viernes, noviembre 02, 2007

Ray

Si prestaba la suficiente atención y cerraba los ojos podía oír el sonido que hacían las lombrices excavando la tierra. No se lo había dicho a nadie, claro. Desde la última vez no hablaba mucho de las secuelas porque, tal y como había notado, la gente empezaba a mirarlo con temor. Como si fuera alguien que hubiera escuchado la palabra divina, como a un iluminado o a un elegido. Y eso a él no le gustaba nada. Hubiera preferido no verse señalado, no verse destacado entre sus vecinos. El hubiera querido seguir siendo un hombre anónimo, un vecino normal de los que saludan por la mañana y procura llevarse bien con sus paisanos. Pero el azar o el destino o lo que quiera que se encargue de elegir las víctimas de las desgracias lo había señalado a él.

En el pueblo había mucha gente como él (Ray Sullivan, encantado señor) con el pelo cano y las manos callosas y duras por el trabajo, con la misma cara de intemperie. Para algo era guarda forestal. Pero no conocía a nadie que hubiera sobrevivido a siete rayos. No creía que hubiera nadie más en el mundo que pudiera decir lo mismo, que hubiera tenido esa suerte. Siete rayos y ni un rasguño, tan sólo esa capacidad auditiva por encima de lo normal.

Claro que cuando oyó a su hija concertar una cita secreta con una chica gay neoyorquina recien llegada al pueblo y a su mejor amigo alardear de haberse acostado con su mujer (Dios la tenga en su gloria) veinte años antes, empezó a preguntarse si haber sobrevivido al último rayo era realmente una suerte.

No hay comentarios: