martes, octubre 07, 2008

Duelo

Es el lugar del barrio que no cierra nunca. La entrada siempre está oscura y la música suena demasiado alta. Aunque discretas, por los alrededores siempre hay dos personas que dan el aviso si se acerca la policía. Todos los lugares así son similares, por eso el nombre da igual. El humo es espeso y los ojos de la gente están enrojecidos. El camarero es simpático pero tiene una cara de esas que te hace desear tenerlo de tu parte si se monta una bronca. La gente dice: hey, qué tal, hola, cómo andas, quillo, qué.
Cuando voy siempre pido una cerveza bien fría y siempre digo que no al Negro, que pretende invitarme a una raya en el servicio, solo por tener una excusa para meterse él otra, aunque solo hayan pasado cinco minutos desde la última. El Negro ha perdido parte de la dentadura pero se lo toma con filosofía. Casi no queda gente en el barrio que se meta caballo, solo el Arnold, que no consiguió dejarlo cuando tenía que haberlo hecho y ahora se arrastra de un sitio a otro como un espectro. Ya ni aquí lo dejan pasar porque le da el coñazo a la gente pidiendo dinero. Recuerdo un tiempo en el que el Arnold bromeaba con el tema de su adicción, a la gente que decía "tengo que hacer deporte, que me estoy poniendo fondón", él siempre les aconsejaba: "haz como yo, la heroína adelgaza mucho". Entonces era gracioso.
El barrio siempre será el lugar en el que te criaste aunque tengas una historia de esas que le gustan tanto a los americanos, una historia de superación personal gracias a las becas y el trabajo duro y toda esa mierda. No es mi caso, que conste. Yo apenas logré montar un taller y ganarme la vida como mecánico. Tuve suerte al casarme con Toñi tan joven, aquello me mantuvo con los pies pegados al suelo. Los hijos también ayudaron, supongo que cuando ves sus caras se te quitan de la cabeza muchas tonterías. Aunque no por eso he dejado de divertirme, eso también quiero dejarlo claro. Cuando eres joven, aunque seas padre, siempre encuentras la manera de salir por ahí de juerga. Ahora ya casi ni apetece, ahora ya es el tiempo de los críos, son ellos los que salen y te dejan preocupado en casa cuando vuelven tarde. Ya no suelo venir mucho por aquí, desde que nos mudamos, mi mujer y yo pisamos poco el barrio.
Hoy, de todas formas, es diferente. He venido por aquí a tomar una cerveza a la salud de Jose. Hemos venido los colegas que quedamos. Bebemos y charlamos, fumamos y, de vez en cuando, alguien propone que nos demos un homenaje en honor del Jose, qué cabrón. Ya he dicho dos veces que no. Hoy me bastará con las cervezas y la maría, no quiero llegar a casa completamente borracho a las cuatro de la madrugada y arrastrar la resaca durante toda la semana. Pero al final digo que sí, qué coño, por qué no, si los seis estamos a gusto recordando y charlando. Además, no hay que ir a ningún sitio a buscar nada. Lo bueno de este lugar es que para eso solo hay que levantarse y avisar. Alguien viene y dice: son veinte pavos cada uno. Le damos el dinero y a los tres minutos, alguien me pasa una bandeja con cinco líneas blancas. No está mal. Bebemos. Recordamos aquella de cuando el Jose tenía catorce años y se cagó encima y en lugar de ir a cambiarse a casa pasó de todo y siguió por ahí en la calle hasta la una de la mañana. O aquella vez con quince que robó una moto solo porque estaba cansado y la moto no tenía candado y cuando llegó al barrio le prendió fuego para que no la reconociera la policía, con tan mala suerte que las malas hierbas del descampado en el que estaba comenzaron a arder y los bomberos se presentaron en el barrio a las dos de la mañana y acabó pasando más miedo por el fuego que por el robo. Lloramos de risa recordando. O la otra en la que estaba con otro colega, arriba en el puticlub, follando con tres colombianas cuando aparecieron dos maromos con pistolas y tuvo que escaparse de allí tapándose solo con una toalla de manos. Esa es mítica y tiene tantas variantes como personas la recuerdan. Qué cabrón el Jose. Qué cabrón. Va por ti, decimos, y brindamos con los whiskies que todos estamos tomando ya. Y todos pensamos en el que tiempo que ha pasado y nos sentimos un poco viejos.

5 comentarios:

Luna dijo...

Sigo viniendo cada día...

Portarosa dijo...

Joder, qué horrible panorama.

Me parece deprimente; una verdadera mierda.

Obviamente, me refiero a la escena contada, no al texto, que por eso mismo supongo que está conseguido.

Un abrazo.

La independiente dijo...

Luna,
Siga siendo usted bienvenida. Cada vez que quiera, ya sabe donde está su casa...

Porto,
Pues claro que es horrible y deprimente. Pero a mí lo que me interesa de esta gente es, como decirlo, su pathos trágico. La gente que nace y vive en barrios malos (pero malos de verdad, como este) acepta la tragedia y la muerte con una naturalidad que siempre me ha llamado la atención. No lloran. No se quejan. No andan echando la culpa de las cosas a nadie. Las cosas son así y así hay que tomárselas. El hecho de que los seis amigos que quedan se reúnan en el bar del barrio para ponerse ciegos hasta arriba a la salud del amigo muerto y que lo recuerden riendo a mí me gusta. A mí me producen ternura estos hombres destrozados por la vida antes de llegar a los cincuenta que beben juntos como cuando eran adolescentes. Eso también habla de una relación de amistad muy duradera y sólida ¿no? Son como una familia unida en la desgracia

No sé.

Un abrazo,
X.

PD: Ya le digo que,

Divina nena dijo...

Si unidos en la desgracias porque desgraciadamente no les ha dado por conocer que había más allá de las fronteras del barrio, menos mal que hay unos cuantos a los que les dió por ser viajeros y salir de allá. Me gusta tu forma de plasmar una realidad tan dura, tan cotidiana, sin dramas, sin morbo...muy bueno Sr. X

Besos

Luna dijo...

Es realmente crudo el panorama y también actual.
Sigue habiendo esas pandas y de esa edad unidos hasta siempre, aunque sus vidas sean totalmente diferentes en lo personal y económico.