Cuando Andrés descubrió que los clásicos de aventuras que había creído leer en su niñez eran versiones especiales, simples adaptaciones para niños, ya era demasiado tarde. Se le había pasado la edad de disfrutar con los libros de aventuras. Todavía ahora se siente traicionado.
Pero qué grande fue leer de un tirón La Isla Misteriosa de Julio Verne.
A pesar de estar leyendo un libro mutilado, no se cansó en toda la tarde de acariciar aquellos muñones.
4 comentarios:
Dicen que hay miembros amputados que se sienten toda la vida. La infancia bien pudiera parecerse a eso.
Un saludo Xavie
Pues supongo que sí.
No deja de ser curioso que sólo recuperemos esa infancia a través de la demencia senil.
Simetrías extrañas. ¿no?
Un saludo,
Xavie
Pues mis lecturas infantiles fueron esas (Colección Historias, una página de viñetas por cada cuatro de texto)
Y ahí me puse morada de Julio Verne.
Creo que si no hubiera sido por esos "muñones" no hubiera adquirido el hábito, el vicio o la dependencia que tengo de la lectura.
Más que muñones, fueron taca-taca para apreciar la lectura. Ahora ya soy capaz de correr los tres mil metros y me entreno para correr la marathon.
Alicia,
Mi educación literaria también fue esa.
Y también fue el inicio de una adicción. Que como todas las adicciones tienen sus satisfacciones y sus castigos. :-D
Por curiosidad, la maratón, ¿qué es?, ¿el Ulises de Joyce?
:-D
Um saludo,
Xavie
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