viernes, mayo 21, 2010

Teletransporte

A Peter

Supongamos que lo consiguen. Que acaban por inventar el teletransporte, la tecnología fallida del futuro que nos prometieron (junto a los coches que vuelan, faltan solo seis años para que estemos en el mundo que Ridley Scott imaginó en Blade Runner y seguimos esperándolos). Supongamos que existe. Supongamos que la humanidad ha conseguido inventar un método para transportar de manera instantánea la materia de un sitio a otro. La inerte y la viva. Las cosas y las personas. Se pueden hacer una idea. Una pequeña cápsula con una portezuela, de color metálico, que emite un silbido sssshhhhhh, al activarla. Un fogonazo de luz (un efecto especial, como el sonido de las naves espaciales) y al fijar la vista en una segunda cápsula, exactamente igual a la primera, vemos un objeto que no estaba ahí, que aparece de la nada (tal vez dejando un rastro de humo blanquecino, también exigencia del guión). Lo hemos visto mil veces.
Bien, pues una posibilidad es imaginar, si el viaje en sí deja de tener sentido, si el transporte de mercancías desaparece, si la logística y la distribución se mueren, un mundo sin coches, sin combustibles fósiles, sin contaminación, el que las fábricas estarían alimentadas por energía solar. Un mundo feliz. Ya saben, tomar un café en Central Park, un aperitivo en Tailandia, un mundo fluido, deslocalizado.
Ahora bien, dado que, tal y como defendía con acierto Marx, la economía continuaría siendo el motor de la historia, la oferta y la demanda seguirían imponiendo su ley. Habría una demanda tremenda para ir a Nueva York y una demanda ínfima para tomar un chato en, pongamos, Motilla del Palancar, por lo que, en buena lógica, el sistema de cápsulas tendría una configuración parecida al sistema de transporte actual. Miles de capsulas en Central Park Station emitiendo fogonazos constantes, y cintas transportadoras y escaleras mecánicas y gigantescas filas de personas dejándose escanear para poder acceder al país, lectores de retina. Y en Motilla del Palancar ni una sola cápsula, la más próxima en la capital de provincia. ¿No creen?
Si para ir de Madrid a Barcelona en avión, el vuelo ocupa un 20% del total del tiempo del viaje y para ir Madrid a Nueva Zelanda, un 80%, lo que la nueva tecnología conseguiría es reducir ese tiempo, no el resto y siempre habría un resto. Es cierto que los ricos tendrían una cabina en casa, al igual que ahora tienen jets privados que les evitan las aglomeraciones de la aviación comercial y helicópteros que los llevan de los aeropuertos a los centros de negocios. Ellos. Los poderosos. Pero tener una cápsula sería astronómicamente caro y solo estaría al alcance de unos pocos. De los de siempre.
La tecnología que iba a acabar con la infelicidad se parecería mucho a la energía nuclear. Habría un consejo mundial que la regularía. Los países que intentaran desarrollar cápsulas de forma independiente, serían sancionados, tal vez invadidos (invadidos de forma tradicional porque es de suponer que el ejército enemigo no podría teletransportarse dentro del país), lo que nos devuelve, más o menos a done estamos. La tecnología que iba a cambiar el mundo se convertiría en algo parecido a la telefonía móvil. Economía obliga. Piénsenlo.

Por favor, señores científicos, olviden el teletransporte. Y concéntrense en lo que importa: inventen los coches que vuelan de una puta vez.

3 comentarios:

Divina nena dijo...

Al final todo es igual que al principio... me gusta el giro de esta entrada ;-)

La independiente dijo...

Hola Divina,
Gracias. En realidad no es más que una frikada a raíz de una discusión con un amigo. El insistía en que el teletransporte sería lo mejor que le ha pasado a la humanidad y no decía que no. Por las razones que comento...

Aunque parezca increíble, le he dedicado tiempo a pensarlo. En fin... :-)

Beso,
X.

Portarosa dijo...

Lo de que las invasiones tendrían que ser a la vieja usanza, y no teletransportándose, es muy gracioso :)