Si recoges un gorrión herido entre las manos y notas su calor, puedes reconciliarte con la vida, con el mundo, o puedes pensar en lo fácil que sería quebrar sus huesecillos y reducir a una masa informe esa materia altamente organizada.
Este que escribe, y que soy yo pero no soy yo, como siempre que se juntan palabras en un papel, normalmente piensa en lo segundo, piensa en la fragilidad despojada de las cosas, en lo extraño que resulta estar aquí, así que escribiría algo como: “Encontré un gorrión. Tenía frío y estaba herido. Parecía hinchado porque había ahuecado las plumas. Podía sentir su calor, un pequeño foco de calor entre mis manos heladas, pero para alguien como yo, ese calor era el símbolo de lo que nunca podría tener. Al aplastarlo crujió entre mis manos como las astillas bajo el martillo.”
Pero en realidad, este que escribe, y que sigue siendo yo pero sigue sin serlo, querría más bien contar: “Encontré un gorrión herido y me lo llevé a casa. No sé qué me impulsó a cuidarlo y a alimentarlo con pan y leche. No parecía tener nada roto porque al cabo de una semana sus pequeños chillidos me recibían al llegar. Hasta que uno de aquellos días se fue. Yo siempre le dejaba la ventana abierta para que volara cuando le apeteciera. Y eso hizo. Ahora, siempre que miro al cielo hay un pequeño pájaro que me mira. Tengo la impresión de que se preocupa por mí. Me hace sentir mucho mejor: acompañado. Ya no estoy tan solo, y si hubiera sabido que aquel gesto mínimo era suficiente para notar esta calidez en el pecho, hubiera hecho algo así mucho antes. Es algo mágico, la verdad. No tengo otra manera de describirlo”.
Creo que debería psicoanalizarme.
Cuando consiga averiguar cuál de los dos tiene que ir a la consulta, claro.
3 comentarios:
Realmente muy buen relato. Me encanta como escribes. Felicidades.
Gracias, anónimo
Un saludo,
Xavie
Sólo he empezado a leerte y con este relato es suficiente para tener ganas de seguir...leyendo
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