De todas las frases que había conseguido escribir ayer, sólo una había permanecido. Como un madero emergiendo en la playa después de un naufragio desastroso.
Cabalgar el ansia. Esa era la frase. Cabalgar el ansia.
Le daba vueltas y no conseguía imaginarse por qué se le había ocurrido ni tampoco por qué no conseguía olvidarla.
Ansia. Asian. Nasia. Sania. In-sania.
Cabalgar. Cab-algar. Rabal-cag.
Quizá, tal y como cree la cábala, el mundo encuentre su sentido en los anagramas y las permutaciones de letras. Quizá todo esto no sea más que la expansión del aliento de Dios, que continúa, aún hoy, diciendo las palabras seminales que crearon este laberinto.
Un sitio donde a veces, sin embargo, damos con una combinación de letras que ilumina temporalmente el paisaje con una intensidad rara. Como la de una subida de tensión de la compañía eléctrica, capaz de fundir los focos halógenos, y reventar las pantallas de los televisores.
3 comentarios:
Y no te parece suficiente ya con “Cabalgar el ansia”
Olvido Cortocircuitada
Pues supongo que no, cuando he empleado una entrada en comentar la jugada. :-D
Un saludo,
Xavie
Pues estaba muy bien "Cabalgar el ansia".
Un abrazo.
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