viernes, agosto 17, 2007

Maldición

Leo en un artículo de Carlos Montemayor que los griegos creían que la Vejez era hija de la Noche y que participaba del bien y del mal como el resto de sus hermanos: por un lado, la bondad de una larga vida; por otro, el debilitamiento atroz que consume. Y que esta ambivalencia de la vejez, la paradoja que siempre ha perseguido a los mortales la ejemplificaron los antiguos con dos historias: la de Titonos y la de la Sibila de Cumas.

Según Montemayor, la historia del primero se narra en el Himno a Afrodita, uno de los más bellos poemas del compendio conocido como Himnos Homéricos. Ahí Afrodita ilustra con el amor de la Aurora el terror que por la vejez sienten los inmortales. La Aurora se enamoró perdidamente del apuesto Titonos y por ello le rogó a Zeus que lo hiciera inmortal. El dios accedió a la súplica, pero la diosa olvidó pedir también para él la juventud eterna. Cuando a Titonos le brotaron las primeras canas, la Aurora se alejó para siempre. Titonos fue colocado en una alcoba para que eternamente envejeciera. Con el tiempo, sólo llegó a escucharse su voz, prendida a un abismo inmortal. Un abismo infinito de tiempo en el que incluso la voz acabaría por ser algo leve y mínimo como el roce con el suelo de las hojas caídas.

Ovidio narró la historia de la Sibila de Cumas en sus Metamorfosis. El dios Apolo la cortejó en vano y la doncella no accedio a sus ruegos hasta que el dios estuvo dispuesto a concederle el deseo que ella pidiera; tendida en la playa, la doncella tomó un puñado de arena y le rogó vivir tantos años como granos de arena le mostraba en la mano. Mil años de vida, los granos de arena de su puño, le fueron concedidos. Sin embargo, emocionada por la promesa del dios, olvidó pedirle a Apolo la juventud para esos mil años de vida. Según relata Ovidio, setecientos años después Eneas la encontró y confesó melancólica, dulcemente, que aún le faltaban vivir tres siglos más, que se tornaría cada vez más pequeña, tanto que nadie la reconocería, ni siquiera el dios que llegó a amarla, y que sólo por la voz sería escuchada. El final de su historia la leemos en el Satiricón de Petronio, cuando Trimalción afirma haberla visto ya muy empequeñecida por la vejez; se hallaba dentro de una botellita que colgaba; los niños se acercaban a jugar con ella y le preguntaban "¿Qué quieres?", y ella respondía, "Quiero morir".

La vejez prepara para la muerte. Y ahora piensen en ello la próxima vez que vean a una anciana operada y sin arrugas y con los músculos faciales paralizados por el botox.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Vivir eternamente, ¡qué horror! (y sin parar de envejecer, otro horror).

¿Te imaginas estar trabajando hasta los 700 años de edad? uy, mejor ni lo pienso.

Otra cosa diferente es el bótox y demás apaños estéticos para conservarse en los 40 por saecula saeculorum... Nada como envejecer con cierta dignidad, digo yo.

Un beso muy fuerte. Cal.

La independiente dijo...

Eso pienso yo también, que los viejos que son viejos y guapos son más guapos que los viejos que intentan no parecerlo.

Un beso,

PD: Qué horror, trabajar eternamente :-D

Portarosa dijo...

Qué maravilla de historias, X. No las conocía (Las metamorfosis la dejé a la mitad, más o menos, años ha) y me han encantado.

Un abrazo.

La independiente dijo...

Me alegro que te hayan gustado las historias. Forman parte de la bibliografía que leí para un trabajo académico que versaba precisamente sobre la vejez.

Un abrazo, Porto