Aquel día, en la gran ciudad se levantó una niebla fría, parecida a la de las tierras del norte en estas fechas. Un niebla que se levanta de la tierra, cubre un par de metros sobre la superficie y después se disipa con el calor del sol.
Pero ésta, a medida que pasaban las horas, pareció espesarse y hacerse más densa, como si quisiera envolverlo todo de invisibilidad.
Después de una semana en la que las predicciones meteorológicas dejaron de tener sentido, se fue por donde había venido.
Las autoridades, sin embargo, no pudieron ofrecer una explicación satisfactoria a la repentina desaparición de todos los gatos de la ciudad. A pesar de la búsqueda no se pudo encontrar ni un solo cadáver.
La segunda vez que vino la niebla, un año exacto después de la llegada de la primera, se llevó a los perros.
Al siguiente año, todos los habitantes de aquella ciudad se llevaron lejos a sus hijos, por si acaso. Una semana antes del aniversario ya no quedaba un solo niño en la ciudad. El día señalado, la niebla llegó puntual a su cita anual y cubrió la ciudad con una capa blanquecina y espesa. Durante toda la semana, la ciudad esperó colapsada y aguantando el aliento.
Ese año, sin embargo, la niebla se llevó a los mendigos así que la mayoría de los asustados habitantes dio por buena la desaparición de perros y gatos a cambio de tener una ciudad más limpia.
Cosas de la vida urbana.
6 comentarios:
Me ha gustado mucho este relato. Podría ser real, como los de Kafka...
Gracias conde-duque,
Bienvenido, vuelve cuando quieras.
Xavie
Es amargo pero me gusta. Un beso Xavié (me hubiera encantado estar con Portorosa y contigo!)
Muy bien.
¿Y por qué no vino Princesa con nosotros? ¿Vives en Madrid, Princesa?
Saludos.
No Portorosa, vivo en el norte, en Navarra. Pero tengo alas y puedo acercarme a vosotros. Besos.
Un beso Princesa,
Y nos hubiera encantado tenerte por aquí, por supuesto.
Un saludo, Porto
Xavie
Publicar un comentario