La desconfianza es un gato con los ojos abiertos. La desconfianza es algo que surge primero en el píloro y que después llega al bulbo raquídeo, se extiende por los ojos y la forma de la sonrisa y acaba en el corazón. La desconfianza es fea, pero más necesaria que nunca en estos tiempos de mierda en el que cualquiera que te sonría puede, en realidad, estar esperando que caigas fulminado para alimentarse de tu carroña. Por ejemplo.
Pero si esa persona, en realidad, está esperando que caigas fulminado para demostrarte un amor inmenso a través de un beso, boca a boca, que consiga agarrarte y asirte al suelo mugriento en el que mueves las piernas como un insecto, ¿qué?, ¿entonces qué?. Entonces lamentamos haber sido desconfiados, porque no nos hace mejores, sino que sumerge nuestro corazón en un perfecto cilindro relleno de nitrógeno líquido, como si debiéramos conservarlo para usarlo en el futuro. Y no ahora.
La desconfianza se disuelve en el amor, se disuelve.
La desconfianza se disuelve en la amistad como si fuera un medicamento blanco de los que se usan contra la resaca.
Y la decepción es la recompensa de aquellos que se atreven a combatirla.
3 comentarios:
Desconfianza. Uf, tremendo palabro. A mí no me gusta ser desconfiada, pero casi siempre acabo siéndolo. Y creo que es por miedo a sufrir. Me explico: de buenas a primeras yo siempre creo que toda la gente es buena y amable así que abro mi corazón y mi casa de par en par para más tarde darme cuenta de que ni somos tan buenos ni tan amables (por supuesto yo incluída). Y llega la decepción. Y nace la desconfianza, pero no con los demás, conmigo misma. Es curioso.
Buen texto, Xavie. Un besote. C.
Hola calamity,
Yo prefiero que me decepcionen a ser desconfiado. Cuestión de costumbre, supongo.
Me alegro de que te guste el texto.
Xavie
Bonito, muy bonito. Yo suelo siempre pensar y no solo pensarlo, sino repetírmelo hasta el cansancio: Primero caballos, después cebras...
Un saludo.
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