Miles y miles de horas de cuidados, de preocupación estética, de interminables series de abdominales, de saunas, peelings, masajes, liftings, inyecciones de botox, liposucciones y demás se amontonan en las inmensas salas de este gimnasio. Considerada como una unidad, esa gigantesca cantidad de no-tiempo, esas miles y miles de personas levantando pesas simultáneamente frente al espejo tres veces a la semana, empeñados en el esfuerzo imposible de intentar detener la vida, me desazona, esa danza me inquieta.
Todos a la vez sintiendo el dolor, las articulaciones, las fibras musculares estirándose y contrayéndose, el corazón bombeando, con la respiración agitada, con la música machacona de fondo, sincronizándose con el ritmo cardiaco para que tu voluntad pueda más que tu cuerpo. Un pie y otro pie y el pie y el otro pie en la cinta, uno, dos, uno, dos, buf, buf, buf, con la misma imagen ante la vista, el mismo espejo en el que alguien corre, alguien que eres tú pero que no eres tú, no puede ser que el del espejo, aparentemente tranquilo, que levanta las rodillas y apoya un pie y luego el otro, seas tú, el que trata de hacer la lista de la compra sobreponiéndose al dolor, a la molestia de la rozadura que está apareciendo en este momento en tu dedo gordo y que se convertirá en una ampolla repleta de un líquido blancuzco, el que siente su cuerpo de una forma extraña, rotunda, no puede ser que ese seas tú, no.
Y no lo eres, de alguna manera no lo eres, por esa sensación de ausencia de ti mismo, como si la atención que puede dedicar el cerebro al mundo estuviera limitada y se retirara de nuestro interior cuando debe ocuparse del cuerpo. Y no lo eres porque el mero hecho de que esté pasando el tiempo —me quedan aún diez minutos de correr, ya casi está, aguanta un poco más y después a la sauna—, ya cambia al cerebro, el órgano en el que estás contenido, aunque sea algo raro de decir de esa manera, porque el cerebro es una cosa plástica que cambia con cada experiencia, con cada sensación.
Somos mucho más mutables y dinámicos de lo que nos gusta pensar, mucho más, y cuando decimos que una desgracia nos dejó una cicatriz en el alma, estamos utilizando una expresión muy precisa porque eso es, efectivamente, lo que pasó, porque la cicatriz es el recuerdo del dolor, la situación de ese dolor en la historia de tu vida y la música de ambiente que lo acompaña, y está localizada en varios miles de neuronas, que han extendido parte de sí mismas para comunicarse con otras miles y el alma, huelga decirlo, está en el cerebro. Por eso es una expresión tan precisa. Todo eso pienso mientras intento mantener mi respiración regular para que no me duela el costado. Todo eso pienso y menos mal que ya solo me quedan cinco minutos de correr, los últimos tres subiendo mucho el ritmo para sudar mucho y tener la sensación de haber llevado el cuerpo al límite.
También yo soy uno más frente al espejo, inmerso en el no-tiempo, también levanto pesas a la vez que otros miles de personas, también miro mis músculos tensos, también participo en la danza de las mancuernas.
Dios, ¡cómo odio los gimnasios!
5 comentarios:
Qué bien descrito, X.
No me extraña, por otra parte; si alguien me obligara a hacerlo lo odiaría.
Un abrazo.
Hola Porto,
Gracias por el comentario.
Que conste que la última frase era un toque de atención a una pareja que me consta que se entrenan como si fueran Clark Kent y Lois Lane. ;-P
Un abrazo,
X.
Hola Xavi:
Me parece estupendo el cambio de registro. Es algo parecido a una escena de teatro; hacerla grande e ir recogiendo hasta donde sea necesario.
Aunque me gusta mucho tu escritura, debo reconocer que en los últimos tus personajes respiran mejor y a mi me duelen los ojos al leer por la letra tan pequeña y el fondo tan oscuro.
*Ya verás, ya verás cuando tengas los 40 tacos encima, pondrás el fondo clarito. (risas)
Un saludo y ¡¡qué barbaridad!! cuanto escribes.
Un abrazo
Aquí hay mucho cabrón...
(Un abrazo)
Y mucha envidia...
:-P
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