viernes, diciembre 22, 2006

Feliz Navidad

A veces, el tiempo es un cabrón sutil y silencioso que se encaja en los espacios que hay entre las células, en los intersticios del mundo para aligerar el peso de las cosas. Otras, se comporta, sin embargo, como una madre amable que vela nuestros ojos para que las miserias del mundo no nos afecten demasiado.

Va cayendo la lluvia cansada de las horas sobre nuestra cabeza y esa lluvia va lavando con mucha paciencia los restos de piel muerta que impiden respirar a nuestro cuerpo. Llueven los segundos, y los minutos de forma imperceptible sobre nosotros y se deslizan por nuestra piel, dejando marcas imperceptibles que como las escorrentías que el agua prefiere cuando baja de la montaña, cada vez se hacen más profundas. Nuestras arrugas no son sino cauces por los que el tiempo ha corrido.

Por eso nos gustan los momentos en los que parece detenerse un instante para luego seguir con su burbujeo tranquilo. Por eso nos gustan las celebraciones anuales y las cuentas atrás del último día del año.

Feliz Navidad a todos.

jueves, diciembre 21, 2006

Microrrelato navideño

El día de navidad, la ciudad apareció cubierta de nieve y aquello le hizo mucha ilusión. Le hubiera encantado que lo vieran sus abuelos. Lástima que el ruido de la estática en la radio le recordara que no tenía a nadie con quién compartirlo.

Incluso allí, en su ciudad de toda la vida, en Buenos Aires.

miércoles, diciembre 20, 2006

Gorrión

Si recoges un gorrión herido entre las manos y notas su calor, puedes reconciliarte con la vida, con el mundo, o puedes pensar en lo fácil que sería quebrar sus huesecillos y reducir a una masa informe esa materia altamente organizada.

Este que escribe, y que soy yo pero no soy yo, como siempre que se juntan palabras en un papel, normalmente piensa en lo segundo, piensa en la fragilidad despojada de las cosas, en lo extraño que resulta estar aquí, así que escribiría algo como: “Encontré un gorrión. Tenía frío y estaba herido. Parecía hinchado porque había ahuecado las plumas. Podía sentir su calor, un pequeño foco de calor entre mis manos heladas, pero para alguien como yo, ese calor era el símbolo de lo que nunca podría tener. Al aplastarlo crujió entre mis manos como las astillas bajo el martillo.

Pero en realidad, este que escribe, y que sigue siendo yo pero sigue sin serlo, querría más bien contar: “Encontré un gorrión herido y me lo llevé a casa. No sé qué me impulsó a cuidarlo y a alimentarlo con pan y leche. No parecía tener nada roto porque al cabo de una semana sus pequeños chillidos me recibían al llegar. Hasta que uno de aquellos días se fue. Yo siempre le dejaba la ventana abierta para que volara cuando le apeteciera. Y eso hizo. Ahora, siempre que miro al cielo hay un pequeño pájaro que me mira. Tengo la impresión de que se preocupa por mí. Me hace sentir mucho mejor: acompañado. Ya no estoy tan solo, y si hubiera sabido que aquel gesto mínimo era suficiente para notar esta calidez en el pecho, hubiera hecho algo así mucho antes. Es algo mágico, la verdad. No tengo otra manera de describirlo”.

Creo que debería psicoanalizarme.

Cuando consiga averiguar cuál de los dos tiene que ir a la consulta, claro.

jueves, diciembre 14, 2006

Trauma

El médico me dijo que me vendría bien escribir para superar el trauma. Así que me puse (yo, que nunca había hecho esto antes, que no me creía capaz de escribir frases con sentido) y ya llevo dos meses escribiendo un diario que releo a menudo. No es exactamente un diario, eso también es cierto. Me limito a dejar que las ideas surjan casi al azar de mi cabeza. Y las dejo reposar una semana (nunca menos de una semana) para que al releerlas me sorprendan. O me decepcionen. O me alerten.

Creo que el médico llevaba razón y estoy mejorando. Fantasear con algo que nunca pudiste hacer en la vida real es una manera de conjurarlo, una catarsis en su sentido original, tal y como decía Aristóteles.

Por eso la semana pasada maté a mi profesor de catequesis. Apreté su cuello hasta que dejó de respirar, como si no importara tener doce años y las manos pequeñas y frágiles, como si de repente hubieran crecido, se hubieran endurecido y llenado de callos, las manos rasposas de un hombre habituado al trabajo físico anudándose alrededor del cuello blanco y algo flácido de aquel cabrón melifluo y delicado. Me gustaba apretar y notar como la sangre dejaba de latir bajo mi fuerza, notar como aquel hombre dejaba de debatirse contra lo inevitable y ver sus ojos inyectados de sangre horrorizados por una muerte sin confesión (ya inservible el comodín del arrepentimiento católico) ahora que comprendía que no habría una segunda oportunidad, ahora que comprendía que aquello que nos había hecho no iba a quedar sin castigo.

Dejó de debatirse en cinco minutos. Los mejores cinco minutos de mi vida.

Creo que el médico llevaba razón y estoy mejorando.

lunes, diciembre 11, 2006

Citas

Leo En ningún paraíso de Diego Doncel. Un buen libro de versos que, como mucha otra poesía, es triste y deprimente. Algo que no acabo de entender. ¿Aún no se han cansado los poetas de mirar con mejores ojos la depresión que la plenitud?.
Pero, al final, ahí escondida, encuentro una cita que me gusta tanto como para traerla aquí, una cita que parece contradecir el sentido de lo que acabo de leer.

"Yo no tengo personalidad, solo soy un hombre nervioso".
Joseph Brodsky.

El humor me desarma. No puedo evitarlo.

domingo, diciembre 10, 2006

Necrológica III. Chile (por fin)

El dictador chileno, Augusto Pinochet, ha muerto. Fue responsable de la desaparición de 30.000 de sus compatriotas (arrojados al mar vivos y bendecidos, torturados hasta la muerte, fusilados) y también de la operación Cóndor, la siniestra alianza entre dictaduras latinoamericanas, por lo que en Chile se ha abierto una nueva sima, que conduce directamente al infierno y que está empedrada de cráneos.

No sé si alegrarse de la muerte de un hijo de puta me convierte en alguien sin corazón. Pero me alegro y me da igual. Un hijo de puta menos en el mundo.

Ahora, señora enlutada, a por los demás. No será por falta de trabajo, no.