viernes, agosto 05, 2016

Río



Ayer, con otros padres, comentábamos la pena que nos daba olvidar tantas cosas de nuestros hijos pequeños, sabiendo como sabíamos que lo olvidaríamos casi todo (por muchas fotos que tomáramos). Yo también sé que el destino de los niños es desconocer a sus padres. Los niños son incapaces (como lo hemos sido nosotros cuando éramos pequeños) de imaginarnos, no ya como a hombres y mujeres jóvenes, sino antes de su aparición en el mundo. Solo cuando son mayores, y si los padres tienen cosas interesantes que mostrarles, podrían rellenar un poco ese hueco. Si es que quieren, que no tienen por qué. 

Así que se trata de una relación extraña desde el punto de vista de la memoria. Nosotros no recordaremos más que estampas, momentos fijos que podremos evocar, pero acabaremos por olvidar ese sentimiento  de tener un niño en continua transformación, siempre convirtiéndose en algo diferente y, ellos, por su parte, ni siquiera nos considerarán más allá de nuestro papel de padres. 

Si reflexiono sobre ello, si lo pienso durante un momento y no me quedo en la capa más superficial del asunto (la tristeza que provocan todos esos momentos que no seremos capaces de recordar), creo que así es como debe ser. 

Si se coloca una piedra enorme en un río que no logre desviar su curso, el río la rodea y quinientos metros más adelante el río no recuerda haberla rodeado. De nosotros a ellos, de ellos a sus hijos, si los tienen. Ninguno de nosotros es más importante que ese río, esa marea.