquí para allá por la inmensa geografía de los Estados Unidos. Claro que ahora hay aviones y ese nombre se ha mantenido para aquellos que, a imitación de aquellos tristes viajantes, se pasan la vida en un avión.

Leyó en el artículo que lo normal es que esta gente pasara hasta 300 días al año volando. Había, por tanto, muchas posibilidades de que la mayoría de los que viajaban con aquella compañía aérea acabara leyendo aquel artículo de tono almibarado y amable. Un artículo que los presentaba como la punta de lanza de la sociedad occidental, como triunfadores, como personas dinámicas que siempre estaban pisando la moqueta de los aeropuertos. Que ganaban suficiente dinero para comprar una casa que sólo podrían habitar 50 días al año, una casa que no sería capaz de reconocer a su dueño, que años después de haberla comprado seguíría oliendo a nuevo.

También dió con las respuestas de estos viajantes a una pregunta de la revista: ¿cuál es tu mantra personal?. Y las había de dos tipos. Las primeras hablaban de las tarjetas de las compañías aéreas, esas que después de un millón de kilómetros te conceden la gracia de cambiarte un billete en clase turista por uno en primera. Nuestros guerreros sólo se sentían realmente reconocidos en su labor cuando conseguían algún trato de favor por ellas. Algo que le recordó las respetuosas reverencias de los antiguos operarios de las fábricas ante el dueño o el director; las segundas hablaban de lo que echaban de menos a sus familias, a sus hijos, a sus mujeres y a sus perros, de cómo añoraban los atardeceres tranquilos en el suburbio, esos lugares en los que se pueden ver a decenas de personas sentadas en sillas de jardín, mirando al cielo mientras se pone el sol.

Pero lo que realmente le provocó aquella oleada de tristeza no fue el artículo, sino un anuncio insertado entre sus páginas, un artículo dirigido específicamente a ellos, a personas que no tienen tiempo de ocuparse de su propia vida. El artículo decía “Outsource your personal life”, es decir: subcontrata tu vida personal. La empresa, una agencia matrimonial, ofrecía ocuparse de tu vida de una manera responsable, profesional y confidencial. En primer lugar, te hacían una entrevista de una hora de la que extraían tu perfil, después intentaban encontrar candidatas como tú, demasiado ocupadas con su trabajo para encontrar a alguien, y su trabajo finalizaba cuando conseguían organizar un almuerzo de una hora entre los dos. Lo que pasara después de aquel primer encuentro ya no dependía de ellos.

Durante el resto del viaje, sintió algo que se parecía a la desesperanza cuando imaginó a todas aquellas personas, volando de un sitio a otro y manteniendo fugaces relaciones sexuales en los baños de los aeropuertos, echando de menos a sus perros y a sus atardeceres y agradeciendo el cambio de turista a primera.

martes, febrero 07, 2006

Cambio

Ahora que miro por la ventana y veo a los gorriones saltar entre los coches para hacerse con unos granos que llevarse al pico, me pongo a pensar en mi vida y no le encuentro una directriz clara.

Tengo que reconocer, aunque sea sólo ante mí mismo, que siempre me he dejado llevar en las decisiones importantes. Estudié lo que estudié porque antes lo había hecho mi hermano, emigré de mi ciudad y de mi país porque los amigos que por entonces tenía lo habían hecho, busqué trabajos mejor pagados porque era lo que hacía todo el mundo. Encontré una chica y me casé después de un tiempo porque era lo que se suponía que tenía que hacer. Siempre me he dejado ir, me he dejado arrastrar sin tener el suficiente coraje para hacer lo que realmente quería.

Pero, cuando el tiempo pasa, comprendes que nadie puede tomar decisiones por ti, que uno es responsable de la vida que lleva y que no vale escudarse en nada. Ese que te mira desde el espejo eres tú y no un doble ni un impostor. Justo tú, ni más ni menos. Y aunque te mire con extrañeza o con asco, sigue siendo tú. Qué le vamos a hacer. En eso consiste esto de vivir, en una serie irremediable de pérdidas en progresión geométrica que acaba en la pérdida final, la tuya. La vida es en realidad una enfermedad mortal de transmisión sexual.

Pero todo eso iba a acabar. Por fin, se iba a decidir a hacer lo que realmente quería, y, si eso implicaba tener que dejar su trabajo, su mujer, su ciudad y sus rutinas por el vacío y la incertidumbre, no tenía inconveniente, eso es lo que pensó. La vida es de los arrojados y hoy mismo pensaba comenzar el tratamiento hormonal que lo convertiría en lo que siempre había sido, una mujer de bandera encerrada en el cuerpo de un hombre que se había dejado arrastrar por la vida.

Aunque el médico le había dicho que las hormonas a edad tan avanzada no tenían el mismo efecto, él estaba dispuesto, a sus 70 años, a intentarlo.

Signos

El otro día, mientras me estaba durmiendo y veía el bombardeo de imágenes que siempre me conducen al otro lado, vi claramente una casa cuyas ventanas tenían pestañas. Y me pregunto por qué, pero no he conseguido olvidar la imagen.

Anteayer, mientras caminaba enchufado y ajeno al ruido, vi una pareja que parecía gritarse en la calle, pero que, a pesar de los ademanes furiosos que se dirigían, continuaron su paseo abrazados. Me hubiera gustado haber oído lo que decían pero no lo hice.

Ayer, mientras pensaba en la soledad, sonó el teléfono y estuve hablando un cuarto de hora con una persona en la que había pensado justo un momento antes. Supongo que simplemente, mi pesar entró en resonancia con su recuerdo.

Hoy, estoy aquí y medito sobre los signos que nos persiguen a todos; sobre los agüeros, las señales, los avisos y los mensajes que encontramos. Y aunque hay muchas personas inclinadas a creer que alguien nos deja esos mensajes a nuestra dirección y a nuestro nombre, mucho me temo que yo no soy una de ellas.

sábado, febrero 04, 2006

Wilczek

Frank Wilczek, premio Nobel de Física de 2004, dice esto tan hermoso del universo en una entrevista:

"-En realidad, espacio y tiempo están relacionados. El tiempo no tiene principio y final, como usted asume al preguntarme por el final de mi vida, que, en puridad, tampoco tiene un inicio y una conclusión.

-Pero uno se muere: eso es un hecho.

-Me habla usted de la realidad, no de percepciones ni de conciencias..., ¿no?

-.

-Pues la vida no transcurre y el tiempo tampoco: son. Su vida es, porque está integrada en el universo.

-Eso vendría a ser que...

-Déjeme citar a mi autor favorito, Weyl: "El mundo no viene a ser nada. Es". Ya le digo que la realidad es inimaginable. No es que quiera desconcertarle: simplemente pretendo ser exacto. Y, como físico, no puedo aceptar que el tiempo tenga principio ni final. El tiempo forma parte del universo de forma indivisible y no se puede cortar como si fuera una salchicha.

-En teoría.

-¡Científicamente! Le hablo de hechos probados en el laboratorio.

-Imagínese que soy más tonto aún de lo que soy: por favor, explíquese.

-Cuando estudias el universo a fondo, descubres que es mucho más extraño y alejado de nuestra cotidianidad de lo que imaginabas. La auténtica textura de la realidad es inalcanzable para la imaginación humana: es infinitamente más diversa y compleja que la mente de cualquier persona.

-¿Y...?

-Lo rigen reglas insospechables, pero, en la medida en que puedes acercarte a ellas, intuyes que comparten una lógica interna bellísima de la que todos formamos parte.

-¿Puede ser más explícito?

-Cuanto más profundizas en el conocimiento del universo, más capaz eres de explicar más cosas con menos axiomas: la ciencia moderna razona casi todo con poquísimas ideas, porque resulta que la partícula más elemental y la inmensidad están íntimamente relacionadas en esa misma lógica.

-Parece usted un poeta.


-Soy un científico. He dedicado mi vida a estudiar, sobre todo, las partículas elementales: el elemento último que forma la materia."

Soy un científico. El universo no viene a ser nada. Es.
La auténtica textura de la realidad es inalcanzable para la imaginación humana.

La emoción, esta vez, directa desde la inteligencia y el método científico.

jueves, febrero 02, 2006

Cuatro gotas de aceite

Cuatro gotas de aceite
sobre un trozo eremita de pan blanco
o sobre el obsequioso corazón
de un tomate maduro en sacrificio,
nos aleccionan con su desnudez,
con su absoluta falta de consejo.

La belleza del mundo es tan frecuente,
tan desinteresada de sí misma,
que hasta que se desvanece en certidumbre,
y acaba por nublarse a nuestros ojos.
Por eso es un pecado
de extrema ingratitud no dar las gracias
en alto con la voz del pensamiento
y con la muda fe de los sentidos.

En la desposesión está la esencia,
en la simplicidad, lo permanente.
Para ungir con lo bello nuestra carne
hay que buscar lo bello donde ha estado
despierto en claridad desde el principio.

El hecho de verter las cuatro gotas,
cuatro lágrimas densas de oro humilde,
sobre las migas cándidas, supone
un acto elemental
contra la ruina
una rúbrica más
contra la muerte.


Carlos Marzal

Joy. Pure Joy.