Cuando los soldados, cubiertas las armaduras de polvo y la cara de sudor, consiguieron subir aquella loma, quedaron tan fascinados por lo que vieron que perdieron la facultad de hablar durante largos minutos. Una inmensa extensión salpicada de edificios multicolores les esperaba al final del camino. Los edificios tenían forma piramidal y estaban pintados de vivos colores; se veían plazas enormes donde una multitud iba de aquí para allá; y dominándolo todo, al fondo, destacaba una enorme construcción rematada en oro.
Después de un rato, sus lenguas acabaron por recordar cómo debían moverse para emitir sonidos, y entonces, Rui Pedro de Montilla, no pudo evitar decir: “parece cosa del Amadís” a lo que todos asintieron con convicción. Sí, parecía cosa de ficción y no una ciudad que existiera de verdad, que tuviera un nombre, aunque fuera un nombre como Tenochtitlan.
Cuando Juan Cabrillo, avistó por primera vez el puerto de San Diego recordó un nombre que aparecía en el libro “Las Sergas de Esplandian”, de Garci Ordoñez de Montalvo, un libro que, cuenta las aventuras del hijo de Amadís de Gaula. Ese nombre, de resonancias griegas, sería perfecto para bautizar la nueva tierra conquistada. Ese nombre era California.
Cuando pienso en la realidad y la ficción, a veces llego a la conclusión de que están tan entretejidas que muchas veces no sé donde empieza una y acaba la otra.
3 comentarios:
Estás en racha, Xavier.
(Quiero decir: Xavie)
Gracias.
Sí, parece que hoy he sufrido un ataque de creatividad. .-D
Un saludo,
Publicar un comentario