jueves, agosto 16, 2007

Tacones

No estaba preparado para ello y probablemente sigo sin estarlo. Estaba acostumbrado a tratar con mujeres que, de alguna manera que siempre me ha resultado incomprensible, aceptaban que fuera yo quien les dijera qué hacer y cómo hacerlo. Me gustaban las mujeres que estaban dispuestas a complacerme aunque eso les doliera. De hecho, mi satisfacción dependía en gran medida de ese dolor. Y juro que a ellas les gustaba. O al menos no me decían lo contrario.
Pero sus tacones resonaron en mi tienda un día y sus caderas se convirtieron en mi única obsesión. Sus caderas, sus piernas, su piel y su cuerpo. Sólo quiero morder su nuca. Sólo quiero bebérmela. Todos los días que me quedan seré suyo y podrá hacer conmigo lo que quiera: utilizarme, despreciarme, traicionarme y abofetearme si le apetece. Yo sólo quiero tener el privilegio de poder ofrendarle mi cuerpo y mi sangre. Desde que la olí, sé cuál es mi destino y mi misión en la vida: ser su esclavo.

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