jueves, junio 30, 2005

Perdigones

Andrés estaba mirando la fotografía intentando convocar sus recuerdos. Había encontrado esa foto en el maremágnum de fotografías del ordenador, la había impreso y ahora la observaba con atención. En la fotografía aparecían tres perdices, cada una en una jaula verde de rejilla en forma de bala de cañón, tal y como suelen ser las jaulas para el reclamo, cada una de ellas con su nombre grabado en la base. Perdigones, igual que a los granos de acero con los que los cazadores rellenan sus cartuchos, en su tierra a las perdices macho para reclamo se les llamaba perdigones.

Su abuelo había sido cazador y paulatinamente empezó a recordar el pequeño cuarto donde tenía sus perdigones y sus arreos. El ruido que hacían los animales en la época de celo: un zureo grave que a él, cuando era sólo un niño y visitaba el cuarto, le llamaba particularmente la atención. Y al igual que en la fotografía, los perdigones de su abuelo también tenían nombre. No le parecía a Andrés que poner nombre a una perdiz fuera algo común, aunque quizá todo el mundo ponía nombre a sus mascotas. Pero, tal y como le dijeron alguna vez, lo más importante de este tipo de caza era el reclamo. No había triunfo mayor que un buen reclamo. También contaba la puntería, claro, pero el verdadero fracaso sólo ocurría si el perdigón no cantaba y no conseguía atraer a otras perdices.

Recordaba perfectamente el olor. Un olor indescriptible a animal sin pelo que no suda. A mierda de pájaro y a grasa de caballo, que su abuelo utilizaba para mantener el zurrón, la canana y la funda de la escopeta, todos de cuero. Un olor que ahora, treinta años después, casi podía notar en la nariz. El cuarto era pequeño, pintado de blanco y verde. De ese mismo color eran las jaulas y los soportes de madera en que se apoyaban. Recordaba también una estantería metálica, de esas para los archivadores de oficina, incongruentemente atornillada a la pared. Esa misma pared en la que los arreos se balanceaban colgando de los clavos. En la pared del fondo, un ventanuco permitía mirar a un patio, en la parte de atrás de la iglesia, con flores y macetas.

Cuando pequeño, no entendía la caza con puesto. No entendía como hombres hechos y derechos podían pasar varios días en el campo para acabar trayendo a casa seis u ocho perdices si tenían suerte. Solía preguntar cómo se cazaban las perdices y su abuelo le hablaba de las interminables esperas, camuflados para no levantar la presa, inmóviles, sentados en un taburete plegable de tres patas que se podía cargar al hombro. Quizá sea él ahora el único que recuerda aquellas cosas. Un recuerdo recreado e imaginado, no vivido, aunque eso no constituya una gran diferencia. No está seguro de que su abuelo pueda recordar sus jornadas de caza. Últimamente, recuerda bien a los amigos de la juventud y sus días en el pueblo, pero no es capaz de acordarse de la edad de Andrés o del nombre de su mujer. Es una putada envejecer de esa forma, desvaneciéndose en vida.

Ahora Andrés se preguntaba de qué hablarían su abuelo y sus amigos en aquellos días, extrañamente masculinos y naturales, sin mujeres y sin niños, durmiendo al raso. No se imagina de qué hablarían aquellos hombres. De los nietos o de gente que ya no está en este mundo, de gente conocida por el apodo de su familia, supone. O del pasado. Quién sabe. Quién sabe donde habrán ido esas conversaciones. Daría lo que fuera para que su abuelo pudiera recordarlas con claridad. Para que pudiera recuperar la historia de su vida. Para que pudiera contarle y contarse la manera de afirmar la escopeta en el hombro que casi siempre le procuraba una pieza.

Si no somos más que la autobiografía que nos contamos a nosotros mismos, ¿qué nos queda si perdemos la memoria?.

martes, junio 28, 2005

Arte

No entiendo por qué los críticos de arte, los redactores de catálogos y los catedráticos de Estética forman parte de esa conjura internacional para oscurecer el significado de las palabras. Y si no, qué me dicen de esto: “Entre la metafísica de lo concreto y el simulacro presentes en la figuración contemporánea hasta los últimos desarrollos de la realidad aumentada, superponiendo a la representación de lo dado la virtualidad de lo creado, encontramos el espectro de variables que articulan hoy el lugar del paisajismo.”, extraído del comentario a alguno de los actos culturales del Sónar barcelonés.

Veamos. Poco a poco. “La metafísica de lo concreto”. Parece que la acepción del diccionario que mejor se ajusta a esta expresión es “Parte de la filosofía que trata del ser en cuanto tal, y de sus propiedades, principios y causas primeras.”. Por tanto, tendríamos que suponer que la figuración contemporánea es una corriente que se ocupa de las propiedades, principios y causas primeras del ser de lo concreto, entre otras cosas, claro. Pues vale. Concienzudamente ignoro lo de la disyuntiva entre la metafísica de lo concreto y el simulacro. Que no, vamos.

Los últimos desarrollos de la realidad aumentada”. Esto también tiene su miga. La realidad aumentada. Supongo que se refiere al hecho de que las representaciones de la realidad la aumentan en cierta manera. Terminología de los mundos virtuales. Cuando, en realidad, las imágenes y representaciones de la realidad siempre han existido y siempre la han aumentado. ¿Qué es si no la constelación de la literatura?. ¿Aquello que decía un profesor mío de que leyendo uno puede tener los amigos que quiera, independientemente de si están muertos o no?. ¿Qué hay de los personajes sólo inexistentes en la realidad?. ¡Ay!, si Bartleby levantara la cabeza.
Y no sigo. Que me pierdo.

Surrealismo económico

¿Quién decía que el surrealismo murió cuando Dalí se fue a hacer compañía a Gala?. De mi habitual forrajeo:

Generamos ingresos sirviendo anuncios de texto de Google en nuestra página GWEI.org. Con este dinero automáticamente compramos acciones de Google por medio de nuestra cuenta electrónica en un banco suizo. ¡Compramos a Google por medio de su propia publicidad! Google se devora a sí mismo -- ¡pero al final será nuestro!
Al establecer este modelo deconstruimos [sic] los nuevos mecanismos de publicidad global al convertirlos en modelos económicos surrealistas basados en un clic. Inyectamos un virus social ("compartamos sus acciones"; "let's share their shares") en el cuerpo comercial escondido debajo de una educada y amable superficie gráfica


Me gusta particularmente lo de los “modelos económicos surrealistas” y la imagen de Google devorándose a sí mismo. Está claro que la Red es un lugar (o mejor infinidad de lugares que acaban por convertirse en un no-lugar) donde la recolección de imágenes, pensamientos, textos, ideas no tiene fin. Y donde mucha gente está interesada en hacer pensar a mucha otra gente.

sábado, junio 25, 2005

Biblioteca Africana

Acabo de recordar la historia de un africano descendiente de españoles, administrador de una biblioteca que se ha mantenido unida durante cientos de años. Desperdigada por África, resistiendo a los traficantes de los libros de viejo. Buscar y ampliar.

Ampliado. Su nombre es Ismael Diadié, descendiente de toledanos del siglo XV, su familia ha conseguido mantener la biblioteca unida durante cinco siglos, y, lo que es aún más sorprendente, en África.

Descubro que ha conseguido habilitar un edificio en Tombuctú (qué resonancia misteriosa tiene este nombre) para conservar la biblioteca.

Lo mejor es que ha escrito un libro junto con Manuel Pimentel (ex ministro de trabajo con el PP, dimitió por el trato que el gobierno pretendía dar a los inmigrantes, andaluz, novelista, no sé si bueno y ahora glosador de anécdotas sabrosas) que se llama “Los Otros Españoles. Los manuscritos de Tombuctú: Andalusíes en el Níger” que paso a buscar.

Lo encuentro. Ediciones Martínez Roca (no me suena, supongo que será una editorial pequeñita). Veremos. Consulto su página web y tengo que confesar que no me da buena espina: templarios y masones y un libro de Hernán Migoya, el autor efímero, arrastrado a la fama por la publicación de un libro en el que (es de suponer que de forma sarcástica, claro; no sé, no lo he leído) se elogia a los violadores y a los maltratadores y se afirma que todas las mujeres son igual de putas. No me gusta. Creo que voy a buscar más referencias de la editorial. Voy a los suplementos culturales. Ahora vuelvo.

Cuatro referencias en Babelia: la primera, de una biografía de Juan Pablo II, mal vamos; la segunda es mucho mejor, Naguib Mahfuz, premio Nóbel egipcio en 1988, todas sus obras son de esta editorial; la tercera repite el nombre del egipcio y la cuarta el nombre del difunto papa. Descubro un pequeño logotipo en el extremo inferior derecho de la página web: la editorial pertenece al Grupo Planeta.

Bien, aunque no estoy convencido del todo, busco el libro en la Casa del Libro, para ir a comprarlo hoy si tengo un rato. En el caso de que la prosa no me guste, conseguiré igualmente datos para documentar la historia. Aunque de seguro que Ortega se revolvería en su tumba al oír que alguien llama a los andalusíes españoles. El libro está. 350 páginas. 17 euros. No debo tardar más de dos días en leerlo. Exámenes.

Como ocurre siempre con estos devaneos virtuales, una cosa me lleva a otra. De Ismael Diadié, a Naguib Mahfuz. De Mali a Egipto.

He terminado el libro. El estilo no es maravilloso, pero la historia es ciertamente curiosa. Sobre todo para un andaluz. Como nuestra Historia (tal y como ocurre con todas la historias nacionales) ha sido convenientemente depurada de personajes ajenos a la ideología oficial, no hemos llegado a conocer las hazañas de los andaluces renegados y moriscos. Gran pérdida.

Lo dijo con más autoridad Luis Cernuda en 1935, como se puede leer a comienzos del libro: “Pero si Italia pretende continuar la tradición romana, es España la tradición árabe ha sido casi olvidada. Pocos son quienes recuerdan o quienes conocen a los poetas y filósofos, a los artistas árabes españoles. Y sin embargo son nuestros, tanto como los de tradición castellana

Personajes como Es-Saheli, el poeta arquitecto, creador de la arquitectura sudanesa, tan representativa de África o Alí Ben Ziyad, el último godo convertido al Islam y miembro de una familia importante en Tombuctú no nos dicen nada. Gran pérdida.

viernes, junio 24, 2005

Azar

"El azar no existe; lo que nos parece casual emana directamente de las fuentes más profundas." SCHILLER


Esta frase, de mi recolección habitual en Internet, encierra una gran verdad que me ronda por la cabeza últimamente. Las casualidades no existen, algo tiene que encerrarse en su interior. El azar es una fábula. La suerte se comporta según leyes que no conocemos y que, lo que es peor, no aspiramos a conocer.

Adaptation

La película “Adaptation” de Spike Jonze vuelve a tocar el tema preferido de su guionista, Charlie Kaupfman, él mismo. Qué hartura ya de ese juego de espejos entre realidad y ficción, entre narrador y autor, con novelas dentro de novelas y guiones que reflejan el proceso de escribir un guión.
Si estuviéramos en los años 20, escribiría un manifiesto en el que se reclamara la vuelta a las historias decimonónicas (¿qué tal retrorrealismo como nombre para mi movimiento?). Volvamos de una vez al narrador omnisciente que nos cuente una historia que nos interese.
La técnica admira pero no emociona, sorprende pero no conmueve. Y todos queremos ser conmovidos.

Lobo

Lobo Antunes. Interesante personaje. Una vez leí una entrevista que le hicieron, en la que decía que organizaba su vida como un adicto, pero que su adicción era la escritura. Que escribía de 14 a 16 horas al día, que todo giraba en torno a su funesta manía de plasmar pensamientos en un papel. Que vivía una existencia vicaria, puesto que no podía evitar ver los acontecimientos de la vida con los ojos del escritor, lo que le alejaba fatalmente del dolor y la alegría y lo distanciaba de su propia vida. Siempre intentando sacar partido para afinar un poco más su ciencia.

“El libro tiene que ser una máquina implacable que se mueve triturándolo todo. Una frase bonita no puede entorpecer su eficacia. Las frases bonitas no pertenecen normalmente al libro, pertenecen a tu vanidad”. Exacto. Diáfano. Perfecto.