martes, abril 12, 2011

Martes

Ahora que los martes tienen esa cualidad de lunes, repito una rutina diaria que se retuerce sobre sí misma, extraña y compartida. Si no fuera porque sabemos que el tiempo no transcurre sino que está imbricado con el universo (y no me cansaré de repetirlo, no), si no fuera porque hemos vivido otras épocas en las que un lunes era tan parecido al siguiente que ambos parecían indistinguibles para un observador situado a suficiente distancia, si no fuera porque sé que esa falsa ilusión de continuidad puede quebrarse sin esfuerzo, producto de una grieta minúscula que se va agrandando con el tiempo o de un golpe contra el suelo que deja nuestra casa hecha una mierda, si no fuera, a fin de cuentas, por el tiempo que ha pasado ya y que poco a poco encorva mis hombros, y por lo vivido hace tanto ya, hace tanto, diría que estoy bien.
Sé que el cambio es lo único que permanece. Pero ¿y qué?, ¿a quién le interesa seguir siendo el mismo?

jueves, abril 07, 2011

Primavera

Dice Carlos Marzal:

Cuatro gotas de aceite
sobre un trozo eremita de pan blanco,
o sobre el obsequioso corazón
de un tomate maduro en sacrificio,
nos aleccionan con su desnudez,
con su absoluta falta de consejo.

La belleza del mundo es tan frecuente,
tan desinteresada de sí misma,
que hasta se desvanece en certidumbre,
y acaba por nublarse a nuestros ojos.

Por eso es un pecado
de extrema ingratitud no dar las gracias
en alto con la voz del pensamiento
y con la muda fe de los sentidos.
En la desposesión está la esencia,
en la simplicidad, lo permanente.

Para ungir con lo bello nuestra carne
hay que buscar lo bello en donde ha estado
despierto en claridad desde el principio.

El hecho de verter las cuatro gotas,
cuatro lágrimas densas de oro humilde,
sobre las migas cándidas, supone
un acto elemental
contra la ruina
una rúbrica más
contra la muerte.

Y yo no digo nada. Yo digo que es primavera. Yo digo que hace buen tiempo. Yo digo que toda la ciudad parece desperezarse. Y que estoy contento. Que ya es bastante.

lunes, abril 04, 2011

Americana

Yo le preguntaba al cielo, sin disimular el miedo, ¿cómo voy a vivir cuando te canses de mí?, ¿cómo voy a vivir cuando te canses de mí?
Nacho Vegas


Mama, mama, talk to your daugther for me.
John Lee Hooker


Basta una llamada telefónica para que el tiempo haga una curva, un meandro, un extraño y, de repente, seamos capaces de recuperar la idea que teníamos de nosotros hace cuatro o cinco o diez años, seamos capaces de recordarnos y ese que ya no somos nosotros, pero que lo sigue siendo, nos habite, nos posea y se permita pensar por nosotros durante un rato.

Ese extraño que éramos dice algo como: es cierto, ha pasado mucho tiempo, o algo como: sí, lo recuerdo, fueron buenos tiempos, o algo como: no tengo ni la más remota idea, y durante el tiempo que dura la llamada, durante el tiempo que nos vemos asaltados por el otro que éramos pero que ya no somos, por ese intruso temporal, vemos las cosas exactamente como si el tiempo que ha transcurrido entre él y nosotros no hubiera pasado, como si nunca hubiera existido.

Y tal vez no lo haya hecho y sigamos allí de algún modo, en aquella ciudad, con aquel trabajo que era nuestro primer trabajo, en el que creían que nos quedaba por delante un futuro brillante de chalet y parejita y armanis. Puedes creer por un momento que te acabas de despertar de un sueño extraño que te proyectaba hacia un futuro que no era el tuyo, un futuro incierto en otra ciudad, más grande, más llena, más estimulante y más cruel. O puede que sí y seamos otros y estemos viviendo una vida que no nos habíamos atrevido a intuir pero que siempre permaneció con nosotros como un anhelo secreto que acabó haciéndose realidad y forzó una curva, una marcha atrás, un salto a ciegas. Puede que seamos muy conscientes de cómo hemos cambiado y además estemos orgullosos de ello y nos sintamos más a gusto en nuestra piel ahora que entonces.

En realidad no tiene importancia si seguimos allí o estamos aquí porque durante el intervalo en el que te ves poseído por el que fuiste, eres el que fuiste. Y espacio y tiempo tienen poco que ver con eso. Aquí, allí, entonces, ahora. En realidad tampoco somos los mismos de ayer ni de anteayer y no por eso pensamos ser personas diferentes a cada instante, la ilusión de continuidad es básica en la construcción de la identidad, yo soy yo en la medida que me puedo recordar siéndolo.

Un viejo amigo, una ex esposa, una antigua amante y el que eras entonces se apodera de ti aunque no quieras y a pesar de que trates de evitarlo aparece ante ti un abismo, el del tiempo desaparecido para el otro, ese tiempo en el que has crecido, amado, penado a solas, convirtiéndote en el que eres, que no es exactamente el que fuiste, ese que ahora te utiliza como si fueras un muñeco de ventrílocuo, ese que habla desde un tiempo ido. Allá a lo lejos, haciendo señales con los brazos al otro lado del precipicio. Ya no soy ese y no tengo manera de explicártelo porque mientras me he estado convirtiendo en otro, tú no estabas. Y no puedes evitar sentir un escalofrío cuando ese intruso, ese que eras, se pone tu cuerpo como si te estuviera probando una americana.


Resulta tan extraño mirarnos como si fuéramos los protagonistas de un guión cinematográfico, como si fuéramos los protagonistas de una historia con planteamiento, nudo y desenlace.


La historia de nuestra vida no es nuestra vida. La historia de nuestra vida solo es una historia más.

viernes, abril 01, 2011

Lesbiana

Tengo pinta de lesbiana desde los trece años. Tuvieron que pasar tres más hasta que mi madre se atrevió a preguntarme si me gustaban las chicas. Le dije que no, que siempre me habían gustado los chicos y que el pelo corto, los pantalones y los juegos de niños que siempre había preferido se debían a que tengo dos hermanos mayores. Además, prefiero la compañía de los hombres, mejor el trato directo del que hacen gala a la falsa untuosidad de algunas mujeres.
Durante mucho tiempo no gusté ni a unos ni a otras. También tuve que rechazar muchas proposiciones de mujeres durante mi primera juventud. Pero nunca he estado con ninguna mujer y nunca estaré con ninguna. No me gustan sexualmente. Me sé la teoría, preferida por la mayoría de mis amigas lesbianas, de que todos somos bisexuales, especialmente las chicas. Yo no. Mi amiga Rita tampoco. Me ponen los tíos. Bueno, tal vez debiera decir que me ponen algunos tíos. En esto no creo ser diferente de otras mujeres, la verdad.
Lo que sí creo es que hay muchas mujeres que acaban teniendo una relación con otra mujer porque están más acostumbradas que los hombres a la intimidad física y, en muchas ocasiones, necesitan una amistad verdadera aunque ello suponga mantener relaciones sexuales. Me parece bien, que conste, no tengo nada que decir al respecto, solo que yo no soy así.
No me gustan las etiquetas, no creo que se pueda caracterizar a nadie por sus preferencias sexuales, ni creo en los estereotipos, pero a mí no me gustan las chicas. Creo que ya lo he dicho.
La mayoría de los hombres a los que gusto no se atreve a intentarlo, tal vez se deba a que se sienten cohibidos o a que tengo pinta de borde, qué se yo. Podría transigir e intentar ampliar mi público pero la verdad es que la mayoría de los hombres son gilipollas, así que, como comprenderéis, tampoco me merece la pena el esfuerzo, algo que no acabo de comprender de muchas de las de mi sexo. Critican sin piedad a los hombres, como un todo, y pierden gran parte de su tiempo intentando agradarles.
A los mismos idiotas que se comportan como adolescentes eternos, a los mismos niños que presumen en público de conquistas, a los mismos machos llenos de inseguridad que no se atreven a reconocer que todos nososotros buscamos lo mismo cuando nos vamos con alguien a la cama por primera (y tal vez única) vez: que nos quieran un poco, que nos acompañen un rato, que el consuelo de la carne acalle por un momento el ruido de fondo que amenaza con anegarlo todo.

No sé a vosotros. A mí todo esto me parece bastante simple. No sé porque tengo que estar explicándolo siempre.