jueves, octubre 29, 2009

Sentado

Estoy sentado mirando al techo, intentando no pensar en nada, intentando vaciar mi cabeza de ruido de fondo, intentando ser un hombre sentado en una silla y, no sé por qué, he comenzado a pensar en la radiación de fondo del universo que desde el big-bang lo impregna todo, una radiación de microondas con una frecuencia de 160,2 GHz que muchos cosmólogos consideran una prueba de que el universo (al menos, este universo) comenzó con una gigantesca explosión en la que surgió no solo el espacio, sino también el tiempo y por eso no tiene sentido preguntarse ¿qué había antes? Y aún así, el tiempo es un misterio, no entendemos nada, como le comentaba ayer a una amiga, el presente no existe, en realidad es el futuro convirtiéndose en pasado, esa delgadísima línea que, al igual que ocurre con la materia, si se observa con demasiado detalle, deja de existir. Y más tarde comenzamos a hablar de que el destino no existe tampoco porque, según los principios de la física el pasado no existe hasta que sucede, por lo que recordar los momentos fundamentales de nuestra vida, los momentos en los que hicimos algo que pensamos nos cambió la vida para siempre (aquella vez que nos contrataron en la empresa en la que todavía trabajamos, aquel momento en el que tomamos la decisión de estudiar una carrera y no otra, empezar a trabajar en una cosa y no en otra, besar a una mujer y no a otra), todos aquellos instantes que parecen nodos en los que confluían muchos posibles destinos, abiertos y que se nos aparecen como hitos del camino de nuestra existencia no son tales, y no son tales precisamente porque toda nuestra existencia es así, caminamos todos los días afrontando el tiempo de esa manera, no sabemos si permanecer un segundo más en el cuarto de baño puede evitarnos que la bomba que ha puesto un empleado descontento nos explote en las narices, si mirar a la izquierda o a la derecha en el paso de cebra nos salvó la vida alguna vez, si hemos estado tan cerca de la muerte sin saberlo que un mínimo cambio hubiera provocado que ahora miráramos al techo con las piernas paralizadas (pobre chico que no vio venir al coche cuando se le echó encima) porque todas esas cosas son solo posibilidades que nunca se realizaron y que, por tanto, nunca existieron realmente , así es como vivimos constantemente sin advertirlo, desechando infinitas probabilidades no realizadas, de ahí que cuando las cosas ya han sucedido y, por tanto, han dejado de existir excepto en nuestro recuerdo, sea cuando buscamos y encontramos esos momentos que parecen brillar allá en la lejanía de nuestro pasado, con una luz especial que, como espero haber dejado claro, solo existe en nuestra cabeza.

Y en ese momento entró alguien en la cocina y, tras escuchar una parte de nuestra conversación, se nos quedó mirando como a un grupo de locos. Y, quién sabe, tal vez llevara razón.

miércoles, octubre 28, 2009

Madrid VI

Salí a dar una vuelta por el barrio, viendo los negocios de los chinos, las tiendas de ropa de segunda mano, los laboratorios de impresión fotográfica, los carteles de colores chillones, la pequeña relojería, medio escondida entre dos negocios mayores, en la que puede cambiarse la pila de cualquier reloj fabricado por el hombre, y bajé hacia la plaza, cuesta abajo, prestando atención también a Casa Nieva, restaurante de comida casera y ganador anual de todos y cada uno de los concursos convocados por el ayuntamiento en las fiestas, y entonces, por uno de esos extraños viajes a los que nos tiene acostumbrado el pensamiento, por una de esas conexiones aparentemente azarosas que ponen en marcha el mecanismo del recuerdo, que ponen en funcionamiento un circuito cerebral en concreto y no otro, comencé a recordar un tiempo en el que estaba solo, un tiempo que había casi desaparecido de mi cabeza, los tres primeros meses en los que estuve viviendo en una ciudad en la que no conocía a nadie excepto a mi ex novia, a mi ex novia y a su nuevo novio, claro, y el caso es que no sé por qué, ni tampoco creo que nadie pueda saberlo nunca, recordé la sensación de soledad y abandono que sufría a diario aquellos meses cuando me levantaba en mi pequeña habitación alquilada cerca de un horno de pan, en un barrio bastante retirado de la universidad, la pequeña habitación con una mesa construida con dos caballetes y una tabla, donde mi flamante 386 relucía, un poco arcaico ya, aunque él no lo supiera, con su color crema, su color de equipamiento de oficina, en aquella habitación demasiado pequeña, hecha de mala manera con unos paneles de conglomerado que la separaban del salón, y también recordé que mis compañeros eran un poco raros y uno de ellos solo comía por entonces pavo y proteinas porque era culturista y estaba obsesionado con perder la delgada capa de grasa que recubría sus músculos, obsesionado porque se marcaran sus venas, debido a que tenía una competición el fin de semana, una competición en la que siempre perdía de tres a cuatro kilos porque, a pesar de que no lo parece en absoluto, el culturismo es un deporte que exige mucho cuando se practica de forma casi profesional, según me decía, y recordé levantarme en la estrecha cama en la que dormía, recordé con perfecta claridad haber pensado: ¿pero yo qué coño estoy haciendo aquí?, sin saber realmente que lo que estaba haciendo es lo que se hace siempre, vivir y dejar que las cosas te sucedan, conocer gente, estudiar materias que por entonces tampoco me parecían muy difíciles, quedar con alguno de los nuevos amigos para tomar unas cañas y descubrir poco a poco que la vida que pensabas que no era para ti, que la vida de abandono que te asaltaba todas las mañanas, se había convertido en otra cosa, en otra cosa mejor que no dejó de mejorar durante los siguientes años hasta que se produjo una rotura, un rasgado, pero esa es otra historia y, como iba diciendo, esa sensación de aplastamiento por la soledad se me quedó anudada en el estómago casi todo el paseo, sin saber muy bien de dónde había salido, a pesar del río de coches, de las luces verdes de los taxis, del minúsculo río de mi ciudad al fondo, separando la parte antigua de la parte moderna, de los restaurantes con decorador de interiores, de los bares con caracoles y oreja, de los jóvenes alternativos, de las mujeres mayores que paseaban sin prisa, haciéndose compañía, tal vez sabiendo que, sea lo que sea lo que hagamos en la vida es mejor tener con quién compartirlo, y entonces miré al cielo y vi el azul brillante, luminoso, con la capa de suciedad que cubre la ciudad como un hongo atómico y pensé que no sabía por qué había recordado aquella sensación en concreto pero que tampoco tenía demasiada importancia. Como casi todo lo demás.

lunes, octubre 26, 2009

Código (adelanto)

El tiempo es un tiempo futuro, indeterminado, en el que existen colonias humanas en planetas extrasolares. El color es azulado, como un videoclip de los años noventa del siglo XX, antes de que el verde fluorescente marca Matrix inundara la televisión. La imagen, la de un hombre esperando nervioso una entrevista. En ella el hombre respira conscientemente, intentando controlar su miedo, mientras espera que lo llamen. Tiene algo sucio en su pasado y sabe que esta es su última oportunidad. Tal vez hasta le quiten la casa. Tal vez hasta tenga que vivir fuera de las murallas de la ciudad, en los arrabales.

viernes, octubre 23, 2009

Bolos

Cuando hablo de mujeres con los compañeros del equipo de bolos, ellos siempre se quejan de que acostarse año tras año con la misma mujer es aburrido. Quieren a sus esposas pero echan de menos la variedad. Entonces, yo siempre sonrío y les explico que tuve la suerte de casarme con Mística, que se enamoró de mí tras abandonar su carrera de adversaria de la Patrulla X.

miércoles, octubre 21, 2009

Regreso

Veámonos salir de un garito lleno de humo (como si fuéramos directores de cine y toda nuestra vida, nuestra miserable vida, solo fuera una secuencia de planos que antes alguien ha dibujado en un story board). Observémonos mientras caminamos de forma vacilante, los ojos enrojecidos por el humo, los miembros débiles por el alcohol (pero sin hacer eses, somos bebedores con dignidad). En la calle, un mendigo hablará en sueños mientras se mueve nervioso bajo las mantas. Su aliento formará una nubecilla de vaho alrededor de su boca y dirá: no, por favor, no, no lo hagas, no te lo lleves. Nosotros (es decir, las pequeñas personas que pueden verse allá abajo) observaremos al mendigo y decidiremos que eso que el mendigo no quiere que se lleven debe de ser su hijo, por ejemplo, y que la soledad que sobrevino a esa separación, contribuyó, junto con sus problemas con el alcohol, a que acabara así, durmiendo entre mantas regaladas, y gimiendo en sueños mientras nosotros (allá abajo, ¿lo ven?, pequeños como hormigas) lo observaremos y pensaremos en cómo será la vida a la intemperie. Al llegar a casa (aquí el plano es algo más complicado: un zoom desde arriba que pasa a través de los tejados y de las dos últimas plantas del edificio y que por último se desplaza lateralmente para enfocarnos abriendo la puerta sin vacilación) nos desvestiremos, nos lavaremos los dientes y nos meteremos en la cama (plano secuencia). En esa cama ya estará durmiendo una mujer (primer plano). La mujer dirá: ¿te has divertido? Y nosotros contestaremos que sí. La mujer dirá: ¿otra vez borracho? Y nosotros diremos: no mujer, solo he tomado un par de copas, a lo que la mujer responderá poniendo cara de fastidio, dándose la vuelta en la cama y diciendo: que sepas que otra vez he tenido que decirle a Daniel que su padre no podía leerle el cuento porque se había quedado trabajando en la oficina. Un día de estos me voy a hartar, te lo digo en serio.

(Fundido a blanco)

miércoles, octubre 14, 2009

Centro

Yo sé quién soy, respondió Don Quijote, y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los doce Pares de Francia, y aun todos los Nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías.
Miguel de Cervantes, Don Quijote, I, Cap V.

Hallelujah
Rodrigo Fresán en Vidas de Santos citando a Jeff Buckley que, a su vez, versiona a Leonard Cohen


Te montaste en el metro en La Latina y un día después estabas en una playa italiana, en un pueblo medieval en el que los bajos de las casas del XVI estaban cubiertos de algas verdes. Seguiste moviéndote, acumulando paisajes y canciones en la cabeza en aquella zona del Mediterráneo. Tomaste algunas notas y, como un vector, como alguien consciente de la dirección que debe llevar, te encaminaste hacia delante, hacia abajo, hacia el párrafo siguiente.

Aquí. Ahora sucede. El momento de la separación, justo aquí. Aquí hay que fijar la mira telescópica de este cuento. Este es el centro exacto sobre el que confluyen todas las líneas. El baricentro y el ortocentro de esta página, el lugar sobre el que podría arrugarse este cuento de forma simétrica, el vértice del cucurucho que podríamos construir con él, o si se prefiere, su sumidero, su cráter. Es aquí. Fíjense. Alguien dice: «Adiós, mi amor. Han sido unos días maravillosos, nunca los olvidaré. A ver si puedo ir a verte pronto». Y alguien contesta: «Adiós, mi amor. Es cierto que han sido unos días maravillosos, pero yo no diría que no he de olvidarlos. La memoria funciona de manera rara, ¿no te parece? Me gustaría mucho que esto no se acabara, que pudiéramos darnos una prórroga, aunque fuera de un solo día». Y alguien dice: «Ya no somos niños. Sabes que no puede ser». Y alguien contesta: «Sí, es cierto. Así son las cosas». Entonces el tiempo hace zuuuum y se concentra en un único punto (ortocentro, baricentro, sumidero y cráter) y todo, absolutamente todo, cambia para siempre, cambia la superficie, cambia la distancia y también cambian el antes y el después, para siempre. Todo. Está escrito. En este momento, en este ahora no hay pasado ni hay futuro. En este ahora lo que hay es tristeza convirtiéndose en nostalgia a la velocidad de la luz. En este ahora lo que queda es una huella, un recuerdo, la vibración del aire alrededor del objeto que acaba de partir a toda velocidad. Nada más.

Tomaste algunas notas y, como un vector, como alguien consciente de la dirección que debe llevar, te encaminaste hacia atrás, hacia arriba, hacia el párrafo anterior. Habías seguido moviéndote, acumulando paisajes y canciones en la cabeza en aquella zona del Mediterráneo. Te habías montado en el subte en Corrientes y una semana después estabas en una playa italiana, en un pueblo medieval en el que los bajos de las casas del XVI estaban cubiertos de algas verdes.

jueves, octubre 08, 2009

Sapo II

Érase una vez un rey que gobernaba con mano sabia en un reino lejano. Un buen día, paseando por sus dominios, se perdió en un bosque que nunca había frecuentado (el rey tenía tantas tierras que aunque intentaba conocerlas todas, había grandes extensiones de su reino que nunca había visitado y que solo conocía por los periódicos) y encontró un sapo.
Enternecido, recordando la de veces que había ordenado a su ama de cría que leyera cuentos tradicionales a sus hijos por la noche, lo besó, sin pensar mucho en lo que hacía. Como suele ser habitual, el sapo se convirtió en un príncipe, que, como suele ser habitual también, cayó rendidamente enamorado del rey (las instrucciones para el manejo de sapos mágicos advierten claramente que una vez devueltos a su forma original, los príncipes encantados se comportan como las crías de las ocas, esto es, que se van detrás del primer ser vivo que ven).
Al principio, el rey pensó que tener a un joven bello, rubio y de ojos azules enamorado de él y que lo seguía a todas partes suponía un problema para su reino, es más, un problema político, los de peor resolución, pero, poco a poco, comenzó a contemplarse con los ojos de él y a gustarse más y más. El rey perdió peso, volvió a frecuentar las partidas de caza largo tiempo abandonadas, se hizo nuevas ropas y se compró un caballo andaluz de porte elegante. Extrañados por un comportamiento tan poco regio (tan común, sin embargo, en directores, gerentes y empresarios cerca de la cincuentena), la reina y los infantes comenzaron a sospechar del nuevo amigo del rey, que tanto frecuentaba palacio en los últimos tiempos y en una comida familiar, le exigieron explicaciones. Para su sorpresa, el rey les confesó que se había enamorado, que el bello príncipe le había hecho sentir joven de nuevo, que sentía que su vida se escapaba y que, debían entenderlo, tal vez fuera la última oportunidad de ser realmente feliz que se le ofrecería.
Hubo gritos, sonido de vidrio al estrellarse contra el suelo, conciliábulos de miembros de la familia real, dispuestos a declarar incapaz a un rey presa de sus bajos instintos, manifestaciones a favor y en contra, toma de posición política en los principales medios de comunicación, editoriales supuestamente sutiles que pedían la abdicación del monarca, comparecencias en programas rosas de televisión, en fin, lo habitual. Y tras todo ello, la vida continuó.
El tiempo pasó y el bello príncipe siguió viviendo en palacio. Además, como tenía tan buen corazón acabó por ganarse el favor de la familia real: el príncipe mayor encontró a un buen amigo, siempre presto a compartir unas cervezas y unos comentarios procaces sobre el culo de las doncellas de palacio; la princesa mayor encontró el modelo de hombre que buscaría sin descanso y sin éxito el resto de su vida y también la imagen erótica capaz de excitarla cuando se acariciaba; la reina encontró a un confidente, listo para escuchar su larga lista de quejas y para dar consejos muy bien meditados; hasta la reina madre rejuveneció gracias a los piropos que el bello príncipe le dirigía.
Las cosas no podían ir mejor para la familia real: la gente nadaba en la abundancia, la paz se enseñoreaba por todo el reino, las monarquías rivales envidiaban la inmensa suerte que había tenido el rey al besar aquel repugnante sapo, los periódicos dedicaban sesudos análisis a la buena influencia que el bello príncipe había provocado sobre la política del país. La gente lo amaba. La gente era feliz.

Y sí, hoy ha aparecido el bello príncipe muerto en la cama de la hija. Envenenado. La muerte preferida de los reyes y de los príncipes.

Es lo que suele suceder en este tipo de cuentos.

lunes, octubre 05, 2009

Blanco

Ayer me quedé en blanco, sin saber qué hacer, sin ser capaz de ejecutar los pasos, aprendidos hace tanto tiempo, sin voluntad para hacer lo que era necesario. Menos mal que mi compañero me dio un empujón, me zarandeó y me dijo: vamos hombre, que parece que te ha dado un vahído y yo contesté ehh, sí, sí, llevas razón y conseguí reaccionar y ayudé a inmovilizar al hombre y a tranquilizarlo tras ponerle un calmante. Ya en la ambulancia, con los signos vitales del paciente estabilizados y la herida de arma blanca contenida —la venda blanca volviéndose roja poco a poco, la venda blanca siendo inundada progresivamente por la sangre—, comencé a reflexionar sobre lo que me había sucedido, sobre el hecho de haberme quedado en blanco en un momento en el que era necesario ser resolutivo, ser capaz, hacerse cargo de la situación. No encontré explicación alguna y, de hecho, continúo preocupado por ello: temo que se repita el episodio, temo volver a quedarme como un muñeco sin voluntad en un momento en el que, precisamente, esa voluntad sea necesaria.

Hoy, por desgracia, me he visto en una situación muy parecida. De nuevo un hombre yacía en el suelo malherido, con una herida en el abdomen —la sangre espesa acumulándose en el pequeño charco bajo su cuerpo, la mancha ampliándose de forma imperceptible—, de nuevo el hombre era gordo, calvo y sin barba y de nuevo mi compañero me ha mirado con cara de preocupación tras zarandearme para hacerme volver en mí. En la ambulancia, con el hombre evolucionando favorablemente otra vez, he pensado que mis temores de ayer se habían cumplido, que me he vuelto a ver despojado de la voluntad en un momento crítico. Además, sea lo que sea lo que me sucede, parece estar complicándose: al intentar recordar a qué hora había llegado a trabajar, dónde había aparcado el coche, qué había desayunado o si había dormido en mi casa, no he sabido responderme, a pesar de llevar la ropa limpia y la cara sin rastro de barba.

Le he contado lo que me está sucediendo a Andrés, mi compañero, y él me ha tomado el pulso, me ha hecho algunas preguntas y me ha recomendado que vaya a ver a un médico amigo suyo. Le he contestado que eso haré, que no creo que sea para tanto y, sin embargo, tengo la sensación de olvidar algo fundamental. Por más que lo intento no consigo recordarlo, pero siento en los huesos que es de tremenda importancia.

Todo el día llevo intentándolo sin conseguirlo. Y no dejo de pensar en la imagen de los dos hombres gordos, calvos y sin barba, tan parecidos, perdiendo sangre sobre el asfalto, con una puñalada en un sitio que, si bien puede complicarse, parece hecha por alguien que no pretendía matarlos, que pretendía concederles el suficiente tiempo para que los sanitarios llegaran a tiempo y pudieran hacer su trabajo, tan encomiable y alabado por todos.

jueves, octubre 01, 2009

Reivindicación

Telón
Cae sobre tres mujeres, dos rubias y una morena, las tres atractivas, las tres encantadoras, las tres con los ojos llorosos y con el agobio, la vergüenza, la ira, la rabia y el miedo formando pequeños cristales en sus estómagos.

Escena 1
Una mujer queda con un hombre que no conoce, sale con él una vez y, aunque se divierte, nota en él algo que no le gusta, un brillo extraño en los ojos, algún detalle más que suficiente para olvidarlo todo, para dejarlo correr, para no intentarlo una segunda vez. El hombre responde llamándola veinte veces al día y enviándole un mensaje en el que la insulta diciéndole puta, diciéndole que se va a morir sola por puta.

Escena 2
Una mujer recibe sorprendida un correo electrónico en el que uno de los colegas con los que lleva tomando café más de siete años, le dice que la espera, le dice que piensa en ella, que siempre la tiene presente. Envía una respuesta en la que pretende deshacer un malentendido que no es tal. Un año después, el hombre continúa enviando correos, continúa diciéndole que se acuerda de ella cuando ve caer la lluvia, continúa con los mensajes al móvil a las nueve de la mañana del domingo, mientras su hija pequeña juega con él en la cama y su mujer reciente hace el café.

Escena 3
Una mujer sale de un cuarto de baño con el miedo en la cara y tal estado de nerviosismo que abandona a toda prisa la fiesta de inauguración en la que lo está pasándolo tan bien. Uno de sus amigos, no muy cercano pero sí conocido y, sobre todo, íntimo de una gran amiga, se ha colado en el cuarto de baño, le ha cerrado la puerta, le ha metido la lengua en la boca y la ha sobado. Al día siguiente, el hombre intenta no recordar nada cuando besa a su mujer, tan vital y encantadora, y revuelve el pelo de su hijo.

Coda
Tal vez solo se trate de que el paso del tiempo nos ofrezca más oportunidades de comprobar que todo el mundo comete una maldad alguna vez en la vida o, mucho peor, de comprobar la verdadera naturaleza de la gente. Tal vez.
Pero quiero dejar algo claro. No todos somos así. Conozco a muchísimos hombres que no son así, que no querrían ser así ni por todo el poder, el sexo o el dinero del mundo.
No significa no. Y no hay que darle más vueltas.