Sé que piensas en aquel gol de la final. Como todos los días de los últimos veinte años, recuerdas los detalles de aquel gol, la emoción del estadio, el grito alborozado de los hinchas, la parábola que describió el balón al entrar a la red, incluso la presión del balón contra tu pie, la sensación en el pulgar derecho de haber golpeado bien, la salida del balón girando sobre sí mismo y escorándose a la derecha. Lo recuerdas todo, todos los días. Siempre que te duelen las rodillas, llegan las imágenes. Lo sé.
Y tras el recuerdo siempre te preguntas lo mismo. ¿De dónde sale la velocidad a la que el tiempo parecer transcurrir ahora, como si el propio tiempo se envalentonara y se animara a pasar cada vez más rápido a medida que se acumula? También sé que la pregunta que siempre, como un eco que no acaba de oírse, queda flotando en el aire es la de ¿cómo es posible que a mí? ¿Verdad que es esa la pregunta? La respuesta que queda flotando también la sé: no, no es posible. No es posible que a mí. No.
Ay, amigo, esa es la cuestión. ¿Cómo es posible? ¿Como es posible que a nosotros? ¿A nosotros? Y en tu caso debe de ser todavía más difícil, ¿no? En tu caso la caída ha debido de ser más dura. Ahora eres un héroe mítico, perteneces al olimpo de esta sociedad tan necesitada de dioses y ahora eres nadie, como Ulises al regresar a Ítaca. Ha debido de ser duro, sí. ¿Recordará Ulises, como tú, su momento de gloria, aquella vez que consiguió cerrar el ojo de cíclope? ¿Se revolverá en su cama reviviendo sus aventuras, al igual que tú no consigues dormir muchas noches y sientes que tu casa inmensa es demasiado grande para ti, que la mujer que duerme a tu lado se va convirtiendo progresivamente en una extraña? ¿Reinventará Ulises todos los días, cuando le parezca oír de nuevo a las sirenas, lo que sintió al hundir la espada en aquel ojo? No lo sé, amigo, sinceramente no lo sé. Resulta algo triste verte así.
Yo no tengo, como tú, un momento culminante en mi vida, no tengo un lugar al que volver una y otra vez. Sin contar con que tu lugar, esa casa a la que regresas, es un sitio casi físico, un éxito incontestable, porque si algo bueno tiene el deporte es precisamente eso, que en estos tiempos de inseguridades, es algo incuestionable, si ganas, ganas, que un éxito deportivo no se va empañando con el tiempo, como ocurre con el resto de cosas. Yo no tengo un sitio así al que volver, amigo mío. Yo tengo varios lugares a los que suelo regresar. Y regreso así, como estoy haciendo ahora, ¿sabes? Los recuerdo, los recreo, me los invento, los describo. A eso he dedicado mi vida, ¿ves?, a hacerme con las palabras, a aprender que a todo lo cubre un manto de polvo y olvido. Y a que no me importe.
Pero cómo comparar esos lugares con tu día de gloria, con la emoción del gladiador, con el estadio rugiendo, con los millones de ojos observando cada movimiento tuyo, con la adrenalina circulando libre por tus venas, con la belleza armoniosa de tu cuerpo en carrera. A tu lado, yo no recuerdo más que pálidas sombras, un atardecer, un templo cubierto de maleza, un horizonte despojado, una copa de vino. Pálidas sombras de otras vidas sin importancia, como todas las vidas. A tu lado mi vida ha sido vulgar, mi vida ha sido una de tantas. Como compararla con el éxito, con los focos, con la fama, con el dinero, con la aclamación. Cómo hacerlo y no sentirse insignificante. Aunque tratar de sentirse insignificante sea un propósito lleno de sentido. Sé que no me entiendes. Sé que ni te preocupa. Pero yo a ti sí que lo hago, amigo, te lo aseguro. Te comprendo muy bien. Sin que eso signifique que intento ponerme en tu lugar. Nunca me atrevería, bien lo sabes.
4 comentarios:
viste el anuncio?
;)
xx
La verdad es que no... Pero lo he pensado más de una vez.
Beso,
X.
y has escrito sobre ello al menos una vez más (una entrada del año pasado si mal no recuerdo)
:)
beso
Me ha gustado mucho.
Sobre todo la parte en que hablas de Ulises y te imaginas su vida de después. Están muy bien esas reflexiones.
Un abrazo.
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