martes, octubre 14, 2008

Piscina 2.0

Al principio, apenas podía pensar en nada que no fuera mi cuerpo, sólo en mis músculos y mis tendones latiendo, estirándose, sólo podía sentir la máquina desperezándose, calentándose. Siempre duele al principio. Los pulmones queman y la cara se pone roja por el esfuerzo pero después de una media hora, el cuerpo se relaja, se acostumbra a estar haciendo ejercicio, toma conciencia. Entonces empiezas a sentir el deslizamiento en el agua, empiezas a nadar de verdad y a disfrutar. Yo apenas era humano, yo era un pez, un delfín que había aprendido el secreto para bucear a toda velocidad con un esfuerzo mínimo. Yo era parte del agua que me rodeaba, un ser que no era sólido del todo, alguien con la consistencia de una medusa al que apenas era posible distinguir a dos metros de distancia. Una brazada y otra, una brazada y otra, respirar, no dejar que los pies se paren, mover toda la pierna desde la cadera, observar el borde de la piscina desplazándose hacia atrás, hundir la cabeza en el agua con determinación, deslizar, estirar, deslizar, estirar.

En cada brazada sacaba la cabeza del agua para respirar. En cada brazada dejaba salir el aire de mi boca, dejando así un rastro de burbujas que apenas duraban un instante, bandadas de pájaros inmediatos e instantáneos que desaparecían después de ascender a la superficie. Se había levantado viento, un viento de verano agradable pero intenso, cada vez mayor. Incluso dentro del agua, podía notar el rumor sordo de los árboles, ese sonido tan parecido al del mar que hacen las hojas agitadas por el viento. Los árboles se balanceaban, la costumbre de podarlos los había convertido en largas columnas de madera que se movían suavemente, las ramas de las copas confundiéndose unas con las otras. Infinidad de veces he mirado las hojas agitadas por el viento desde una toalla, pensando en la elegancia de los olmos cuando el aire pretende desplazarlos hacia un lado y ellos apenas mueven sus copas, pensando también que los árboles viven más años que los animales porque no se mueven, porque, de alguna manera, son capaces de mantener la energía durante más tiempo. Como si todos los seres vivos dispusieran de una energía limitada que emplear en la vida. El colibrí muere muy pronto comparado con una tortuga. Pero la tortuga es un ser fugaz frente a un tejo. Los árboles son como santones budistas que miran el mundo sin actuar, limitándose a estar ahí, ignorándonos.

Como en una película experimental, noté como las hojas caían en la piscina, su movimiento ralentizado por la densidad del agua (slow motion con filtros virados al azul, como un anuncio de televisión de finales de los años 90). Una imagen extraña: la piscina convirtiéndose en un estanque y llenándose de restos vegetales. Cada vez que sumergía con fuerza la cabeza en el agua (mi cuerpo tenso, mis músculos contraídos, mis manos entrando en el agua como un cuchillo en la mantequilla) podía observar desde muy cerca las grandes hojas amarillas flotando a un metro de profundidad. Las hojas amarillas contrastaban con el azul del agua de piscina, sus bordes claramente marcados, como si todo lo que estuviera viendo fuera en realidad un fotograma digital tratado con el software adecuado para aumentar la nitidez de la imagen. Noté también como el aire se cargaba de electricidad y como, cada vez más, era mucho más placentero estar dentro que fuera. Sentí el sabor y el olor eléctrico del aire en la boca, la energía ajustándose a las líneas del campo electromagnético, como una leve manta sobre el agua.

Las ramitas flotando me provocaron una ensoñación: flotaba en el agua como en el cuadro prerrafaelita de la muerte de Ofelia. Me deslizaba en el agua boca arriba, tranquila y en paz al fin, después de todo el sufrimiento, después de tomar la decisión de acabar con mi vida, con las manos abiertas sobre el pecho y los dedos unidos como después de arrancar esas flores que, rojas y azules, estaba recogiendo cuando me tiré al agua desesperada por la muerte de mi padre y que ahora nadan junto a mi cadáver. Con el pecho cubierto de brocado y la cara de una persona que no se siente culpable, ni siquiera en el suicidio, tal vez sólo un poco sorprendida del final. En un entorno verde y ocre, sobre el agua habitada por algas verdosas que parecen cabellos. Voy deslizándome muerta hacia el fin de la corriente, hacia el río Lete para diluirme en la eternidad, para olvidarme de lo que he sido, de lo que he amado. Voy al otro mundo y al fin no tengo miedo porque el olvido es la felicidad.

Sentí entonces una descarga, un frío intenso que se convirtió en un instante en un calor abrasador que se movía desde mi interior, como si fueran mis órganos los que estuvieran produciendo la electricidad. Mi estómago y mi corazón desintegrándose como el uranio bajo los electrones, una fuerza cada vez mayor que aumentaba de forma exponencial, del centro hacia fuera. Todo fue tan rápido que no tuve tiempo de sentir dolor. Tampoco recordé mi vida como si se tratara de una película, no hubo túnel con luz blanca al final ni paseo temeroso rodeado de sombras ni espectros, no hubo ascenso ni me sentí inundado por el amor, no atisbé la felicidad eterna, ni tampoco la condena y el sufrimiento, no me sentí juzgado después la oscuridad blanca. Yo no era consciente de estar sufriendo, de estar desvaneciéndome, de estar perdiendo mi conciencia, mi individualidad, yo simplemente estaba pasando a ser otra cosa, algo que no está vivo pero que, sin embargo, sigue formando parte del mundo, sigue existiendo.

Aún sigo aquí. Una brazada y otra, una brazada y otra, respirar, no dejar que los pies se paren, mover toda la pierna desde la cadera, observar el borde de la piscina desplazándose hacia atrás, hundir la cabeza en el agua con determinación, deslizar, estirar, deslizar, estirar.

7 comentarios:

ETDN dijo...

Muy bueno, Xavié.

Todos los que nadamos conocemos bien esa sensación de dejar volar la mente mientras el cuerpo no para, el deslizarse en el agua, el perder la noción del tiempo y el espacio y sentir nada más que el agua... Mientras nado yo no dejo de pensar, se me ocurren mil cosas, cuentos, relatos, historias, poemas, de todo... Esa sensación está perfectamente reflejada tanto en el aspecto formal como en el contenido del relato.

Lo único que me chirría un poco es el cambio de masculino a femenino en la parte de la ensoñación de Ofelia, creo que queda un poco confuso. Igual habría que introducir una frase que aclarara ese cambio de género, por ejemplo:

Las ramitas flotando me provocaron una ensoñación: flotaba en el agua como en el cuadro prerrafaelita de la muerte de Ofelia. Yo era ella y me deslizaba en el agua boca arriba, tranquila y en paz al fin...

La independiente dijo...

Gracias ETDN,
Sí, nadar me parece un deporte muy aburrido pero que tiene justo eso que tú dices, te permite abstraerte en ti mismo. No hay nada que mirar, no hay distracciones.

Ya no hay cambio de género. He modificado el texto y creo que no hay ni una sola marca de genero excepto en la ensoñación de Ofelia, así que...

Un beso,
X.

Portarosa dijo...

Muy distinto, me ha parecido, X.

Me ha gustado. Un abrazo.

La independiente dijo...

Hola Porto,
Gracias por el comentario. ¿Te refieres a que es muy distinto de la primera versión que publiqué? ¿o muy distinto de lo que suelo publicar?

Un abrazo, buen hombre
X.

Portarosa dijo...

Distinto a lo habitual (sólo he leído una versión).

Gemma dijo...

Me ha gustado, Xavie. Me gustaría leer también la primera versión, si lo crees posible.

A lo mejor te divierte la coincidencia:
http://megasoyyo.blogspot.com/2008/05/el-nadador-de-colores.html

Un abrazo

La independiente dijo...

Hola Mega,
Gracias por el comentario. La primera versión la puedes leer en:

http://ideasyfragmentos.blogspot.com/2006/09/piscina.html

Un beso,
X.