lunes, octubre 29, 2007

Olvido

He leído muchas veces que todos somos únicos e irrepetibles. Que ninguno de nosotros es exactamente igual a otro. Que todos tenemos una estrella en nuestro interior que luce de forma solitaria en el cielo. Lo he leído muchas veces y no me convence. Esa necesidad humana de considerarse único sólo tiene que ver que nuestra conciencia de vivir muriendo. Todos sabemos cuál es el final del camino, el mojón a partir del cual ya no habrá más derecha e izquierda, el final. Y aunque no alcanzamos el final hasta que lo hacemos, todos sabemos que está ahí y no conocemos a nadie que haya conseguido evitar lo inevitable (la vieja, la guadaña, la túnica, el miedo y el olvido).

Tal y como dice Savater en su último ensayo, lo que realmente no soportamos no es morir sino que nadie nos tenga en cuenta, que nadie se ocupe de nosotros como personas individuales, no tanto que Dios no exista como que no seamos importantes para él. ¿Qué diferencia existe entre un Dios ajeno, infinitamente lejano e inaccesible y no tener ninguno? ¿por qué existen religiones que se preocupan especialmente de los árboles genealógicos? ¿por qué sectas aparentemente desquiciadas, que hablan de naves extraterrestres que vendrán a rescatarnos, consiguen tantos adeptos? Porque ponen a los fieles en una lista. Una lista de los candidatos a ser salvados, una lista con nombres y apellidos que individualiza a cada uno de sus miembros aunque sea en un porvenir tan lejano que acabe por no suceder. No nos resignamos a fallecer (pass away, mucho más preciso en inglés), a irnos a vivir donde habite el olvido (que decía Cernuda) porque cómo es posible que el mundo vaya a seguir existiendo sin nosotros, que vemos y oímos y pensamos, y somos nosotros y no otros.

Pero el tiempo se va acumulando como los sedimentos en los meandros de los ríos y a medida que lo hace empieza a convencernos de lo contrario. Todos somos repeticiones de historias anteriores, y así la originalidad buscada de los adolescentes, las conversaciones de los jóvenes sobre su futuro profesional y sentimental, las hipotecas y los precios de los pisos, los niños y la falta de sueño, a veces las rupturas sentimentales, los colegios y la vuelta a la casa vacía son temas de conversación y preocupaciones que se repiten de una generación a otra con una precisión sorprendente. El curso del mundo no nos tiene en cuenta.

Cuando se llega a ese convencimiento, empieza a mirarse el final de otra manera. Que otros ocupen nuestro lugar no es un castigo. Es lo justo.

3 comentarios:

Portarosa dijo...

Confío en que me perdonarás una autocita, que creo le va bien a este post. Post que, por otra parte, me ha gustado mucho:

Porque nada hay más difícil de aceptar que que ese niño de la foto, que mira desde la cuna con cara de absoluta confianza, seguramente a su madre que lo llama riéndose, vaya a morirse algún día. Que ese niño, que es la imagen de la tranquilidad y de la felicidad de quienes lo rodeaban aquella tarde en aquella casa, pueda morir. Que las personas que vivieron ese momento y durante un instante fueron felices alrededor de una cuna vayan a desaparecer para siempre, y nadie recuerde aquel día ni aquella alegría.

Y, al lado de eso, ¿de qué se puede hablar?, ¿qué más se puede decir?, ¿qué otra cosa importa? Al lado de eso, todo es secundario.
Y en eso secundario pensamos sin cesar porque lo necesitamos. Lo necesitamos para aturdirnos y no entender; lo necesitamos para soportarlo todo.


Un abrazo, X.

Portarosa dijo...

Fíjate sobre todo en nadie recuerde aquel día ni aquella alegría. A mí, creo que como a ti, es lo que me parece verdaderamente terrible, tristísimo.

La independiente dijo...

No sé si es terrible o no. Es muy triste, pero no sé si terrible, Porto. Es.

Y claro que te perdonaré la autocita, está muy bien escrita, como siempre.

Creo que lo difícil es aceptar la idea de que no somos tan diferentes de los demás, de que, en realidad, tampoco es para tanto, de que nuestras preocupaciones son las mismas que las de miles de millones de personas que han vivido antes que nosotros.

El hecho de que nadie nos recuerde, de que nadie recuerde esos momentos, esa alegría, tal y como tú dices, cuando llegue el momento a nosotros nos va a dar igual.
El tema no da para muchas alegrías pero creo que una vez entiendes eso, que tampoco es para tanto, el final se sobrelleva mejor.

Y, de todas maneras, los que sois padres teneis el consuelo de la trascendencia de vuestros genes. Algo vuestro seguirá en el mundo.

Un abrazo,

PD: Y disculpen los lectores el tono del post. Los lunes, que son terribles...