lunes, mayo 31, 2010

Barrio X

El Loren, un tipo cojo que se dedicaba a vender droga, me estaba diciendo: Pues sí, el Antoñín palmó hace un mes, en un accidente de coche. Y deja mujer y dos hijas. Aunque, tarde o temprano tenía que pasarle algo así, por coger el coche puesto hasta las cejas, fíjate yo, y señalaba su pierna mala, y tuve suerte, eh, tuve suerte porque me salí de la carretera a 140 y no me quedé en una silla de ruedas.
Me lo contaba en un bar con demasiada luz, con tubos fluorescentes blancos, un bar de barrio más, con una barra de aluminio, una carta de comida que cocinaba la mujer del dueño y unos camareros con camisa blanca y la cara llena de marcas, problemas de alcoholismo y una acusada tendencia a mirar hacia otro lado cuando se formaba una cola en el baño del bar de gente demasiado agitada. Un bar de tantos, que tal vez se llamara Antonio, Casa Juli, el Parreño, o de cualquier otra manera.
Lo estaba mirando y pensé: qué naturalidad tienen al hablar de la muerte, como si se tratara de un accidente más, poca cosa. Como supongo que tienen todos aquellos que están habituados a convivir con ella. No esperan acumular el suficiente dinero para tener una casa y otra en la playa y un coche de alta gama que la familia pueda envidiar, pensando, mira lo bien que le va al cabrón del Loren. No. Quieren llegar a mañana, pensé, y a dentro de cinco años, si tienen suerte.
Fuimos a su piso y durante el rato de cortesía que hay que dedicar a cualquier camello con el que tengas suficiente confianza como para que te invite a casa, observé su pelo corto y su barriga, su ropa de saldo y los vaqueros desteñidos con lamparones, sus zapatillas de deporte blancas de cuero sintético, la cojera de su pierna derecha. Olí el desagradable tufo de aquel salón, a suciedad acumulada y a desorden, insoportable hasta que te acostumbrabas y desaparecía sin más. Escuché el ruido de los niños llorando, a su mujer rezongando en otra habitación mientras tendía la colada, las rumbas en la radio por el patio interior en el que se secaba la ropa. Y tras pasarle los billetes, el Loren, mientras pesaba el material con una balanza electrónica y preparaba las bolsitas de plástico en las que lo guardaría, dijo: ya veréis como os gusta, ya veréis lo rico que está, un material de primera.
Y, después de despedirnos con un apretón de manos y de apuntar su nuevo número de móvil, abrimos la puerta de su casa y bajamos los tres tramos de escaleras que nos separaban del parque, nos montamos en el coche y volvimos a casa. Y durante todo ese tiempo no conseguí que se fuera de mi cabeza el tono con el que había dicho que un amigo suyo de toda la vida se había muerto, ese tono de resignación ante el destino, esa entereza tan extraña ante la muerte.

2 comentarios:

Lara dijo...

esto me recuerda a esa novela que andabais escribiendo

qué tal vais?

tenemos que vernos pronto

cómo se pasan los meses

un abrazo

Xavie dijo...

Hola Lara,
La tenemos un poco abandonada, pero hay que retomarla, la verdad.
Sí, tenemos. Los días se arrastran y los años vuelan, que decían los orientales. :-)

Un besazo,
X.