El Pelu le estaba diciendo al Negro: como le vea mi chupa a alguien, lo rajo. Te lo advierto porque sé que sabes quién me la quitó. Lo sé. Dile de mi parte que como venga a tu bar y se la vea puesta, lo mato. Que lo sepas.
No va a matar a nadie, pensaba yo, cómo va a matar a nadie. Si es mi amigo. Pero también recordaba una anécdota que me contó de cuando era un niño (tal vez ocho o nueve años antes) y le tiró la boina a un profesor por hacer la gracia y cuando el Consejo Escolar le abrió un expediente, no tuvo otra idea que llevar una navaja al colegio por si acaso lo echaban definitivamente y no podía matricularse en el instituto. Otra leyenda urbana, claro, eso de que si te abrían expediente no podías volver a matricularte y te vetaban para los estudios para siempre. Ya ves. Para lo que luego le sirvió matricularse. Pero en aquellos días, supongo que el mundo se acababa con facilidad, el mundo se volvía muy áspero con cualquier nimiedad. Sin perspectiva es fácil ahogarte en un vaso de agua. Si solo has nadado en un vaso, qué sabes tú de que existe el mar. Yo quise morirme una vez porque atranqué el váter de mis padres con unas revistas porno. Pensé que era mejor deshacerme de ellas, de aquellas fotografías de los años setenta con mujeres con abundante vello púbico en el váter y el agua se desbordó y la vergüenza casi pudo conmigo. No porque mis padres hubieran descubierto aquellas revistas. O que me masturbaba. No. Sino por la vergüenza de haber sido tan idiota. Por eso creo que lo entendí cuando me contó lo de la boina y la navaja. El Consejo Escolar solo lo echó una semana y un viejo profesor con boina pudo retirarse a tiempo y mi amigo pudo matricularse en el instituto. Ya ves. Para lo que luego le sirvió.
Y otro día: Negro, dile a tu colega. Y el Negro: no es mi colega. Pues dile a quien sea que como lo vea con mi chupa lo mato. Por estas que me lo llevo para adelante.
Y el Negro: A mí me dejas de tus movidas. Y él: Sí, sí, mis movidas pero la chupa me la quitaron en tu bar.
Y el Negro bufando y su corpachón estremeciéndose y yo diciendo: Joder, Pelu, que no es para tanto. La próxima vez que vuelva a Córdoba te traigo otra, que me costó solo 3000 pelas en la tienda esa de segunda mano del novio de Marta, que ya te lo he dicho. No pasa nada. O mejor, te vienes a Granada y eliges tú la que quieres y ya está.
Y el Pelu: Que no pasa nada, que no pasa nada. Pues sí pasa. Pasa que es mi chupa. Y como vea al hijoputa que se la ha llevado, le van a llover hostias hasta en el carnet de identidad. Que lo mato.
—Que sí, pero te vas a meter en un marrón por una estupidez, por 3000 pelas.
—Que no son las 3000 pelas, a ver si te enteras, que no son las putas 3000 pelas, que a mí nadie me levanta la chupa. Y menos en el bar al que vengo a diario. Y menos si el Negro sabe quién es. Anda, Negro, dímelo. A ti qué más te da. Si yo no voy a decirle quién me lo ha dicho. Anda, enróllate.
—Joder Pelu, que no. Que no te lo puedo decir. ¿Para qué? Para buscarme una ruina. Que no, coño.
Y volvía de Granada y el Pelu me contaba que había pasado varias veces esa semana por el bar del Negro a preguntar por su chupa. Y, claro, yo que lo conocía, lo imaginaba con la misma cantinela una y otra vez. Que como lo vea, lo rajo. Que como yo vea mi chupa y la lleve cualquier pringado, que me lo llevo para adelante. Y otra vez. Y para qué quiere una chupa el gilipollas ese si no se la puede poner. Para qué, a ver. Porque sé que es uno de los que me puedo encontrar en cualquier garito, y como lo vea… Me lo imaginaba y luego el Negro me decía en un aparte. Joder, con tu colega, la que le ha dado con la chupa. Y yo le decía: no se te ocurra decirle quién se la ha mangado que se le ha metido entre ceja y ceja. Y él: pues claro que no.
Y luego me enteré de que un día, por casualidad, salió de copas con uno de los colegas de su barrio. Un tipo mayor que nosotros, medio gitano, creo, no recuerdo, con pinta de peruano. Aunque por entonces no vivieran peruanos en España. Un hombre que trabajaba en una obra, de su barrio de toda la vida. Alguien que jamás se había metido en un lío.
Pero el Negro pensó finalmente que igual el Pelu no era alguien a quien se pudiera robar. Igual pensó que el idiota que se había llevado la chupa (y era un idiota, después de unos años, nos enteramos de que era un niñato pijo que se había encaprichado de la chupa de mi amigo) se había metido en un verdadero problema por 3000 cochinas pesetas.
Y al siguiente día, cuando el Pelu pasó por el bar a darle la tabarra al Negro con su chupa, el Negro le dijo: mira lo que tengo aquí. Y se la devolvió. Mi amigo, entonces, se la puso, se miró en el espejo y sonrió.
Y le dijo: Anda, dime quién ha sido. A ti qué más te da. Si total, la chupa ya la tengo. Dime quien ha sido. A ver si le puedo partir la cabeza al hijoputa que me ha robado. Si a ti ya te da igual. Si ya me ha devuelto la chupa el cabrón. Dime quién ha sido y así me quedo tranquilo, hombre.
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