Un bedel de uniforme escribe iluminado por un flexo. Paciente, escribe a mano sobre una mesa de oficina anticuada, ajeno al ruido de todo el mundo. Lo conozco bien y sé que está construyendo la que será para siempre la mejor novela inédita de todos los tiempos.
Cuando la termine, la envolverá con cuidado con papel encerado y la dejará en su armario, justo encima de las otras dos.
Porque la gracia, tal y como decía aquel poeta que escribía los versos en papel de fumar e inmediatamente se liaba un cigarrillo con ellos, está en escribir.
Y lo demás no importa.
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