martes, diciembre 29, 2009

Feliz año nuevo

Hoy he entrado en una dirección de correo antigua y un borrador de un mensaje nunca enviado estaba esperándome. Las palabras, además, hacían referencia a recuerdos aún anteriores y así, la memoria ha ejecutado un triple salto y me he visto allí, más joven, con el pelo más largo, trabajando en el sótano de un almacén de cocinas de madrugada, me he visto allí en un atardecer granadino de cerveza y color granate, allí en mi primer trabajo, en los días primeros de la universidad, antes de todo. También me he recordado escribiendo esas cosas y, picado por la curiosidad, he seguido leyendo correos antiguos, textos con descripciones, con referencias culturales, con el estilo relamido de alguien que, sobre todo, pretende impresionar, como si sus palabras fueran un arma, un recurso o una impostura. Fascinado por el hecho de no recodarme tal y como las palabras me reflejaban, alguien que era yo pero que ya no lo es y que las escribía para conseguir que lo quisieran un poco y le acariciaran la espalda después del sexo, he seguido leyendo. Más tarde, la imagen que esas palabras proyectaban de mí ha dejado de gustarme porque no es agradable recodarse tan pedante, tan insistente, tan desesperado, pero ya era tarde, porque las dichosas palabras siguen registradas en algún sitio, siguen en un servidor de California, las palabras que se escribieron en algún momento, con una intención concreta (el perdón, el deseo, la conquista, la amistad, la preocupación) siguen allí, esperando no se sabe muy bien qué, esperando que en un momento como el de esta mañana, aunque sea por equivocación, vuelva a leerlas. Lo que fuimos ya ha desaparecido pero las palabras que alguna vez escribimos siguen allí esperándonos para recordárnoslo, para recordarnos que el pasado puede recrearse a medida (bendita imaginación) pero que, en algún otro universo, lo que sucedió está sucediendo justo ahora y que lo está haciendo tal y como lo hizo la primera vez. Que parte de ese pasado se ha quedado con nosotros para siempre y que, a pesar de los intentos, es imposible dejar totalmente de ser quien fuimos.

Y a pesar de ello, los propósitos de año nuevo son parte de la tradición.

Feliz 2010 a todos.

jueves, diciembre 24, 2009

Feliz Navidad

Feliz Navidad a todos los que pasan por aquí de vez en cuando. A los que conozco en persona y a los que solo dejan palabras, a los reales y a los imaginarios.

A todos los que, parafraseando a Nacho Vegas, convierten mi vida en un sitio habitable. ;-)

domingo, diciembre 13, 2009

Complejidad

Leo un artículo sobre el cerebro y pienso en la complejidad de ese órgano en el que estamos contenidos y una cosa me lleva a otra, como tan a menudo parece suceder últimamente por aquí. Los sistemas complejos como nuestro cerebro se caracterizan por producir respuestas inesperadas ante entradas simples, respuestas inesperadas que surgen precisamente de su organización y de las conexiones que sus elementos presentan entre sí, lo que, a su vez, me lleva a pensar en la relación que existe entre simplicidad y complejidad.
Sé que muchas cosas en la naturaleza parten de un patrón simple que se repite una y otra vez, esto es, que muchas cosas como la línea de la costa o la forma de los árboles o el comportamiento de una tormenta, tienen naturaleza fractal, como si la simplicidad no fuera exactamente lo contrario de la complejidad, sino su base, su pilar, lo que queda tras apartar la hojarasca del número. Algo simple más algo simple se convierte en algo complejo cuando la combinación se produce un número muy elevado de veces. La complejidad y la simplicidad, por tanto, deben de estar conectadas mediante una ley muy simple, muy armónica, muy bella, que con una sola línea describa cómo realizar esa composición de cosas simples para convertirlas en algo capaz de la respuesta inesperada. El problema es que, al igual que ocurría en el relato de La carta robada de Allan Poe, de tan evidente como resulta, somos incapaces de encontrarla.
Pero si lo hiciéramos podríamos explicarnos muchas cosas, creo. Por ejemplo, pienso que la vida, tal y como la entendemos, es el último estadio de organización de la materia, una respuesta inesperada de un sistema complejo. Y que la conciencia de tener conciencia, tal y como definen los especialistas en el cerebro la diferencia entre nuestra especie y las demás, nuestra constante aunque escondida contemplación de la muerte como horizonte final, es el último estadio de organización de esa vida, otra respuesta inesperada de un sistema aún más complejo. Y que la aparición de las ideas que hoy nos hacen verdaderamente humanos, las ideas que, capa tras capa, han ido calando en nosotros, y que la filosofía, o la ciencia, o el arte han ido perfilando desde diferentes puntos de vista, es otra más de estas respuestas inesperadas: nuestra cultura ha añadido aún más complejidad a esa conciencia. Complejidad sobre complejidad sobre complejidad.
Y por todo esto pienso que tal vez para resolver los problemas verdaderamente humanos lo único que haya que hacer sea simplificar, es decir, apartar la hojarasca del número.

jueves, diciembre 10, 2009

Artefacto

El ingenio es la bisutería del talento.
Oscar Wilde.


Este cuento es un artefacto. Una manera de resolver un problema, tal vez elegante. En él hay una caja. La caja se encuentra encima de una mesa de cedro, mientras el sol entra de forma oblicua por la ventana e ilumina el parquet. Es una caja hermosa, taraceada y con las aristas desgastadas por el tiempo y presenta un agujero con una lente en su superficie, como una especie de mirilla. Alguien la ha enviado en un paquete por correo sin que lo hayamos solicitado, alguien nos ha situado en este momento, ante esta caja que parece llamarnos, que nos atrae sin remedio.
Cuando acercamos el ojo a la mirilla, vemos una escena en la que un hombre de pequeño bigote y uniforme militar está hablando ante lo que parece un estado mayor. Lo que dice, en un idioma diferente del nuestro pero que, no obstante, podemos entender perfectamente es: «Y así, he enviado a mis unidades de élite hacia el este, con la orden de matar sin piedad a todos los hombres, mujeres y niños de raza o lenguaje polacos. Solo de esta manera conseguiremos el espacio vital que necesitamos. ¿Quién menciona hoy en día el exterminio de los armenios?» Tras el escalofrío, no podemos evitar apartar la mirada. Pero la caja tiene sus propias reglas y cuando, espoleados por la curiosidad, pretendemos seguir asistiendo como testigos a la reunión de militares, la imagen que aparece es otra.
Un hombre con aspecto de estar quedándose calvo está escribiendo a mano en una pequeña habitación. En la habitación se oye el rumor de las mujeres en la calle, de los coches que pasan bajo la ventana, los chillidos de las golondrinas. Los muebles son sencillos, una mesa de madera, una silla también de madera, un infiernillo para hacer algo de comida, cubierto por una cortina que debió de ser blanca en algún momento. En las palabras del hombre —este es otra de las facultades de la caja, que también nos deja ver lo que hay dentro de las palabras que el hombre está escribiendo— puede leerse: «Estamos ahora en el otoño de mi segundo año en París. Me enviaron aquí por una razón que todavía no he podido desentrañar.
No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses, creía que era un artista. Ya no lo pienso, lo soy. Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí. Ya no hay más libros que escribir, gracias a Dios.
Entonces, ¿éste? Éste no es un libro. Es un libelo, una calumnia, una difamación. No es un libro en el sentido ordinario de la palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del Arte, una patada en el culo a Dios, al Hombre, al Destino, al Tiempo, al Amor, a la Belleza... a lo que os parezca. Cantaré para vosotros, desentonando un poco tal vez, pero cantaré. Cantaré mientras la palmáis, bailaré sobre vuestro inmundo cadáver...»
La imagen se hace ahora difusa, como si estuviera produciéndose alguna clase de tormenta y acaba por desaparecer. Cuando volvemos a apoyar el ojo sobre la mirilla, deseosos de seguir descubriendo lo que puede ofrecernos, nos encontramos a nosotros mismos mirando la caja. Y nos vemos una y otra vez, mirando la caja en nuestro salón, con su mesa de madera de cedro y su parquet iluminado, una y otra vez en el bucle infinito del presente, el tiempo despojado de su condición porque todo está sucediendo ahora, justo en el momento en el que nos vemos mirar la caja, una y otra vez, cada vez más profundos, cada vez más abismados en nosotros mismos, casi seguros de estar percibiendo cómo se detiene el reloj universal que nos lleva a todos con los ojos vendados hacia la muerte.
Entonces apartamos la vista y cerramos la caja horrorizados. Y este cuento, este artefacto, emite un pequeño zumbido y se detiene.

lunes, diciembre 07, 2009

Entrada

Es cierto que la cultura actual tiene una base pop indiscutible, que es necesario saber citar la torre Ming de Flash Gordon como antecedente de la Torre Agbar de Barcelona, que los cantantes y dibujantes y cineastas que han contribuido a la imagen que tenemos del mundo lo hicieron sin darse demasiada importancia porque creían participar en un entretenimiento, que nadie lee a Aristóteles y mucho menos a Montaigne, que las tribus urbanas japonesas, como casi toda la cultura oriental, nos resultan incomprensibles, que los viajes se han convertido en un mal guión de cine en el que todo el mundo te cuenta sus experiencias mediante una presentación de diapositivas, que la lectura se ha vuelto extensa y superficial y somos expertos en Trivial Pursuit en lugar de estudiosos de Hegel, que bastaría dejar de consultar el perfil de Facebook para que todo pareciera ir algo más despacio, que es peligroso viajar en moto un día de lluvia y hay que extremar la precaución cuando se pisan las rayas pintadas de la carretera, que, tras una buena noche de sexo con una nueva mujer, queda un regusto amargo al que no le encontramos explicación, que demasiado ingenio en una novela acaba por cansar, como si el ingenio fuera dulce de leche, que es hermoso observar el puzzle caótico que forman las gotas de agua en la ventana, que es imposible predecir dónde caerá la siguiente gota o cuál de ellas será la que corra más rápido hacia el alfeizar, que en una casa siempre hay algo de comer, que no es una buena idea tener la ropa tendida cuando comienza el chaparrón, que se está muy bien bajo las mantas cuando fuera arrecia el frío, que debería dejar de darle tantas vueltas a la cabeza y vivir más ligero, que el periódico del domingo es un placer simple, que tal vez haya llegado el momento de intentar un negocio propio.
Y, sobre todo, que hacía ya demasiado tiempo que no escribía nada en el blog, una mascota a la que es obligatorio alimentar para que no languidezca y muera, y que a veces no tengo ninguna idea para un relato y entonces debo publicar el montón informe de cosas que se me pasan por la cabeza un lunes lluvioso de diciembre.