martes, febrero 12, 2013

Sonrisas

Hijo de puta hay que decirlo más
Joaquín Reyes

Yo, he de confesarlo, colaboro alegremente con el mantenimiento del orden social. Más me vale, porque me han dicho en el trabajo que si dejo de sonreír, es posible que tengan que activar la última cláusula del convenio colectivo, la que habla de la alegría permanente por trabajar en esta magna empresa y de las sanciones aplicables por violación de este principio fundacional: acude al trabajo con optimismo pues el trabajo libera y construye la senda del Señor. O algo así. El caso es que como se me ocurra dejar de dar las gracias, de asentir con la cabeza, de mirar al suelo , de callar y, sobre todo, de sonreír, me voy a enterar. Que conste que lo intento. Seguir sonriendo, quiero decir. Claro que, como con cualquier cosa que se me da mal, para mejorar me fijo en los maestros, en esos compañeros cercanos que siempre dicen que sí y que dan cabezazos de aquiescencia cuando un superior les informa de algo. Siempre quedo admirado por su sonrisa sincera, por su convencimiento. Imbéciles, me digo, pero luego rectifico y pienso: no, imbéciles, no, maestros en estos tiempos que corren. Gente que sonríe y que siempre está de acuerdo con las medidas que toma su propia empresa. Aunque sea contra ellos. Les gustaría ser accionistas mayoritarios pero no tienen un solo euro invertido en la empresa. Da igual. Ellos dicen que sí. Siempre dicen que sí y confirman las razones de los directivos, siempre comprensivos con los poderosos, como si eso pudiera garantizarles un futuro entre sus filas. Aunque acaben gaseados con un pijama a rayas muy parecido al de sus pobres compañeros de campo, por mucho que hayan hecho de kapos para los jefes; aunque acaben en el paro, esperando en una cola la comida de caridad que las monjitas han conseguido reunir de la última recolección de fondos en el Palace; aunque sean demasiado bajos, demasiado morenos, demasiado feos para aparecer nunca en una foto de la sección de Sociedad del periódico y parezcan la tía solterona del pueblo, amiga del cura, que siempre pone cara de asco cuando ve a una mujer guapa, imaginándole goces sin cuento. Ellos sonríen. Siempre sonríen. Pobres. Como niños buscando el reconocimiento de sus mayores. Así que aprendo de ellos y sonrío y bajo la cabeza y digo ¡claro!, ¡por supuesto!, cuando nos dicen que nos bajan el sueldo, que nos aumentan las horas, que nos quitan una paga, que nos sodomizarán los lunes, que nos encadenarán a la mesa de trabajo los martes y los jueves. ¡Claro! ¡Por supuesto! ¡Me parece bien! ¡Me parece lógico! ¡Fíjate cómo están las cosas por ahí fuera! ¡Tenemos suerte! ¡Señor, sí señor!