martes, junio 29, 2010

Imbécil

El que ha escrito la entrada anterior es un absoluto gilipollas. Un idiota que lo que mejor sabe hacer es pavonearse. Mirad qué sensibilidad, mirad cuánto sé, mirad aquí. Aquí. ¿No me véis? ¿No se me ve? Yo no. Ni puta falta que me hace. El de antes pretende emocionar, transmitir no sé qué mierda de ideas. Yo no. Yo no lo necesito. Yo, en realidad, ni siquiera sé por qué estoy justificándome aquí. Yo, como él, ni siquiera existo.

Hay un tío en mi oficina. Fantaseo con la posibilidad de cortarle el pescuezo, la verdad. Sé que solo son fantasías morbosas que probablemente no se hagan jamás realidad, pero a mí me gusta tenerlas. Me gustaría observar el terror en sus ojos, ver la pequeña sacudida de su pecho en el último estertor, prestar atención a cómo su camisa de algodón egipcio se va llenando poco a poco de sangre. Capilarización creo que se llama el proceso. Es adecuado. También se llaman capilares los pequeños vasos sanguíneos que primero se romperían por la acción del cuchillo. Es una fantasía. Como yo. Me gustaría ver la pregunta en su cara, ¿por qué yo?, ¿por qué a mí? Por hijo de puta, por eso, por imbécil. Porque sí.

Una amiga del gilipollas de antes le dijo hace un tiempo que dejara de leer a Chuck Palahniuk pero lo que no sabe es que el que lo lee soy yo. Gente enganchada y cabreada, confusa, que no tiene demasiado claro a dónde va el mundo, que ni siquiera sabe si el mundo ha tenido alguna vez alguna dirección. Urbanitas aburridos de sus miserables vidas vacías. Esa es mi gente. Hombres demasiado musculados que se masturban con porno barato tras la última raya. Alegres desgraciados de cabeza a la muerte con la sonrisa puesta. Todo diversión. Todo. Otra ronda. Otro día. Otro cuerpo frío en la cama. Otro padre con cáncer.

El otro prefiere a García Márquez y eso. Mujeres que ascienden a los cielos, que huelen a humo, viejos con una mirada que atesora toda la sabiduría natural del buen salvaje que fueron no hace tanto tiempo, la tierra telúrica borboteando detrás. Esas cosas. Las nubes acumulándose a toda velocidad justo antes de la tormenta que se desató cuando la virgen rubia de la casa fue violada por el malvado latifundista. El rumor de las hojas aquel día volviendo en sueños una y otra vez durante toda una vida. Mujeres que se vistieron de negro un día y nunca abandonaron ese color. El sudor caribeño inundándolo todo.

Mi hombre musculado ha entrado en acción. Está afilando un cuchillo. Corta bastante. Va a comprobar si la mujer de negro sigue teniendo tan buenas tetas como parece. O si es el color, que adelgaza y favorece mucho. No puede creerse que el único polvo que ha echado fuera hace tanto tiempo. Y a disgusto. Mi hombre es así.

Yo también. El gilipollas de antes no.

Todos estamos tan muertos que ni siquiera hemos podido llegar a nacer.

lunes, junio 28, 2010

Kabuki

Piensen que en Japón hay una afición desmedida por el flamenco, que hay academias de cante y baile en las principales ciudades. En ellas, cantaores y bailaores de medio pelo dan clases y se ganan muy bien la vida explicando qué es una soleá, a qué se le llama compás, cómo se afina una guitarra, cuáles son los principales palos del cante, qué un cante festero, por qué es importante que el cantaor esté sentado.
Horas y horas de estudio del español, para llegar a entender lo que están cantando, y también de la cultura gitana, de la historia del cante, aprendiendo anécdotas sobre flamencos, viajando a España, probando el vino fino, visitando los tablaos.

Ahora imaginen una afición similar en España por el kabuki, el teatro tradicional japonés. Imaginen varias escuelas en Madrid, Barcelona y Sevilla en las que maestros japoneses intentan hacer comprender a los aficionados el significado del más mínimo gesto de las cejas, la expresividad encerrada en un movimiento de caderas. Piensen en hombres y mujeres estudiando toda la vida para aprender a maquillar, a vestir a los actores, a que el sonido de la música tradicional suene en el tono justo.
Horas y horas de estudio del japonés, de la tradición literaria, de la sutileza de una cultura milenaria para comprender, aún de forma superficial, algo de ese teatro.

Me pregunto si en el kabuki tienen algo parecido a ver encarnarse el flamenco de forma inexplicable en una señora gitana de sesenta años que, con las zapatillas de estar por casa, se sube la falda por encima de las rodillas mientras zapatea.

Y, aunque parezca extraño, aunque yo no tenga ni la más remota idea del significado de ese teatro, aunque para mí solo sean actores exagerando mucho el gesto con la cara maquillada de blanco, me respondo que sí, que estoy seguro de sí que lo tienen.

Y entonces pienso en las cosas que tenemos en común. Y me consuela. Algo.

martes, junio 15, 2010

Tundra

Piensen en la tundra. Yo siempre la he imaginado como una extensión de hierba helada, no sé por qué. Como los jardines de las casas del norte en invierno. Una capa de hielo blanquecino cubriendo el verde. Supongo que no es así, sé que no hay árboles en la tundra, ni árboles ni ardillas ni serpientes, pero la tundra está llena de musgos y líquenes, de turberas y de zonas pantanosas, todas ellas cubiertas por el rocío helado. Imaginen la tundra, cubierta de cristales de hielo, refulgentes al sol de la mañana. Imaginen a un reno inmenso caminando tranquilo.

Entre tanto, miren mi salón. Con los libros alineados por altura en la estantería, como una biblioteca renacentista con los libros en folio, los serios, a un lado y a otro los de octavo, los ligeros. Vean el desorden de películas y libros sobre la mesa, oigan al hombre negro cantar acompañado de una armónica algo sobre la soledad y sobre los burdeles. Miren por la ventana y observen a la pareja joven de pie, moviéndose rítmicamente, acunando a su niña pequeña. Si siguen por el pasillo, llegarán a mi cuarto de baño, no tengan miedo. Yo les dejo entrar. No están fisgando. La estantería del cuarto de baño tiene una puerta de cristal a través de la que se ven los botes de cápsulas alineadas. Hay un poco de todo: calmantes, relajantes musculares, antibióticos, paracetamol para el cuerpo y ansiolíticos y antidepresivos para el ánimo. Farmacopea. Los botes también están alineados por altura, como los libros.

Piensen en el desierto. Con la extensión roja de tierra cambiando del granate al bermellón a medida que el sol, inclemente, la ilumina. Las pitas y los cactus enhiestos sobre la tierra. Las serpientes moviéndose rápidas de un escondite a otro. Las dunas de arena avanzando lentamente, como dotadas de voluntad débil pero constante. Piensen en un escarabajo negro que surge de repente de un agujero en la arena y que corre rápido un par de metros, casi sin tocar el suelo, dejando pequeñas señales, como si peinara la tierra, unos cuantos granos cada vez, rápido, veloz.

Y ahora hagan como yo, tómense otra pastilla. Una más. Y otra. Y otra más.

No hagan ruido al marcharse ni avisen a nadie, por favor. Déjenme seguir soñando con la tundra. Con el desierto.

domingo, junio 13, 2010

Duermevela

Lo malo de pasar de los treinta años es que tienes la edad de los que salen en televisión y son ellos los que salen en televisión y tú no. Tú sigues intentándolo y confiesas a los amigos que eres escritor o director o actor, justo antes de apurar la última copa o justo antes de meterte la penúltima raya o justo antes de cerrar el último garito abierto todos los martes. Te levantas después con resaca y te quejas del injusto destino que te mantiene atado a un trabajo que, aunque te permite pagar las facturas, cercena de raíz tu visión poética del mundo y es por ese cochino trabajo que tienes que salir a buscar estímulos, que tienes que beber unas copas todos los días y conversar con gente a la que, por mucho que lo intente, le pasa como a ti, que no sabe como entrar al centro del éxito desde su periferia, que no sabe como pasar de ser el chico que conoce a alguien con talento y famoso a ser ese que tiene talento y es famoso. El que sale en televisión.
Lo malo de pasar de los treinta años es que te sabes de memoria los nombres de los escritores, los músicos, los artistas que triunfaron antes de los veinticinco y se te aparecen en sueños, en largas listas que siempre son la misma y que retumban en tu cabeza con insistencia hasta que te duermes. Y en esos momentos de duermevela el mundo se te aparece con una plenitud de la que carece en la vigilia, y está esperando tu última obra, tu novela, o tu corto o tu cuadro, porque el mundo no sabe lo que se está perdiendo y entonces puedes contemplarte a ti mismo firmando ejemplares en la Feria del libro, sonriente, afeitado y guapo, preguntando a la gente que cómo se llaman y escribiendo dedicatorias ingeniosas. En la duermevela aparece el mundo tal y como debería ser y no como es. El mundo en el que no sales en televisión.
Lo malo no es pasar de los treinta años. Lo malo es pasar de los treinta años sin dejar de quejarte de lo injusto que es el mundo, sin haber entendido que al mundo le importas un carajo.

miércoles, junio 09, 2010

Cómic

Juan solo tiene un diente en la encía superior, un diente como una bandera de marfil y cuando abre la boca se la ve muy vacía. Juan es calvo, delgado y siempre lleva vaqueros baratos, una sudadera y una mochila, de esas que sirven para llevar un portátil, a la espalda. Dudo de que sepa utilizar un ordenador, de que le haya interesado alguna vez usar un ordenador. La mochila le resulta útil para llevar los cómics. Será por la forma rectangular. Así puede transportarlos de un sitio a otro sin que se estropeen en las esquinas.
Juan entra en el bar y dice: tengo cosas nuevas, cosas que os van a interesar y muestra varios cómics de los años ochenta que ha encontrado y que, dependiendo de su rareza y de su estado de conservación, etiqueta con un precio u otro. Ninguno vale menos de veinte euros pero es un buen precio. Son cómics de época. Ayer, por ejemplo, me fijé en uno, editado por El Víbora, a finales de los ochenta, una recopilación de viñetas satíricas pornográficas de los años treinta que valía treinta y cinco euros. Ya digo que no me parece un mal precio. Cuando me intereso por él, el hombre nos cuenta que en la época, en Estados Unidos, los buhoneros vendían de pueblo en pueblo todo tipo de cacharros, que sacaban de una caja y que, al lado, tenían otra de la que iban sacando los dibujos. Seguramente será mentira pero la historia es buena y eso es lo que importa. Pierdo un momento el hilo de la conversación mientras imagino al viajante con su carromato, o con su furgoneta de los años treinta, mostrando con disimulo los tebeos a los interesados, preocupado por la llegada del inevitable grupo de señoras escandalizadas, de esas que siempre asisten al sermón del reverendo. Faulkner. Amanece que no es poco. El villorrio. Cuando vuelvo, Juan me está mirando con toda la cara sonriendo, comprimida entre los ojos y la boca, como si se encongiera en una franja muy estrecha. La boca sigue llena de huecos. El diente sigue ahí. Pienso en que Antonio, el caricaturista que también va de bar en bar ofreciendo su trabajo, haría un dibujo fantástico con él. Parece un personaje de sus tebeos.
Juan dice con su voz cazallera:
—Cómprame este de los Freak Brothers, que tú eres muy friki.
—No, dame ese que no lo tengo —contesta un amigo.
—Sí, sí lo tienes. Que lo sé yo y llevo la cuenta de los cómics que te vendo.
—Seguro que lo tiene por ahí en su casa sin abrir, como hace siempre. Eso si no se lo ha dejado en un bar —apostilla otro.
—Que no, que no lo tengo, coño. Si lo sabré yo.
—Que sí lo tienes, que te lo he vendido ya. Joder, hazme caso, que yo me acuerdo de todos los que te vendo.
—Bueno, si tú lo dices... ¿Quieres una cañita?
—Venga, una cañita rápida que tengo que seguir trabajando.
Echo un vistazo a los cómics. Me traen recuerdos. Recopilaciones de CIMOC, de El Víbora, de aquella época en la que había al menos veinte revistas diferentes que publicaban historias gráficas cada quince días. Ay, la de veces que me habré encerrado en el baño con uno de aquellos, pienso. Fast Rewind hasta la habitación de un amigo, mirando tebeos de superhéroes, de misterio. El perfume del invisible. Milo Manara. Ahhh.
Juan se acaba la caña de un par de tragos y cuando le preguntan si va a seguir el mundial de fútbol dice que no, que estará por ahí vendiendo cómics y restaurando en su casa. Le pregunto qué restaura pero no me hace mucho caso porque ya está cogiendo entre los brazos los diez kilos de tebeos que lleva como muestra y que siempre deja en la barra de los bares a los que entra buscando a sus clientes. Creo que Juan podría hacer una lista de los bares que frecuentan sin esfuerzo. Y otra con los cómics que cada uno le ha comprado. Debe de tener una memoria prodigiosa este hombre. Una memoria prodigiosa y un solo diente.
—Nos vemos, chavales.
—Venga, que te vaya bien, Juan. Que vendas mucho.

jueves, junio 03, 2010

Cruces

Mamen conoce a un chico, actor en paro, que, a su vez, conoce a una escritora famosa, de nombre Lucía, que ha vendido bastante escribiendo sobre la naturaleza femenina, los problemas femeninos, y demás cuestiones relacionadas con el bello sexo, epíteto que en su caso, tal vez alguna vez fuera cierto pero que ahora es más que inexacto. El actor en paro no tiene nunca un euro pero sí la tendencia de meterse de rondón en casa de los demás, particularmente en la de Mamen, principiante en el mundo de la fotografía profesional y bastante celosa de su intimidad aunque con debilidad por los hombres guapos, y de Lucía, mujer madura que se deja halagar por un chico joven, actor en paro, y de gran rendimiento atlético. Mamen se queja a un amigo suyo, aspirante a escritor, de que el actor la llama constantemente, probablemente intentando agenciarse una cena, a pesar de que ella le ha insistido en que no lo haga porque está harta de tener que invitarlo siempre y de echarlo de casa cuando se harta de ver su cara en el espejo. El actor, cuando, gracias a su insistencia y a la poca voluntad de Mamen, consigue quedar con ella, le cuenta las cenas que comparte con Lucía, la escritora. Según parece, Lucía se pone su ropa interior más sexy, comprada en La Perla, ahora que puede pagársela, cuando queda con el actor en paro, para que todo sea perfecto después de los postres. El actor en paro, que nunca tiene un chavo, anda desesperado por encontrar la manera de seguir pagándose la viagra, bastante cara, para poder seguir disfrutando del glamour de la compañía de alguien tan famoso. Afortunadamente, el actor en paro tiene amigos en la noche, actores como él, que sirven copas y trafican con estupefacientes y viagra, que últimamente es la combinación de moda para acabar la noche de la mejor forma posible, que según todos ellos es el sexo con desconocidos tras una noche de drogas. Pero los amigos del actor, después de hablarle de las últimas audiciones y de las obras de teatro alternativo en las que están participando, en las que interpretan papeles intensamente dramáticos en piezas cortas pero profundas, le regalan media pastilla sin olvidar recordarle que, incluso en la farmacia, no son nada baratas. Mamen, mientras tanto, hace cursos de fotografía y sale a sacar fotos, trabaja en bodas, comuniones y guarderías y gasta todo el dinero que gana con sus imágenes en material fotográfico. Lucía, mientras tanto, escribe sobre los problemas femeninos, pensando en los fantásticos cunninligus que últimamente le han caído en suerte. El actor en paro, mientras tanto, se presenta todos los días a audiciones en las que, invariablemente, le dicen que tiene mala cara y que debería asistir a algunas clases en las que mejorar su dicción. El aspirante a escritor, mientras tanto, mantiene un blog.
El aspirante a escritor a veces piensa, cuando tiene un mal día y advierte que la vida no tiene vuelta atrás, que es posible que ni siquiera tenga talento después de todo, que, gracias a un actor en paro, gorrón y caradura, que llama a su amiga y le hace sentirse incómoda, más camarero que actor, como todos, juerguista y drogadicto, como todos, solo está a dos saltos del cunninligus a Lucía, la escritora famosa que podría ser su pasaporte a la fama. Y como sabe que, hoy en día, todo es cuestión de a quién conoces, le desea al actor en paro habilidad y resistencia en su función sexual, a ver si en la próxima fiesta de una editorial famosa en la que se ha colado, puede decirle a Lucía que todo lo que sabe el actor en paro se lo ha enseñado él y que si quiere comprobarlo. Y a ver si cuela.