Aquellas fotografías no tenían nada en especial. En ellas varios grupos de personas aparecían retratados haciendo cosas comunes. Sin embargo, algunos detalles llamaban la atención y me hicieron fijarme un poco. En primer lugar, todos los retratados vestían uniforme; en segundo lugar, era el uniforme alemán de la segunda guerra mundial.
El tiempo detenido en esas escenas tan corrientes me hizo sonreir a pesar de que los protagonistas fueran alemanes. Afortunadamente, perdieron la guerra, y aunque setenta años pidiendo perdón no sean suficientes -ni lo serían doscientos ni el perdón pueda arreglar nada-, les honra haber estado dispuestos a cargar con esa culpa. Entonces era entonces y hoy es hoy.
Amables escenas de gente sonriendo confiada a la cámara, con señoritas intercambiando confidencias; grupos escuchando con arrobo la música del acordeón, una fila de tumbonas en las que dormitan hombres y mujeres tapados con mantas a cuadros, un oficial con aspecto marcial, humanizado instantáneamente al ser capturado decorando un árbol de Navidad.
Pero la inscripción del álbum era: Auschwitz, 21-06-1944. Las fotografías, amables hasta un instante antes de conocer ese dato, humanizadoras del ejército perdedor, confirmadoras de que nadie sabe qué podría llegar a hacer en una situación extrema como una guerra son, en realidad, las alegres fotografías privadas del álbum de un verdugo. Un verdugo que estuvo en Auschwitz justo cuando el campo se hallaba en su máximo pico de producción de gases y cenizas.
Ah, esos confiados y alegres muchachos.
Fotografías
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