Jano, el dios romano, sin equivalente en la mitología griega, el dios que dio nombre a nuestro mes de enero, el dios de las puertas, de los comienzos y los finales, el dios bifronte, el dios de las dos caras, me habló el otro día y me dijo que no entendía como lo habíamos olvidado.
Me dijo que la humanidad era como él. Principios y finales. Puertas que se abren todo el tiempo hacia caminos que no conocemos. Encrucijadas. Cadenas de azares. El universo desgajándose todo el tiempo en infinitos universos, cada uno de ellos una posibilidad diferente.
Lo noté triste.
Yo le dije que lo sentía, que llevaba razón, que deberíamos haber seguido conservando el culto. Que era triste que los antiguos dioses murieran en silencio. Pero que no había nada que hacer. Que lo sentía, pero que no había nada que hacer.
Las horas que están limando los días. Los días que están royendo los años.
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